jueves, 27 de diciembre de 2012

Educación y política social



Escribí el 7 de septiembre de este año una entrada sobre un programa federal de la SEP dedicado a la educación de los hijos de jornaleros migrantes que en temporadas de cosechas se movilizan a lejanos puntos de la geografía nacional en donde haya algo qué pizcar y cosechar. Ocurre en todo el país, como las fincas propiedad de alemanes en Chiapas y Puebla, pero impacta de manera especial en los adinerados estados del norte de México.

En aquella entrada del 7 de septiembre llamada: “Juárez, sí Juárez”, escribí sobre el impacto que me causó visitar unas enormes fincas cafetaleras en el estado de Puebla, donde me pareció presenciar la pobreza más extrema de nuestro país; la casa editorial que me llevó ahí me pidió visitar posteriormente otros lugares en donde se aplica el mismo programa, por lo que pude conocer su situación en los estados de Zacatecas,  Hidalgo, Guanajuato, Sonora y Chihuahua y ver de primera mano los contrastes que diferencian un estado de otro, tan opuestamente, que en ciertos casos parece que estuviéramos hablando del campo africano y el californiano.

En 2012 el Programa de educación básica para niñas y niños de familias jornaleras agrícolas migrantes cumple 30 años, desde que la SEP observó en 1982 que no podía permanecer impasible ante el abandono patente de miles de niños y niñas que deambulan con sus papás entre las cosechas de las enormes plantaciones privadas del campo mexicano, la mayoría de las veces trabajando como adultos y cuando la edad de plano no se los permitía, tirados a la vera de los campos bajo el sol inclemente saturados de tierra, mocos y lombrices. Fue cuando a la SEP se le ocurrió la gran idea de hacer algo por ellos y creó este programa a escala nacional.

Se nombraron coordinadores y poco a poco una pirámide de mandos que hoy funcionan con altibajos dependiendo de circunstancias poco controlables desde la ciudad de México, pues cada estado es una historia diferente, con propietarios de distinta mentalidad y autoridades locales con buenas intenciones, con escasas intenciones o sin ninguna intención. Treinta años después, lo que pude apreciar en esos seis estados fue el contraste inusitado de un mismo programa que presenta lugares que carecen de todo (desde útiles, pizarrones e incluso sitios donde impartir ese remedo de educación), hasta enormes oasis educativos en donde nada falta, que superan incluso las expectativas de la educación formal y ofrecen condiciones atípicas a esos compatriotas desheredados. Mi conclusión es que todo depende de la política local, y de la suerte de adjudicar estas responsabilidades en las personas correctas. Ahí está el meollo de la cuestión: a quién vamos a pedirle que organice el programa de tal estado. En mi periplo sólo en dos estados pude tratar con el coordinador estatal, lo que es significativo. En alguno una asesora del programa desconocía que en una escuela no hubiera sanitarios para sus 90 estudiantes y cuatro maestras, pues nunca la había visitado; en otro un supervisor de zona nos quería llevar de putas a los visitantes de sus escuelas, para lo que hizo un acuerdo verbal con la dueña de un antro en plena calle, delante de nosotros, y se decepcionó muchísimo por nuestra negativa; en algunos estados nos dejaron de noche a nuestra suerte en el centro de la ciudad capital para buscar algún hotel; en otros nos alojaron en el Holliday Inn con gastos pagados. La situación física de los espacios escolares fue igualmente contrastante, así como la condición de los niños, de las maestras y de los recursos materiales para hacer su labor.

Las condiciones educativas no son las óptimas en ningún caso. Las familias, dependiendo de la época del año, van y vienen. Los niños estudian un mes, dos meses y luego se van; algunos niños han  recibido educación formal, otros no saben manipular un lápiz. El tema de los idiomas autóctonos es tan sólo uno de los temas. Y si en muchos estados la mayoría de los docentes son estudiantes o egresados de universidades pedagógicas, incluso de carreras con pedagogía intercultural, en otros son jóvenes con apenas preparatoria que ensayan diferentes métodos empíricos que van creando sobre la marcha. “Todo este tipo de escuelas destinadas a los pobres siguen presentando los resultados más bajos, pese a los enormes esfuerzos de sus maestros. En resumen, la desigualdad es propiciada por el mismo sistema”, expresó el especialista Olac Fuentes Molinar hace poco en una entrevista, en la que agregó: “Pero hay también formas más ocultas y sutiles de desigualdad educativa que tienen un peso muy fuerte. Por ejemplo, el que un niño vaya a un turno vespertino lo coloca en una posición poco favorable para continuar estudiando, ya que sus maestros llegan más cansados a clase o con pocas expectativas respecto a sus alumnos. Eso está bien comprobado.”(*) No es necesario imaginar las desventajas que tiene un  niño o niña que ha trabajado ocho horas recogiendo chile al asistir a sus clases nocturnas de este programa.
Aunque cada estado es una historia distinta. Hay, por ejemplo, casos en donde los jornaleros migrantes han dejado de ser migrantes, estableciéndose en el lugar; otros con escuelas eminentemente indígenas; otros con niños de la localidad que no tienen que ver con los migrantes. La participación de las autoridades estatales y municipales es asimismo dispareja, a veces aportan alguna ayuda, apoyos de diversa índole, terrenos donde poner las aulas móviles, desayunos, pero a veces no quieren saber de “esa gente que llega del sur”. A pesar de tantos impedimentos, en todos los casos es posible comprobar el encomiable compromiso de centenares de maestros, mujeres en su mayoría, que en condiciones laborales inciertas hacen su mejor esfuerzo por llevar a cabo los propósitos del programa, que ciertamente partió hace treinta años de la noble idea de no abandonar a su suerte a miles de niños mexicanos que son removidos de sus lugares de origen para ir a vivir la casa ajena a desiertos inhóspitos de Sonora o Chihuahua, con temperaturas que rebasan por mucho los 40 grados centígrados, buscando el sustento familiar. El problema, pues, reside en las cabezas de esos grupos, en los coordinadores estatales y regionales que muchas veces carecen de ideas y de ganas de mejorar las condiciones de trabajo de sus subordinados; burócratas estacionados en la comodidad de sus quincenas muy pendientes del escalafón, del aplauso al licenciado en turno y de la visita del coordinador nacional. O, como es el caso de Chihuahua, la responsabilidad cae en blandito cuando es encomendada a la persona ideal para llevar a cabo la tarea: un maestro político, un emprendedor, un visionario; tal vez un atrevido, un loco, un soñador que lleva a cabo fantasías inimaginables en otras circunstancias.

Horacio Echavarría González, Coordinador estatal de programa de educación básica para niñas y niños de familias jornaleras, agrícolas migrantes del estado de Chihuahua, que hizo estudios de antropología y docencia, maestría en investigación educativa y de doctorado en desarrollo humano, es un caso especial en este programa, pues su visión, empuje y determinación pone en entredicho la pasividad que se observa en otras coordinaciones estatales de otros estados mexicanos. 

El profesor Echavarría primero se pasó seis años “convenciendo” a las autoridades locales de que “existía” una fuerza de trabajo fundamental para la economía que llegaba del sur varios meses al año y que permanecía abandonada sin más servicios sociales que las pírricas ayudas proporcionadas por los propietarios de los campos: alguna precaria vivienda y un breve esfuerzo por su alimentación. A él le tocaba, ahora, encargarse de la educación sin recursos económicos, pedagógicos, logísticos o políticos que por lo pronto se puso a cultivar desde su modesta posición administrativa, su insistencia que acompañaba de algunas ideas algo peregrinas y como editorialista de un periódico en donde hizo de la migración su bandera de lucha.

En 2006, apoyado por universidades, se concentró en hacer un estudio estatal para detectar los lugares en donde se instalaban los jornaleros que llegaban del sur, encontrando siete regiones. Calculó entonces que estaba listo para proceder con el tercer paso, el más atrevido, relacionado a la infraestructura escolar, pues desde el principio tuvo claro que para la educación eran necesarias tres cosas: un objetivo claro, un programa igualmente claro donde llevarlo a cabo y un lugar adecuado para concretarlo.

Para eso tuvo que aprender a pedir. Sí, pedir, pero “pedir bien, pedir en grande”, apostar cuando fue necesario lo único que tenía para apostar, que era su palabra y su indeclinable compromiso.

En el municipio de Ascensión convenció al presidente municipal de la donación de un  terreno para edificar un centro escolar para los niños de familias migrantes. Parecía una locura, pero al presidente municipal le gustó su actitud. Unas semanas después le estaba entregando cuatro hectáreas de terreno, que en verano era un lodazal intransitable y en invierno un páramo de superficie dura como la piedra. Como un personaje de algunas de aquellas películas del realismo italiano, el profesor Horacio mantenía un mirada algo difusa sobre aquel hostil territorio: “En el lodazal yo vi un edificio, no vi el lodazal”, expresó en entrevista.

Apenas trece meses después de haber visitado aquel lodazal, el día 30 de julio de 2011, se entregó el edificio. Convenció a la Sedesol, la SCT, al gobierno del Estado de Chihuahua, la presidencia municipal, la Ford, la Coca Cola para la reunión de apoyos indispensables y a la embajada de Francia en el tema de la alimentación, que muy pronto estaría a cargo del DIF estatal.

Consiguió que la Sedesol federal cambiara las reglas de operación en el tema de becas alimenticias alargando su cobertura hasta los catorce años, por lo que ahora proporciona comida y cena a todos sus alumnos. Como llegan de lejanos campos de cultivo, se consiguieron dos camiones algo avejentados pero útiles para recogerlos y llevarlos cada día. Y bueno, con los recursos del Programa organizó las cuatro horas de instrucción, en preescolar, primaria y secundaria. 

La instalación en la cabecera del municipio de Ascensión es una enorme escuela de cuatro hectáreas de superficie, cuenta con  diez aulas totalmente armadas y equipadas, 30 servicios sanitarios para maestros y alumnos, dirección, área administrativa, biblioteca, ludoteca, auditorio, área de enfermería, servicio médico y un centro comunitario. Además canchas deportivas para básquet y futbol rápido o uruguayo y una cantidad importante de árboles de nogal. Por el momento sólo tiene ocho equipos de cómputo y una impresora, pero el 31 de julio de 2012 se empezó a construir la primera nave de educación para secundaria migrante y secundaria de medios en el país, que lleva cuarenta computadoras, un pizarrón electrónico, pantalla retráctil con todo su mobiliario, una biblioteca donde aparte van a sumar una biblioteca virtual de Telmex, tres salas de tutoría y oficinas. 

El maestro Echavarría afirma que hay una igual en Delicias, una "más chiquita" en Saucillo y va a construir una en Monteverde, del municipio de Janos, vecino de Ascensión, pero eso yo ya no lo vi. 

Su experiencia me pareció muy enriquecedora, me recordó a un profesor de Santiago Yosondúa, Oaxaca, de nombre Benito Quiroz, que recibió un albergue en ruinas para construir en unos cuantos años un pequeño emporio agrícola y de ganadería porcina en donde atiende a unos noventa niños a cuerpo de rey. Maestros con mentalidad de empresarios que han puesto sus dones al servicio de su encomienda educativa. Al terminar nuestro recorrido de tres días el 6 de septiembre de 2012, pedí al maestro Horacio Echavarría una entrevista exclusiva para este blog, que por supuesto me concedió. Nos sentamos bajo la canasta de una cancha de basquetbol en una escuela de Monteverde, Municipio de Janos, Chihuahua, con la inquietud preliminar de si lo que él hace desde su puesto promotor es política o no. Me interesa sobre todo que los coordinadores de Pronim en los estados de México conozcan su experiencia y, en el mejor de los casos, emulen su proceder. Esta es la entrevista:

Blog: ¿Qué les dices a los coordinadores de México que de repente no tienen las ideas adecuadas para avanzar en este tipo de programas?

Prof. Horacio Echavarría: A mis compañeros de Pronim les diría primero que si aceptaron y asumieron un compromiso de atender a la población migrante sean muy honestos en esa palabra empeñada, que si la verdad lo dijeron e hicieron porque tuvo más peso el compromiso político o el compadrazgo, en este momento esa honestidad se subrayara y dejaran el espacio para alguien que sí venga con otra intención. Sería como lo primero: es un acto de honestidad. 
Ni el negocio ni la política funciona aquí, o si funciona, si es la pretensión, porque es una buena bandera para corromperse, entonces que si eso pasa mejore las cosas, las dejen ahí, que aquí hay que levantarse temprano, hay que acostarse tarde, hay que pensar rápido, hay que pensar bien, hay que ser muy humilde en lo que somos y lo que hacemos, pero hay que ser muy aguerridos en lo que queremos y lo que vamos a obtener. En eso sí tenemos que ser imparables e implacables. Hay que llegar a tocar a las oficinas, no del ayudante del ayudante del ayudante. Hay que llegar a tocar en las oficinas de los que deciden y de los que mandan, sin rubor, con disciplina, pero con una idea muy clara de lo que queremos, clarísima. No hay que ir inventando cosas o ir con una ocurrencia o ideas locas; hay que llevar ya el plano, el papel, el costo y siempre por delante con un avance de la gestión: “esto quiero”, porque entonces van a ver que estás seguro de lo que quieres y creo que es más fácil de que les vendas la idea. Los que gobiernan no están seguros de lo que quieren, están a expensas de la gente que trae algo seguro para obviamente poderse alzar el cuello. Entonces hay que tener mucha iniciativa, hay que tener mucha imaginación, hay que tener mucha creatividad, hay que tener un buen manejo del discurso, muy concreto, para no ir a cansar a los que quieren, en el menor número de tiempo, escucharte; que les digas lo que quieres de manera muy directa. No darle muchas vueltas al asunto, los asuntos sociales como la migración y el trabajo infantil no son asuntos de mucho rollo, son asuntos de mucha acción, de mucha acción; pocas palabras y muchos hechos. Entonces, sugiero a mis compañeros coordinadores que si no tienen ideas a la mano, que se asesoren, siempre hay gente que sabe de esto. Que no tengan miedo de asesorarse, la humildad les va a ayudar en esto, que se preparen; la iniciativa, la creatividad les va a ayudar a ir preparados, y que no le jueguen aquí al héroe. Aquí hay muchas cosas que pueden salir cuidando cada paso que se dé, pero deben ser profundamente firmes e indiscutiblemente seguros. Entonces que le pongan ganas y que obviamente en esas ganas vaya mucha claridad, mucha honestidad, mucha humildad y yo les aseguro que van a lograrlo.

¿Consideras que lo que haces es política?

Es política social y creo que no me lo podría discutir más de uno; quizá más allá sea política-politica, pero esa parte quizá me la puedan discutir todos, porque son minorías que no significan ningún peso electoral. Pero de que es política social, es de la política social más pura y creo que la desdeñan los políticos. Los políticos-políticos, que son muy fuertes cuando tienen un manejo eficiente de la política social, lo que pasa es que muchos de ellos no se enteran.

Tu acción contradice una famosa frase de la praxis política nacional adjudicada al profe Hank González, de que un político pobre es un pobre político. Tú demuestras lo contrario de eso. ¿Qué opinas?

Yo creo que él hablaba de los políticos dedicados a la política y tenía razón, pero yo no me incluiría en esa parte, yo me incluiría dentro de los activos en la tarea de construir y de aplicar política social, y esos no somos considerados como políticos; somos como los operarios de lo que se llama política pública y que, la verdad, se maneja casi como política privada, desafortunadamente.

¿Cuál es el futuro de Horacio?

El futuro de Horacio es consolidar la idea de familia que tengo, mi esposa, mis tres hijos, sus carreras, y quizás no he pensado en una pronta jubilación, he pensado más bien en meterme más a fondo en lo de las consultorías, centro de estudios multidisciplinarios en investigación  intercultural con 16 años de trabajo, étnicas consultores con 5 años de trabajo, dedicarme más a esa parte de consultoría; en una cobro, en otra invierto. Entonces no tengo aspiraciones de ser rico, ni de ser famoso. Quiero ser un cuate común, que puedas servir al otro, pues, hasta que la madre tierra me invite a sembrarme ¿no?

Muchas gracias. 

No´mbre.

* Olac Fuentes Molinar en La dupla Calderón-Gordillo y el desastre educativo de Rodrigo Vera, Proceso 1885, 17 de diciembre de 2012