domingo, 28 de abril de 2013

El nacionalismo



El nacionalismo es una necesidad de los habitantes de un territorio por definir rasgos comunes que protejan un patrimonio cultural heredado por sus antepasados, sea una costumbre, unas edificaciones o simplemente una manera de describir el mundo, es decir, una lengua. El nacionalismo ha sido el pretexto para centenares de conflictos bélicos a lo largo de la historia, pero también el motor para que muchos pueblos hayan podido superar algunos de sus problemas sociales más básicos; ha sido útil para la invención y consolidación de las leyes, la división política y la creación de una abstracta, pero útil, conciencia nacional. Siempre ha tenido como víctimas a las minorías heterogéneas, aquellas que escapan a la homologación por sus propias costumbres, lenguas, edificaciones o, simplemente, por su manera diferente de ver el mundo y sus confines. Un círculo vicioso que arrasa con la diferencia, que empareja visiones, costumbres y habilidades –también defectos- y aniquila, o al menos busca aniquilar, cualquier obstáculo que se interponga en la edificación del ideal.

Para el historiador Eric Hobsbawm, en Historia y mitos nacionales, durante el siglo XX el nacionalismo “reaccionario y retrógrado se convirtió, en manos de políticos y fanáticos, en un instrumento sumamente peligroso, capaz de acabar con la civilización". El nacionalismo se legitima a sí mismo y legitima también sus metas políticas invocando el pasado común de la nación que dice representar. Toda esta barbarie se legitima en razón del pasado, es decir, de la historia o, más exactamente, de la mala historia, pues es el siglo XX cuando se inventan el aniquilamiento sistemático de naciones enteras y el nacional-socialismo, el mismo que sólo le concede a un único grupo étnico derechos ciudadanos y derecho a existir. En otras palabras, considera Hobsbawm, la más bella tarea de los historiadores modernos es “ser un peligro para los mitos nacionales”. (Hobsbawm, 1992, Historia y mitos nacionales)

El filósofo e historiador francés Joseph Ernest Renan, en su famoso discurso de 1882 denominado ¿Qué es una nación?, despoja al concepto de nacionalismo de sus implicaciones raciales que implican los orígenes étnicos e idiomáticos. Para Renan la formación de una identidad nacional tiene que ver más con una creencia que comparte una historia común, acontecimientos trágicos o felices y el sentimiento de querer vivir esas coincidencias y otras más unidos como lo han estado hasta el momento. Más que la religión, la raza, el idioma, la cultura y el territorio impacta sobre el sentimiento nacional  "el olvido o el error histórico”,  que “son factores esenciales para la creación de una nación”. Y por esa misma razón, aclara Renan, “el avance, el progreso de la historia como ciencia es, con frecuencia, un peligro para la nacionalidad". (Renan, 1882, ¿Qué es una nación?) 

Roger Bartra, que ha insistido sobre este fenómeno nacional en México, opina que el nacionalismo, sin duda, ha contribuido a la legitimación del sistema político, pero se estableció como una forma mítica poco coherente con el desarrollo del capitalismo occidental, típico del siglo XX.

Para algunos estudiosos del nacionalismo en el mundo, que tan bien ha ilustrado el antropólogo argentino Carlos Floria en su obra, la politización de las religiones y la etnicidad constituyen las fracturas más visibles para su sobrevivencia; para otros, el nacionalismo es un refugio frente a las amenazas de la globalización. Sin embargo, todos coinciden en que es uno de los fenómenos políticos más importantes del siglo XX que persistirá en el nuevo milenio a pesar de sus contradicciones. El nacionalismo reaparece en los debates sobre migración y sus reacciones xenófobas, así como en los esfuerzos casi desesperados de algunos gobiernos por crear instrumentos jurídicos para preservar a sus minorías étnicas. “Sea como sea, -afirma Floria en Pasiones Nacionalistas - es el mundo el que cambia y su centro es el hombre, no el hecho nacional”. (Floria, 1998:12-13)

De ahí que la pregunta esencial que se hicieron los antropólogos de los años sesenta, sigue siendo hoy el paradigma del indígena asumido pero aún ignorado. ¿Es incompatible la idea de la patria y la presencia de diversas identidades étnicas? ¿Toca a la comunidad mestiza culturalmente esa condición multifacética? Múltiples evidencias de una reacción distinta es la que vemos hoy, cuando, al menos en la capital del país, los funcionarios son obligados a estudiar el idioma náhuatl, los grupos artísticos “mexicanistas” son estimulados por los dineros públicos y se crean universidades indígenas en muchos puntos de la geografía. Es posible palpar que los mexicanos ya no se conforman con un modelo acartonado de “habitantes occidentales” y comienzan a voltear  hacia su interior, a su genealogía. El origen de sus padres y de sus abuelos que ya no los sonroja. Incluso el gobierno federal, habiendo abatido la caduca institución indigenista y sus prácticas asimilatorias, divulga mensajes de concordia y comprensión hacia los pueblos originarios. ¿Es el principio de una nueva (o el fortalecimiento de una vieja) identidad?


Para Octavio Paz, que expresó su versión tan sensiblemente en El Laberinto de la soledad, el nacionalismo, si acaso no es una enfermedad mental o una idolatría, podría desembocar “en una búsqueda universal”. El premio Nobel mexicano afirmó que nuestra “enajenación” nacionalista no es distinta a la de otros pueblos, “ser nosotros mismos será oponer al avance de los hielos históricos el rostro móvil del hombre. Tanto mejor si no tenemos recetas ni remedios patentados para nuestros males. Podemos, al menos, pensar y obrar con sobriedad y resolución”. (Paz, 1967)

El indigenismo mexicano tuvo una oportunidad histórica en los años treinta de definir una singularidad nacional para los mexicanos, pero la desaprovechó. Eligió que los mexicanos fueran “occidentales” de derechos universales, que sus obreros tuvieran los derechos de los obreros franceses y estadounidenses, que la lengua europea que nos legaron los conquistadores españoles fuera la única lengua hablante en este país. Eligió un nacionalismo con recetas ajenas, patentes internacionales que nos dieron un rostro fragmentado y confuso; careció de resolución, de confianza, de sobriedad, y hoy los mexicanos lo estamos pagando. El indigenismo mexicano eligió evitarnos ser nosotros mismos en contra de los “hielos históricos” que también decidió negar.


Bibliografía:

Renan, Enest: ¿Qué es una nación?, discurso de 1882, Sequitur, Wikipedia.
Floria, Carlos: Pasiones Nacionalistas, Fondo de Cultura Económica, 1998
Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, FCE, 5ª Edición, México, 1967.
Hobsbawn, Eric: Historia y mitos nacionales desde 1780, Crítica, Barcelona, 1992.

sábado, 20 de abril de 2013

Las crisis afectan las tradiciones


Doña María me dio de desayunar y de cenar en mis estancias en Huitzilan, en la sierra norte de Puebla. Cualquier cosa que fuera, huevos revueltos o frijoles o las muy frecuentes gorditas de maíz con café para las primeras horas del día, la comida de doña Mary era notable, siempre acompañada de una salsa verde. Sin embargo, la principal sazón de esta buena señora eran sus historias, la transmisión de sus amplios conocimientos de Huitzilan que antes que un ama de casa anciana parecía antropóloga consumada. 

Póngame más frijolitos, pero platíqueme para qué se usan las ceras. ¿Y qué son las ceras en primer lugar?

La cera es una ofrenda al patrón o la patrona, es un símbolo religioso como los cirios. El mayordomo tiene que acarrear su leña, de allí tiene que hacer la cera, no sé cuántas ceras chiquitas y aparte son cuatro de las grandotas. Tardan cerca de 15 días en hacerlas.

De ahí tiene que ir juntando a los diputados para repartir el trabajo. El de las hojas de papatla para el tamal, ya tiene la leña, de ahí busca personas para ir a traer la flor, porque primero adornaron con flor de injerto, primero con eso, ahora no, se van por ahí por Oriental a traer unas flores blancas, que las hacen ruedas, que en mexicano llamamos tehuitos, con ellas adornan su casa, adornan la iglesia, el altar, y luego el mero día hay que traer la cera, los tamales, el cafecito, el aguardiente.

Tiene que traer las danzas y tiene que darles de comer a todos. A todos se les da café, puro café. Ahí está la gente bailando atrás de su casa, se llega la hora de traer la cera y ahí viene el mayordomo, que busca a sus compañeros y tiene que llevar la cera grande, él como mayordomo tiene que llevar la cera adornada, que es chiquita, no es grande, y a la hora de celebrar la misa él tiene que estar con esa cera junto a los otros, que llevan los cirios. Aquí son ocho días de fiesta, desde que yo me acuerdo son ocho días de fiesta. Diario, diario una misa, se hace la procesión en la calle.

Con el Señor Santiago son tres días. También a san Jorge le hacen su fiesta. El mero mero señor Santiago que está al centro del altar no sale, salen las imágenes chiquitas, son las que salen. Una vez sí salió, con don Nacho Villa, él sí lo sacó pues era rico, le regaló dos quintales de café, su mazorca y así vinieron cargando a su santito. Es la única vez que salió el señor Santiago grande, le hizo su fiesta con juegos pirotécnicos. Cuando fui presidente interino me tocó entregar la cera, a su hijo lo operaron en México, era mero julio, y me dejó la presidencia a mí para que entregara la cera. Pero todavía eran las cosas baratas, no se gastó mucho dinero.

Ahora no, son muchos millones. El castillo valía ochocientos pesos, eso lo daba el pueblo, ahora 40 mil pesos, es lo que vale. Antes eran gruesas de cuetes, ahora no, unos cuetecitos, una docena ya valen… O sea que las crisis afectan también a las tradiciones. No sé de dónde sale el dinero pero se tiene que hacer. Eres mayordomo y a hacer la fiesta.

Foto tomada de oracionesyconjuros.blogspot.com

domingo, 14 de abril de 2013

Aquí no hay fábrica de billetes


2006. Debido a la lluvia y el aire resultó afectada su siembra de maíz. Más de la mitad se tiró y se perdió. Necesitó ayuda. Por media hectárea pagó mil pesos por la renta de la tierra, y todo está perdido. Federico, campesino de Escatachutchut, Puebla, escarba la tierra con el zapato mientras habla de esta nueva pérdida de su cosecha que en el municipio de Ixtepec no es una noticia, les ocurre más o menos en cosechas alternadas. Por eso le pide ayuda a cualquiera que se acerque, tiran la bala a ver si pega. Nunca se sabe con esta gente de la ciudad. Sin melodrama, habla de su pérdida como si hablara de una noticia del periódico.

-- ¿Cómo puede recuperar algo… puede irse a trabajar a otro lado, qué piensa hacer?
-- Me voy a quedar aquí en Ixtepec porque no tengo preparación y estudios para poder tener otro trabajo fuera de la comunidad. No saldré a ningún lado. Ojalá puedan ayudarme. Por lo tanto desconozco la manera de recuperar la siembra.
-- ¿Cuántas personas dependen de usted y cuántos años tiene?
-- Ocho personas. Y comemos lo que trabajamos en el campo, pero con el problema de la siembra mis hijos pequeños posiblemente se quedarán sin comer. Y yo tengo 50 años.
-- ¿Aquí en Ixtepec puede trabajar con alguien como jornalero?
-- No hay forma de hacer eso. Sí aquí en Ixtepec lo que falta es precisamente eso, trabajo. La mayoría de la gente sólo se autoemplea.
-- Así nomás.
-- Pero hay otra cosa, todos los que tenemos problemas en su comunidad se van a México; pero qué pasa, no hay trabajo allá. No alcanza el trabajo porque llega un montón de gente. Algunos sí, pero no todos.

En Escatachutchut cerca del 50 por ciento de los productores de maíz salieron perjudicados por las fuertes lluvias y el intenso aire. Esto fue notificado a la Presidencia Municipal. A pesar de haber sido declarado el municipio como zona de desastre, los recursos de la ayuda oficial llegaron muy tarde, unos tres meses. Había poco qué hacer.

El Presidente Municipal reportó pérdidas en 810 hectáreas de maíz afectadas por los fenómenos meteorológicos en Ixtepec. En dos o tres meses llegaría el recurso para los campesinos dañados.

-- ¿Y mientras qué hicieron?
-- Mientras a ver qué comemos.
-- ¿Con cuánto pudo ayudarlo el gobierno?
-- 750 pesos por hectárea. Dinero aportado en partes por el gobierno federal, estatal y municipal.
-- ¿Qué opinan ustedes los campesinos de la ayuda del gobierno? ¿Resuelve sus problemas?
-- Por una parte está bien, pero con 750 pesos no alcanza para pagar la recuperación de una renta. A quienes arrendamos nos cuesta entre mil 200 y 2 mil pesos la tierra, sólo por media hectárea. Y luego nos debemos meter a trabar, a rayar, limpiar, echar fertilizantes y resembrar, eso se lleva mucho dinero.
-- ¿Y porqué lo siguen haciendo?
-- Porque así es. Sí uno no mantiene a su siembra, se echa a perder todo. Así como ocurre con el cafetal. La siembra debe cuidarse porque uno necesita su fruto para alimentar a la familia.
-- Sí la cosecha sale bien, de todos modos es mucho trabajo y muy pocos ingresos en el maíz… ¿sólo es para comer?
-- Sí, así es. Pero queremos apoyo de fertilizantes por parte del gobierno, sería bueno un 25 o 30 por ciento de cooperación con eso, pero cada año. Eso sería ayuda.
-- ¿Es algo sin aparente solución?
-- Realmente, a nivel nacional, eso ocurre con los productores de plátano, de piña, de cacao y de café. Esto es producto del Tratado de Libre Comercio (TLC). Abren las puertas al mercado mundial cuando los mexicanos no contamos con la tecnología suficiente para competir con esos países. Y por ahí viene todo éste problema. No podemos competir en producción de café de Colombia o Brasil. Pero las puertas están abiertas para quienes quieran vender ese producto a México. Con nuestra tecnología no damos el ancho.
-- No, pues cómo…    
-- Por otro lado, en Ixtepec se cosechan al año entre 500 y 800 kilos de maíz por hectárea y eso implica, según los estudios minuciosos realizados en la zona, gastar unos 6 o 7 mil pesos por hectárea o hasta 15 mil en algunos casos. Toda la cosecha en para autoconsumo, nada sale al mercado.
-- Sí, pues.
-- Pero hay otra cosa: si se perdieron las siembras de maíz, posiblemente el precio del maíz alcance otro valor. Significa que no alcanzará el maíz en la zona. Pero, sin trabajo en Ixtepec ¿en dónde ganamos dinero nosotros para comparar el maíz? Y el kilo de tortillas cuesta 6 pesos. Y el maíz cuesta como 2.80 pesos el kilo. Está claro: la gente que no cosechó su maíz debe buscar trabajo, dinero y alimentos en otro lado. Es un círculo vicioso.
--¿Entonces qué piensan hacer?
-- Por todo eso no podemos conformarnos con los 750 pesos del gobierno. Tenemos que trabajar y luchar otra vez. Y sí no lucho, me voy a quedar sin nada. Siempre necesitamos apoyo del gobierno, pero nuestro padre, el de allá arriba, es quien tiene más recurso y billete y no puede olvidarse de nosotros. Aquí no hay fábricas de billetes, y en otros lugares, sí.