sábado, 8 de noviembre de 2014

Ser de izquierda


En el seno de la cooperativa unidos ganaremos surgió la inquietud de indagar qué significa ser de izquierda. El tema es largo y peliagudo. Extenso. Para empezar, en nuestro país, muchos han hablado del tema “ser de izquierda”, sus desafíos, sus retos y definiciones. ¿Por dónde empezar? La red de internet ofrece una treintena de autores mexicanos, con un par de invitados extranjeros que discuten este tema específico: La política de la identidad y la izquierda, Eric Hobsbawm; El camino de la izquierda, Luis Villoro; El desafío de la izquierda mexicana, Arnaldo Córdova; La reforma política y la izquierda mexicana, Sergio Aguayo; El reto de la izquierda, Roger Bartra, etcétera, tres decenas de autores   ampliamente reconocidos que debaten sobre la izquierda y dios, y los indígenas, y los zapatistas, la moral, el debate intelectual, la democracia, la globalización, el cielo, los partidos, el futuro, multiculturalismo, la darwinista, la nueva, la vieja, la que tenemos, la necesaria…

Con timidez, entonces,  inicio un largo análisis para comprender, primero, por qué yo soy de izquierda, por qué me considero así.


¿Creer en qué?

El filósofo Luis Villoro habla de la lucha social democrática como la negación de un orden dado y la proyección de otro que se supone más racional y humano, basado en una pasión y una esperanza: la indignación por la estupidez y la injusticia humanas, la urgencia por construir una sociedad fraterna que tenga como propósito asegurar una alimentación adecuada, educación científica y una salud que incremente la esperanza de vida.

Esa actitud colectiva de moralidad social, esa actitud y esa práctica definen a la izquierda.


Lo llamamos izquierda

El terreno privilegiado de la izquierda es la oposición de un sistema de dominación constituido. Un programa de acción puede calificarse de izquierda en la medida que pueda oponer al poder impositivo el contrapoder de los sectores que padecen la dominación. Pese a su diversidad, todos los grupos dominados comparten, en distintas medidas, un interés común: liberarse de su estado dominado. Y coinciden en algo: en un proyecto de otra sociedad, emancipada.  A su movimiento plural lo llamamos “izquierda”.


La izquierda no es una ideología, es una actitud

¿Qué podemos entender en ética y en política por izquierda?, se pregunta Villoro, la izquierda en política no es una ideología, una doctrina, es una elección de vida para la sociedad.

“La confusión de la izquierda con una doctrina determinada ha sido una de las causas de su perversión. Para ser de izquierda había que abrazar un credo. Quien difería de la doctrina aceptada era tránsfuga o reaccionario. De ahí el sectarismo y la intolerancia.”

La izquierda no es una teoría en la cual podríamos creer o no creer; es una elección que tenemos que asumir, un comportamiento en la sociedad.


Más allá de un partido

Un movimiento de izquierda no puede restringirse a los partidos, tiene que ser mucho más amplio. Tiene que abarcar a individuos y grupos de la sociedad que no quieren pertenecer a ningún partido o que incluso estén en contra de pertenecer a un partido. La democracia no debe confundirse con una “partidocracia”, están más allá de los partidos políticos aunque requieren organización. (1)

La izquierda europea de hoy, por ejemplo, es sobre todo un movimiento político que exige la democracia real, de acuerdo con el sociólogo español Manuel Castells. Hay una tendencia que es anticapitalista, pero no todo el movimiento lo es. Lo que se rechaza es el sistema financiero como funciona ahora. Su indignidad e inmoralidad.


Gente como tú

Pero el individuo solitario con su rabia particular no tiene fuerza. Es vital que intervengan en la ocupación del espacio público. Al ocupar un espacio público, la gente se da cuenta de que existe y de que puede imponer su derecho a la ciudad por encima de las reglas de tráfico. La esperanza llega cuando superas el miedo y encuentras en las redes, en la calle, a mucha gente que está como tú; empieza al comunicarse con otro, al entender lo que siente el otro. (2)


Articular saberes

El sociólogo cubano Gilberto Valdés responde en una entrevista a la pregunta ¿qué significa ser de izquierda?, aclarando que su respuesta es la de alguien dentro un país considerado socialista.

Ser de izquierda es asumir compromiso con la gente –afirma-, un compromiso con la dignificación de las personas. Apreciar el sentido ético y político de los procesos y las luchas. Vivir en un proceso de emancipación pero tener la valentía para reconocer las contradicciones. Ser de izquierda es luchar contra la depredación ecológica, física, mental, laboral,  política, etc. Es estar inconforme con la inequidad.

La izquierda es necesariamente plural, concluye Gilberto Valdés, necesita articular la sabiduría de los pueblos, los saberes populares. Y de manera muy pragmática, apostar por un cambio permanente y por políticas públicas que reconozcan derechos. (3)


Derechos humanos

Un sondeo entre conocidos ha arrojado las siguientes conclusiones:

Ser de izquierda incluye en primer lugar la exigencia de la ampliación de derechos sociales, es decir, derecho a la educación, a la salud, derecho a la vivienda, a la alimentación. Un tema fundamental de la izquierda moderna, los derechos humanos.

Los derechos sociales son un capítulo de los derechos humanos. En nuestro país no existe la costumbre de respetarlos, por lo que es muy importante fortalecer las instituciones de derechos humanos en todos los niveles. Trabajar muy de cerca con las ONGs de derechos humanos.

Otro tema es el ambiental, tan  escaso en el discurso de la izquierda partidista mexicana, en un país con problemas muy graves de contaminación de aire, agua y tierra. Hay una izquierda social, como hay una reaccionaria.

¿Cómo se puede ser de izquierda?, defendiendo las buenas causas mencionadas.

Defendiendo los derechos sociales. 


Referencias

1     1 El camino de la izquierda, Luis Villoro, Revista Nexos del 01/05/2007
2  2 Redes de indignación y esperanza, Manuel Castells (Alianza), El País, Francesc Arroyo Barcelona, 17 DIC 2012.

3     3 Entrevista a Gilberto Valdés, sociólogo cubano.

viernes, 17 de octubre de 2014

Habrá policías y no queremos que los maltraten.


Del profundo territorio del analfabetismo en la Mixteca poblana, el niño Isaías Cruz Zúñiga, obstinado, alcanzó la educación superior orientado por una ilusión que sin duda era mejor que la realidad. Aquí recuerda sus aventuras que terminan en la Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, la primera parte de una larga historia de magisterio en las sierras poblanas, antes de jubilarse para vivir el fruto de su trabajo en su confortable casa de la ciudad de Puebla, en compañía de su esposa e hijos.

Nací en un ranchito del municipio de Tehuitzingo, estado de Puebla, llamado Santa Cruz Boqueroncito. Se conoce que es la mixteca baja. Todas las épocas que pasaron, nadie que se recuerde tuvo la oportunidad de llegar a unas aulas. Vamos a hablar que nací en 1940 y de ahí, al 48, cuando llegó un pariente que trabajaba en la carretera, en aquel entonces la Panamericana, llegó por Matamoros y Tehuitzingo. A cuatro kilómetros está mi ranchito. Hasta ahí llegó y tuvo una plática con la gente del pueblo e invitó a quienes desearan que sus hijos salieran a estudiar. Para eso, supongo que él narró y explicó la forma en que uno le iba a hacer. Después de esa situación dijo que iba a dar becas para los hijos de Santa Cruz Boqueroncito, y por casualidad, como niños y todo, yo tenía exactamente ocho años, no cumplidos, porque nací el 7 de noviembre. Me llamaron y me preguntaron. Dije que sí, que sí quería yo ir.

Como niño, algo hermoso también. Recuerdo que mi madre sólo daba café, una sola vez. En una ocasión llegaron personas a caballo, bien vestidos. A pesar de que mi padre usaba calzón y cotón de manta, pero también tenía buenos caballos, buenos trajes, pero yo siento que por la falta de estudios no supo administrarlo, no supo educar a sus hijos. En esa ocasión era un miércoles, mi madre salió y dijo que ya estaba el desayuno, que pasara ya con sus amigos. Llegaron a la mesa y que voy viendo: tendieron queso, pan, chocolate, todo…  ¿Por qué? pregunté a mi madre, por qué todo eso. “Cállate, que no escuchen los señores”. Es probable que yo haya entendido eso. Me callé. Eran ganaderos, comerciantes y visitaban a mi padre. Y siempre había cosas para ellos.

Recuerdo que me daban en la comida un plato de frijoles donde ponían tu sopita, le daban a uno una memela gordota, que les daban también a los perros. Comíamos con la mano, quizás no había cucharas, pero comíamos con la mano. Tal vez la falta de costumbre. Solamente la cucharas grandes con las que hacía la comida. También recuerdo que en esa región se toma mucho el caldo de pollo que allá le llamamos chilate, le ponen una bolita de masa, la cuelan con la coladera y ya suelta lo que sale de la masa. Es un caldo muy sabroso. Es probable de que no tuviera mi madre cucharas, pero recuerdo que comíamos así, con  las manos.

Mis abuelos no. Nací después. Por señas mi abuelita, la madre de mi madre. Sólo recuerdo que había mucho respeto, no se usaba que se hiciera alguna guasa con ellos, sólo se les llamaba como abuelitos, “papá grande, mamá grande”. En este caso era Mama Linda, mamá Herlinda. El papá de mi madre era Bonifacio. Los padres de mi padre ya no los conocí.

Algo muy especial también fue mi padre. Tuvo su primera esposa y con ella tuvo doce hijos. Fallece su primera esposa y se casa con mi madre, de escasos trece años y supongo que mi padre unos cincuenta, cincuenta y cinco años, y con ella fuimos otros doce. De esos doce yo fui el último. O sea que, tomando en cuenta todos, yo soy el hijo veinticuatro. Los recuerdos que tengo de mi padre son los del cura Hidalgo, sólo con la coronilla de pelo, y no murió pronto. Mi padre murió de 125 años, hace poco, en 1977, por ahí así. Y mi madre muere de 96 años hace como dos años. Ahorita tengo exactamente un hermano que debe tener 100 años, el primer hijo de mi padre. Todavía vive.

Fue cuando llegó ese paisano que después supe que era hijo del rancho, pariente, y que se dedicó a trabajar en la carretera internacional. Estudió por su cuenta como profe, después estudió economía, era licenciado, y en ese entonces supongo que funcionaba como maestro. Él fue a invitar a la gente que deseara enviar a estudiar a sus hijos y yo por casualidad andaba por ahí donde se hacían las juntas, junto a un esquite muy grande. A mí se me llamó y me preguntaron si quería estudiar y dije que sí. Fui el primero que me anoté. Después llamaron a otros y así se hizo un grupo. Éramos tres: yo, Eufemio y Hermelinda. Nos fuimos a Zacapoaxtla, a un internado de primera enseñanza. El colegio Pedro Molina Córdoba, en un barrio de Zacapoaxtla.

Cuando salimos de la casa recuerdo que yo traía unos huarachitos de Tehuitzingo, y el maestro me compró unos zapatitos, me compró un sombrero; por cierto que eran unos zapatos amarillos y rechinaban mucho, de esas mata víbora. Como no estaba acostumbrado los tiré, pero hacía mucho frío. Era 1948, brotaban los honguitos y me gustaba tronarlos con el pie. El talón se me abrió, se me agrietó.

La escuela era militarizada y ahí nos dieron todo. Ropa interior, zapatos, pantalones y camisa, pero militar. Kepí, la gorra, también. Fue una época bonita. Recuerdo que durante el primer año todavía me bañaron las afanadoras, ya de segundo para arriba uno tenía que bañarse. Pero sí nos daban ropa y comida, pobre, pero buena. La disciplina militar, nos daban armas sin cartuchos, pero para limpiar las armas. En tercero ya éramos peritos en armas. Claro que muchos,  como no nos llenábamos, salíamos con los amigos a ver qué.
En ese entonces, estoy hablando del 48, no había todavía edades para estudiar. Si yo tenía ocho años, había jóvenes de 18, 19, 20 años, compañeros míos. El asunto ahí era estudiar. Gobernaba don Manuel Ávila Camacho, que prometió que en su periodo iba a erradicar el analfabetismo e intentó cosas muy buenas. Estábamos muy orgullosos, en los desfiles se hacían en Zacapoaxtla grandes fiestas, bandas de guerra y todo, era el internado número 19 que sonaba en todas las calles, y aplausos y confeti para todos. Nomás un piquete o un culatazo y derechito, párase como debe, derechito al comer, sin pegar la cuchara al plato y bueno, normas muy estrictas. Sí aprendimos.

Cuando estaba uno en la mesa, los grandes te quitaban tu pan, tu tortilla, tus frijoles y quédate callado. Y si no te gusta, pues, golpes. Así era. Cuando nos cansábamos de eso nos defendíamos, y nos íbamos a los ciruelos a darnos hasta por debajo de la lengua. Una cosa hermosa, hermosa. Había uno que siempre me molestaba, porque era chaparrito. Me quitaba mis trompos, mis canicas, mis yoyos, mis baleros, todo me quitaba. En una ocasión, como dos años después, íbamos en las escaleras y que me pega en la espalda. Me regreso y le pego en el ojo. Daba unos gritos horribles y rueda por las escaleras. “Síguelo”, dijeron, “pégale, pégale”. “Ya no me pegues, manito. Ya no...” Le pegué duro y duro hasta que me lo quitaron. Santo remedio. Después “qué pasó ¿eh?”, “No, no quiero nada contigo”. Son cosas tan hermosas ¿verdad?
En tiempo de muertos llegábamos con nuestros diccionarios a las casa de los nativos de ahí, pedíamos permiso, y empezábamos a decir cosas con el diccionario en mano, cualquier cosa, y al fin nos persignábamos. Y así nos regalaban tamales, elotes y montón de cosas que hacen ahí. Chayotes buenísimos, de esos peludos. Llegábamos a la escuela y a guardar cada quien sus alimentos, para los momentos críticos del hambre. Era puro juego, puro relajo.

Un maestro nos decía: “Hijos cuando se vayan a trabajar a los pueblos indígenas, van a encontrar a la gente nativa, así como es, edúquenla bien, o si no, déjenla así, porque si lo dejan a medias los vuelven ladinos y ese te va a matar.”

En el internado estuve del 48 al 53, seis años, la primaria. De ahí regresé a la casa, como cada año. Una vez al año, por la falta de economía, porque mi padre no sabía o qué. Jamás me fueron a ver, jamás me fueron a visitar. Había padres que iban a ver sus hijos, les llevaban pos que una frutita, centavos, a mí jamás. A nosotros nos daban “Pre”, un dinerito en el internado, eso me lo guardaba y me compraba mis golosinas favoritas, la leche Nestlé condensada, le hacíamos dos hoyitos y a tomarla. Cuando terminé en 53, una persona del rancho se afanó y se propuso meterle a mi padre que no tenía que seguir estudiando. “¿Cual es la razón?”, preguntaba mi padre. “La razón es que tú ya estás viejo. No te das cuenta que estás viejo. Y no te das cuenta que Isaías es el más chico y es hombre, déjale las tierras, los bueyes, la casa, todo y que se haga cargo de ti. Ya terminó la primaria y es un jovencito -tenía trece, catorce años-. Enséñale a surcar y que cultive la tierra. Él te va a mantener”. “¡´Tas loco, Samuel!” “Haz lo que te digo”. Se fue el señor Samuel, que le decían el Ché, y mi padre nos llamó a mí y a mis hermanos que quedaban solteros y nos dice: “ya no se va a ir Isaías”. ¿Por qué? “Porque lo que dice en Ché es correcto, ¿quién va a ver por tu madre, por mí, que estoy viejo?” Y me dice a mí: “ya sabes, Vale –la palabra allí es Vale-, no tienes permiso, hasta ahí llegaste”. Yo lloraba y le pedía a mi mamá. “No, mi hijo, que te vas a ir”. No, no...

Afortunadamente nos daban orientación en el internado, por lo que yo tenía conocimiento de que existían en la república mexicana otras escuelas, entre ellas las Normales, como maestros, que eran internados y que yo tenía la posibilidad de hacer mi examen y adquirir una beca, porque mi padre nunca me hubiera enviado a una particular. En cierta forma le perdí cariño a los padres, a los hermanos. Hasta la fecha yo no tengo amistad con ellos, algunos me ven como enemigo. Y pues “que no te vas”. Y no era de que contestes: agacharse y escuchar. Había un sobrino como dos años mayor que yo, hijo de un primo hermano mío, que estaba en la Normal de Tenería, en Toluca. Un domingo que se hacen las plazas en Tehuitzingo, fui con mi madre en burro al mercado, ella en el fuste y yo en ancas. Llegamos y como chavos empezamos a platicar. Él estaba estudiando la secundaria allá. “No te apures, te vas conmigo”. Su papá que nos oye, y dice “qué pasa”. Le platiqué. “No, mi tío no tiene razón, Isaías, sí te vas a ir”. Fue y habló con mi padre y le respondió: “mira, hijo, te quiero mucho, pero mi decisión es que no se va”. “Pero tío, tiene que estudiar, no tienes a ninguno estudiado”. “Di lo que quieras, pero no se va”.

 Al domingo siguiente fui a su casa y nos pusimos de acuerdo. “Mira, pasado mañana te vienes con lo que traigas, te vienes con tus  papeles y yo te voy a dar para el pasaje, y te vas con Abdón, mi sobrino.” Al tercer día agarré lo que pude y tomamos el camión a Puebla, después a México y de México a Toluca.
Pocos meses duré en Toluca, donde me aceptaron en el internado, porque surgió un movimiento político que nunca entendí. Me vi envuelto en una serie de hechos que para no hacerla larga me sacaron de la escuela. Junto con todos los líderes y adherentes fuimos expulsados de la escuela y enviados a la calle. ¿Qué hago? Me fui a buscar a mi pariente a la ciudad de México.

Lo que a mí me sorprende -interviene su esposa, doña Hilda Juárez-  es que, cómo es posible que él, siendo un niño de siete años cuando conoció a su pariente Joaquín, cómo es posible que se acordara que trabajaba en la presidencia de la república,  como Dios le ilumina para que se pueda acordar de la cara de Joaquín. Sale de Tenería sin dinero, más que el puro pasaje para llegar a México y, habiendo tantas puertas en Palacio Nacional,  cómo se pone en la que Joaquín tiene que cruzar para salir de ahí. Nada más vea ¿no? No fue coincidencia. Era un niño cuando lo vio y ahora lo encontraba en la ciudad de México  –prosigue el profesor Isaías:

Cuando dijeron: “esos jóvenes, cincuenta, sesenta, están fuera de la Normal”, entre esa gente iba yo. Mi pariente Joaquín se apiada de mí y me lleva a su casa, donde tenía una beba, pues estaba recién casado y le dice a su esposa, “mira, traigo un paisano”. Y da la esposa el jalón a la puerta, nunca salió la señora, la jovencita, y bueno. Me dio frijolitos, tortillas, puso unos chiles y “come bien, porque te vas a ir en este momento”. Comí, después de comer “a bañarte, ahí está la camisa”, la misma ropa. Ya estoy listo. Me agarró de la mano y nos fuimos a Manuel Doblado, que era la calle donde salían para Acapulco. Estando ahí me compra el boleto y me dice: “sabes qué, te vas a ir y como a la cuatro vas a llegar a Chilpancingo, ahí te vas a bajar. No te vayas a salir luego porque es de noche, es peligroso todavía, espera que amanezca y luego te sales. Buscas Las Gacelas, unas camionetas muy bonitas (como las Suburban ahora) y te vas a Tixtla”. Me recomendó con todos hasta que le dijeron “ya señor, ya déjelo ir, no se preocupe”.


Normal de Ayotzinapa

Voy a Ayotzinapa. “Sí, es lo mismo”. Pero es que voy a presentar examen. “Ya, siéntate”. Atrás, no me fijé, venían más personas que iban a la Normal. “Ya, bájate, aquí es”. Pero yo voy a la Normal. “Aquí es”. Pues me bajo y allá abajo del cerro estaban unas casitas. Ahí voy. Llegué a la Normal y era una escuela muy bonita. Es una exhacienda. Llegué y ya estaba lleno, todos iban a hacer examen. “Llegas a la Normal y vas directamente a la Dirección y le dices al director que quieres presentar examen, le suplicas, le ruegas pero que te anoten en las listas”, me había dicho mi pariente. Lo primero que hice, pero un profe me paró “¿a dónde vas tú?” No, pues voy a hablar con el director. “¿Y tú qué cosa?”. No, es que no estoy anotado y quiero presentar examen. “No, vete, tú no vas a ningún lado”. En eso oye el director “¿qué pasa, profesor?”, pregunta. “Pues aquí hay un niño que dice que quiere platicar con usted, pero no está anotado”. “Déjalo que pase. Qué pasó siéntate. ¿No vienes con nadie?” No… Ya, le platiqué. “¿Y si no pasas qué vas a hacer?” No, pues, me regreso. “Pero si está lejísimos Matamoros”. Pues sí, pero yo voy a pasar el examen. “Órale, pues. A ver profe, anótemelo usted”. Y me anotaron.

Salí muy contento y ahí estaba, recargado esperando. Estaba un señor con  su hijo. “¿Qué pasó?” Ya, le platiqué todo mi asunto. “Pero, cómo es posible que te manden así, padres irresponsables”. Pues sí. “Este es mi hijo”. Nos saludamos. “¿Traes dinero?” No, pues, traigo como quince pesos. “Bueno”.
“A ver, todos a formarse por estaturas”. Nos formamos y empezaron a distribuirnos de cuarenta por salón. Así nos fuimos cada quien a su grupo y antes de pasar nos dijeron: “padres de familia, mañana se da el resultado, hoy sólo es el examen, pero mañana a las nueve se dará el resultado. No queremos a nadie que nos esté insistiendo porque estamos ocupadísimos y la SEP ha dado solamente 155 becas y son todas. Para 600 solicitantes. Y nadie reclame porque va a haber policías y no queremos que los maltraten. Los que escuchen su nombre son los únicos que tienen  derecho a la beca, dormitorio y todo.”

Ya, pasamos a los salones, presentamos examen. Yo sentí que fue rápido, fui uno de los primeros, el quinto o sexto, y me sentí bien. El maestro todavía me regresó, “dale otro repaso, es tu beca”. Ya maestro, no tengo que hacerle nada. Entrego y me salgo. Fui con el señor a esperar a su hijo y esperamos bastante. Ya, salió y “vamos”, nos agarra de la mano y nos vamos a Tixtla. En el camino fuimos platicando, era como un kilómetro de distancia. Hay una laguna muy hermosísima, grandísima esa laguna. Llegamos Tixtla y fuimos al mercado a comer un guiso muy sabroso, enjitomatado, se chupa uno los dedos. Luego fuimos al parquecito de Tixtla y buscamos un hotel. Me bajó unos tapetes bajo la cama y ahí me quedé. Mañana tempranito vamos a almorzar y luego vamos al examen.

Al día siguiente nos levantamos, nos lavamos la cara y ahí vamos al mercado a desayunar. Nos fuimos a la Normal y cuando llegamos ya estaba el sonido. “Pongan mucha atención, los alumnos que oigan su nombre pasen el centro como los vayamos nombrando. Son los únicos que tiene derecho a beca; los demás, como quedamos, que les vaya bien, porque tenemos mucho trabajo”. Fulano de tal, etcétera. Yo fui como el número siete y estaba plática y plática, no escuché mi nombre la primera vez, ni la segunda. ”Por última vez, Cruz Zúñiga, Isaías ¿No está?” Ya que me adelanto y me regañan: ”¿Qué te  pasa,  estás sordo o qué”. No, pues yo… Estaba feliz, quería zapatear, reír, gritar de gusto porque tenía mi beca. Mi amiguito no se queda y se despidieron de mí muy bonito,  me desearon suerte y se fueron llorando los dos. Yo me quedé feliz.
Cuando uno llega te castigan los mayores. La primera noche que estuvimos ahí nos reunieron a los nuevos y nos dijeron que íbamos a agarrar gambusinas. ¿Qué son? “Son unos animales que salen de noche y están peladitos, no tienen plumas y son bien sabrosos”. Ahí vamos como veinte. Aquí en esta peña los haremos. “Quítense la ropa completamente, porque si los huelen no se arriman”. Ya, todos nos quitamos la ropa. “Despacio vayan por allá, no juntos, por allá… Son como palomas, no hacen nada, las agarran y las traen”. Como no descubrimos ninguna regresamos a la peña. ¡Nos habían recogido la ropa y se la llevaron! Ahí vamos, todos encueraditos a la escuela y nos esperaban con botes de agua: “¡eh, cochinos, chilones” y nos bañaron a todos. Cosas muy bonitas ¿no?

En Ayotzinapa fue mi compañero de grupo Lucio Cabañas Barrientos, de aula. Yo terminé pero él no, porque se dedicó a la política. Se fue al Mexe en Hidalgo y perdió mucho tiempo. No aprobaba los cursos y yo supongo que terminó por el 63, cuando hubiera salido conmigo en el 59. Era un hombre, un muchacho de origen indígena. Hablaba náhuatl, y cuando estuvimos en primer año quiso que lo nombráramos secretario general de la Normal. Nos reíamos, “estás loco. Cómo crees, hay gente mayor que lo hará mejor. ¡Estamos en la secundaria!”. Pero él insistió y duro y duro. Una vez lo candidateamos, de tanta insistencia. Cuando se paraba decía, con mucha lentitud: “desde el Bravo al Suchitate, del Oriente al Poniente, todos somos hermanos” Agarrábamos las migajas y ¡sopas! en la espalda. A la siguiente asamblea fue el secretario general de la Normal, de la sociedad de alumnos de la Normal Raúl Isidro Burgos de Guerrero.

Fui seleccionado en carreras de cien, doscientos, cuatro por cuatrocientos y ochocientos metros. Me encantaba correr, y en ese aspecto me distinguí. Ahí conocí a mi amigo Marino Ramírez Torres, y prácticamente a él le debo todo lo de vestir zapatos y todo, él era de familia rica y tenemos la misma estatura, sólo que él es güero, de ojos verdes, y yo soy morenito. El compartió conmigo todo lo que le enviaban: zapatos, botas y todo. Cada mes nos daban también un PRE que alcanzaba para el cine, un pozole en Tixtla y para bailar a los huateques, como les dicen allá. Llegué en 54 y salí en 59, fueron también seis años, tres años de secundaria y tres de Normal, ya salimos titulado de maestros. Mis calificaciones fueron muy buenas, participé mucho en deporte y los poblanos fuimos, durante seis años, los campeones de atletismo. Jamás pudieron vencernos. Éramos diez poblanos; Juan Cadena, maratonista y otros. Uno de ellos se fue al colegio militar y en este momento es general de división. Nos llevábamos bien.


Cuando terminé la Normal sucedió algo un poco triste, porque pido dinero a mi padre que no me manda, teníamos que comprarnos el traje, el anillo y los zapatos, y sólo tuve para el anillo. Alquilé el traje en Chilpancingo y los zapatos no recuerdo si los compré o también los alquilé. Se hace la clausura con Carlos Campos y la sonora no sé qué, en una terraza preciosa que tenía la Normal. Yo andaba con una chica que se llamaba Perla, que era de la farmacia y después no supe nada. Me regresé para el rancho. Un día me llegó un correograma diciéndome que tenía yo ya mi lugar en María Andrea, una población que divide el río San Marcos entre Veracruz y Puebla,  a un pasito de Poza Rica, en la mera Sierra. Me presenté aquí en Puebla, en la SEP, se me dio mi orden y nadie sabía dónde quedaba María Andrea. Tuve que ir a México, de ahí tomé el camión a Tampico y me bajé en Villa Juárez, hoy Xicotepec, de ahí preguntando me fui a María Andrea. Pero esa es otra historia, porque la de Ayotzinapa aquí termina.

jueves, 7 de agosto de 2014

Somos barro

En 2010 realicé en compañía de Sergio Mastretta una investigación de ocho meses en el pueblo alfarero por excelencia del estado de Puebla, que terminamos llamando “Oye Olla”, Testimonios alfareros de San Miguel Tenextatiloyan en la idea de conocer la versión de los habitantes de  esta población sobre una iniciativa del gobierno estatal y Fundación Azteca que llevaba por nombre ciudad-rural, a la manera de los fallidos experimentos chiapanecos que tienen el objetivo de aglutinar población campesina con el pretexto de otorgarles servicios. La ciudad-rural dentro de la población no tuvo ninguna repercusión, menos cuando se enteraron que tenían que aportar 40 hectáreas para su construcción, pero la investigación sí pudimos proseguirla, internándonos en la problemática de la alfarería que tiene que ver con la historia, con el arte con la salud y con la visión de un pueblo que recibió un don pero que nunca ha terminado por apropiárselo. A partir de este día publicaré en este blog algunas de sus principales discusiones: el uso de plomo en las cazuelas, la producción, los hornos, la comercialización, los éxitos y los fracasos de una actividad antigua y necesaria, pues en sus productos cocinamos los frijoles, tomamos el café de olla, adornamos nuestras cocinas y en cierta forma nos explicamos buena parte de la sensibilidad artística de los mexicanos. Que sea para bien.


Somos barro

¿Qué es el barro para los mexicanos?, ¿qué significa para la cultura mexicana este elemento que es cerro y piso, vivienda y plato; materia prima para la elaboración de objetos lo mismo religiosos que utilitarios, cotidianos que eternos? El enorme acervo del Museo Nacional de Antropología e Historia es de barro y todas las colecciones de arte prehispánico mexicano diseminadas en el mundo están sustentadas en barro. En el barro se basa nuestra mejor apreciación del México antiguo, gracias a él comprendemos la grandeza de aquellos pueblos que alcanzaron un arte refinado, el principal arte mexicano de la historia.   Y gracias a él podemos intentar comprender a los pueblos de hoy que, como San Miguel Tenextatiloyan, permanecen adheridos al barro.

De acuerdo con Fonart, el número de jefes de familia dedicados a la alfarería contabilizados en el país asciende a 9 mil 73, y se localizan en 18 estados, 62 municipios y 95 comunidades. San Miguel Tenextatiloyan, en el Municipio de Zautla, Puebla, es sólo uno de ellos, pero probablemente el de mayor densidad demográfica de alfareros en el país. Un lugar donde la alfarería significa alimentación, educación, comercio, política y vida cotidiana. Cualquier cosa que ocurra en torno a la alfarería redundará en la vida misma de sus pobladores, como lo expresa don Fortino Alcántara, un anciano artesano de viejos usos y mente sabia, mientras comienza a deshacer el nudo de una bolsa de plástico.

Lo que yo hice de joven, mis hijos ya no lo vinieron a hacer, ellos ya vinieron ´orita a vivir con la materia prima hecha casi, porque muchos ya consiguen el barro, se lo vende otra persona ya preparado, y muchos de mis hijos pues ya tienen el molino, ya tienen la batidora, ya no meten los brazos al horno a preparar, porque anteriormente aquí echábamos el polvo, y aquí echábamos el agua y a puro brazo levantábamos el barro hasta convertirlo pues en una forma como quien dice en una pieza…

Don Fortino saca de la bolsa y muestra una bola de barro de unos cuarenta centímetros de diámetro.

Este es el barro, de aquí se hacen muchas piezas, se puede hacer un pajarito, un pato, un molcajete pa`hacer salsa; una olla, un muñeco, una alcancía, un conejo, un puerquito, pa`todo se presta el barro, y no es nada, es tierra, pero no es cualquier tierra, es una tierra que Dios nos dio especial para trabajar con las piezas de la cocina. El barro se deja reposar para que haga correa…

Don Fortino elabora con sus manos un churrito de unos 15 centímetros, como el que puede hacer un niño con plastilina.

Si se quiebra no sirve, pero con razón natural el artesano sabe que esto no se va a quebrar, mire, se dobla y no le pasa nada. Esto quiere decir que sí es bueno, así lo probamos para saber qué material es…

Don Fortino desbarata el churrito, para llevar después la pequeña plasta a su oído.

Nada más con escucharlo en el oído, como cuando se mastica un chicle, está chicloso, es barro, y si se corta, no sirve pa`hacer barro, es tierra cualquiera.



San Miguel Tenextatiloyan

La carretera a San Miguel Tenextatiloyan corre por la vieja ruta a Teziutlán desde la ciudad de Puebla. Es el pavimento que en 1938, en pleno dominio del dictador Maximino Ávila Camacho, le dio la vuelta al estado de Tlaxcala vía Amozoc, Acajete, Nopalucan, Lara Grajales, San José Chiapa, Cuatro Caminos, Oriental, Libres, Cuyoaco y Zaragoza, para adentrarse en la sierra, por Zacapoaxtla a Cuetzalan, y por Tlatlauquitepec y Teziutlán derivar a la costa veracruzana. También libraba el primer brote de sierra que marca la frontera norte de Tlaxcala con Puebla, un lengüetazo de monte desprendido del macizo sur de la Sierra de Puebla y que en una línea de veinte kilómetros y sobre los 2,600 metros sobre el nivel del mar es barrera natural entre los dos estados. Es una ruta verde y cultivada en primavera y verano; ocre y pedregosa en el otoño e invierno. Es el altiplano del oriente de México, con sus maizales y magueyeras, con sus cascos de hacienda acotados por el minifundio y sus sembradíos cebaderos que remiten a otros tiempos, con sus intervalos de paz y guerra; es la tierra antigua, la de Cantona, la de piedra volcánica arrebatada por los encinos, los juníperos, las nopaleras y las palmas espinosas; es la llanura que las lluvias inundan para reflejar los custodios eternos, la solitaria Malinche, el orgulloso Citlaltépetl y su entenado Sierra Negra --al que sobre sus 4 mil 400 metros le han plantado el Gran Telescopio Milimétrico--, y más hacia Teziutlán, el veracruzano Cofre de Perote. Es el territorio agreste y llano de los campesinos y sus pueblos originarios ocultos en el mestizaje.

Ahora la autopista ha dejado de lado todos esos pueblos y cruza a cuchillo territorio tlaxcalteca, a un lado de Huamantla, y con un túnel de quinientos metros te arroja a la extensa planicie de San Juan de los Llanos, salpicada de brotes volcánicos y manchones de malpaís. Nada más salir del túnel y de observar a la izquierda la ciudad de Libres, la vista puede seguir la ladera de la montaña hacia el norte hasta encontrar los cerros que guardan a San Miguel Tenextatiloyan. Pero por un momento debe quedarse en el sur, en el arranque de la llanura, al borde de la sierra, en el histórico punto que fue Tlaxocoapan en el mundo prehispánico, bautizada como San Juan de los Llanos por los españoles, para finalmente en 1950 asumir su actual nominación de Libres, capital de los enormes llanos pedregosos que fueron escenario de las primeras batallas de la conquista española en el siglo XVI, el escenario en el que con el tiempo maduraría el sistema de las haciendas, pero que en esa ciudad plantaría la cabeza de playa para monjes y encomenderos que por las cañadas entrarían a los abismos de la montaña a perseguir y conquistar a los pueblos de la Sierra.

San Miguel Tenextatiloyan aparece tras una serie de curvas en el extremo oriental de un vallecito de dos kilómetros de ancho dispuesto arriba de los 2,500 metros sobre el nivel del mar, y que abre llano cinco kilómetros hacia el norte, para terminar en las inmediaciones de Zaragoza. Es un caserío tendido en la ladera circular de un monte todavía bien cubierto de pinos, que se va descubriendo de a poco en cada curva, y cuyo enredo de cables y losas planas de cemento  es prueba irrefutable de que ha perdido el encanto serrano de la teja y las dos aguas. Su arteria vital es la carretera, que corre al parejo de la ladera curva del monte, envolviendo el cuadro principal, con su iglesia y su plaza, y que por setenta años ha cobijado los puestos alfareros, una colorida exposición natural de ollas y cazuelas que le han dado al pueblo el coloquial sobrenombre de San Miguel de las Ollas.

Junto a Chilapa de Guerrero y Emilio Carranza, San Miguel Tenextatiloyan es una de las tres juntas auxiliares del municipio de Zautla, localizado en la Región II de la Sierra Nororiental del Estado de Puebla. Cruzado de sur a norte por el río Apulco --de hecho, su cuenca es la gran referencia del territorio, una enorme depresión cercana a los mil metros de profundidad y que arranca imperceptible cuarenta kilómetros río arriba en las todavía boscosas montañas de Chignahuapan y Aquixtla--, Zautla está cercado por Xochiapulco, al norte, Cuyoaco e Ixtacamaxtitlán al sur, Zacapoaxtla y Tlatlauquitepec, al este, y Tetela de Ocampo al oeste. Es el municipio número 38 en extensión del Estado, de los 217 que lo componen, y en sus 274 kilómetros cuadrados de relieve montañoso e irregular, con sierras altas, cañadas, cerros aislados (Zempetz, Elotepec, Choyocho, San Rafael), y llanos extendidos como el del extremo oriente en el que se encuentra San Miguel, se diseminan alrededor de veinte mil personas en cuarenta pueblos y comunidades con rango de santo patronal y antigüedad que las identifica.

Buena parte del municipio de Zautla está cubierta por bosques de pino y asociaciones de pino-encino, con especies de tipo pino colorado, pino lacio, encino quebrado, ocote, oyamel y soyate, acompañados en ocasiones por vegetación secundaria arbustiva. Aquí el monte habla por el viento: el que viene del norte por la cañada es húmedo y frío, bueno para los árboles serranos; pero hay otros que pegan secos, por lo que pelan las laderas con mucha mayor destreza que los talamontes. Y contra lo que pudiera pensarse, llueve muy poco en la cañada, y hacia Ixtacamaxtitlán tiene claros rastros desérticos. Destacan sin embargo, dos tipos de suelo de importancia especial para este estudio por la materia que ahí se recoge: Xerosol y Vertisol, de superficie clara debajo de la cual existen acumulación de minerales arcillosos y sales, como carbonatos y sulfatos, fundamentales para la elaboración de cerámica a lo largo de por lo menos un milenio. Así, la alfarería y las figuras de barro de Tenextatiloyan poseen una larga tradición que se remonta a lejanas épocas de predominio olmeca, de donde se nutrieron posteriormente culturas como la totonaca, otomí y náhoa que habitaron la región. Hoy ese mundo originario en Zautla sólo queda representado por la familia náhoa que, de acuerdo al II Conteo de Población y Vivienda, suma 6,418 personas en el municipio, el 35 % de la población.

Por fuera de esa gran cañada del Apulco, metida en su valle en el extremo oriente del territorio, atada a la carretera federal, San Miguel Tenextatiloyan es la comunidad más grande y desarrollada del municipio, incluida la cabecera municipal, con una población de aproximadamente 6 mil personas, de las 19 438 con que cuenta Zautla, de acuerdo con el censo de 2010. La comunidad tiene como actividad económica preponderante la alfarería, con la fabricación de cazuelas greteadas (esmaltadas con base de plomo), que combina armónicamente con la agricultura de temporal: maíz, frijol, haba, cebada, trigo y alverjón, salpicados de frutales como el durazno y hortalizas como la papa.

Municipio serrano, municipio pobre, ¿cuáles son las cuentas de la marginación en Zautla? Unas están a la vista, y son contradictorias: no hay un banco nacional establecido -el más cercano está en Tlatlauqui-, pero pululan las casas de préstamo que depredan a los alfareros con intereses usureros. ¿Y en comunicaciones? Fuera de la carretera federal, Zautla sólo cuenta con doce kilómetros más de pavimento, los que llevan de San Miguel Tenextatiloyan a la propia cabecera municipal. Todo lo demás es brecha y en el mejor de los casos terracerías que comunican con los pueblos más grandes como Contla, San Andrés Yahuitlalpan, Tenampulco, Ixtactenango, Tagcotepec y Chilapa. Abundan los celulares, pero sólo Telcel opera, y por la vía de Telmex, internet al público. De acuerdo a las estadísticas municipales el 90% de la población disfruta de agua potable, recolección de basura y alumbrado público; el 95 % de seguridad pública, aunque sólo el 20 % disfruta de drenaje y el 30 % de pavimentación. Y veamos la educación: el municipio cuenta con preescolar formal y preescolar indígena; primaria formal, primaria indígena y primaria de CONAFE, escuelas secundarias y dos bachilleratos.

La atención a la Salud en el municipio la ofrecen instituciones del sector oficial, con una cobertura de servicios descentralizada: una clínica-albergue del IMSS, en la cabecera municipal; una clínica en la Junta Auxiliar de Emilio Carranza; una casa de Salud en Chilapa de Guerrero y otra en San Miguel Tenextatiloyan.

El municipio cuenta con un índice de marginación de 0.916, considerado como alto, por lo que se ubica en el lugar 57 con respecto a los demás municipios del estado. Hay 9,511 personas derechohabientes a servicios de salud. 9,749 no lo son. De las 4,424 viviendas habitadas, con 4.4 personas en promedio, 1537 viviendas tienen piso de tierra, 499 casas no están conectadas a la red de agua potable, 2,342 casas no tienen drenaje, 295 viviendas no tienen energía eléctrica, 3817 viviendas no tienen refrigerador, 1470 viviendas no tienen televisión, 3757 viviendas no tienen lavadora y 4,344 viviendas no cuentan computadora. (1)

Por más de medio siglo las ollas de barro siempre han sido una referencia de San Miguel Tenextatiloyan, aunque en algún tiempo también lo fueron el pulque y el chocolate de San Miguel. El Tepeyac, Tijapan, San Isidro, San Francisco del Progreso, Tagcotepec y Emilio Carranza se suman hoy a la producción de ollas. A partir de la carretera, que se construye desde 1938, aumentaron exponencialmente las familias dedicadas a la fabricación de ollas, cazuelas, jarros y comales, cuatro productos que trajeron del tingo al tango a muchos de sus habitantes desde los años cincuentas, cuando empezaron a viajar al sureste y al norte de México primero en aventones, después en sus propias camionetas, para vender sus ollas y vasijas, que de tanto y extensivo uso en los hogares mexicanas terminaron siendo muy apreciadas por el mercado nacional. Fina cerámica limitada a esas cuatro piezas apisonadas en su propia imagen y semejanza, pues nunca bajaron su calidad pero tampoco evolucionaron. Moleras para fandangos masivos, frijoleras para el desayuno diario, jarritos y platones, todas sus piezas siguen siendo muy económicas, pero los números alegres en los que se han movido durante tanto tiempo comienzan a flaquear, a ser cuestionados hoy con insistencia por sus productores: ¿realmente son tan económicas?, ¿de veras podemos seguirlas vendiendo a esos precios? ¿Y si cambiamos la greta y producimos la loza con el esmalte sin plomo nos la comprarán las marchantas en el mercado?

Desde esta geografía del barro y la loza esta investigación intenta discutir esas cuestiones.



1) INEGI, Censo de Población y Vivienda, 2010.