La tarde del 5 de febrero de 1967 Violeta Parra estaba
sola en su carpa-teatro de la comuna de La Reina, en Santiago de Chile,
dispuesta a tener éxito esta vez. No era la primera vez que intentaba morir,
pero en esta ocasión, empujada por una pena muy honda que carecía de motivo
específico, iba a lograrlo. Era una combinación de muchas cosas, el abandono de
Favre, el desprecio del público a su experimento para consolidar el más
importante centro de cultura folclórica de América, en el que había puesto el
resto de sus fuerzas apenas dos años antes, acompañada de sus hijos Ángel e
Isabel y los folcloristas Rolando Alarcón, Víctor Jara y Patricio Manns, para
nada. ¿Por qué el público no la apoyó? ¿Por qué se fue Gilbert Favre, el
antropólogo y musicólogo suizo, gran amor de su vida, a Ecuador y la dejó sola?
Tenía 49 años, dos hijos hermosos y una larga experiencia
de viajes y colores y vino y empanadas y música; una vida entera que en esos
instantes una ensoñación que se movió en un vaivén suavecito como una cueca le
permitió verla en esa inolvidable tarde de 1967. Pasó su vida así, como en una
película, frente a sus ojos obnubilados por las lágrimas que no le permitían
ver la pistola con la que apuntaba su sien.
Violeta vio, sin embargo, adentro de su ser. Se vio de
niña corriendo en el campo, descalza, con los mofletes manchados de barro;
luego las trenzas de su adolescencia, su año en la Normal de maestros, su padre
enfermo, el fantasma del hambre familiar y su inicios en el canto junto a sus
hermanos, solfeando en donde fuera: restaurantes, posadas, circos, trenes,
campos, pueblos, calles, hasta en burdeles.
No lo veían sus ojos pero su dedo acariciaba el frío
gatillo de la negra pistola. Ella veía hacia adentro, en su memoria,
deambulando por Santiago con su hermana Hilda, guatona de Ángel o Isabel,
cantando en bares: Las Hermanas Parra. Ay sí. Grupos de teatro, el Partido
Comunista Chileno, su primer matrimonio con Cereceda. ¿Cuándo llegó el amor por
lo propio?, ¿antes o después de Luis?, ¿antes o después de Europa?, ¿de su
éxito en Louvre?
En defensa de la auténtica música chilena, contra de los
estereotipos de la cultura popular. La recopilación de más de tres mil
canciones populares chilenas que vinieron a sustituir el falso repertorio de
boleros, cantos españoles, corridos mexicanos y valses peruanos para dedicarse
en cuerpo y alma, en alma y cuerpo, a las canciones más tradicionales del campo
chileno; a su Museo Nacional del Arte Folklórico de Concepción, cuando ya era
una brillante constructora de décimas y composiciones poéticas, además de
ceramista, pintora y tejedora de arpilleras tradicionales. Gracias hermano
Nicanor; gracias Chile; gracias mundo; gracias a la vida, que me ha dado tanto,
me dio dos luceros y me ha dado el canto…
Violeta presionó el gatillo y la bala perforó su cráneo,
convirtiéndose en leyenda. Adiós Violeta, eres una de las folcloristas más
importantes de América y fundadora de la música popular de tu país. Y bueno,
nos dejas con la paradoja de haber creado un año antes Gracias a la vida, un himno a la existencia, para luego salir con
esto… ¿o era una despedida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario