Creo
que en una página de internet se puede dar a conocer el tema de la artesanía
–reflexionó el secretario del Ayuntamiento que se convertido en nuestro
anfitrión y primer guía de nuestra estancia en Tlacoachistlahuaca, Guerrero,
allá arriba en la montaña; de pronto Heriberto estaba inspirado con todas las
promesas de la página de internet municipal que nosotros le estábamos
elaborando–; que se conociera a través del internet el trabajo de las
artesanas. La gente cree que es de Tlacoachistlahuaca esta artesanía, pero no
es así, es de aquí y de Huehuetónoc, pero desgraciadamente Tlacoachchistlhuaca
ha acaparado toda la atención en la venta de estas prendas y la gente cree que
son de allá. Entonces una página de internet nuestra haría la indicación y la
justicia para las verdaderas productoras del tejido amuzgo, famoso en todo el
país.
El
secretario del ayuntamiento, Heriberto López Montellano, convoca en los amplios
balcones del palacio municipal a una muestra del tejido a los periodistas y
reunió a un grupo de encantadoras señoras, productoras de tejidos de alta
calidad, todavía en telar de cadera.
Heriberto
nos presenta y les hace una pregunta en idioma amuzgo; él mismo traduce: dice
que tampoco aquí venden su mercancía, que hay un problema de mercado, tanto el
Tlacuachis como Yoloxóchitl y Huehuetonoc tienen ese problema; de que laboran,
laboran, pero no hay mercado.
¿Por
qué siguen haciéndolo?
El
asunto del mercado es complicado. Por ejemplo, esto lo elabora en un mes, pero
de alguna manera se vende, aunque no haya demanda. A veces elaboran un huipil
como pedido. Se los piden y ellas lo hacen: es cómodo. La persona ya dio un
porcentaje de su costo. Pero de alguna manera deben hacerlo porque es la única
fuente de ingresos que tienen.
No
pertenecen a ninguna asociación.
¿Sería
útil? –pregunta irónico el joven Gonzalo–, le dábamos oportunidad de ser
creativo y por eso se atrevía a formular preguntas retadoras.
"Dice
que aceptan incorporarse si es que alguien la invita a pertenecer a un grupo,
ella y su familia lo harían. Que ella ve bien que se haga una página de
internet donde se anuncie su producto."
La
joven mujer con sus tejidos sobre sus piernas accedió a que le realizara la siguiente
entrevista.
¿En
qué piensa mientras pasa las horas tejiendo?
Después
de la explicación en amuzgo Gonzalo traduce:
“Dice
que piensa en la gente que va a comprar esa pieza, dice que piensa en ellos.”
Apenas
en la feria se sentaron, pero no se invitó a la gente de Huehuetónoc, pura
gente de allí. Y ellos están molestos por eso. Estaba pensando que el
presidente municipal puede comprar espacios en las ferias, como la que viene
ahora en Ometepec, que compre un espacio para poner los tejidos ahí.
La
mujer da otra larga explicación en amuzgo; traducción:
“Que
nuestra raza está olvidada, no nos invitan a las ferias de artesanos. Tómenos
en cuenta, no nos ignoren. Lo que ustedes hacen es la primera parte, porque
mucha gente lo va a poder ver.”
“Esta
artesanía es laboriosa, lenta, uno piensa qué tanta tolerancia tiene la mujer
en hacer eso. Nosotros ya no tenemos tanta tolerancia para llevar 20 días en la
elaboración de esto. Este huipil lo elaboran en tres meses y medio, en cuatro
meses, y su precio es de cuatro mil pesos, el segundo precio es dos mil, y el
tercero dos mil quinientos.”
“Un gobernador anterior compró muchas de estas
prendas y las puso en una tienda de los Estados Unidos. Sabemos que se venden
en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Canadá.”
Estamos
de visita en la casa de una señora que tiene muchos tejidos para mostrar.
Pasamos a un salón de paredes de adobe, una hamaca entre dos postes como única
decoración; a un lado Margarita arrodillada con su telar suspendido por un
claro al otro lado de la pared, calculo un metro y medio; ahí vimos otra
muestra de tejidos maravillosos y desde luego caros para nuestros bolsillos;
mil quinientos y por supuesto valían eso y más sus finos tejidos; el piso de
una tierra fina y café, contra los rayos del sol que entra por un agujero, vuela por media habitación saturándola de un polvillo inadvertido, como si fuera la energía oscura
del universo que solo es posible ver con ayuda de los rayos del sol. Sarita habla sin
dejar de tejer en su telar amarrado a su cintura. Nunca pierde una radiante
sonrisa, a pesar de las quejas.
“Está
muy débil la gente, no tiene en dónde vender. De por sí siempre nos olvidan,
por eso no pueden, no hay apoyo. Ahora el presidente apoyó aquí, compró hilo
que tienen guardado en la presidencia y se los está dando poco a poco.”
En
Tlacoachistlahuaca, vimos el mercado objetos de barro; ollas, comales, jarros y
cántaros; hamacas y mucho morral de ixtle, cestería de bambú, de palma.
En
Xochistlahuaca vimos que fabrican machetes con inscripciones de gustos
heterogéneos. Son muchas las mujeres que elaboran artesanía textil hecha en
telar de cintura, que es vendida a intermediarios. Casi toda la familia
participa en el aprendizaje artesanal. Las mujeres enseñan a las niñas a tejer
en el telar mientras que los varones enseñan a los niños el tejido de redes y
hamacas. (cdi.gob.mx)
Tejedoras de Huehuetonoc
Para
esta entrevista contamos nuevamente con la participación de nuestro joven guía,
Gonzalo Añorbe; antes fuimos con él a entrevistar a la anciana pulsadora de
Huehuetónoc, doña Julia. Ahora Gonzalo nos conduce por la calles de
Tlacoachistlahuaca, cabecera municipal de esta comunidad amuzga, cerro arriba,
donde de nuevo hay un grupo de encantadoras señoras jóvenes que han venido a
esta casa con sus tejidos alertadas de nuestra presencia.
Entrevistaré
a la líder de esta asociación de nacimiento espontáneo.
Le
pregunto a través de Gonzalo por qué estaba el panorama tan deprimido, como nos
lo pintó Sarita.
Gonzalo
Añorve traduce:
“Dice
que tampoco aquí venden su mercancía, que hay un problema de mercado, tanto el
Tlacuachis como Yoloxóchitl y Huehuetonoc tienen ese problema, de que laboran,
laboran, pero no hay mercado.”
Un
síndico municipal que andaba entre los visitantes, interviene:
“Está
muy débil la gente, no tiene en dónde vender. De por sí siempre nos olvidan,
por eso no pueden, no hay apoyo. Ahora el presidente apoyó aquí, compró hilo
que tienen guardado en la presidencia y se los está dando, poco a poco”.
Una vida tejiendo
Por
fin pudimos sentarnos en un rincón y hacer una entrevista más formal con grabadora y todo. Y vimos su trabajo simplemente hermoso en blusas de tonalidades
muy inspiradoras; me encantaron sus blusas pesadas de tanto tejido en tonos
oscuros, de gran elegancia. Martina Añorve
es otra encantadora señora joven, hermana o prima o quién sabe qué, de
los demás Añorbe, apellido que lleva la mitad de los presentes, nuestro guía y
traductor Gonzalo, entre otros. Le
pregunto:
¿Quién
te enseñó a tejer?
Mi
mamá y mi abuelita.
Si
quieren enseñar a una niña ¿por dónde empiezan?
Pues,
contar con el material, con los palos, yo misma los cortaba, iba al cerro y los
cortaba.
¿De cualquier planta o árbol?
Sí, de cualquier árbol, pero ahorita hay un
árbol especial que se utiliza, en ese momento, para aprender. No se necesitaba
una buena madera.
¿Y cuál es el árbol especial?
Es
este, el…, es que yo no me sé los nombres de los árboles, pero la misma madera
de pino es la que también se ocupa para eso. Son ramas. Tengo una para tejer y
una para tender abajo el hilo, otra para entrelazar, son cuatro, una más gruesa
para que se detengan los hilos, una más delgadita para hacer el tendido.
Después de ese tendido uno se sienta y amarra un palo a la cintura para poder
contarlas, y después de contarlas, ya una por una las va pasando a otros palos,
se les pone, se les llama, se les va colocando de una por una arriba de ese
telar, para que vaya quedando, y bajando, bajando, ir haciendo la tela.
¿Cuál fue el primer tejido que hiciste?
Ese
todavía lo tengo guardado, fue una servilleta que fue bordada de hilos añadidos, de hilos de sobra
que dejaban mi mamá y mi hermana, de ahí agarraba yo y les robaba el material
porque no me daban para ensayar, y tengo que aprender ¿no? y a escondidas,
cuando ellas tendían sus hilos, me quedaba viendo y aprendía. Ellas me decían
que estaba muy chica y que todavía no, que más adelante me iban a enseñar. Yo
ya estaba desesperada por tejer, por hacer algo por ganarme un peso. Entonces
ya, a escondidas, en la casa me ponía a tejer. Ya, venía con la prenda a
enseñársela a mi mama y le decía: “mira, mamá”. “Lo lograste –me respondía–,
entonces ya estás lista para enseñarte, ya no estás tan chica”. Y me enseñó
otras formas de más calidad, a hacer las flores, porque primero nada más era el
tendido y la tela, pero después hay que ir haciendo las flores sobre la tela. Y
ya, me enseñaron a hacer la servilleta y hacía una servilleta al día, me ganaba
tres pesos o cuatro pesos al día, porque a ese precio vendían las servilletas
cuando yo estaba en la secundaria, en 1992.
¿Con eso pagaste la escuela?
Sí, con eso, si me pedían en la escuela una
libreta, de ahí. Porque antes no había esos apoyos que hay ahorita; ahorita
están en la gloria los niños que tienen la oportunidad. Cuando yo estudié no
había nada y había que acabar el estudio como se pudiera, ocupé inclusive
libros que no eran míos, que eran de mi hermano al que mi mamá le había
comprado sus libros en secundaria, los que dejó él, los aproveché también.
¿Tu
mamá sigue tejiendo?
Sí,
sí. Y mi hermana, que se hace un metro de tela al día.
¿Con
todo y figuras?
Sí,
con todo y la figura. Lo hace bien rápido. Yo hacia la mitad de un metro, es
una servilleta, para hacer dinero rápido, yo quería rápido y hacía la servilleta,
lo vendía rápido y así. Mi hermana ha tenido propósitos más serios.
Fotos tan malas del bloguero