La maestra Guadalupe Manríquez Cuesta me recibió para platicarme a cerca de su trabajo en el Programa de Preescolar Rural para la Secretaría de Educación de Guanajuato, región 4 del centro; ella es licenciada de Educación Preescolar y cuenta con una maestría en Pedagogía. Estamos en la comunidad de San José de los Sapos, municipio de León, es el 30 de agosto de 2012.
María Guadalupe Manríquez
Cuesta:
Estuvimos
en diferentes campos agrícolas de chile, que se da en el bajío, una zona
industrial en Guanajuato; vimos a niños subir a camionetas con sus familias,
niños de tres o cuatro meses con sus hermanitos, en donde a los niños más
grandecitos sí se les manda a la pizca, y acompañan a sus mamás a recoger lo
que es la cosecha de chile. A los niños más chiquitos los dejan a las orillas
del campo en donde están todo el día jugando con piedritas en la sombrita, cuidando
que no les dé el sol para no deshidratarse; ellos solitos buscan su albergue
para estar a salvo. Vimos una niña chiquita de unos 4 años cuidando a su
hermanito de tres meses, ahí estaba con su bolsita de súper en donde cuenta con
dos pañales y agüita para cada que se despierta su hermano moverle la
carreolita de juguete donde está acostado, para que no se le despierte,
mientras la misma niña de cuatro años cuida a sus otros hermanitos de tres o
dos años, que no se vayan hacia donde está el sol.
Jornaleritos
Los
niños mayorcitos, alrededor de los ocho años en adelante, diez, doce, catorce
años, ellos están recolectando el chile, a ellos ya se les paga por cada carga;
en ese tiempo se les pagaban trece pesos, a las mujeres 15 y a los hombres 18,
por cajón recolectado. Esa diferencia la hacía el mismo capataz (o capitán o
pollero), el coordinador del grupo, que les entregaba unas fichitas. Al hombre
le entregaba la fichita de 18, a la mujer de 15 y a los niños de 13 por el
mismo producto y la misma cantidad; cada que llevaban una caja les entregaban
la fichita y al final del día se les pagaba. Y una de las preocupaciones que
nosotros teníamos era con los niños que no sabían contar, entonces no sabían cuánto
valía la fichita y cuánto les tenían que pagar por fichita; entonces una de
nuestras preocupaciones y asesoría que le dimos a la maestra fue enseñarles cuánto
vale la ficha y por cuántas fichas cuántos pesos les van a dar, porque les
daban menos, les pagaban menos. Entonces los niños no sabían cuánto les pagaban
por cada fichita, tratamos de orientar a la maestra para que tratara de hacer
muchas cuentas con ellos a través de palitos, piedritas, con sus lápices, con
sus dedos para que sepan, más o menos un aproximado, cuánto les tienen que pagar,
porque si no les pagaban menos.
Por
otra parte, ese dinero no se lo quedan ellos, los niños, porque es para la familia,
se lo regresan a su papá, al hombre; pero igual la mujer, no se quedaba con él,
se lo daba al hombre. Aunque un hombre no llevaba solamente una familia. Nos
encontramos en El Gorrión el caso de un hombre que llevaba dos mujeres. Y de las
dos mujeres, que eran hermanas, una estaba en
el campo trabajando y la otra, como estaba embarazada, la tenía cuidando
a los hijos de ella y a los hijos de su hermana, que también son del mismo
hombre. Él había comprado a las dos mujeres hermanas, entonces a una la mandaba
a trabajar y a la otra la tenía cuidando a los niños; uno como de cuatro meses
y dos de dos añitos.
La equidad
Había
algo muy curioso, los niños de aproximadamente 14 años de edad ya habían
cursado su secundaria. Ellos ya habían culminado, la población venía de Guerrero,
y me enseñaron un certificado de secundaria. Ellos ya sabían leer, escribir y
contar, entonces yo les pedía que si ellos le podían ayudar a la maestra para
enseñarles a los más chicos, y ellos me decían: no, maestra, a los hombres, a
las mujeres no, las mujeres que se queden a tortear. Pero si las mujeres también
van a la pizca del chile, les decía yo, ¿por qué no les quieres enseñar? Porque
ellas no aprenden, solamente aprendemos los hombres. Entonces yo les decía que
podían ayudar a la maestra a enseñar a sus propios compañeros, pero estaban muy
renuentes, ellos querían seguir estudiando pero no enseñarle a los demás. Me
decían que si les podía dar un certificado de Guanajuato, porque el de Guerrero
no servía, para seguir en la prepa. No les prometí nada, quisimos hacer una
prueba diagnóstico y sí, efectivamente, estos niños sabían leer, escribir y
contar, pero no tenían las competencias desarrolladas para haber terminado la
secundaría. Entonces les decía que podía darles un certificado de primaria y
que podían continuar con la secundaria, pero decían que no, que en Guerrero ya
se las habían aprobado.
La
vocación, el servicio, la disposición que tienen estos maestros, ya sea de
CONAFE, ya sean becarios, ya sean contratados por el Pronim, se queda en las comunidades; reclutan niños, los
bañan, les cortan el cabello y yo creo que ahí es donde está el verdadero compromiso,
donde falta compromiso es en la
autoridad. Hay que echarle un ojito a esta gente que está emigrando y que tiene
el derecho de emigrar.
Gracias, maestra.
A
usted.
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