Luz María Ortíz Amaya, maestra de preescolar del Centro de atención integral para niños migrantes del municipio de Ascensión, Chihuahua, en el norte extremo de México, tiene tres años aquí, pero antes trabajó tres años en Conafe, también en preescolar. Estudió hasta la prepa e hizo un diplomado en ciencias de la educación.
Estamos
a 12 de febrero de 2012. Encuentro a la profesora al frente de una fila de
niños muy pequeños formados para despedirse con un beso de ella. Ordenadamente
van avanzando uno por uno y ella les planta su beso a cada quien, con lo que se
van muy satisfechos. Ha terminado la jornada. Le pregunto cuál es su principal
objetivo.
Para
mí el reto de Pronim es que salgan ya sabiendo algo, leer y escribir. Ahorita
estoy muy contenta porque algunos niños ya escriben su nombre, ya conocen las
letras; ellos ya van conociendo cada cosa, mi nombre. Una niña ya lo sabe
escribir y eso me llena de satisfacción. Ella ya me hace cartitas y me las trae
y yo me siento muy a gusto.
¿Es cierto que trabajan
desde muy pequeños?
Mis
niños tienen un promedio de cinco años,
ahorita andan ayudando a sus papás a pizcar, si va, se los va a encontrar a los
campos. La mata es muy chiquita y ellos ya saben de qué color tienen que
cortarlos. Yo misma he ido a trabajar y sé cómo cortar. Ahorita que está la
temporada se empieza a sacar el verde, después de ese sigue el que está pintado
de verde y rojo, después de eso sigue el puro rojo y al final el que esté seco.
Todo se lo llevan para Estados Unidos. Cuando uno corta el chile se le enchila
la mano y arde mucho, a veces te lo piden: “sin lo de arriba, sin rabito”, y lo
tienes que cortar, lo tienes que quitar. Y es cuando la mano se llena toda de
jugo. Hay unos que traen guantes y ya no sufren, pero los niños no. Lo pagan
por bote, uno grande a cuatro ochenta.
Imagino una niñita como de
seis años sufriendo con valentía por el jugo del chile que chorrea sus manos,
pero prosigue con valor hasta terminar su cuota de la jornada. Estos niños son
partícipes activos de la economía familiar; a sus diez años ya trabajan casi con
la productividad de un adulto. Poner un lápiz en medio de esas manitas curtidas
es una metáfora cruel de este programa difuso y contraedictorio que es el Pronim,
todo un programa educativo que en muchos casos solo llega a mostrarles lo que
es un lápiz, un gran triunfo es cuando se aprenden las letras, y la esperanza
de que algún día aprenderán a leer. “¡Un cursillo por favor!”, implora la
maestra Luz María riéndose.
Hasta
ahorita hemos estado bien de material, el profe nos ha traído todo y estamos
bien. A mí me parece que donde yo batallo mucho es al impartir las matemáticas,
en preescolar son los números del uno al diez, pero hay veces que se me
dificulta cómo enseñarlos. Por decir, el uno ¿qué significa? Pero hay niños que
batallan mucho, o sea, no todos agarran la idea. Espero que me den un curso, je
je.
La fila de los besos
A
mí esto me encanta, a veces nos sentamos a platicar con cada uno de los papás,
nos damos cuenta qué es lo que viven, qué es lo que sufren. Las cosas no las
podemos cambiar, pero estamos ahí con ellos, los acompañamos. Yo quiero muchos
a mis niños y los traigo uno acá arriba y otro acá, todo así; y luego, por
decir, un beso, y ellos así hacen fila para que les dé su beso, porque ya se
van a ir a su casa. La semana pasada tuve una clase que se llamaba los sentimientos,
ellos no saben qué es eso. Ellos platican mucho que sus papás llegan borrachos,
que les pegan a sus mamás; que sus papás toda la semana toman, que no llegan a
dormir a la casa, y así cositas, pero muy tristes, es lo único que se oye de
ellos. A raíz de eso ellos crecen y se vuelven igual.
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