Hace un par de meses circula
una noticia que va y viene e incluso ha llegado a ocupar partes inferiores de
primeras planas digitales de algunos periódicos; se trata de una denuncia sobre
la presunta venta de niñas en Guerrero por usos y costumbres; dos muestras:
“No quiero que me vendas”; La historia de las mujeres de la montaña de Guerreroque son vendidas para casarse con muy poca o casi ninguna repercusión
pública. Es un tema que interesa muy poco a los mexicanos, ese tipo de noticias
que no tienen cabida en las mañaneras y las inquietudes que provocan no duran
más de unas horas; luego, otra masacre, el feminicidio del día, las violaciones,
los asesinados tirados o colgados; nadie toma en serio la denuncia periodísticas
sobre estas víctimas infantiles y juveniles que transitan generación tras
generación en ese estado; tampoco lo discuten los analistas virtuales que promueve
Youtube.
No es una noticia nueva, ni
destaca de manera particular en el de por sí maltrato que reciben las mujeres
tradicionales del hombre tradicional –y también del moderno en el estado de
Guerrero–; la “tradición” de intercambiar a las niñas mixtecas por dinero la conocimos
de primera mano en 2007, cuando andábamos cortando rábanos en la montaña
guerrerense con un equipo reunido por Sergio Mastretta, tratando de modernizar
la comunicación de varios municipios con sendas páginas de internet en las que
procurábamos reflejar sus preocupaciones y sus anhelos, con especial énfasis en
la ecología, la educación. El aspecto urbano y la cultura. Lo que vimos en el
norte del municipio de Tlacoachistlahuaca y publicamos en su
momento, fue la denuncia sobre esas adolescentes que eran vendidas por sus
papás casi al mejor postor. Un tema espinoso que involucra acciones
consideradas “usos y costumbres” que alguna ley debería acotar o restringir, si
acaso viola los derechos de miles de
niñas de tener un crecimiento sano y normal como las mexicanas que son. Pero para
ello debe acometerse el pantanoso territorio de los usos y las costumbres; en
primera instancia es evidente que los pueblos originarios y sus costumbres nos
interesan bastante poco, si tras 200 años de soberanía desconocemos hasta los nombres
propios de estos compatriotas, menos la suerte que les depara a las familias
constitucionalmente amparadas para ejercer en su seno sus tradicionales usos y
costumbres. ¡Y qué bueno en la mayoría de los casos! El cultivo de la lengua es
uno de esos ejemplos, el poder estudiar la primaria en su propio idioma, que
refuerza su identidad y mantiene abierta una visión del mundo expresada en ese
idioma. Pero el caso de las niñas guerrerenses es especialmente grave, retrata
de cuerpo entero la actitud que hemos asumido los mexicanos ante los pueblos
originarios que más bien nos merecen ignorancia supina y calculado desprecio, aun
cuando los presumamos a la menor provocación.
En Rancho Viejo, municipio
de Tlacoachistlahuaca, Guerrero, conocimos al misionero Joan Armell Benavent,
que administraba un albergue llamado Santa María la Magnífica. Joan era un
hombre de abundante pelo blanco muy bien recortado y una gruesa barba blanca
que le cubría perfectamente medio rostro, usaba una playera deportiva verde con
la que más tarde le vi dar catequesis a un grupo de muchachas descalzas, el misionero poseía unos ojos interrogantes color
cielo y hablaba con fluidez nerviosa, atropellada, como si tuviera que
aprovechar el tiempo para contarle a un desconocido –al parecer interesado–, las
historias increíbles que había logrado reunir durante una década.
–
Vamos a cumplir diez años desde que estoy
aquí en la misión, pero la misión lleva trabajando ya cerca de 20.
La misión se llama Misión
Católica de Rancho Viejo, pertenece a una misionera: Ekumene, de España, es un
movimiento de gente laica comprometida.
-
Somos gente laica, no clérigos, sino laicos
comprometidos; yo pertenezco a misiones, por lo que, igual podría estar en un
pueblo de África.
Entre los mixtecos de Rancho
Viejo, Guerrero, es común que los litigios se resuelvan con el pago de una
cuota de dinero, cuenta Joan. Sean lesiones físicas o morales la gente paga y
lo arregla en un convenio presuntamente tradicional.
–
Así ocurre también con las jóvenes, a veces
niñas, que son intercambiadas entre padres y yernos por una suma especulativa
que siempre rebasa los quince mil pesos y que llega a tasarse en sesenta mil;
la famosa dote, que se ha convertido en una tradición de venta infantil,
operada por sus propios padres.
No es difícil entender que esto
ha golpeado por décadas la situación de los jóvenes, de los novios de Rancho
Viejo, que no pueden tener relaciones normales de muchacho a muchacha, pues los
intereses que implican sus vidas provocan una vigilancia extraordinaria, un
atropello a la libertad individual y un acto de represión sexual para las
jóvenes que, al casarse por fin, al comprar una buena esposa, actúan igual con
sus propias esposas y sus hijas.
Joan Armell Benavent repasa
la superficie del mantel apesadumbrado por sus sinceras declaraciones.
–
Para mí es una compraventa, aunque ellos
dicen que no, pero el hecho es que se realiza un trato de compraventa y lo
tasan, llegan a un acuerdo y la costumbre es que se vienen a vivir los dos a
casa de los padres del muchacho, ella sale de la casa. Dicen que es una
compensación a los papás y tal, yo desde afuera lo veo como transacción. Llegan
a un acuerdo, tanto dinero por ella, cincuenta, sesenta mil, luego tienes que
dar la fiesta para la familia, matan res y les sale muy caro.
Joan, con su mirada azul en
el salero, expresa resignado:
–
Aquí yo he tenido la experiencia con una
muchacha joven, que se casó; la muchacha quería seguir estudiando y venía a la
secundaria, pero acabó dejándola cuando él se emborrachaba y hablaba lo que
sentía; le decía que se fuera de la casa, que había pagado por ella, que tenía
que echar las tortillas, y al final lo abandonó. Entonces tienen ese sentido de
propiedad, la quieren para que les sirva, para que sea su esclava, tener muchos
hijos, disponibilidad absoluta y no la dejan salir de la casa más que para lo
estrictamente necesario.
El misionero me mira con unos
ojos desistidos ante un asunto para el que nadie parece tener ninguna solución.
–
Creo que definitivamente no mejorará esta
gente con este sistema. De hecho, cuando han empezado a cambiar y vivir un poco
mejor, han sido las familias que se han ido al “otro lado” (a USA) y regresan.
Arreglan sus casas, se compran camionetas y comienzan con un negocio. Lo demás
que les llega claro que lo agarran, todo lo que les ofrezcas, pero eso no
madura a la gente.
Sus dedos índices, con las
manos juntas, señalan un punto específico de la mesa; Joan Arment trata de
explicar lo que entiende como zona de refugio más para sí que para mí y para Sergio,
que se ha agregado a la conversación.
–
Empecemos por distinguir esto como una zona
de refugio –enfatiza Joan–. Ellos (los mixtecos guerrerenses) han venido
huyendo para no contaminarse con otras culturas y preservar la suya. Empezando
por ahí ellos se han cerrado mucho, no quieren que desde afuera vengan a
decirles qué tienen que hacer y cómo lo tienen que hacer. Entonces, la gente de
montaña es cerrada, como en todas partes del mundo, pero aquí un poquito más.
Los amuzgos (que ocupaban la cabecera municipal y tenían entonces el poder
político) están más abiertos porque replegaron a la otra civilización, al
blanco, a ciertas costumbres, y han evolucionado mucho más, son limpios,
etcétera; se les ve más educados. Sin embargo, el mixteco ha ido huyendo porque
no quería que les llegaran otras culturas, que les dejasen sus costumbres, y
tienen algunas tan ancestrales que te recuerdan la edad de piedra. Pero no han
salido de ahí. Son gente que tiene que evolucionar y por eso nosotros estamos
trabajando, no para evangelizar, sino para ayudar a que estas mismas
generaciones jóvenes a tener más cultura y sepan más del mundo, para que puedan
comportarse de otro modo y dejar ciertas tradiciones que ya ellos mismos no le
encuentran sentido.
No comparto su opinión, creo
que el pueblo mixteco de Rancho Viejo, Guerrero, ha sido maltratado durante
demasiado tiempo, que lo que necesitan es atención; pero comprendo la postura
católica de Joan, que está haciendo un trabajo catequista y tiene una posición
eclesiástica dentro del poblado y administra la iglesia; por eso se apura en
señalar que los avances del albergue son tímidos, simbólicos, algunas
generaciones de egresados de la secundaria, algunas mujeres catequizadas. El
resto de su obra se ha dispersado en el volátil calendario de la década, eso
sí, día por día. Cuando no falta un herido o un enfermo de peritonitis que hay
que llevar corriendo al hospital, a tres horas de distancia, hay que arreglar
algún litigio entre familias. Los proyectos le brotan de la boca, pero no
tienen eco, caen en la mesa como granos de maíz estéril y rebotan para morir
sin la esperanza de un arado. Cuánto trabajo tiene y que tan solo está Joan,
con sus sesenta y cuanto años a cuestas y una nostalgia bárbara por su querida
España (nos mostró en un folleto turístico extasiado por la belleza
mediterránea de su tierra que, en efecto, es hermosa). Qué extraño el
ecumenismo cristiano que practica Joan, luminoso y ciego a la vez.
La última noticia que leí en estos días hablaba de que el Congreso de Guerrero presentó una
iniciativa para que no se permita el matrimonio forzado entre menores de edad
en la región de la Montaña, soy sinceramente escéptico de que lo puedan arreglar
con un cambio en la ley, pero con algo debe de empezar.
Esta
entrada fue publicada por la revista digital Mundo Nuestro
en junio de 2021.
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