martes, 23 de marzo de 2010
De eso que llaman antropología mexicana, 1972
En 1972 aparece De eso que llaman antropología mexicana con la necesidad de realizar una antropología de la antropología. Gonzalo Aguirre Beltrán dirige el Instituto Indigenista Interamericano y en una reseña sobre este libro considera que sus protagonistas habían tomado “conciencia de su posición y de su rol ante la sociedad” en el movimiento del 68.
Aguirre Beltrán publica en la revista La palabra y el hombre un artículo llamado El indigenismo y la antropología comprometida, en el que asienta la tesis de que el movimiento del 68, al haber sido objeto de represión, “soterró y favoreció el crecimiento de una ideología anarquista irracional que contagió a todas las humanidades. A partir de entonces en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) conviven en asociación comensal: “1) una antropología liberal burguesa, 2) una antropología de liberación marxista, y 3) una antropología libertaria y anarquista”. Para Aguirre Beltrán los magníficos –como fueron llamados sardónicamente– constituían una antropología crítica (ellos mismos se definían así), pero a ésta le habría continuado y buscado sustituirle con una "antropología“comprometida”. (Valencia:62) Hay cuestionamientos, análisis y fanatismos para todos los gustos. La ENAH en esos años es un bazar de posibilidades y contradicciones. (Lizárraga:137)
El libro De eso que llaman antropología es poco más que un folleto de 153 páginas, tamaño media carta y papel muy corriente. Mi copia es pirata y fue impresa por alumnos de la ENAH en condiciones casi clandestinas en los años setenta, y así circuló por muy pocas manos en las siguientes dos décadas. Lo escriben cinco antropólogos con edades promedio de 35 años, con un ensayo cada uno. El primero es Todos santos y todos difuntos de Arturo Warman, le sigue Del indigenismo de la revolución a la antropología crítica, de Guillermo Bonfil Batalla, luego La antropología aplicada en México y su destino final: el indigenismo, de Margarita Nolasco Armas -que es el único que cita don Aguirre-; después Algunos problemas de la investigación antropológica actual, de Mercedes Oliveira y finalmente La formación de nuevos antropólogos de Enrique Valencia.
En la moderna lectura de este librito salta una interrogante: ¿por qué se supuso –y resultó– tan peligroso? Gobernaban entonces Echeverría en México y Salvador Allende en Chile, reinaba el Púas Olivares en la división de los gallos y escuchábamos a Armando Manzanero en la radio con sus dos éxitos Adoro y Esa tarde vi llover, estamos hablando de un México medianamente antiguo. Los antropólogos de marras llegaron a una conclusión que hoy parecería obvia: no se ha hecho nada por resolver los problemas del indio. Se le hizo mexicano a secas, entes municipales, y se negoció con ellos a partir de las prebendas del todo poderoso partido revolucionario institucional.
En 1972 el PRI gozaba de cabal salud y la revelación de estos jóvenes inteligentes y entusiastas no tuvo cabida en los estrechos laberintos de la burocracia. “¿Qué pretenden, Godínez?” El indio debía permanecer sentado, separado y olvidado. El indio era algo incómodo de discutirse en voz alta. “Sólo se permitía la originalidad en los niveles secundarios” –observa aquel Warman–, de ahí se diluía en el laberinto de las alabanzas, los mítines, la organización, los licenciados, el acarreo, el discurso, la torta y el maratónico sol. El indigenismo oficial tenía su propia dinámica, sus necesidades, no podía permitir que llegaran estos licenciaditos a enmendarle la plana. Primero se les calló, luego –con ellos fue posible-, se les asimiló.
Veremos esta serie de 3 entregas de cada autor por separado.
Valencia, Enrique, en Cuatro décadas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia
Contenido de las mesas redondas de aniversario, ENAH, Col. Cuicuilco, 1982, p. 62
Lizárraga, Xabier, Ibid, p. 137
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Foto del autor, Ixtepec, Puebla
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