domingo, 7 de agosto de 2022

Tal vez entonces el indigenismo dejará de serlo


Una de las mentes más lúcidas de la antropología mexicana es la de Arturo Warman, antropólogo y funcionario del PRI, que de joven escribió junto con otras mentes lúcidas como las de Guillermo Bonfil y Margarita Nolasco y otros más, un venenoso librito sobre la situación de la antropología mexicana, es decir, el indigenismo, llamado De eso que llaman antropología, que denunciaba la gran farsa que terminó consintiendo el aparato corrupto del priísmo hegemónico respecto a los pueblos originarios. En este ensayo que llamó Indios y naciones del indigenismo extraje algunas fichas conclusivas, publicado por Nexos en febrero de 1978, Arturo Warman afirma que la discusión indigenista era y es ideológica, ya que se refiere a categorías sociales y a su posición relativa, no a grupos concretos. Por lo que el uso tan común de indio, como término descriptivo, no tiene sustento objetivo preciso: es una dicción que refleja el concepto ideológico.

Arturo Warman explica que nacionalismo e indigenismo se separaron claramente en la primera mitad del siglo XIX. En ninguna de las alternativas que ofrecieron las elites criollas había lugar para los grupos indígenas como tales: su destino manifiesto era la extinción.

En el siglo XX el indio fue afiliado al pasado y sustraído del futuro. Se les concedió una historia clausurada. En estos años pensadores y políticos liberales, como José Ma. Luis Mora y José María Luis Mora, manifestaron repetidamente su desprecio por el pasado indígena y colonial. El rompimiento con el pasado y con el presente que lo representaba, les parecía una necesidad, un prerrequisito para construir un país moderno y liberal, fincado en individuos cultos, libres y soberanos, sujetos evidentes del progreso y de la democracia. Para sus oponentes, los conservadores, el futuro del país estaba arraigado en el pasado, en la tradición católica hispánica sembrada en la época colonial. Según Lucas Alamán, el más lúcido representante de esta corriente, el modelo del país requería de un estado fuerte, autocrático e intervencionista, capaz de arrastrar al resto de la sociedad por el camino de la industrialización.

Desde la época de Gamio, el indigenismo se concibió como una tarea de Estado en función de las necesidades e intereses nacionales. Para 1940, Indigenismo y antropología se convirtieron en sinónimos y ambos pasaron a ocupar un lugar secundario y alejado de los centros de poder. El indigenismo queda fuera de la discusión sobre el modelo de país.

Los desarrollistas. Julio de la Fuente y, sobre todo, Gonzalo Aguirre Beltrán, formularon un camino alternativo a la incorporación individual o comunitaria a través de la teoría de la integración regional, que sirvió de sustento doctrinal a la acción de los centros coordinadores.

Para Aguirre, el desarrollo de las culturas indígenas solo será posible en la medida que las regiones indias se transformen integralmente, incluyendo a los ladinos o mestizos asentados en ellas. La región intercultural es concebida como un sistema ligado por relaciones de dominio entre ladinos e indios; la contradicción simbiótica, entre ellos solo puede superarse en el conjunto.

El fracaso del programa desarrollista dejó al desnudo una crisis brutal.

Se trataba de definir al indio a partir de su posición social y no de su raza ni de su cultura.

 


Críticos desde la izquierda

Pablo González Casanova planteó el colonialismo interno que reproduce dentro del país las relaciones entre metrópolis y colonias, y Rodolfo Stavenhagen exploró las relaciones entre clase, colonialismo y aculturación. Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, Enrique Valencia y Arturo Warman intentaron denunciar las fallas y el carácter colonial de la antropología mexicana. Antropólogos latinoamericanos reunidos en Barbados, lanzaron la acusación de genocidio y etnocidio de los indios. En una segunda reunión, 1977, a la que asistieron líderes indígenas, los antropólogos reiteraron sus posiciones y trataron de formular un programa.

Andrés Gunder Frank defendió una antropología de la liberación y Ricardo Pozas incursionó en el problema de los indios y las clases sociales.

Entre los críticos, que parten de enfoques diferentes y hasta irreductibles, no hay identidad. Con calidad muy diversa su argumentación no ha rebasado la etapa de la denuncia global de las posiciones anteriores sin lograr articular una interpretación coherente y capaz de sugerir alternativas diferentes, opinaba Warman. Peor todavía, "no han logrado superar la discusión puramente ideológica, a veces verbalista, y no han ofrecido investigaciones novedosas con planteamientos teóricos concretos y metodologías adecuadas. Evidentemente, la discusión se ha empantanado y se vuelve retórica y reiterativa. El impulso se ha frenado y corre el riesgo de disolverse en polémicas argumentativas y teológicas que se desenvuelven en el terreno puramente académico".

La discusión indigenista no debe hacer del indio ni su sujeto ni su objeto –ilustra Arturo Warman en su ensayo Historia ideológica y social, de febrero de 1978 publicada en Nexos–, sino el hilo conductor para analizar al conjunto de nuestra sociedad a partir de sus contradicciones más crudas y profundas.

No es posible concebir un futuro para el pensamiento indigenista sin la participación de los pueblos originarios. Tal vez entonces el indigenismo dejará de serlo.

 

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