jueves, 4 de marzo de 2021

Ímpetu nahuatlizador


En memoria de Rafael Rebollar, el "Guajo", cineasta de la tercera raíz,que hoy partió; lo vamos a extrañar.

                                                                    

Seríamos un país mucho más interesante si se hubieran seguido las recomendaciones de Miguel Othón de Mendizábal, quien pregonaba tras la Revolución que México se “indianizara” en lugar de “occidentalizarse”, al modo de vida obrero. Imploraba que no perdiéramos las costumbres heredadas por los pueblos originarios, que se procuraran para enriquecer nuestra propia “identidad mexicana”. 

En algún momento del siglo XXI los mexicanos retomarán aquella inquietud, si no es que ya lo han hecho, reconociendo a los pueblos originarios como los ancestros que son; un día del futuro próximo el náhuatl crecerá en hablantes antes que disminuir o desaparecer, como vaticinan alarmistas; que ciertas costumbres naturistas, cosmogónicas, sabidurías sobre la naturaleza y otros misticismos “originarios” cobrarán importancia entre los mexicanos de las próximas décadas. Religiones reinventadas con aquella inspiración, religiones propias, que además tendrán que ver con la naturaleza antes que con entelequias de otras tierras; aquí, encabezadas por el culto a Quetzalcóatl, un nuevo Sol frente a la decrepitud de Tonatiuh; el culto a la Luna y los rituales en los templos, que son pirámides ofrendadas al divino Sol, innegable dador de la vida. Científicamente comprobada, esta deidad tolteca que dice llamarse Sol, sale en las mañanas del horizonte y se retira al atardecer en la dirección opuesta, da vida a la tierra y a los océanos.


Tal vez sea una argumentación necia, prematura e insostenible (aún), un bosquejo; en todo caso se trata de una primera acechanza epistemológica sobre los quehaceres de una academia antropológica que ha estado como perdida en la concreción de su objeto de estudio, no ha sabido orientar a los mexicanos sobre nuestra situación antropológica, con medio centenar de idiomas vivos, de muchas cualidades evidentes de herencia genética  que insistimos en negar y en hacernos creer que la hamburguesa es nuestro alimento. El INI se convirtió en un instituto sin voz, sin personalidad, a pesar de las personalidades que se cruzaron en su camino, fue incapaz de transmitir a los despistados mexicanos siquiera las características objetivas de los pueblos originarios que conviven con nosotros, sus bondades históricas que muchos mexicanos que no quieren reconocer como su propio pasado, su pertenencia a un país múltiétnico donde, paradójicamente, periodistas como Fernando Benítez, historiadores como Florescano; documentalistas como Paul Leduc y cronistas como Carlos Monsiváis –sin olvidar al Canal 11–, y numerosas pero limitadas revistas de divulgación; entre todos ellos han aportado más a nuestra cultura antropológica que los miles de antropólogos que pueblan el revoltijo institucional. Dicho sea con todo respeto.


Las aglomeraciones cada vez más masivas de entusiastas que van a bañarse de energía a las pirámides de Tenochtitlan, Teotihuacan, Malinalco o Cholula –sitios arqueológicos existen en todo el país–, son un primer indicio de la proliferación de diferentes rasgos de religiones ignotas que sincronizarán sus supuestos ritos con la tecnología y la ciencia; con la electrónica y la internet.

Abusando de tu paciencia, este ímpetu nahuatlizador se extenderá en todos los estados del centro mexicano que hoy ocupan el antiguo territorio definido por Paul Kirschhoff como Mesoamérica.

 Así sea.

 

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