viernes, 19 de febrero de 2021

Jornaleritos

 

La maestra Guadalupe Manríquez Cuesta me recibió para platicarme a cerca de su trabajo en el Programa de Preescolar Rural para la Secretaría de Educación de Guanajuato, región 4 del centro; ella es licenciada de Educación Preescolar y cuenta con una maestría en Pedagogía. Estamos en la comunidad de San José de los Sapos, municipio de León, es el 30 de agosto de 2012. 


María Guadalupe Manríquez Cuesta:

Estuvimos en diferentes campos agrícolas de chile, que se da en el bajío, una zona industrial en Guanajuato; vimos a niños subir a camionetas con sus familias, niños de tres o cuatro meses con sus hermanitos, en donde a los niños más grandecitos sí se les manda a la pizca, y acompañan a sus mamás a recoger lo que es la cosecha de chile. A los niños más chiquitos los dejan a las orillas del campo en donde están todo el día jugando con piedritas en la sombrita, cuidando que no les dé el sol para no deshidratarse; ellos solitos buscan su albergue para estar a salvo. Vimos una niña chiquita de unos 4 años cuidando a su hermanito de tres meses, ahí estaba con su bolsita de súper en donde cuenta con dos pañales y agüita para cada que se despierta su hermano moverle la carreolita de juguete donde está acostado, para que no se le despierte, mientras la misma niña de cuatro años cuida a sus otros hermanitos de tres o dos años, que no se vayan hacia donde está el sol.

Jornaleritos

Los niños mayorcitos, alrededor de los ocho años en adelante, diez, doce, catorce años, ellos están recolectando el chile, a ellos ya se les paga por cada carga; en ese tiempo se les pagaban trece pesos, a las mujeres 15 y a los hombres 18, por cajón recolectado. Esa diferencia la hacía el mismo capataz (o capitán o pollero), el coordinador del grupo, que les entregaba unas fichitas. Al hombre le entregaba la fichita de 18, a la mujer de 15 y a los niños de 13 por el mismo producto y la misma cantidad; cada que llevaban una caja les entregaban la fichita y al final del día se les pagaba. Y una de las preocupaciones que nosotros teníamos era con los niños que no sabían contar, entonces no sabían cuánto valía la fichita y cuánto les tenían que pagar por fichita; entonces una de nuestras preocupaciones y asesoría que le dimos a la maestra fue enseñarles cuánto vale la ficha y por cuántas fichas cuántos pesos les van a dar, porque les daban menos, les pagaban menos. Entonces los niños no sabían cuánto les pagaban por cada fichita, tratamos de orientar a la maestra para que tratara de hacer muchas cuentas con ellos a través de palitos, piedritas, con sus lápices, con sus dedos para que sepan, más o menos un aproximado, cuánto les tienen que pagar, porque si no les pagaban menos.

Por otra parte, ese dinero no se lo quedan ellos, los niños, porque es para la familia, se lo regresan a su papá, al hombre; pero igual la mujer, no se quedaba con él, se lo daba al hombre. Aunque un hombre no llevaba solamente una familia. Nos encontramos en El Gorrión el caso de un hombre que llevaba dos mujeres. Y de las dos mujeres, que eran hermanas, una estaba en  el campo trabajando y la otra, como estaba embarazada, la tenía cuidando a los hijos de ella y a los hijos de su hermana, que también son del mismo hombre. Él había comprado a las dos mujeres hermanas, entonces a una la mandaba a trabajar y a la otra la tenía cuidando a los niños; uno como de cuatro meses y dos de dos añitos.

La equidad

Había algo muy curioso, los niños de aproximadamente 14 años de edad ya habían cursado su secundaria. Ellos ya habían culminado, la población venía de Guerrero, y me enseñaron un certificado de secundaria. Ellos ya sabían leer, escribir y contar, entonces yo les pedía que si ellos le podían ayudar a la maestra para enseñarles a los más chicos, y ellos me decían: no, maestra, a los hombres, a las mujeres no, las mujeres que se queden a tortear. Pero si las mujeres también van a la pizca del chile, les decía yo, ¿por qué no les quieres enseñar? Porque ellas no aprenden, solamente aprendemos los hombres. Entonces yo les decía que podían ayudar a la maestra a enseñar a sus propios compañeros, pero estaban muy renuentes, ellos querían seguir estudiando pero no enseñarle a los demás. Me decían que si les podía dar un certificado de Guanajuato, porque el de Guerrero no servía, para seguir en la prepa. No les prometí nada, quisimos hacer una prueba diagnóstico y sí, efectivamente, estos niños sabían leer, escribir y contar, pero no tenían las competencias desarrolladas para haber terminado la secundaría. Entonces les decía que podía darles un certificado de primaria y que podían continuar con la secundaria, pero decían que no, que en Guerrero ya se las habían aprobado.

La vocación, el servicio, la disposición que tienen estos maestros, ya sea de CONAFE, ya sean becarios, ya sean contratados por el Pronim, se queda  en las comunidades; reclutan niños, los bañan, les cortan el cabello y yo creo que ahí es donde está el verdadero compromiso, donde  falta compromiso es en la autoridad. Hay que echarle un ojito a esta gente que está emigrando y que tiene el derecho de emigrar.

Gracias, maestra.

A usted.

martes, 9 de febrero de 2021

Mexicanidad

 

Peregrinación en la Sierra Norte

La Antropología mexicana plantea a la Antropología internacional una singular condición que ninguna otra de las llamadas “escuelas nacionales” tiene; lo que no quiere decir que la antropología mexicana no exista, como opinan algunos. Existe con sus antecedentes históricos en el Siglo XIX y su fundación profesional y académica por Manuel Gamio –que venía de estudiar con Franz Boaz–, en 1922. Pero hay una sólida visión del tema indígena en esa antropología que por alguna razón la niega. En México se es estudioso y pariente a la vez, algo que contraría las bases de la disciplina antropológica, formuladas por el pionero Bronislaw Malinowski, de separar el resultado de tus observaciones científicas de las opiniones y conclusiones del indígena; la Antropología mexicana involucra étnica y socialmente a mestizos e indígenas, provocada por el mestizaje, confiriendo a la disciplina una elasticidad que lo mismo sirve para intentar remediar la precaria situación social y política de los pueblos originarios en México, que de alimento electoral, escenografía, siempre en el peldaño más bajo de La nata social, que para supuestamente conocer a los pueblos originarios, increíblemente llamados indígenas, todavía, tanto en la ley de 1992 como en el nombre de los institutos relacionados con el tema, lo que quedó del INI una vez que Fox acabó por desaparecerlo.

Moreno Valle con indígenas-postes 

El historiador Luis Villoro en su trabajo sobre el indigenismo mexicano hizo un análisis de esta coyuntura hermenéutica en el nacimiento de una disciplina que buscaba dar cuerpo a la discusión decimonónica del destino de la patria, con la existencia de un centenar de pueblos originarios más o menos abandonados a su suerte por los españoles en la larga colonización, expulsados de sus territorios, diezmados, deprimidos, pero vivos; el indigenismo mexicano con Manuel Gamio y Miguel Othón de Mendizábal, como las figuras históricas que elige Villoro, concluye que “se antoja imposible poder acotarlo (al indigenismo) estrictamente dentro de los límites de una teoría conceptualmente formulada”.

 El ejercicio de opinión que busco expresar en este blog trata de demostrar lo contrario: la presencia de una escuela nacional, una corriente con base científica iniciada por Manuel Gamio y José Vasconcelos, con Mendizábal de testigo y comensal (e ideólogo, porque el indigenismo es una ideología), posee un cuerpo teórico sustentado, como puede apreciarse en las obras de estos tres intelectuales mexicanos. Aunque solo es posible acceder a los dos primeros, Mendizábal desapareció de la antropología a su muerte y sus seis tomos que publicaron amigos de su viuda en 1947 para el primer aniversario de su deceso es lo único que quedó. Unos cuantos privilegiados que accedimos a sus obras completas. Las ideas de Mendizábal no cascaban con las oficialistas de los años 40 que más bien intentaban aplanar las culturas autóctonas  e imponer una vida al estilo occidental, con obreros obedientes caminando a las numerosas fábricas que se instalaron en el corredor de la ciudad de México y los pueblos muy antiguos de Tlanepantla y Cuautitlán en el Estado de México. El pretexto era que se necesitaban obreros y los indígenas, con un poco de capacitación, serían obreros eficientes y económicos. Tardíamente, uno de los grandes promotores de esta idea etnocida, don Gonzalo Aguirre Beltrán, lo reconoció en los años 80, cuando ya no había nada que hacer, las ciudades crecieron  monstruosamente y el sistema tuvo éxito en desaparecer –o casi– los pueblos originarios que se atravesaron en su carrera modernizadora en Netzahualcóyotl y Ecatepec. Al despuntar el siglo XXI seguirían las ciudades principales. En Puebla la mole urbana se tragó decenas de poblaciones que eran pueblos antiguos y originarios, como Tlaxcalancingo, donde unos exitosos comerciantes náhoas que me honran con su  amistad, muchos de ellos con título universitario, hablan náhuatl en el seno familiar y son una prueba viviente de que Mendizábal tenía razón al implorar que no se socavaran sus idiomas ni sus costumbres, que los dejáramos a ellos crecer por su cuenta, simplemente que no los afectáramos ni estorbáramos su progreso. “Dejar a la vida misma”, escribió en sus numerosos escritos. Pero, como se sabe, se hizo exactamente lo contrario, el Tata Lázaro lo dijo con todas sus letras en el Congreso Indigenista de Pátzcuaro, Michoacán de 1940: “los indígenas deben mexicanizarse”.

Celebración en Coyomeapan, Puebla

 Los antropólogos mexicanos de la escuela nacional mexicana y muchos independientes, a diferencia de sus colegas antropólogos en Francia, Inglaterra o Estados Unidos, conviven y utilizan tres imperativos antropológicos sui generis que definen su opción hermenéutica en la teoría antropológica: 1) su relación de parentesco con el objeto social estudiado ¿somos o no descendientes de los antiguos mexicanos? Sí, lo somos; 2) la caracterización activista sociopolítica de la academia antropológica, la ENAH; legítima preocupación y compromiso en la lucha social, política y económica de los pueblos originarios y, 3) el papel prácticamente monopólico del Estado en la antropología aplicada en México.

Vemos como Miguel Othón de Mendizábal vive el momento de definición de la Antropología mexicana y conocemos su interpretación, ahora presuntamente científica, del indigenismo. Mendizábal destaca la desviación que implicó aplicar una teoría científica al servicio de una doctrina política de difusos contornos como la revolución mexicana. 

Chalupitas poblanas

 Proponía una cosa: no abandonar la idea de conocerlos y de identificarnos con  muchos de sus rituales cotidianos que compartimos todos los mexicanos, la idiosincrasia prehispánica de los moles y el uso de la tortilla, el chocolate y todo ese mundo de maíz que cada día vivimos: tamales, pastel de elote, esquites, elotes, garnachas, bebidas, postres y todo lo que en México se concibe desde el maíz, que consumimos en decenas de formas. Ese legado es inconfundiblemente mexicano y nos atañe culturalmente junto con los pueblos originarios que la mitad del país trae en su linaje, la mayoría de las veces sin reconocerlo; un legado que los mexicanos decidieron ignorar; es sorprendente la ignorancia de la gente sobre los grupos étnicos de su entorno, de su estado, no se diga del país entero. Es como si le hablaras de poetas rusos. Si no sabemos sus nombres aparentes, menos los verdaderos, a pesar de haber convivido con ellos toda la vida.

 

Mercado en Ixtepec, Puebla 

En Puebla, por ejemplo, habitan siete pueblos originarios: náhoas, totonacas, popolocas, mazatecos, otomíes, mixtecos y tepehuas. Algunos ni siquiera se llaman a sí mismos así, es el nombre que les pusieron los aztecas primero y después los españoles, que luego antepusieron el nombre de un santo cristiano, el San Miguel de decenas de pueblos en Oaxaca, Puebla y partes de Veracruz, Guerrero y Chiapas. La cosa ha sido así desde la llegada de los españoles, cuyas intenciones nunca fueron evangelizar sino ganar riqueza y poder, pero siempre tuvieron como objetivo socavar las culturas originarias, impedirles usar sus idiomas, dificultando y estorbando su modernización, porque la mayoría de los pueblos originarios, según he podido ver en mi vida, quieren mejorar y modernizarse, pero sin dejar de ser totonacos, ñañhus en el centro de México o mazatecos en las sierras de Puebla y Oaxaca, o náhoas de Milpa Alta, tan orgullosos.

Celebración religiosa, Ixtepec, Puebla 

No lograron aniquilarlos, como es evidente, pero crearon otra realidad identitaria o cosmogónica que ahora formamos los mestizos de este gigantesco país, el 85 % de la población, de ahí que la antropología mexicana es inaplazable, o mejor dicho, inevitable, intransferible, inherente y consustancial al vivir de los mexicanos; una antropología que se realiza en el crisol genético de las generaciones y en el conocimiento de tu país y de tu región; por lo tanto, cultivo el orgullo y la defensa de ese tesoro cultural que hemos heredado de las culturas autóctonas. Nuestros moles y chapulines y atoles y chocolates, tamales y guacamoles, combinándolo con costumbres españolas como la torta de nana y nenepil, que se montaron en nuestras costumbres desde la conquista. Los españoles también impusieron el idioma, que no es poca cosa, y México tomó de las naciones modernas su sistema político republicano y democrático, hizo sus leyes casi idénticas, se consolidó como país. Pero en el interior profundo de ese país llamado México ha permanecido la huella de los pueblos originarios que tienen todo el derecho del mundo a crecer y modernizarse sin dejar su idioma y sus costumbres, y que han logrado saltar las trancas a una imposición política y cultural que quiso obligarlos a borrar sus idiomas y su cosmovisión, su tradición oral; sin idioma ¿qué queda de un pueblo? Bueno… nosotros, los mestizos.

Tianguis semanal en Ixtepec, Puebla 

Quedan recuerdos y tradiciones de esos mexicanos que también fuimos, mezclados con la acechanza de los conquistadores, una mezcla de tentaciones y genes que se esfuerzan por despejar nuestra ontología mexicana. Mendizábal, como lo habrás advertido, santón de este blog, lo señaló; aconsejó conocer a estos interesantes pueblos que en México han vivido un larguísimo desprecio, y acercarse a ellos con sencillez, incluso con humildad; “dejar a la vida misma”, repitió Mendizábal, la concordia entre ambas entidades, pues a final de cuentas compartimos una dedicación vital, frugal, intacta y actual, que es la arraigada cultura del maíz, solo por decir un ejemplo, porque existen otras sabidurías que también nos han sido legadas. Nuestra cultura mexicana, lo quieras o no, lo sepas o no. Cuando reflexionamos lo que significa el maíz en nuestras vidas nos aproximamos, rozamos la explicación de ese sincretismo impenetrable con la profunda cultura de los pueblos originarios que tenemos aquí, en el centro de nuestro ser. Así que no me digas que tengo una confusión de identidad. No te atrevas a dudar de mi mexicanicidad.


Fotos del autor.