domingo, 28 de agosto de 2022

La pluralidad étnica

 

Guillermo Bonfil Batalla

Palabras pronunciadas por Guillermo Bonfil Batalla en los Pinos, el 10 de agosto de 1988, en la ceremonia de entrega de la "Presea Manuel Gamio. Al mérito indigenista". Las tituló La pluralidad étnica. Pugna por una mayor participación indígena y el impulso de proyectos autogestionados que nunca terminaron por concretarse:

“Al finalizar la década de los sesenta era perceptible en muy diversos países del mundo que los pueblos históricos englobados en los más distintos tipos de estados nacionales comenzaban una nueva forma de lucha política por la reivindicación de sus derechos étnicos. México no fue excepción. Los pueblos indios que habitan el territorio nacional desde épocas que se pierden en la profundidad del pasado, comenzaron a adquirir una nueva visibilidad en la sociedad mexicana: encontraron otras formas de organización para la lucha e iniciaron la elaboración de un discurso político que sonaba más comprensible para los oídos del sector no indio, acostumbrado al silencio que resulta de no querer escuchar y a la incapacidad para ver y reconocer que proviene de no aceptar la existencia legítima del "otro". Nunca estuvieron ausentes, por supuesto; pero ahora los pueblos indios estaban dispuestos a ingresar activamente a la escena política de México, con su propia voz y con su rostro propio.

“Esta irrupción inesperada provocó desconcierto entre quienes se ocupaban o preocupaban por el entonces llamado "problema indígena". Unos negaron la autenticidad de la movilización india; otros la atribuyeron a la acción de fuerzas oscuras, ajenas a los pueblos indios; algunos más le pretendieron restar importancia y significación, o, peor aún, le atribuyeron signo negativo frente a las que consideraban las mejores causas del país.

Hoy, a veinte años de distancia, es innegable que lo que se gestaba entonces era una nueva etapa de la ancestral lucha india que propone ahora un modelo de sociedad plural, que sea explícitamente reconocido por el Estado, y que exige la eliminación de las desigualdades con la misma firmeza con que demanda el respeto a las diferencias. Quiero entender el que se me otorgue en esta ocasión la "Presea Manuel Gamio", no como un reconocimiento a méritos individuales, discutibles y ciertamente insuficientes, sino como el reconocimiento a un grupo de antropólogos y colegas de otras disciplinas que decidimos desde entonces apostar por esa carta y hemos tratado de ser consecuentes con esa opción. No cabe aquí nombrarlos a todos; pero no puedo dejar de mencionar en esta ocasión a Salomón Nahmad, a quien considero un indigenista ejemplar y un defensor permanente de las mejores causas indias.

“El proyecto de construir una sociedad que reconozca la pluralidad étnica como dimensión fundamental para la organización del Estado y como potencial y riqueza igualmente fundamentales para la edificación de un futuro mejor, es una idea que ha adquirido en estos años plena legitimidad. Usted, señor Presidente, señaló durante su campaña electoral: "no hay enfrentamiento entre pluralismo social y cultural y unidad nacional. La historia demuestra que los centralismos no cohesionan, sino disgregan. La fuerza de nuestra unidad debe seguir siendo la riqueza de nuestra diversidad". Más adelante afirmó usted, con toda claridad, que requerimos "principios y mecanismos que reconozcan una verdadera federación de nacionalidades dentro de la nacionalidad mexicana". Con estos pronunciamientos quedó francamente abierta la puerta para que la política indigenista gubernamental se pudiera orientar en un sentido diferente, cuya característica principal sería una mayor participación india y el impulso a proyectos autogestionados.

“En el umbral del tercer milenio los mexicanos enfrentamos graves desafíos que adquieren carácter perentorio. Me atrevo a afirmar que el principal de ellos es el de redefinir nuestro proyecto nacional. Tres metas podrían unificar a la inmensa mayoría de los mexicanos y, en consecuencia, constituirse en los ejes para diseñar el nuevo proyecto de nación que queremos construir: deseamos una sociedad más democrática, que significa mayor participación de todos en las decisiones que a todos conciernen y formas de convivencia que descansen en el respeto absoluto a los derechos individuales y colectivos; deseamos una sociedad más justa, en la que las oportunidades y la riqueza social se distribuyan de manera equitativa; y deseamos una sociedad más feliz, si entendemos por felicidad la convicción de que tenemos la posibilidad de realizar plenamente nuestras potencialidades individuales y colectivas.

“Los tres objetivos están íntimamente ligados y pueden entenderse, de hecho, como facetas de un mismo modelo de sociedad que en lo político sea democrática; en lo económico, justa, y en esa dimensión subjetiva que es componente indispensable de la vida social, sea feliz. En mi opinión, para encauzar a la sociedad mexicana por un camino que nos acerque a estas tres metas, la cuestión del pluralismo étnico debe colocarse como un problema central cuya solución satisfactoria es indispensable y crucial. Las propias nociones de justicia, democracia y felicidad adquieren un sentido histórico preciso cuando se definen para una sociedad étnicamente plural, como la nuestra. 

“En el terreno de la democracia, por ejemplo, el reconocimiento del pluralismo étnico requiere mucho más que el respeto al sufragio. Se trata, ante todo, de admitir que los pueblos indios de México son entidades polí­ticas que deben ser reconocidas jurí­dicamente como integrantes del Estado nacional. Este reconocimiento es un paso inevitable en cualquier proyecto democrático, porque es un requisito para que los pueblos indios ejerzan el derecho a conducir sus propios asuntos internos y desarrollar su cultura propia. La afirmación de la autonomía interna es una condición necesaria, aunque no suficiente, para restituir a los pueblos indios la libertad de conducir su propio destino, que les fue arrebatada desde la invasión europea y les ha sido negada en el México independiente, y para crear las condiciones que hagan posible su auténtica participación ciudadana, que no puede darse al margen de su cultura propia. No cabe imaginar un México democrático sin que se respeten por ley y en la práctica los derechos colectivos de los pueblos indios y esto exige su reconocimiento como entidades políticas constitutivas del Estado.

“En el campo de la justicia social se plantea una doble demanda. La primera deriva del hecho de que los pueblos indios ocupan, sean cuales sean los indicadores que se empleen para el diagnóstico, el escalón más bajo de la sociedad mexicana. Son el sector de nuestra población más empobrecido y presentan los índices de carencias más intolerablemente altos. En el reparto de la riqueza y de las oportunidades sociales la diferencia es escandalosamente abismal entre los pueblos indios y los grupos más favorecidos del país. La demanda de justicia económica es inaplazable, como lo es la de la justicia a secas, porque muchas normas y procedimientos para impartirla no tienen vigencia real en la vida cotidiana de las regiones indias. Hay, pues, el imperativo de un trato justo hacia los pueblos indios, que implica la supresión de las muchas formas en que se les explota, se les discrimina y se les margina. Pero hay otra demanda complementaria, que remite claramente al derecho a la diferencia cultural: además de tener un acceso justo a las oportunidades y los bienes que ofrece y posee la sociedad mexicana, los pueblos indios reclaman mayores oportunidades y posibilidades en el marco de su propia cultura: se trata de poder estudiar biología en la universidad, pero también de que existan las condiciones para desarrollar los conocimientos sobre la naturaleza que forman parte de la propia tradición cultural india; se trata de poder adquirir dominio sobre nuevas tecnologías, pero también de crear otras a partir de las que se poseen como legado histórico. Sólo por esta doble vía puede alcanzarse una relación justa con los pueblos indios, sin caer en el error de confundir desigualdad con diferencia: se trata de eliminar la desigualdad al mismo tiempo que se defiende el derecho a la diferencia.

“La última meta, la que aquí he mencionado con un término difícil de definir con precisión pero que, sin embargo, alude a una aspiración real y profunda, es la de construir una sociedad más feliz. No me meteré en honduras filosóficas; pienso, simplemente, en una sociedad organizada de tal forma que sus miembros puedan realizar sus capacidades en un marco de relativa armonía entre sus aspiraciones y las posibilidades que ofrece la sociedad. Y llegamos de nuevo al pluralismo, a la diversidad cultural, a la existencia de horizontes civilizatorios distintos en el seno de la sociedad mexicana, que son el sustento profundo de maneras diferentes de entender la vida y, por tanto, de construir los proyectos individuales y colectivos para vivirla con plenitud. Nadie piensa, nadie crea ni actúa a partir de la nada, de un inimaginable punto cero; todos lo hacemos a partir de un bagaje de normas, significados, creencias, hábitos y sentimientos que han sido conformados en una particular visión del mundo, en una cultura. El respeto a la diferencia cultural es también, entonces, condición para la vida con plenitud.

“Al agradecer la alta distinción que se me confiere al otorgarme la "Presea Manuel Gamio", quiero reiterar mi convicción de que la democracia, la justicia y la felicidad entre los mexicanos sólo serán una realidad sólida en la medida en que el nuevo proyecto nacional que nuestro país requiere incluya como un punto central el respeto a los pueblos indios y la atención impostergable a sus legítimas demandas.

Muchas Gracias.”

 

México, D.F. a 10 de agosto de 1988.

Foto: Ichan Tecólotl/Ciesas

Nexos, Cabos sueltos, noviembre, 1988 


domingo, 7 de agosto de 2022

Tal vez entonces el indigenismo dejará de serlo


Una de las mentes más lúcidas de la antropología mexicana es la de Arturo Warman, antropólogo y funcionario del PRI, que de joven escribió junto con otras mentes lúcidas como las de Guillermo Bonfil y Margarita Nolasco y otros más, un venenoso librito sobre la situación de la antropología mexicana, es decir, el indigenismo, llamado De eso que llaman antropología, que denunciaba la gran farsa que terminó consintiendo el aparato corrupto del priísmo hegemónico respecto a los pueblos originarios. En este ensayo que llamó Indios y naciones del indigenismo extraje algunas fichas conclusivas, publicado por Nexos en febrero de 1978, Arturo Warman afirma que la discusión indigenista era y es ideológica, ya que se refiere a categorías sociales y a su posición relativa, no a grupos concretos. Por lo que el uso tan común de indio, como término descriptivo, no tiene sustento objetivo preciso: es una dicción que refleja el concepto ideológico.

Arturo Warman explica que nacionalismo e indigenismo se separaron claramente en la primera mitad del siglo XIX. En ninguna de las alternativas que ofrecieron las elites criollas había lugar para los grupos indígenas como tales: su destino manifiesto era la extinción.

En el siglo XX el indio fue afiliado al pasado y sustraído del futuro. Se les concedió una historia clausurada. En estos años pensadores y políticos liberales, como José Ma. Luis Mora y José María Luis Mora, manifestaron repetidamente su desprecio por el pasado indígena y colonial. El rompimiento con el pasado y con el presente que lo representaba, les parecía una necesidad, un prerrequisito para construir un país moderno y liberal, fincado en individuos cultos, libres y soberanos, sujetos evidentes del progreso y de la democracia. Para sus oponentes, los conservadores, el futuro del país estaba arraigado en el pasado, en la tradición católica hispánica sembrada en la época colonial. Según Lucas Alamán, el más lúcido representante de esta corriente, el modelo del país requería de un estado fuerte, autocrático e intervencionista, capaz de arrastrar al resto de la sociedad por el camino de la industrialización.

Desde la época de Gamio, el indigenismo se concibió como una tarea de Estado en función de las necesidades e intereses nacionales. Para 1940, Indigenismo y antropología se convirtieron en sinónimos y ambos pasaron a ocupar un lugar secundario y alejado de los centros de poder. El indigenismo queda fuera de la discusión sobre el modelo de país.

Los desarrollistas. Julio de la Fuente y, sobre todo, Gonzalo Aguirre Beltrán, formularon un camino alternativo a la incorporación individual o comunitaria a través de la teoría de la integración regional, que sirvió de sustento doctrinal a la acción de los centros coordinadores.

Para Aguirre, el desarrollo de las culturas indígenas solo será posible en la medida que las regiones indias se transformen integralmente, incluyendo a los ladinos o mestizos asentados en ellas. La región intercultural es concebida como un sistema ligado por relaciones de dominio entre ladinos e indios; la contradicción simbiótica, entre ellos solo puede superarse en el conjunto.

El fracaso del programa desarrollista dejó al desnudo una crisis brutal.

Se trataba de definir al indio a partir de su posición social y no de su raza ni de su cultura.

 


Críticos desde la izquierda

Pablo González Casanova planteó el colonialismo interno que reproduce dentro del país las relaciones entre metrópolis y colonias, y Rodolfo Stavenhagen exploró las relaciones entre clase, colonialismo y aculturación. Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, Enrique Valencia y Arturo Warman intentaron denunciar las fallas y el carácter colonial de la antropología mexicana. Antropólogos latinoamericanos reunidos en Barbados, lanzaron la acusación de genocidio y etnocidio de los indios. En una segunda reunión, 1977, a la que asistieron líderes indígenas, los antropólogos reiteraron sus posiciones y trataron de formular un programa.

Andrés Gunder Frank defendió una antropología de la liberación y Ricardo Pozas incursionó en el problema de los indios y las clases sociales.

Entre los críticos, que parten de enfoques diferentes y hasta irreductibles, no hay identidad. Con calidad muy diversa su argumentación no ha rebasado la etapa de la denuncia global de las posiciones anteriores sin lograr articular una interpretación coherente y capaz de sugerir alternativas diferentes, opinaba Warman. Peor todavía, "no han logrado superar la discusión puramente ideológica, a veces verbalista, y no han ofrecido investigaciones novedosas con planteamientos teóricos concretos y metodologías adecuadas. Evidentemente, la discusión se ha empantanado y se vuelve retórica y reiterativa. El impulso se ha frenado y corre el riesgo de disolverse en polémicas argumentativas y teológicas que se desenvuelven en el terreno puramente académico".

La discusión indigenista no debe hacer del indio ni su sujeto ni su objeto –ilustra Arturo Warman en su ensayo Historia ideológica y social, de febrero de 1978 publicada en Nexos–, sino el hilo conductor para analizar al conjunto de nuestra sociedad a partir de sus contradicciones más crudas y profundas.

No es posible concebir un futuro para el pensamiento indigenista sin la participación de los pueblos originarios. Tal vez entonces el indigenismo dejará de serlo.

 

Fotos del autor

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lunes, 20 de junio de 2022

Temporada en el Archivo Municipal de Puebla

 

A finales de 1987 colaboré en un proyecto de Conacyt- Ayuntamiento de Puebla que me permitió conocer los fondos documentales del Archivo Municipal de Puebla. Fue un enorme privilegio. Cuatrocientos setenta y seis años de historia documental representan una puntual radiografía sobre una comunidad que ha transitado las principales fases de la historia de México en circunstancias protagónicas. Sin embargo –y hay aquí una gran paradoja–, el Archivo Municipal es casi desconocido para la población, la mayor parte de la gente no sabe que existe, mucho menos sabe de su riqueza, que es la relación puntual de sus protagonistas sociales, sus artesanos, sus profesionistas, los vivos y los muertos que con precisión estadística aparecen en millones de páginas clasificadas con enorme esfuerzo desde el siglo XVII.


Son el registro de la memoria colectiva que ha visto crecer su calidad de vida en la dotación de servicios y la apertura de nuevos ámbitos urbanos que hoy se materializan en una enorme metrópoli; de la lenta pero constructiva labor de sanidad que todavía en el Siglo XX asolaba sus barrios con pestes y epidemias periódicas que diezmaban a la población. Un archivo vital que explica a los poblanos desde dentro, un espejo, una metáfora de nuestra condición humana. Hoy inicio una serie de entregas sobre esa incursión en el Archivo Municipal con la intención de mostrarte algunos contenidos muy interesantes de sus series.

 En el Archivo Municipal nos abrieron las puertas las historiadoras y encargadas de áreas estratégicas del Archivo: Felícitas Vásquez y Aurelia Yahuitl. Y nos mostraron información detallada de sus casi 500 años de existencia.  


El fondo histórico del Archivo Municipal de la ciudad de Puebla está integrado por cinco secciones principales: Gobierno, Legislación, Expedientes, Hacienda Municipal y Administración, acervo histórico que abarcaba en ese momento de 1531 a 2009; cinco secciones que entre todas reúnen 50 series, 7,061 volúmenes, 101 legajos, 19 cajas, 820 piezas, 556 expedientes y 40 ejemplares. En total, un número muy aproximado del acervo del Archivo Municipal de Puebla es de 2´620,174 fojas, es decir, 5´239,224 páginas.

El documento que resultó de esa investigación ofrece un panorama sobre el reto que implica administrar y preservar un acervo de las dimensiones del Archivo Municipal de Puebla, pues no basta decir que hay aquí cuatro siglos y medio de documentos históricos, sino que la misma edad de este tesoro supone, en igual proporción, su importancia y su vulnerabilidad.


Las preocupaciones y expectativas que arrojó aquella investigación estaban dirigidas de modo natural a las autoridades municipales encargadas de la custodia de este fondo histórico. Una vez analizada su dimensión, sus condiciones físicas, espaciales y laborales, tras haber revisado ejemplos comunes de otros archivos y bibliotecas mexicanos,  las conclusiones pueden derivar en mejores estrategias que garanticen una larga vida a este tesoro de identidad poblana. 

Las tres sedes del Archivo Municipal de la ciudad de Puebla tienen muchas carencias, pero en 2007 estaban bien establecidas y garantizaban, al menos en lo inmediato, ciertas condiciones de preservación de los documentos. Ante la ausencia de profesionales suficientes, el archivo cuenta con empleadas y empleados entusiastas e inteligentes con buena disposición a recibir más y mejor capacitación. Tal fue la naturaleza de  nuestro estudio –y el de los arquitectos que analizaron sus espacios–, de donde fue posible sacar algunas rápidas conclusiones.

Los estándares internacionales establecen cinco condiciones básicas para la operación de un archivo municipal: contar con instalaciones adecuadas con medidas de seguridad; tener un adelanto significativo en el porcentaje de catalogación de fondos documentales; tener procesos de modernización en marcha, de acuerdo con su presupuesto; contar con Reglamento Interno y tener departamentos de clasificación y valoración de documentos. Si se observan las propias condiciones del Archivo Municipal de Puebla se puede apreciar que lleva ya un adelanto significativo. El proyecto del que forma parte este dictamen del Archivo Municipal aporta las bases para seguir desarrollando su modernización.

Problemas capitales del archivo: a) Aplicación de los programas internos de protección civil en el Archivo General Municipal, materializados en simulacros de desalojo y atención a eventuales desastres; b) Aplicación del programa de prevención del delito para evitar riesgos en el acervo documental del Archivo General Municipal, que no ha tenido aplicación práctica, y c) Difusión del Archivo General Municipal para dar a conocer el acervo histórico de la Ciudad de Puebla, materializada en una página de internet que se publicó en enero de 2008.


Planeación estratégica

El Ayuntamiento de Puebla debe impulsar la modernización del Archivo Municipal como institución de resguardo de información pública y de riqueza histórica accesible a los ciudadanos, a través del aprovechamiento de sus recursos humanos y con los cambios que se plantean en infraestructura y tecnología. El Ayuntamiento, a través de estas estrategias, tiene la oportunidad de desarrollar un programa de capacitación para empleados del Archivo Municipal, de construir un programa de comunicación social, de ampliar y transformar su infraestructura y tecnología y modificar el carácter de su recinto principal en el Palacio del Ayuntamiento, como espacio público de difusión cultural, que muestre con gracia la enorme riqueza iconográfica e histórica de sus documentos, que merecen mejor destino. Tiene el Ayuntamiento la oportunidad de pensar en una planeación estratégica que establezca programas de restauración permanente, de catalogación y de digitalización que permitan tanto a los empleados como a los usuarios diversificar las opciones que les ofrece el acervo, utilizando las imágenes, la iconografía, la caligrafía y los textos que brindan miles de detalles de la ciudad, para convertirlos en objetos de conocimiento de uso colectivo, de enriquecimiento social y cultural.

En este marco, el gobierno municipal de la ciudad de Puebla debe atender las estrategias para un proyecto de modernización:

Estrategia de recuperación arquitectónica. La modernización del Archivo Municipal solo puede llevarse a cabo con la recuperación del espacio físico que actualmente lo contiene. Las tres sedes del actual Archivo Municipal están ocupadas en su capacidad, al grado de que fue necesario habilitar un espacio improvisado en la 32 Oriente para recibir la voluminosa entrega de la administración que terminó sus funciones en febrero de 2008. Para ello, en espacio aparte, se proponen alternativas arquitectónicas para el Archivo Municipal, particularmente la del espacio actualmente destinado como  archivo histórico.

Estrategia de comunicación social. Es muy importante que el archivo asuma un papel más protagónico en la ciudad cuya historia sustenta. La riqueza e importancia de su acervo debe llegar al conjunto de la población a través de una política de medios, y la atención especializada de la nueva página de Internet, así como el uso sistemático de las tecnologías de información.

Estrategia de capacitación permanente a los empleados del archivo en temáticas propias de sus actividades como restauración, digitalización, computación, comunicación y administración de archivos históricos. Con una planta de 23 trabajadores, jóvenes en su mayoría, la capacitación sería la solución ideal para superar, a mediano plazo, las deficiencias mencionadas.

Estrategia de restauración y prevención. Dado el volumen de los documentos dañados y las características del propio archivo, en conveniente establecer un departamento permanente de restauración. El costo y el tiempo que implica restaurar cada uno de los 400 volúmenes dañados del Archivo Municipal, justifican la urgente necesidad de contratar o habilitar a dos personas dedicadas a esta tarea.


Estrategia para uso de las tecnologías de información. Estrategia para la habilitación de tecnologías de información para la administración y procesamiento de proyectos en línea. La modernización de los procesos organizativos, administrativos y de planeación relacionados con la operación del archivo: directorios, expedientes y control de recursos humanos, proyectos, cronogramas, presupuestos, procesos legales, políticas de comunicación, control de recursos materiales y administración de recursos digitales.

Estrategia de Catalogación. Por su naturaleza, el Archivo Municipal debe establecer un plan de catalogación del acervo histórico que reúna y unifique lo catalogado. Esta función, ligada al proceso de digitalización, es el fin metodológico de todo archivo, y en consecuencia debe haber una estrategia que la haga permanente.

Estrategia de Digitalización. Por su volumen de más de cinco millones de páginas en el Archivo Histórico del Ayuntamiento, y la conveniencia de que el usuario pueda consultar los documentos en un monitor, en lugar de hacerlo directamente en el original, es conveniente pensar en un programa permanente de digitalización, a mediano o largo plazo, que permita digitalizar los documentos en orden de importancia. Adicionalmente a ese beneficio, la digitalización garantiza resguardo, materia prima para su transmisión y difusión en internet.

Estrategia para internet. Una página internet puede convertirse en un instrumento clave en la modernización del archivo. La página de internet tiene una base documental con ejemplos de las cincuenta series que componen el acervo, instrumentos de correspondencia con el usuario, multimedia y secciones para investigadores y niños. Sin embargo, es necesario darle vida y hacerla crecer en sus posibilidades, con personal capacitado que haga una página divertida y documentada sobre las temáticas del archivo histórico municipal, que se encargue de su mantenimiento.

Estrategia de Seguridad. Como lo establecen las normas, el Archivo Municipal debe de contar con un cuidado profesional permanente del estado físico de sus documentos, sobre todo de los más antiguos. Mejorar la seguridad a través del video de vigilancia, humidificadores, equipos contra incendio, deshumidificadores, protectores de ventanas y libreros.

Financiamiento. Lo anterior no sería posible si la voluntad de hacerlo no se refleja en el presupuesto del año fiscal correspondiente, un presupuesto que permita iniciar los procesos de modernización con una política de ingresos propios.

Portada de la página nunca concretada

Fortalezas del Archivo Municipal

Octubre, 2007

El diagnóstico técnico sobre las condiciones físicas y administrativas del Archivo Municipal de Puebla reitera la presencia de uno de los fondos históricos más importantes de América. Su fondo histórico refleja la versión oficial del paso de los siglos por una ciudad emblemática de la historia de México. Y los detalles de sus documentos nos permiten acercarnos no solo al hecho histórico como registro cronológico de una administración, sino al desarrollo de las mentalidades de varias generaciones de ciudadanos que pueden ayudar a explicarnos la ciudad contemporánea.

Al legado histórico en su mayor parte lo alberga un edificio emblemático de la ciudad de Puebla, que es el Palacio del Ayuntamiento. Tiene una ubicación inmejorable frente al zócalo y la Catedral metropolitana. Su interés social mejorará con la publicación de la Guía del Archivo Municipal y la apertura de la página web en enero de 2008 y tendrá la oportunidad de ampliar sus horizontes para convencer a los ciudadanos, sobre todo a los más jóvenes, de que aquí hay un tesoro mundial que hay que conocer y preservar.

Tal vez la principal debilidad de los archivos municipales de México está en que son fondos documentales que no tienen un impacto político inmediato e importan verdaderamente a un puñado de estudiosos y entusiastas que promueven su conservación. Como en otro tipo de monumentos de importancia histórica o artística, los archivos dependen de la voluntad política de las sucesivas administraciones municipales encargadas de su resguardo. En el archivo prevalecía en 2008 un uso inadecuado de sus instalaciones del centro, espacios demasiado vacíos y otros demasiado llenos. Ausencia de diseño de interiores en la proporción y el posicionamiento de las mesas y sillas de los usuarios. La portentosa sala principal de la biblioteca con sus libreros y su mobiliario antiguo era utilizado como despacho por el Ejecutivo municipal para recibir visitas. El archivo carecía de sistemas  y equipos de digitalización de documentos.

Es un archivo desconocido por la sociedad, los ciudadanos comunes, sobre todo los jóvenes, que pueden ignorar el valioso tesoro ahí depositado. La entrada por el pasaje del Ayuntamiento es sinuosa, lúgubre y carece de diseño para uso público. Esa desproporción ofrece una oportunidad inmejorable para algún talentoso arquitecto que haga en ese espacio un piso de biblioteca pública bien habilitado, cómodo e iluminado; mesas y sillas adecuadas, lámparas de luz blanca para cada uno, guantes y tapabocas nuevos.

Aunque la sede principal del Archivo Municipal cuenta con personal de vigilancia y alarma de sensores, carece de casi todas las aplicaciones recomendadas para instituciones de sus características. Existían en 2008 cerca de 400 volúmenes deteriorados en distintos grados de gravedad. Su desatención incrementa el deterioro y cada año se suman más. Los libreros y anaqueles están expuestos al polvo, los insectos y la polución automotriz que penetra por las ventanas comúnmente abiertas, pues se carece de calefacción.

El archivo carece de un fondo revolvente para necesidades inmediatas, mediatas y de largo plazo. El presupuesto está destinado exclusivamente al pago de salarios y gastos extraordinarios que se satisfacen tras una larga negociación.

Toca a las autoridades municipales la oportunidad de establecer un programa de rehabilitación de las instalaciones y el resguardo del Fondo histórico del Archivo Municipal con el objetivo de mejorar las condiciones de servicio a las instituciones nacionales e internacionales y aumentar el número de usuarios a través de mecanismos de comunicación, con personal capacitado para ofrecer un servicio de primer nivel.

Es necesario hacer una estrategia a mediano y largo plazo para que el archivo vaya superando paulatinamente sus deficiencias. Es urgente la restauración de los volúmenes dañados y la prevención técnica que evite que los demás se sigan dañando, que existan programas de capacitación a empleados del archivo; que se busque superar las deficiencias más significativas en la preservación de los documentos, la contratación de profesionales que eventual o permanentemente cubran esas carencias y amenazas al legado histórico documental de Puebla. Cubrir, mediante un plan, las necesidades técnicas de conservación, digitalización y mantenimiento que permitan al Archivo Municipal convertirse en un centro cultural a la altura de sus circunstancias y de su importancia histórica, en destino obligado de ciudadanos y turistas de la cultura que tan bien se avienen a las condiciones de una ciudad como esta. Una institución moderna, eficiente, orgullo de una ciudad y de un país, y no solo un grupo de académicos, investigadores de planta, políticos y entusiastas a quienes –por cierto– debemos la preocupación porque este legado tenga un mejor destino.

Siempre volvemos a lo mismo: ¡hay tanto por hacer en la cultura poblana!


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miércoles, 25 de mayo de 2022

Con s de sal

 


“Quizás un problema es cuando el niño no habla bien el español. Tengo un  niño llamado Samuel, no entiende el español, habla su lengua materna, que para él esa lengua es lo principal. Yo le explico las cosas y no, se queda así, no me entiende. Entonces debo modificar lo que voy a hacer con él. El principal elemento ahí es que el niño no aprende igual que los otros niños, no van al mismo ritmo. Él iba en segundo de primaria y el niño no sabía escribir su nombre, entonces yo lo que hice fue ponerle cosas libres, lo dejo ser libre, él me escribe puras pseudoletras y yo le pongo su palomita y su revisada; yo no lo hago de menos, porque soy consciente que el niño no es que no quiera hacer el trabajo, sino que no comprende lo que tiene que hacer. No sabía escribir su nombre, como al principio la mayoría de los niños no sabían. Les hice una cajita de palabras, les hice en la computadora el nombre de ellos completo y les expliqué: todos los trabajos, los libros, todo tiene un autor. Los autores de sus trabajos son ustedes, en todos sus trabajos debe ir su nombre, porque son los autores. Véanlo bien, ahí está su nombre. Samuel, aquí está tu nombre completo: Samuel Guzmán de los Santos, velo bien, con qué letra empieza, cómo termina, porque el día de mañana se van a encontrar en esta caja y cada quien se va a hacer cargo de su nombre, yo ya no les voy a ayudar. Otro día: fecha y nombre del trabajo, por favor. Se levantaron todos los niños a la caja y empezaron a buscar. Y él lo único que me decía ¿sí es, maestra?, ¿sí es, maestra? Sí, Samuel, ese es tu nombre. Ahora, ya sin la tarjeta, no escribe Samuel Guzmán de los Santos, escribe Samuel, pero ya sin ver. Después de un mes el niño logró comprender que Samuel está compuesto por tantas y por tales letras, quizá no sepa decir qué letras son, pero el niño ya sabe escribir su nombre. Entonces lo dejé solo y solo aprendió, sin necesidad de estarme sentando con él. No, él solito lo logró y así hace sus trabajos, él solito hace sus trabajos. Es independiente de hacer sus trabajos; “no puedo”, dibújalo y yo te digo cómo se escribe. Bueno, a ver. Enséñame a escribir “caja”; o enséñame a poner aquí que yo me baño en la mañana. Ah, bueno, entonces haz el dibujo y yo te ayudo, así se escribe; ya, me lo trascribe él. A pesar de todo es un niño listo, muy listo.”

La maestra Carolina Díaz Ortiz llevaba en septiembre de 2012 cuando la entrevisté cuatro ciclos escolares impartiendo clases para niños migrantes en el Centro de atención integral para niños migrantes del municipio de Ascensión, Chihuahua. Entonces ella tenía la preparatoria terminada y un diplomado en ciencias de la educación. Pero tenía, sobre todo, una determinación inclaudicable.

lunes, 4 de abril de 2022

Para cuates

 


En nuestro lenguaje mexicano el náhuatl está inmerso en el habla y en las experiencias que vivimos todos los días, mientras hablamos español. Tan solo con acudir al uso de un buen diccionario de mexicanismos, como el publicado por la página: Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva, pude obtener muchas enseñanzas sobre  la enorme cantidad de palabras náhoas que los mexicanos conocemos y  usamos.

Hay algunas palabras que llevan a duda, como guarura. El diccionario de mexicanismos arriesga que probablemente viene del rarámuri wa'rura, que significa grande, importante. Son expresiones íntimas de los mexicanos que se usan en todas partes. Chachalacas y chamaqueadas sin ton ni son. Esta es una oferta pinolera, venía pulqueado, te van a sopear, a pepenar y a darte una chicotiza. Se atuzó es una expresión clásica. O ¡llegó muy entacuchado! Mi chilpayate es típico, y qué podemos decir de se petateó. De chimuelo. O bien, una palabra que define nuestra lealtad, le pone nombre: cuate.

Una abundante cantidad de expresiones, unas más conocidas que otras, como el huarache del muerto que los jóvenes de hoy apenas entienden; lo pozolearon, que devino técnica policíaca en interrogatorios, expresiones que indican una cantidad equis de sustancia anecdótica inamovible. “Traía su itacate” habla de una actitud cultural. Si uno dice que se agarraron del chongo, implica que la cosa se puso del cocol.

Los mexicanos no podemos confundirnos frente a un comal, un guacamole; no podemos negar que sabemos el significado de tianguis, tilma, titipuchal, tlachiquero, tlacoyo, tlacuache, tlacuilo, tlapalería, toloache, tomate, tompiate, totol, totopo, tule, tuza, zacate, zapote, zopilote. Los consumimos, los usamos. Ni hablar de nuestros numerosos topónimos: Ixtlacíhuatl, Popocatépetl, Citlaltépetl y Malintzi. Las calles, las colonias, las ciudades y barrios que tienen nombres náhoas. Yo nací en Cuauhtémoc. En Oaxaca, tan solo los municipios llamados Santo Domingo, se apellidan: Chihuitan, Ixcatlan, Nuxaa, Ozolotepec, Petapa, Roayaga, Tehuantepec, Teojomulco, Tepuxtepec, Tlatayapam, Tomaltepec, Tonaltepec, Xagacia, Yanhuitlan, Yodohino y Zanatepec. Ni hablar de los 52 municipios Santa María, los 53 Juanes y 54 Santiagos con apellido náhoa, solo en Oaxaca.

De la a A la Z, lo que se demostró en mi consulta al Diccionario Breve de mexicanismos, de Guido Gómez de Silva, publicado en la red fue que los mexicanos casi hablamos náhuatl.

El náhuatl tiene una notable presencia en el idioma común de los mexicanos, el español, aun en los estados del norte. Palabras náhoas que de alguna forma están incorporadas a la florida lengua castellana que hablamos aquí. Acamaya, achiote, aguacate, ahuehuete, ahuizote, ajolote, amate, amuzgo, ayate, biznaga, cacalote, cacao, caguama, camote, campamocha, capulín, cempasúchil, cenzontle, chahuistle, de origen náhoa incorporadas a mi habla.

No puedo imaginar mi vocabulario, mi propia memoria, sin palabras como chapopote, charal, chicle (sin ella no podría explicar mi juventud), chicozapote (Lulú en Tabasco), chilacayote (Cuernavaca), chilatole (la tarde aquella), chilpachole (no, gracias), chinampa (el eterno Xochi), chipote (varios en mi vida), chipotle (poquito) chiquihuite (como dice Chava Flores: “eso lo será usted”, pero es el nombre de las canastitas tejidas en municipios de la cercana mixteca como Tzicatlacoyan).

Chongo, cocol, comal, copal, coyote, ejote, elote, enchilada, epazote, esquite, estafiate, guaje, guajillo, guajolote, huacal, huachinango, huapango, huarache, huauzontle, huipil, hule, ixtle, jacal, jícama, jícara, jitomate, malacate, matatena, mayate, mecate, memela, metate, mezcal, mezquite, milpa, mixiote, molcajete, molote, palabras que explican una buena parte de mi vida, vocablos que aparecen en la biografía de cualquier mexicano. Y apenas vamos en la M.

Objetos entremezclados con historias, como los moles de nuestras vidas, llenos de anécdotas familiares; los moyotes, como llaman a los zancudos en el norte de México, náhuatl puro; el misterioso nahual, el sabor y la textura del nopal. Las he usado todo el tiempo, son parte de mi vida.

Palabras que se escuchan menos, pero que están ahí como nauyaca (una víbora del Sureste), nixtamal (masa de tortillas), ocelote (un tigrillo), olote (el hueso del elote), otate (¡otate quieto!, pero también lo usan en Tzicatlacoyan para fabricar canastas), oyamel (al parecer una fruta), palanqueta (de cacahuate, por favor), papa, papalote, papaya, pepenador, petacas, petaquilla, petatillo, peyote, pibil,  pinole, pizca, pochote, popotes, popotillo, palabras de abundantes vivencias que nos transmiten a algo más que el uso de un idioma, el náhuatl explica partes importantes de nuestras vidas.


Fotografía del autor.

viernes, 25 de febrero de 2022

El pecado original

 


El origen de las pasiones colectivas, la afortunada frase de Miguel Othón de Mendizábal, atañe a un supuesto mucho más general, que bien podría ser el sentido de la antropología mexicana, desde la conquista y aún antes de ella, cuando las pasiones colectivas son las que definen la relación de conquistado o conquistador que prevalece en México por mil años. Las pasiones colectivas de los mexicanos que definen nuestros gustos y orgullo por esos valores intangibles de nuestras numerosas patrias y nuestro paradójico desprecio por lo que somos y representamos en la realidad mexicana. Una sociedad fracasada, incapaz de llegar un acuerdo para vivir mejor, para tener una mejor educación, para crear un plan federal que redunde en una política de Estado, más allá de quien gobierne; un pueblo egoísta que no ha querido conocerse a sí mismo, expurgar sus defectos. Y en sus delirios trágicos, ser capaces de volcar una solidaridad infinita. Se dice que el pueblo es capaz de quitarse la camisa para dársela a quien la necesita. Eso es cierto, ocurre en los pueblos; en las ciudades donde vivimos el 80 % de los mexicanos ya no ocurre eso, la mayoría no nos interesamos por el vecino, no tenemos esa costumbre. “Buenas tardes, voy a vivir enfrente de su casa; mucho gusto vecino”. Casi nunca he conocido a mis vecinos.

Creemos que el mejor extranjero es aquel que ignora casi todo para que podamos engatusarlo con algunos de nuestros numeritos mexicanosos. Sin embargo, hay grandísimas dudas sobre los aztecas. Y más de uno asocia este sustantivo con una televisora que cree que piensa la mexicanidad por todos ellos, las masas que llenan estadios y conforman los desfiles; abarrotan plazas comerciales y llenan con sus numerosas familias las plazas públicas. Es muy poco lo que se sabe sobre lo que supuestamente somos los mexicanos. Un conocimiento en donde la Antropología mexicana ha quedado a deber. En la propia capital, por ejemplo, se ignora casi por completo la existencia de los tepanecas y se tiene una noción prejuiciada sobre los chichimecas. Los estudios más comprensibles y didácticos de estos temas, como los de Enrique Florescano, circulan apenas en suplementos y revistas más o menos especializadas, en tanto que los libros de texto de primaria y secundaria siguen siendo vagos a este respecto, como si se quisiera preservar la confusión. En ello ha participado también la pedagogía, la forma en que se enseña la antropología en las escuelas mexicanas, empezando por la Escuela Nacional, que también pasan por alto la importancia de situar el enfoque de su antropología académica y aplicada, que es y debería ser el poblador originario, nuestra cultura negada, que incluso llamamos indios a esos paisanos hasta el día de hoy, cuando cada pueblo tiene su nombre. La gente quiere ver el Super bowl. Por su parte, la televisión, el radio y el cine –con breves excepciones– ignoran por completo el tema originario con la justificación de que “no vende”. Primero vienen extranjeros como Mel Gibson a intentar reconstruir historias de la vida de los mexicanos antes de los españoles. ¿Por qué hemos decidido ignorarlos? Querámoslo o no, son ancestros nuestros y sus historias tendrían que poder llegar a interesarnos. Cuando gobernó el PAN, por ejemplo, me pareció irrelevante discutir si Camilo Mouriño era español o mexicano, lo verdaderamente grave era que Mouriño y Calderón y Creel, encabezados por el Jefe Diego (en general, los políticos asociados a los dineros y al poder) tuvieran una visión tan española de la vida, que no ven ni pueden ver sus orígenes dentro del concepto “mexicano”, pues sus tradiciones familiares pertenecen a ciudades y pueblos de su nostálgica España. Todo eso es magnífico, pero tal vez por eso insisten en llamar a los estadounidenses “americanos”. La escenificación de López Obrador con sus rituales indígenas no tiene otro significado que ser escenografía colorida y hueca, ritual sin religión, puesta en escena sin propuesta práctica sobre la cuestión nacional, como elegía llamarla Carlos Monsiváis. No es banal que cuestión signifique pregunta, la pregunta nacional ¿Quién carajos somos los mexicanos? ¿Dónde quedó la antropología en el largo baile del indigenismo? 


Lo cierto es que la antropología mexicana nació en medio de un error hermenéutico de si era la mirada antropológica russoniana de “Yo soy el otro” o se trataba de ayudar a nuestros “hermanos”. No solo no supo franquear esa dicotomía sino que la dejó crecer como confusión con las décadas, pues ochenta años después de implantarse el indigenismo en nuestro país la situación, de tan putrefacta, era la misma y peor. Las relaciones asimétricas entre los pueblos originarios y el gobierno mestizo no cambiaron respecto a la que se tenía con los españoles.

“Las ideas fundamentales del indigenismo se mantienen”, reclamó Guillermo Bonfil Batalla en esos años setenta. El ideal de redención del indio se traduce, según Gamio, en la negación del indio. La meta del indigenismo, dicho brutalmente, consistía en la desaparición del indio. Se habla, sí, de preservar los valores indígenas –sin explicar cómo–, pero curiosamente esos valores preservables coinciden con aquellos que postula la cultura nacional (a menos que por preservación de los valores indígenas se deba entender el poner los objetos de artesanía en la vitrina de un museo). Sean los que fueren los valores por preservar, el Indigenismo dictaminó que al indio había que “integrarlo”, e “integración” –otro término muy manoseado– debe traducirse, no como el establecimiento de formas de relación entre los indios y mestizos, la sociedad nacional; puesto que tales relaciones existen (no hay un solo grupo indígena aislado; todos son debidamente explotados en beneficio de la sociedad nacional), sino como una exitosa asimilación del indígena, la pérdida de su identidad étnica, y su incorporación absoluta a los sistemas sociales y culturales del mayoritario mestizo mexicano, cuya valoración se mantiene –es ideología oficial– tan orondamente alta hoy, como se imaginaba en 1920 para el futuro inmediato. (Bonfil en Batalla: 43) Y eso que no pudieron imaginar a Televisa y TV Azteca para fortuna de ellos. ¿Qué clase de cultura es la que les estamos ofreciendo? Es todavía la triste pregunta en los primeras décadas del siglo XXI.

Los antropólogos de la escuela nacional se rebelaron contra la práctica indigenista a principios de los años setenta, pero fue poco lo que pudieron lograr; apenas fueron escuchados. Buscaban cambiar las relaciones asimétricas entre indígenas y mestizos. Margarita Nolasco lanzó un grito de desesperanza: “¡esto es exactamente lo que no se hace!” No se cambian tales mecanismos, sino que se disfraza la situación con un indigenismo que actúa únicamente sobre la cultura indígena, no sobre las causas del conflicto. Así, el indigenismo es parte de un sistema de sometimiento de los indígenas para un fin determinado: conservarlos sometidos. “De aquí la acusación que con frecuencia se hace al indigenismo tradicional de ser un mecanismo de manipulación de los indígenas, para su explotación”. (Nolasco: 82-83)

El sueño de Mendizábal y Gamio era acaso un hecho consumado en los años sesenta, pero algo había fallado, algo no había funcionado. O el capitalismo funcional dejaba claras cuáles eran sus prioridades. Fernando Benítez observa por esos años la situación del INI, el instituto nacional indigenista:

Del lado de los indios está ahora el INI con sus 21 millones de presupuesto anual y sus pequeñas huestes de maestros, antropólogos, ingenieros, abogados, y del otro, como hemos visto, los monopolios, las compañías madereras, los dueños de la industria agrícola, los tinterillos, las metrópolis blancas, los invasores de sus tierras, las extensas y bien organizadas redes comerciales, las autoridades venales y muchas veces los obispos y los curas de los pueblos. La lucha es desigual. Uno solo de los monopolios tiene más personal y desde luego más dinero que el Instituto. (Benítez: 59)

“Llama la atención el bajo número de antropólogos que trabajan en las agencias indigenistas oficiales –aprecia Margarita Nolasco–; una de ellas, incluso, hace varios años que no cuenta con la colaboración de un solo antropólogo”. Pero se convence a sí misma de la satisfacción de ser el elemento clave en las estrategias y los planes que los institutos llevaban a cabo: “De todas formas el indigenismo en México es obra de los antropólogos aplicados, quienes sentaron las bases teóricas y prácticas al respecto, las mismas que mecánicamente, sin revisiones sistemáticas, se utilizan corrientemente”. (Nolasco-87-88) ¿Orgullo o golpes de pecho? No es un problema solo de Nolasco, sino de todos los antropólogos aplicados. 


Pero había poco de lo cual estar orgullosos aún haciendo revisiones. La antropología, una vez establecida como estrategia de asimilación en 1948, con la creación del INI, tampoco se volteó a ver a sí misma para un análisis hermenéutico. Nunca lo hizo. “La crítica se había suplido por el nombramiento –aprecia Arturo Warman que lo vivió en carne propia–, solo se permitía la originalidad en los niveles secundarios, pero el pensamiento no podía atentar contra los conceptos básicos que estaban consagrados como dogmas por el poder”. (Warman: 34) Según Warman lo que ahí se produjo durante medio siglo fue un pensamiento ateórico, “incapaz de generalizaciones o de análisis sin complejos”. No se generó una corriente creadora, original e independiente y en cambio se ha propiciado el cultivo del “eclecticismo estéril que escoge acríticamente teorías de nivel intermedio, sin tomar en cuenta su contexto original. Resulta, en los mejores casos, una obra incongruente, y en los más francamente contradictoria”. (Warman p. 36-37)

El pensamiento antropológico se desarrolló en instituciones que no perseguían fines científicos, a decir de los propios antropólogos,  y en donde se establecieron límites precisos para sus objetivos y sus estudios frecuentemente fueron víctimas de la censura. “Los antropólogos, más que rebelarse, se han incorporado con entusiasmo al sistema burocrático –dice Warman–. Han procurado establecer derechos gremiales pagando con su propia independencia”. Y cuando ejercieron la crítica y aportaron algo a la teoría, aparecía la represión en forma de cárcel por malversación de recursos, ceses justificados con artimañas burocráticas o despidos sin contemplaciones. Por lo tanto, la mayoría “han condenado y perseguido la audacia y la originalidad en defensa de sus derechos corporativos”.  Warman sabía de lo que hablaba. (Warman p. 37)

Se entiende por qué Mendizábal fue proscrito de las publicaciones antropológicas. Pero bueno, no hay que exagerar en el escarnio de la noble profesión de la antropología, que tiene su propia grandeza separada de la misión indigenista, resultó un recurso humano mal utilizado por el Indigenismo, aún si su labor era la de manipular al indígena o llevar y traer al industrialismo. Basta con acercarse al catálogo del INAH, del INI, para apreciar el variopinto material producido por los antropólogos nacionales. Las investigaciones están determinadas por los puntos de vista adoptados con respecto al problema indígena. ¿Pero qué investigaciones refiero? En su página de internet, la Escuela nacional de antropología e historia presentaba en 2005 la totalidad de sus investigaciones antropológicas. De 27 investigaciones solo 7 se referían a la indígena, la cuarta parte.

Otros especialistas ven con menos entusiasmo la producción antropológica nacional, resultando mejor la extranjera sobre nuestro país: Enrique Florescano aprecia que “en el caso de la arqueología y la antropología (los campos que en 1930-1950 definieron la identidad nacional), la mayoría y los mejores estudios publicados son obra de autores extranjeros, principalmente estadounidenses. (...) En el caso de la arqueología olmeca y maya el predominio extranjero es absoluto”. (Florescano-32).

Entonces se inicia una reflexión que anuncia caminos pero no destinos. “Si hay un verdadero interés en resolver el problema indígena, es más que urgente una reorientación del indigenismo –afirma Margarita Nolasco–. Es necesario que el indigenismo deje de ser un mecanismo colonial más, para ser un indigenismo de liberación. Llama la atención las limitaciones que ha mostrado hasta ahora la antropología para dar variedad a su presentación del problema indígena”. (Nolasco-88-90) Pero en verdad pocas son sus salidas, que no sea la guerrilla en las montañas o la sublevación nacional de las burocracias. ¿No es acaso interesante pensar que el germen de un cambio únicamente puede darse desde la academia antropológica? Pero esta tampoco goza de muy buena reputación. Desde las andanadas contra la academia antropológica de Octavio Paz en los años ochenta a la actualidad la crítica ha cambiado poco. “La escuela ha dejado de pertenecer a la nación y de servir al Estado –afirma Enrique Florescano en 2005 en la revista Nexos–, y en lugar de ser una institución pública es un dominio sindical, corporativo, pero sustentado con los impuestos de los trabajadores efectivos del país. (Florescano: 32) O bien, expresaba Fernando Benítez:

El etnólogo ha estudiado la situación de un grupo, ha entrevisto la posibilidad de remediarla y cuando al fin su trabajo sale impreso, el éxito académico no compensa en modo alguno la amargura de saber que sus conclusiones han caído en el vacío. El político rara vez toma en cuenta al antropólogo. Por ello, las ciencias sociales son una ocupación de eruditos, una elaboración condenada a no llevarse a la práctica. Y sin embargo, el etnólogo debe aceptar su destino, sobreponerse a su frustración y seguir investigando. Al menos puede transmitir su vergüenza a los otros y la vergüenza, ya se sabe, es un sentimiento revolucionario. (Benítez: 67)

Bueno, gracias por darnos ánimo, maestro. Sin embargo, Florescano sigue sincerándose: “El síndrome corporativista que recorre esas instituciones es responsable también de la baja competitividad académica de sus miembros y de la mediocre calidad de una parte considerable de sus productos. (...) porque (los investigadores mexicanos) desde su entrada en la institución tienen asegurada su permanencia en ella. (Florescano: 34)

Hacen falta nuevos estudios –insiste Nolasco por su parte–; hay que conocer los mecanismos del dominio colonial, hacer tipologías al respecto, estudiar la estructuras del poder en las regiones de refugio, los grupos de presión en la situación interétnica, las relaciones de producción, la estructura de clases y la estratificación étnica. “Hay que analizar una y otra vez los datos para llegar a entender algunos fenómenos como, por ejemplo, la diferencia entre dependencia económica, marginalismo, situación colonial, y también cómo la sociedad global margina a ciertos grupos (los indígenas, en este caso), y cómo surgen contradicciones dentro del sistema mismo, por sus grupos marginales. (Nolasco-80)

La antropología moderna en México nace con el pecado original de involucrarse, con una carga de mala conciencia, con la condición social del indígena, que es su vecino. Desde el principio, la antropología mexicana se involucra con su condición depauperada y asume la responsabilidad de remediarlo. Sus ideas no fueron indiferentes a los presidentes Calles, Cárdenas y Ávila Camacho, que ven en el indigenismo la expresión mestiza más acabada para comprender la realidad de los pueblos y ejecutar las acciones pertinentes para asimilarlos (organizarlos, educarlos, capacitarlos para que sean los obreros en las ciudades). En todos los casos lo académico deja su lugar a lo político, a la gestión social y la lucha de clases. Manuel Gamio, el fundador, al situar a la antropología como una “visión omnipresente” del Estado, y más aún, como conciencia de este, traslada la teoría científica de la antropología a un territorio eminentemente político, donde el Estado revolucionario no tarda en apropiárselo como un asunto únicamente concerniente a él, al igual que la educación. Y más, pues en la educación nunca fue posible suprimir la educación privada, religiosa y laica, en tanto que en la antropología se asume el papel de único rector y definidor en los asuntos de los pueblos indígenas. Y aquellos antropólogos extensionistas que Gamio y Mendizábal imaginaron, terminaron siendo la última ofensiva que acabó de saquear y caciquear a los pueblos indígenas no sin la cínica utilización política a la hora de sus fraudulentas elecciones. El indigenismo oficial llegó a ser, en sus peores momentos, la caja chica de funcionarios que treparon ávidos sobre los hombros de sus contrincantes, utilizando el poder caciquil de las regiones de México como alianzas estratégicas para alcanzar una senaduría, la gubernatura o la secretaría de estado. Un asco. Los pueblos indígenas se empequeñecieron, se empobreció su cultura y se provocó la fuga de sus miembros hacia un mestizaje acelerado con la migración que, por lo menos, les ofrecía cabida en las ciudades como peones y sirvientas. Es el caso de numerosas poblaciones cercanas a las metrópolis, en donde el náhuatl, que antes era la lengua materna de estas poblaciones,  prácticamente ha desaparecido, pienso con conocimiento de causa aquí en Puebla desde la sierra cercana de Zautla y Tzicatlacoayan en donde trabajé como extensionista privado, la gente ha abandonado el idioma de sus abuelos. En cambio, en lugares más lejanos de las sierras mixtecas que unen Puebla con Oaxaca, Veracruz y Morelos, los idiomas permanecen vivos, como una clara advertencia de que el INI fracasó en su intento de desaparecerlos. Siguen ahí y seguirán porque los pueblos originarios mexicanos han cobrado conciencia de sí mismos y han aprendido a interactuar con los mestizos y los extranjeros interesados en sus riquezas naturales y culturales.

La antropología mexicana, que nace de las discusiones educativas del siglo XIX, al ser formalizada como una cruzada contra la ignorancia, ligada estrechamente al proceso educativo nacional (llegan a confundir una cosa con la otra, por ejemplo, Vasconcelos, Sáenz y Ramírez), convierte a una práctica académica en compromiso nacional. Al crecer el estado institucional, el indigenismo es interpretado como una estrategia, antes que como una disciplina, convirtiendo a los antropólogos en instrumentos de un “plan de desarrollo nacional”, que con diferentes nombres ofician hasta nuestros tiempos, pero que dio vida a una de las aberraciones más grandes de la inteligencia mexicana: los institutos indigenistas nacionales, que nunca debieron haber sido organismos antropológicos, ni menos manejados por antropólogos, sino políticos, manejados por los pueblos indígenas. Como creo que existe hoy en muchos sitios de la república mexicana habitada por los pueblos originarios. Pero no, no desaparecieron.


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domingo, 30 de enero de 2022

Renacimiento

 


Observo que los mexicanos vivimos un proceso de renacimiento, a todas vistas; nuestro “castellano” está profundamente nahuatlizado, nuestras raíces indígenas a final de cuentas no son lejanas ni confusas, la otra mitad de nuestra genealogía se hace sentir cada día; observa nuestra alimentación, somos seres de maíz, es nuestro principal alimento, pero es una pena que hayamos perdido tanto tiempo. La invención del Indigenismo mexicano en 1920 retrasó este proceso cien años. “No había nada qué conocerles, ellos tendrían que hacerse mexicanos”, fue su conclusión. Pero siempre hemos sospechado que los moles, los guacamoles y la tortilla nos recuerdan lo que también fuimos y lo que somos, seres de maíz.


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