lunes, 26 de febrero de 2018

Los papás simplemente no saben leer

En nuestra gira por los llanos zacatecanos indagando las necesidades del sistema educativo para hijos de migrantes domésticos, llamado Pronim, recorrimos muchos kilómetros de tierra dominados por arbustos espinosos del municipio de Villa de Cos, en la frontera con san Luis Potosí. Abunda ahí vegetación desértica como mezquites y gobernadora; nopal duraznillo y cardón, huizache, cardenche y algunas palmas pegadas a las veredas donde alguna vez bajó agua, a juzgar por los bancos de arena.

En la primaria 24 de febrero del campo agrícola El Rey, municipio Villa de Cos, Zacatecas, las cosechas de ajo y cebolla están a punto de iniciarse a mediados de abril del año 2012. Nada en estos campos refleja los siete años de sequía ni la polvosa realidad que transitamos apenas unos minutos antes. No canto victoria, la necesidad brota aquí como los tallos verdes de los ajos. Así me lo hace ver la abogada Yadira Becerra Bernal, que además estudia la licenciatura en educación primaria en la UNIVER y hace dos años presta sus servicios en este sistema educativo.

- Primero quiero que me diga por qué anda por acá cuando podría andar litigando en los tribunales de la capital.

“…no sé, yo creo que cuando llegas a un lugar tan apartado de la ciudad y tan diferente, que en  realidad no conoces, el hecho de ver los niños, ver cómo se acercan a ti necesitados de cariño, de comprensión, de atención; el hecho de verlos cómo sienten la alegría, te motiva hacer las cosas por ellos. Son niños migrantes hijos de los que trabajan en los diferentes campos, en los invernaderos, otros sembrando.

“Con los niños de la primaria la dificultad mayor es la migración, con los niños pequeños ¿qué será?, no sé, que muchas veces los papás no les dan el apoyo. Ni la comprensión, ni la ayuda que necesitan los niños. El principal trabajo con ellos es que muchas veces los niños salen de aquí, pero en su casa no se les atiende, muchas veces se quedan con sus hermanitos, los papás trabajan todo el día. Los papás mismos lo dicen: “si no trabajas no comes”, y muchas veces los papás prefieren trabajar todo el día para poder comprar lo que los niños necesitan, a estar ahí con ellos. Es muy complicado. Por ejemplo, muchas veces a los niños de primero les dejo tarea de investigar algo, los niños todavía no leen bien, pero muchas veces los papás no les pueden ayudar porque simplemente no saben leer.

“El año pasado sí recibíamos material ya sea papel, monografías, lápices, cuadernos. El año pasado por lo regular cada dos o tres meses, siempre que se necesitaba, unas cuatro veces al año, a los niños también se les entregaban mochilas con el paquete de útiles integrado, llegaban a través del ingeniero Platón, el coordinador, él venía y entregaba mochilas, cuadernos, material que necesitáramos, material didáctico que igual se va terminando poco a poco, pero sí hubo más apoyo. Este año a los niños no se les ha entregado igual, este año, creo, solo hubo entrega de tenis, nada más, pero fue por la gestión del año pasado que hizo el ingeniero Platón. Los dueños de aquí no participan, los señores aquí encargados, pues nada más nos prestan el terreno para poner las aulas, pero no, de apoyo de material o de algo, nada.  Sí los vemos cuando están trabajando aquí, pero el señor nada más anda con sus trabajadores, no se interesa. Un gran problema que estamos enfrentando nosotros aquí es que tenemos alrededor de 67 niños en las tres aulas y no tenemos baño. Un solo baño no hay. Es un problema para nosotros, principalmente para los más chiquitos, porque iban al “tanque”, pero hace poquito nos informaron que ya no iban a dejar entrar a los niños ahí, y pues es el problema que estamos enfrentando ahorita, porque si ya no los dejan entrar ¿a dónde van a ir los niños? Ahora hacen sus necesidades donde pueden, aparte de que los niños más grandes ya están en una edad en que son adolescentes y no. Ese es el mayor problema que tenemos aquí.  Yo lo que hago con los niños del preescolar es hacer que se acompañen, trato de no mandarlos solos, pero yo diría que es el mayor problema que estamos enfrentando. Hemos hablado con la empresa varias veces y nada. No es un “no” rotundo, pero es un “después”, yo llevo trabajando dos años aquí y las compañeras ya van para el tercer año y nada. Las aulas cuentan con dos baños cada una, pero requieren de fosa, igual nosotros llegamos a pensar en un momento determinado hacer la fosa, pero como las aulas no están situadas donde nos donaron el terreno para hacer la escuela, por razones de seguridad, aquí no se puede. Nuestro terreno es aquí enfrente, frente a la casa de salud, para llevar las aulas ahí necesitaríamos poner al menos malla alrededor, porque pasan las camionetas y es inseguro.  Aquí se hacen responsables los dueños, pero sacándolas allá no se hacen responsables. Lo que se necesita es querer, tener voluntad, compromiso con los niños.
“Se necesita acondicionarla, poner más aulas allá enfrente, hacer los baños, para que los niños tengan mejores condiciones donde estudiar. Pienso que hace falta mucho trabajo, mucho compromiso con los niños, con el programa, falta más interés para sacar esto adelante.”
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De regreso al polvo de los caminos no dejo de interrogarme acerca de la vocación, que no siempre está emparejada con las oportunidades, y menos con los deseos. Lo que a mí me gana en estas situaciones es la impotencia, porque puedo hacer muy poco por ayudar a resolver el problema de los baños, la cerca que nadie quiere hacer para protegerlos y poder instalar elementales baños para las decenas de chiquillos.

miércoles, 21 de febrero de 2018

La ENAH y la antropología o al revés

A fines de febrero de 1982, mientras cursaba el cuarto semestre de antropología social tuvo lugar un evento del cuarenta aniversario de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) que se convirtió en un interesante coloquio de muchos de los protagonistas que cuatro décadas antes habían observado su nacimiento. La ENAH inició no sólo una noble institución sino la práctica académica que daba sustento a la estrategia de asimilación: el Indigenismo. El evento no causó demasiada expectación y a muchos les pasó por alto, pero esos días que duró se reunieron en el auditorio algunos estudiantes y casi todos los profesores vivos que habían sido testigos de la creación de la ENAH, que afortunadamente quedó plasmado en un libro de casa titulado: Cuatro décadas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, contenido de las mesas redondas de aniversario, ENAH, Col. Cuicuilco, 1982

Al entrar al auditorio Román Piña Chán lo recibía a uno un denso vapor humano proveniente de la masa aglomerada en un sitio sin ventilación. Aún se permitía fumar en interiores y apagaban la luz esperando que, al no ver el humo, pudieran atenuarse sus consecuencias. Ahí se reunieron los antropólogos de una academia con cuarenta años de fundada, desde los pioneros hasta los profesores en activo.

Nombres y renombres, los asistentes pudimos apreciar un poco mejor la evolución de la antropología académica, si se quiere algo esquemáticamente, como lo apreció el inefable Daniel Cazes que asistió para sacarle chispas a las palabras, según era su costumbre: “Fieles a la etnografía burguesa, algunos antropólogos mexicanos intentan hacer la historia de la institución académica en que se formaron, dividiéndola en generaciones y emprendiendo así un recorrido simplemente cronológico”. (Daniel Cazes: 69) Y sí, no se me ocurrió otra manera de acomodar aquellas discusiones.

En la ENAH se cuentan varias generaciones de antropólogos a los que se ha dado una denominación relacionada con sus inclinaciones académicas. La Vieja Guardia alude a los pioneros, pero hay quien la divide en dos: los nacidos entre 1904 y 1917, como Bosch Gimpera, Pablo Martínez del Río, Alfonso Caso, Paul Kirchhoff, Miguel Othón de Mendizábal, Wigberto Jiménez Moreno, Rubín de la Borbolla y Ada d´Aloja. Ellos impartieron una educación orientada a la historia, historicista, o mejor, dice Jiménez Moreno, “historizante”. (Jiménez Moreno: 12)

Las inteligencias que conciben la creación de una escuela especialmente diseñada para preparar profesionales de la antropología daban cursos del tema en diversos centros de enseñanza del Distrito Federal. Cámara recordó que en 1937 Alfonso Caso, Pablo Martínez del Río, Ignacio Marquina, Enrique Juan Palacios, Eduardo Noguera, Roberto Weitlaner y Wigberto Jiménez Moreno dan clases en la Sección de Ciencias Históricas y Geográficas de la Facultad de Filosofía de la UNAM. Ese mismo año, Daniel F. Rubín de la Borbolla, Del Pozo, Mendizábal, D´Aloja y otros enseñan en el Politécnico. Mientras que Paul Kirchhoff, Salvador Mateos Higuera, Javier Romero y otros dan clases en el antiguo Museo de Arqueología y Etnografía, en la calle de Moneda. Fue el gran filón de maestros de antropología en México.

Ese año se funda la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas en el Politécnico. Rubín de la Borbolla propone la creación de un departamento de Antropología que, tras intenso debate, se aprueba. En 1938 se crea el Departamento de Antropología de la Escuela de Ciencias Biológicas del IPN, antecedente directo de la ENAH. Su planta: siete profesores para cinco estudiantes.

Los propósitos del departamento eran estudiar la situación económica y social de los indígenas con el fin práctico e inmediato de formular planes concretos de acción, basados en la realidad misma, para obtener su mejoramiento y defender a los indios de las autoridades federales y locales en todos sus asuntos de interés colectivo.

Esta fue la filosofía, la orientación política y el fundamento académico y práctico que dio naturaleza, contenido y perspectivas a la Escuela, afirmó el maestro Cámara en el auditorio de la escuela nacional de antropología e historia. (Cámara: 17-18)

Mendizábal estaba interesado en crear la carrera que después se convirtió en antropología social. Sus estudios tendían a fomentar eso, tratar de resolver los problemas del país desde su condición de etnohistoriador, cuando todavía no se hablaba de antropólogos sociales ni de etnohistoriadores. (Jiménez Moreno: 40)

La segunda Vieja Guardia habría nacido entre 1917 y 1930, a la que se denominó también postrevisionista o protocuestionadora. Se trata de los lectores de Kafka y los existencialistas, a la que Jiménez Moreno también llamó “los desencantados”, aunque no ofrece el nombre de ninguno. (Jiménez Moreno: 11-15)

Una tercera generación de nacidos entre 1930 y 1944, que es plenirevisionista ya, la que pertenece el grupo llamado Los Magníficos, con Mercedes Oliveira, Guillermo Bonfil, Arturo Warman, es una generación plenicontestadora o plenicuestionadora, que pone todo en tela de juicio (la de los libros De eso que llaman antropología y Venimos a contradecir), que ve en la labor antropológica más fallas que aspectos positivos. 

Pasaron los años y los Magníficos mantienen una actitud contestataria. Durante los años sesenta, aliados a maestros como Ángel Palerm, promovieron cambios tanto en la estructura de la escuela como en los planes de estudio, que tuvo su momento culminante con una famosa mesa redonda del 12 de abril de 1967 para estudiar una reestructuración, sobre la base de algo que había presentado Daniel Cazés. (Jiménez Moreno: 11-15)

El propio Casez recordó que esa generación hace el primer cuestionamiento político del indigenismo; es la generación del simposio sobre la Responsabilidad Social del Científico en Current Anthropology, que permitió a Aguirre Beltrán y a Villa Rojas escandalizarse por el surgimiento de una nueva corriente ideológica en la antropología; es la generación que puso sobre la mesa de la discusión teórica el modo de producción asiático. Es la generación que focalizó en la teoría antropológica y en la práctica política a las estructuras agrarias y al lugar que ocupan en la economía capitalista y en el estado burgués contemporáneo, es decir, en la lucha de clases; estoy pensando en la obra de Roger Bartra. Es la generación de la primera época de la revista Historia y Sociedad; –pienso nuevamente en Bartra, en Marcela Deneymet y en mí mismo– afirmó Cazes. Es la generación de la antropología militante, la que introduce a Marx en los estudios antropológicos. Es la generación que inicia la lucha contra la trasformación de la ENAH en una mala escuela de economía política, y la que enfoca la antropología con la obra de Marx y Gramsci; estoy pensando en Andrés Medina, concluyó el maestro Cazes, que decidió perdonar a los intelectuales extraviados que constituíamos la mayoría de aquellos estudiantes que habíamos decidido estudiar filosofía en lugar de antropología. Por supuesto una mala decisión.

Dijo Casez: “Aquí se forman intelectuales. Algunos de los que egresan de la ENAH seguirán siendo intelectuales de la burguesía más o menos modernizados, críticos, disidentes, etcétera. Otros, con el desarrollo de las luchas de las clases subalternas y con los combates por la democracia y el socialismo se integran, ya desde las filas del estudiantado, al intelectual colectivo de las luchas populares y de las clases en ascenso”. (Cazes: 75)

Entre los ponentes estaban los fundadores Wigberto Jiménez Moreno, Fernando Cámara y José Luis Lorenzo; otros protagonistas más jóvenes como Enrique Valencia, Guillermo Bonfil, Héctor Díaz Polanco, Daniel Cazés, Javier Guerrero y Silvia Gómez Tagle, y otros aún más jóvenes como Eduardo Merlo, Jáuregui, Lizárraga y Raúl Murguía. Intervinieron de manera estelar Ricardo Pozas, ya muy viejito, Leo Zukerman y Lourdes Arizpe, entre los únicos bestseller que trascendieron la escuela y se conocieron en todo el país con sus libros.

Es conveniente en esta discusión conocer la trayectoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la fábrica de esos leguleyos etnocidas que resultaron ser los antropólogos mexicanos. Quiénes mejor que ellos mismos para describirnos el ambiente en que nació la escuela nacional de antropología e historia. Fernando Cámara consideró a Lázaro Cárdenas un personaje decisivo en la creación de la escuela Nacional de Antropología, cuyo gobierno propone un tratamiento del problema indígena basado en dos conceptos prioritarios: la mexicanidad y el nacionalismo y sus ideas laterales o colaterales de nacionalidad e identidad mexicana.

En su momento, E. Valencia recordó que la Escuela de Antropología era la más prestigiosa de la región; la segunda, que era una de las pocas, por no decir la única, que ofrecía cursos sistemáticos de antropología, y de una manera más amplia, entrenamiento para la investigación social.

La ideología del sistema social y político mexicano daba por resueltos los problemas de la sociedad mexicana –dijo el maestro Valencia en su intervención-, en tanto que “el problema indígena” quedaba como una tipicidad de esa transformación supuestamente inaugurada por la Revolución.

Valencia terminó diciendo que la antropología tiene que ver con la mexicanidad, el nacionalismo, la identidad, pero además con toda esta etapa de populismo que recorrió América Latina, en el cual, el “problema indígena” ocupó un lugar central. (E.Valencia: 33-34)

En su intervención en el tercer día de ponencias de aquel cuarenta aniversario, Wilberto Jiménez Moreno recordó como con Kirchhoff, se organizan las importantes Mesas Redondas de Antropología, en 1941, de tendencia interdisciplinaria, a las que asisten lingüistas como Swadesh y Norman McQuon, así como el mexicano Villa Rojas, que tienen un marcado acercamiento a la historia para hacer sus análisis. Destacan Jorge A. Vivó en antropogeografía y Pedro Armillas, que acerca a la academia mexicana los puntos de vista de Gordon Childe, que posteriormente fueron adoptadas con maestros como José Luis Lorenzo.
En los primeros dos años de los cuarenta Bronislaw Malonowski viene a México y hace su famoso trabajo junto a Julio de la Fuente, que nunca fue parte de la ENAH. Sin embargo fue antecedente para lo que ocurre en 1942, con la presencia de Sol Tax, cando se establece la influencia funcionalista o chicaguense, que después cultivan maestros como Fernando Cámara y Calixta Guiteras. (Jiménez Moreno: 11-15)

En 1942 la Escuela pasó a formar parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (el INAH), convirtiéndose, a partir de 1946, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (la ENAH).

José Luis Lorenzo recordó de los fundadores, “sólo para checar los nombres”, a 29 maestros, entre ellos Ada d´Aloja, Wigberto Jiménez Moreno, Ignacio Marquina, Salvador Mateos Higuera, Norman McQuon, Javier Romero, Daniel F. Rubín de la Borbolla y Agustín Villagra.

Por entonces sólo se había graduado un alumno, Eusebio Dávalos Hurtado, en 1944, y en 1945, mi primer año allí, se graduaron tres más: Pedro Carrasco, Alberto Ruz y Miguel Acosta. “O sea –estimó Lorenzo-, contábamos con un antropólogo físico, un arqueólogo y dos etnólogos”. (Lorenzo: 23)

En el análisis de sus recuerdos, N. Guerrero afirma en su intervención que la ENAH no surge para formar un personal que investigue si la antropología estudia la “cultura” o la “estructura social primitiva”. La ENAH no surge para resolver realidades científicas “puras”. Todo lo contrario, la creación y desarrollo de esta institución está ligada íntimamente a necesidades que se presentan a consecuencia del desarrollo del capitalismo mexicano. En particular, la necesidad de incorporar una gran población compuesta por multitud de grupos étnicos diversos a la dinámica misma del régimen burgués: la necesidad de construir una nación, de “mexicanizar” a los componentes de estos grupos étnicos, de hacerlos participar en el “desarrollo”. (Guerrero: 99)

El indigenismo se descarará declarando que el objetivo no puede ser otro que el de proletarizar a los indígenas y convertirlos también en buenos consumidores de la industria nacional –ponderó Guerrero, quien elocuente dijo que el nacionalismo romantizado se transforma en un nacionalismo pragmático: de lo que se trata es de incorporar a los indígenas al mercado nacional, como poseedores de fuerza de trabajo o como productores de mercancías. El pase de “casta a clase” se reafirma como meta, y se considera un avance progresista. (Guerrero: 99)


Biblio: Cuatro décadas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, contenido de las mesas redondas de aniversario, ENAH, Col. Cuicuilco, 1982



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jueves, 15 de febrero de 2018

Nuestro corazón todavía late

Rodolfo Velasco es un poblano que vivió en la ciudad de México, allá se casó y, como se dice, se reprodujo. Un día se trajo a la familia completa para vivir en Puebla. Era el retorno del hijo pródigo que encontró la ciudad un poco insípida, aburridona. Aquí ha envejecido. Y como tantos viejos no se conforma con la vida que se les da a los viejos en este país; o mejor, con la cantidad de cosas que no se les dan, que se les niegan como si sus vidas ya hubieran claudicado y solo tienen la obligación de esperar a su muerte. No hay una vida nocturna para viejos, no hay clubes para personas humildes que no pueden pagar los grandes restaurantes. Por eso afirma que el corazón les late todavía, pero es algo que a nadie le preocupa. Este es su testimonio.
Me fui a la ciudad de México como a la edad de once años, por problemas con mi padre. Me voy de mi casa, pero mis hermanos ya habían emigrado con anterioridad a la ciudad de México y llegué deslumbrado ante la grandeza de la ciudad. Ahí empecé a trabajar, hice mucho de lo que ahora tengo, y regreso cuando mi hija tenía un año de nacida, regreso otra vez a la ciudad de Puebla, a mi casa que está –... que estaba, ahora ya no me pertenece–, en la 8 poniente y la 21 norte.

Encontré la ciudad muy cambiada pero todavía muy provinciana, todavía provinciana, y no me acostumbraba al principio porque, pues, estar acostumbrado a la algarabía, a todo eso que es la ciudad de México, muy movida, y llegar a la provincia, pues yo me moría de tristeza, como que veía yo que le gente se encerraba muy temprano, como que ya no había ambiente, como que todo se apagaba, y me fue difícil. Claro, como jefe de familia que trajo a sus hijos y esposa de la ciudad de México tenía que ser fuerte, porque no le iba a imponer ese miedo a mi gente, de por sí que mi esposa venía un poco contrariada por habérmela traído acá, siendo que su familia está allá y ella estaba más  acostumbrada a estar con su familia y de repente tener que seguirme acá.

Pero iniciamos una nueva vida muy bonita, con mucha tranquilidad, y ahora no me arrepiento porque fue un cambio oportuno, porque gracias a eso, viendo la inseguridad que hay en la ciudad de México, nuestra ciudad tiene mucha más tranquilidad que allá, acá tenemos un poco más de seguridad. Claro, no digo que no haya actos delictivos, pero en comparación con la ciudad de México, no. Entonces fue el momento oportuno en el que yo me traje a mi familia y gracias a eso mis hijos son unas personas estables, muy dedicadas a su casa, a sus actividades, de buenas costumbres, y no me arrepiento, soy feliz de haber regresado a la ciudad de Puebla.

Recobré a mi ciudad en mucho, porque ahora me siento muy arraigado, me siento muy contento, me quiero integrar a muchas actividades  futuras a esta edad, sobre todo ahora que ya soy de los setenta, hacer una nueva vida y seguir activo en este sentido; me encanta mucho el baile, me encanta mucho el danzón, soy feliz. Entonces ahora quiero integrar un grupo de la tercera edad y pido apoyos para lograrlo, son metas que a veces me propongo y que no son difíciles, las voy a lograr porque a veces soy muy tenaz y la gente me sigue y me tiene confianza. Y, pues, quiero hacer mucho por la ciudad de Puebla.

Yo apenas estuve en la casa de la tercera edad del DIF Municipal, había un señor que estaba ahí al mando, pero el señor, pues como todo funcionario público que tiene un sueldo seguro, pues estaba en su escritorio y no hacía nada por nosotros, entonces yo deseaba que él tuviera la voluntad de decir: “bueno, pues voy a ir a Agua Azul y les voy a conseguir un descuento del cincuenta por ciento”, que es lo que nosotros necesitamos. Que en muchas partes, en el cine, se nos dé un descuento del cincuenta por ciento, porque mucha gente está con una pensión realmente crítica, realmente baja, mil pesos al mes, que no son nada, entonces no podemos tener acceso a muchas partes por falta de dinero. Yo conozco mucha gente que tiene una pensión y que tiene que estar viviendo de su pensión, entonces pues que haya descuentos para que las pensiones raquíticas sean de más alcance ¿no? Y que se haga más por la tercera edad, porque nos relegan en los trabajos a nuestra edad. En ningún lado nos aceptan, siendo que tenemos experiencia, tenemos facilidad para muchas cosas, pero no, nos relegan automáticamente a los de la tercera edad, no nos ofrecen oportunidades de trabajo, no tenemos sitios para divertirnos. Entonces yo quisiera crear fuentes de trabajo, en el aspecto de que una persona se le enseña a hacer manualidades, y que haga esas manualidades y que las venda en tiendas de regalos y que tenga un modo de vida un poco más decoroso. Los viejos podemos trabajar. Solo hay que enseñarlos.

Yo sé hacer el estampado, y es lo que quiero hacer, una clase de estampado para que se hagan cojines de colores y muchas otras cosas, tarjetas de albanene que se puedan vender, vaya, hacer algo para que los viejos tengan oportunidades de hacer un centavo extra, sinceramente ¿no? Porque sí, nos relegan mucho a los de la tercera edad, que se nos dé, suponiendo, una casa muy grande en la cual nosotros hagamos grandes bailes y que si es posible hasta una “discotec” para gente de la tercera edad, que sería muy buena. Aquí la gente es muy animada. Es más, nosotros nos actualizamos en los bailes, nos gusta chachachá, el mambo, pero si nos tocan una tropical, también nos animamos, porque nuestro corazón todavía late y tenemos mucha alegría, sinceramente, y nos acostumbramos a una tropical y lo hacemos como podemos, pero sí lo hacemos bien.


Foto 1 del Archivo Histórico Municipal de Puebla, 1960.
Foto 2, Anciana en el centro de Malú Méndez Lavielle


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miércoles, 7 de febrero de 2018

El patrón

Los llanos del oriente del estado de Zacatecas viven en estos días de abril de 2012 los abundantes polvos de una sequía que ya dura siete años. El chofer que nos conduce a los campos de Pozos Colectivos de Gerardo Trejo, municipio de  Calera, nos indica los numerosos remolinos que se levantan treinta metros por encima de los matorrales desérticos y los arbustos espinosos que rigen la comarca empolvada. “Si giran a la derecha -dice el chofer- quiere decir que va a llover”. Y sí, los remolinos giraban a la derecha. Aunque un día anterior me parece que dijo lo contrario, que si giraban a la izquierda iba a llover. Tanta es el ansia de que caigan unas gotas del cielo.

En Pozos colectivos se llaman de Gerardo Trejo no porque se trate de un homenaje a un héroe pretérito en cuyo honor ha sido nominado este paraje que ya no tiene nada que ver con el desierto de hace unos minutos. Aquí la tierra está sembrada en enormes extensiones de ajo, avena, cebolla, calabaza y lechuga que a mediados de este caluroso abril están a punto de cosecha. No, se llama de Gerardo Trejo porque el dueño de estas extensiones de riqueza vegetal es precisamente un hombre que se llama Gerardo Trejo. Es lo primero que me informa la profesora Lucía Teresa Luna Reyes cuando le pregunto sobre el nombre de los pozos colectivos. ¿Y cómo los trata el patrón, maestra, cuénteme?, la animo. Generalmente los ricos son fantasmas todopoderosos que apenas se perciben mediante órdenes terminantes o disposiciones arbitrarias. No es el caso de Trejo, en el Preescolar Pronim “el patrón” es una presencia permanente y positiva:

“Nos ayuda muchísimo Gerardo Trejo, el patrón, cualquier cosa que necesitemos él se encarga, por ejemplo, los baños ellos nos los dan, papel, jabón, todo lo que necesitemos ellos nos lo dan. Les pedimos que nos pusieran protección en las ventanas y lo hicieron; que nos enmallaran, porque es peligroso para los niños. Por ejemplo, van a llenar un tanque y pueden andar por ahí, entonces pedimos que nos enmallen y ya lo van a hacer. Muy disponibles. Las familias (de migrantes que van a la cosecha) viven en diferentes casitas, viven cada quien en su casita, en un cuartito tienen lo esencial, pues es muy chiquita, la mayoría de las mamás tienen baño móvil que les da el mismo patrón del rancho.”

En el propio Preescolar Pronim Pozos Colectivos de Gerardo Trejo, entrevisto a la profesora Sonia Yadira Sánchez Reyes sobre la cuestión académica. Ella es licenciada en contaduría y administración y tiene dos años prestando sus servicios aquí. ¿Qué necesitan por aquí, maestra, cómo enseñan ustedes sus materias si no hay tiendas, ni papelerías, ni nada que tenga que ver con el entorno de una escuela normal?

“En la cuestión académica, un problema es que los libros que se llevan en las escuelas normales son los mismos que se llevan aquí en el Pronim, pero en los libros se pide mucho material para hacer ejercicios que muy difícilmente se encuentran en las comunidades, porque están muy lejos de la ciudad o de otra comunidad donde se puedan conseguir los materiales. Ahora sí que, francamente, una, como maestra del Pronim, pues sí acarrea material para que los niños puedan trabajar y lo pagamos nosotras. Créame que en mi caso no me duele que uno ponga de su dinero, el chiste es que los niños aprendan, es lo principal para mí. Se necesita, por ejemplo, cartulina, mapas tanto de Zacatecas como de México y del mundo, de Latinoamérica, de África, todo tipo de mapas; nos piden para trabajar mucho unicel en los libros, tijeras, resistol, reglas, colores, plastilina. Y a veces no es posible hacer ese tipo de actividad, por lo que tenemos que recompensarlo con otro tipo de actividades que uno tiene aquí en la mano para poder hacerla; a la mejor no es la misma que viene en el libro, pero se justifica con otro tipo de actividad, ya sea que usemos piedritas o algo, pero se intenta llevarla a cabo, pues uno tiene que enseñársela a los niños. Hay a veces que la lección queda a la mitad, porque necesitamos plastilina o unicel; bueno, la dejamos pendiente para que en la siguiente pueda uno traer el material; fomi, papel de china, láminas que a veces anda uno ahí consiguiendo, comprando. Entonces sí, esa sería una de las dificultades que me gustaría que en el programa abordara, que se pensara en nuestra situación y se hicieran libros para niños del Pronim. O sea, que no fueran igual a los de las escuelas normales porque nuestras condiciones son muy diferentes, pues la desventaja que se tiene frente a los niños de la ciudad es grande. No es que sean primitivos, sino que se deben acoplar a las necesidades de los niños Pronim. Por ejemplo, los libros de primer año son para los niños que ya desde tercero de preescolar saben leer, contar solos: “cuántas manzanitas hay aquí”. Y aquí los niños francamente salen de kinder y no, todavía no. Entonces hay que guiarlos como si estuvieran en preescolar. O sea, sí es mucha la tarea y muy diferente a los niños de ciudad. Y los libros deben serlo también.

“De 22 niños con los que empecé, le podría decir que solo cuatro, cuando mucho, habían estado en una escuela, los demás nada. Tengo ahorita una alumna de quince años que está en Cuarto grado. Entonces sí está crítica esa situación, la mayoría de los niños nunca habían estado en una escuela ni agarrado un lápiz, o sea que sí es empezar desde cero.”