Cada vez que escribe el
doctor Antonio Lazcano sobre sus especialidades científicas lo leo con
fruición, a sus amplios conocimientos de ciencia adjunta una cultura literaria
que no rehúye la acidez ni el humor. Hoy por hoy nuestro principal divulgador
de la ciencia y espero que lo siga siendo por mucho tiempo. El 14 de junio de
2024 nos regaló otra jugosa columna sobre piojos y pulgas, especímenes a los
que sigue desde la antigüedad hasta nuestros tiempos. Muy divertido e
ilustrativo.
Todo muy bien hasta que
el doctor deja de hablar de su especialidad, que es la ciencia desde su
entrenada visión, para meterse en camisa de once varas y mezclar ignorancia con
prejuicios, superficialidad y ardor. En sus últimos dos párrafos expresó:
“Gracias a los migrantes
asiáticos que cruzaron el estrecho de Behring, los piojos llegaron a América y
se fueron diversificando a medida que se fue poblando el continente. Cuando
arribaron los europeos, los piojos de ambos lados del Atlántico se vieron frente
a frente, se mezclaron y terminaron cruzándose. Lo mismo pasó con las
poblaciones humanas. El DNA no viaja solo; con los genes llegaron lenguas,
culturas, y formas de convivencia, incluyendo algunas de una violencia
aterradora. Los resultados coinciden con evidencia lingüística, arqueológica y
antropológica, y representan un desmentido adicional al mito de la existencia
de pueblos originarios de México. Los piojos y nosotros somos migrantes y
mestizos.
“¿Cuál de todas las culturas
actuales es la originaria? Ninguna, porque todo depende de dónde y cómo
tracemos la línea del tiempo. Los llamados pueblos originarios no son ni
homogéneos ni puros, ni sus culturas han permanecido inalteradas desde la noche
de los tiempos. Suponer lo contrario es negar la capacidad de cambio y
adaptación de los usos y costumbres de distintas etnias a lo largo de los
siglos. Las tradiciones de ahora, que algunos quieren remontar a un pasado
dorado que nunca existió, carecen de una continuidad cultural con tiempos
míticos que nada tienen que ver con la realidad. Ni remedio. El término ´pueblos
originarios´ ya se quedó, y se ha convertido en una frase que resume las
fantasías étnicas que han invadido el discurso político, se coló a los libros
de texto, y se dejan ver en actos caricaturescos como el cambio del bastón de
mando y el sacrificio de gallinas en el Senado de la República. Como lo
entendieron Hesíodo y John Milton, el paraíso perdido es un mito poderoso, pero
ni sirve para hacer justicia a las identidades negadas, ni es una salvaguarda
contra la mezcla de racismo, clasismo y discriminación étnica que sigue
azotando a los más pobres.”1
Hasta aquí el doctor
Lazcano. Sigue mi comentario condimentado con desazón: la evidencia lingüística
es tangible, así como las arqueológicas y antropológicas, pero no veo cómo
representan un desmentido de nada, somos mestizos como los piojos, pero estos
animalitos no hablaban ningún idioma y su única costumbre era (y es) chupar la
sangre.
Aquí el doctor Lazcano penetra
en arenas movedizas. “¿cuál de todas las culturas actuales es la originaria?”,
se pregunta. “ninguna –responde–, porque todo depende de dónde tracemos la
línea del tiempo”. No entiendo por qué le incomoda tanto a Lazcano el vocablo
originario, que solo habla de principio, de origen, que él confunde con pureza
en un barullo similar a la patraña aria. “Los llamados pueblos originarios no
son ni homogéneos ni puros, ni sus culturas han permanecido inalteradas desde
la noche de los tiempos”, afirma categórico. Fuera de algunos fanáticos desinformados,
no sé de nadie que considere a los pueblos originarios mexicanos homogéneos o
puros, quienes hemos estado en los pueblos que hoy habitan reconocemos su
“originalidad”, su carácter originario, en costumbres ancestrales como el
temazcal, la herbolaria y la alimentación. En ciertos lugares hasta en el
idioma antiguo que todavía hablan. Nadie dice que sean “puros”, ¿quién es puro?
Afirma categórico: “Suponer
lo contrario es negar la capacidad de cambio y adaptación de los usos y
costumbres de distintas etnias a lo largo de los siglos”. Tampoco, pues yo
supongo lo contrario y no tengo por qué negar la capacidad de cambio de estos
pueblos originarios, así como la adaptación cultural y económica que se han
visto obligados a asumir por diversas circunstancias en los últimos cinco
siglos. Y particularmente en este blog, donde maestros de escuelas aún llamadas
“de educación indígena” piden mayor conectividad digital y mejores planes de
enseñanza matemática en totonaco.
Como antropólogo me
interesó y comencé a usar el concepto de pueblos originarios porque me pareció inadmisible
que tantos siglos después siguiéramos llamándolos indios, inditos. Y esa
adopción fue tan pertinente que en efecto penetró todos los ámbitos sociales y
culturales en los que por cualquier razón se ven involucrados estos
compatriotas, negados y vilipendiados por nuestras “tradiciones” mestizas. También
se ha colado a la política, siempre oportunista, pero visto con frialdad
científica, doctor Lazcano, nada tienen que ver estos pueblos con los “actos
caricaturescos” en los que grupos de mestizos (también oportunistas) manipulan
símbolos originarios para llevar agua a su molino. Es como culpar a los piojos
de la caspa. Termina el doctor Lazcano apesadumbrado, concediendo que “el
paraíso perdido es un mito poderoso” que no sirve “para hacer justicia a las
identidades negadas”; ¿lo dejamos igual, entonces? les llamaremos inditos
porque pueblos originarios no le parece correcto al prominente divulgador
científico, un poco más digno que la pálida e ignorante presencia de esos
pueblos originarios en el imaginario colectivo de los mexicanos, que están tan
interesados que ni sus nombres conocen, aunque hayan convivido con ellos toda
su vida. “El principio fundamental de que es humano y civilizado eliminar del
lenguaje corriente las palabras que hacen sufrir a nuestros semejantes”,
expresó Umberto Eco sobre esas nominaciones y apodos ajenos que los
“vencedores” ponen a los “vencidos”.2 Que nombrarlos con mayor
dignidad que como lo hemos hecho por siglos no los salvaguarda del racismo, el
clasismo y la discriminación étnica que sigue azotando a los más pobres. Por eso
es lamentable que una mente brillante les niegue a los “indios” esa mínima
atribución de ser anteriores a los españoles, de ser originarios de estos
lares. Triste. Seguiré leyendo a Antonio Lazcano cuando hable de ciencia,
porque es brillante, culto y valiente, estaré atento para en su momento emitir
mi modesta opinión.
1 Antonio Lazcano Araujo, El
piojo y la pulga, Reforma, 14/jun/2024.
https://www.reforma.com/el-piojo-y-la-pulga-2024-06-14/op272875?pc=102
2 Eco, Umberto, Revista Confabulario 16/06/07.