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sábado, 3 de agosto de 2024

Zapatero a tus zapatos

 


Cada vez que escribe el doctor Antonio Lazcano sobre sus especialidades científicas lo leo con fruición, a sus amplios conocimientos de ciencia adjunta una cultura literaria que no rehúye la acidez ni el humor. Hoy por hoy nuestro principal divulgador de la ciencia y espero que lo siga siendo por mucho tiempo. El 14 de junio de 2024 nos regaló otra jugosa columna sobre piojos y pulgas, especímenes a los que sigue desde la antigüedad hasta nuestros tiempos. Muy divertido e ilustrativo.

Todo muy bien hasta que el doctor deja de hablar de su especialidad, que es la ciencia desde su entrenada visión, para meterse en camisa de once varas y mezclar ignorancia con prejuicios, superficialidad y ardor. En sus últimos dos párrafos expresó:

“Gracias a los migrantes asiáticos que cruzaron el estrecho de Behring, los piojos llegaron a América y se fueron diversificando a medida que se fue poblando el continente. Cuando arribaron los europeos, los piojos de ambos lados del Atlántico se vieron frente a frente, se mezclaron y terminaron cruzándose. Lo mismo pasó con las poblaciones humanas. El DNA no viaja solo; con los genes llegaron lenguas, culturas, y formas de convivencia, incluyendo algunas de una violencia aterradora. Los resultados coinciden con evidencia lingüística, arqueológica y antropológica, y representan un desmentido adicional al mito de la existencia de pueblos originarios de México. Los piojos y nosotros somos migrantes y mestizos.

“¿Cuál de todas las culturas actuales es la originaria? Ninguna, porque todo depende de dónde y cómo tracemos la línea del tiempo. Los llamados pueblos originarios no son ni homogéneos ni puros, ni sus culturas han permanecido inalteradas desde la noche de los tiempos. Suponer lo contrario es negar la capacidad de cambio y adaptación de los usos y costumbres de distintas etnias a lo largo de los siglos. Las tradiciones de ahora, que algunos quieren remontar a un pasado dorado que nunca existió, carecen de una continuidad cultural con tiempos míticos que nada tienen que ver con la realidad. Ni remedio. El término ´pueblos originarios´ ya se quedó, y se ha convertido en una frase que resume las fantasías étnicas que han invadido el discurso político, se coló a los libros de texto, y se dejan ver en actos caricaturescos como el cambio del bastón de mando y el sacrificio de gallinas en el Senado de la República. Como lo entendieron Hesíodo y John Milton, el paraíso perdido es un mito poderoso, pero ni sirve para hacer justicia a las identidades negadas, ni es una salvaguarda contra la mezcla de racismo, clasismo y discriminación étnica que sigue azotando a los más pobres.”1

Hasta aquí el doctor Lazcano. Sigue mi comentario condimentado con desazón: la evidencia lingüística es tangible, así como las arqueológicas y antropológicas, pero no veo cómo representan un desmentido de nada, somos mestizos como los piojos, pero estos animalitos no hablaban ningún idioma y su única costumbre era (y es) chupar la sangre.

Aquí el doctor Lazcano penetra en arenas movedizas. “¿cuál de todas las culturas actuales es la originaria?”, se pregunta. “ninguna –responde–, porque todo depende de dónde tracemos la línea del tiempo”. No entiendo por qué le incomoda tanto a Lazcano el vocablo originario, que solo habla de principio, de origen, que él confunde con pureza en un barullo similar a la patraña aria. “Los llamados pueblos originarios no son ni homogéneos ni puros, ni sus culturas han permanecido inalteradas desde la noche de los tiempos”, afirma categórico. Fuera de algunos fanáticos desinformados, no sé de nadie que considere a los pueblos originarios mexicanos homogéneos o puros, quienes hemos estado en los pueblos que hoy habitan reconocemos su “originalidad”, su carácter originario, en costumbres ancestrales como el temazcal, la herbolaria y la alimentación. En ciertos lugares hasta en el idioma antiguo que todavía hablan. Nadie dice que sean “puros”, ¿quién es puro?

Afirma categórico: “Suponer lo contrario es negar la capacidad de cambio y adaptación de los usos y costumbres de distintas etnias a lo largo de los siglos”. Tampoco, pues yo supongo lo contrario y no tengo por qué negar la capacidad de cambio de estos pueblos originarios, así como la adaptación cultural y económica que se han visto obligados a asumir por diversas circunstancias en los últimos cinco siglos. Y particularmente en este blog, donde maestros de escuelas aún llamadas “de educación indígena” piden mayor conectividad digital y mejores planes de enseñanza matemática en totonaco.


Lazcano también se lanza de cabeza contra las tradiciones actuales: “las tradiciones de ahora, que algunos quieren remontar a un pasado dorado que nunca existió, carecen de una continuidad cultural con tiempos míticos que nada tienen que ver con la realidad”. No se sabe con quién pelea Lazcano, con “algunos”, afirma; dice que las tradiciones carecen de continuidad, quinientos años le parecen poco ¿deben de cumplir dos mil años como las cristianas?, ¿qué entiende Lazcano por tradición, solo la navidad le parece aceptable?, y luego afirma con fatal claudicación: “ni remedio, el término ´pueblos originarios´ ya se quedó, (… ha)
 invadido el discurso político (…) en actos caricaturescos como el cambio del bastón de mando y el sacrificio de gallinas en el senado de la república”, mezclando ignorancia con prejuicios y fobias políticas.

Como antropólogo me interesó y comencé a usar el concepto de pueblos originarios porque me pareció inadmisible que tantos siglos después siguiéramos llamándolos indios, inditos. Y esa adopción fue tan pertinente que en efecto penetró todos los ámbitos sociales y culturales en los que por cualquier razón se ven involucrados estos compatriotas, negados y vilipendiados por nuestras “tradiciones” mestizas. También se ha colado a la política, siempre oportunista, pero visto con frialdad científica, doctor Lazcano, nada tienen que ver estos pueblos con los “actos caricaturescos” en los que grupos de mestizos (también oportunistas) manipulan símbolos originarios para llevar agua a su molino. Es como culpar a los piojos de la caspa. Termina el doctor Lazcano apesadumbrado, concediendo que “el paraíso perdido es un mito poderoso” que no sirve “para hacer justicia a las identidades negadas”; ¿lo dejamos igual, entonces? les llamaremos inditos porque pueblos originarios no le parece correcto al prominente divulgador científico, un poco más digno que la pálida e ignorante presencia de esos pueblos originarios en el imaginario colectivo de los mexicanos, que están tan interesados que ni sus nombres conocen, aunque hayan convivido con ellos toda su vida. “El principio fundamental de que es humano y civilizado eliminar del lenguaje corriente las palabras que hacen sufrir a nuestros semejantes”, expresó Umberto Eco sobre esas nominaciones y apodos ajenos que los “vencedores” ponen a los “vencidos”.2 Que nombrarlos con mayor dignidad que como lo hemos hecho por siglos no los salvaguarda del racismo, el clasismo y la discriminación étnica que sigue azotando a los más pobres. Por eso es lamentable que una mente brillante les niegue a los “indios” esa mínima atribución de ser anteriores a los españoles, de ser originarios de estos lares. Triste. Seguiré leyendo a Antonio Lazcano cuando hable de ciencia, porque es brillante, culto y valiente, estaré atento para en su momento emitir mi modesta opinión.

 

Fotos del autor

1 Antonio Lazcano Araujo, El piojo y la pulga, Reforma, 14/jun/2024.

https://www.reforma.com/el-piojo-y-la-pulga-2024-06-14/op272875?pc=102

2 Eco, Umberto, Revista Confabulario 16/06/07.