jueves, 6 de agosto de 2020

El reto es que comprendan

La maestra Azucena Enríquez González, lleva primero,  segundo, cuarto y quinto de primaria de Lagunitas del municipio de Galeana, Chihuahua, muy cerca de la frontera de los Estados Unidos y de Sonora, el norte extremo de este estado extremo, donde se combina el paisaje caqui de la árida tierra con enormes vergeles de hortalizas y chiles de riego que se aparecen alternadamente en el paisaje. Al entrar al aula la encuentro rodeada de niños a un lado de su escritorio.

¡Son alumnos de todas las edades, maestra!

Las edades son variables, tengo niños en primero que tienen doce años, pero el niño no comprende, por  eso lo tengo en primero, aunque tenga esa edad; tengo niños de dieciséis años en cuarto, que ya comprenden, ya leen, pero empezaron igual, sin leer y sin nada; ahorita ya saben.

Atiende a uno de los niños y luego lo manda a su lugar.

Ahí batallando, pero ya les interesa  agarrar el libro y empezar a deletrear y a leer, a explicar, para mí los niños de cuarto son mis sabios aquí, porque empezaron sin nada, sin saber absolutamente nada, cero, aunque ellos tengan dieciséis, quince, catorce años empezaron de cero y, pues, yo me siento muy bien con ellos, porque ya saben leer, me identifican muchas cosas. Muchas cosas ¡híjola!, hasta el mínimo detalle. Hasta la limpieza se les enseña a estos niños, porque ellos llegaron descalzos, greñudos, pues vienen a trabajar; pero aquí tratamos de enseñarles la higiene, conseguimos cepillos de dientes con el Centro de Salud, que nos ha ayudado mucho, jabones, peinecitos; les damos unos quince, veinte minutos, depende del trabajo que tenemos y les damos tiempo para que se limpien sus manitas, que sepan limpiarse. Igual nos hace mucha faltan un baño, bastante; tengo señoritas, usted sabe que tienen necesidades, y muchas veces he tenido que salir yo en mi mueble, afortunadamente que puedo hacerlo ¿verdad?, y me las llevo a que se cambien porque aquí no hay donde. No es posible que lo hagan delante de los demás. De hecho, aquí atrás del salón de preescolar, ahí es donde hacen sus necesidades. Aquí enfrente de nuestro salón no se puede, van y hacen sus necesidades allá; nada higiénico de hecho, el profe no puede abrir las ventanas de aquel lado porque huele muy feo. Y pues, ni modo, qué hacemos, hemos tratado de ver por ayuda, pero pues no. Ahí sí no podemos hacer mucho. En lo que nosotros podemos, si una niña necesita ir al baño, o que está enferma, pues vamos y la llevamos, ya sea el profe o yo, dependiendo de cómo esté el trabajo, porque hay veces que él tiene menos niños, porque se fueron a una escarda lejos y le vino la mitad, por alguna razón; bueno, pues ve tú y lleva a la niña. Ahí nos acoplamos uno y otro, porque igual, de repente, él lo necesita.

Porque pongo su nombre

Aquí estamos como maestros aprendiendo de ellos también. Porque si viera tantas cosas que hemos aprendido, yo al menos, me considero que he aprendido a ser un poco más humilde. Me falta ¿eh?, me falta muchísimo. Pero me han enseñado mucho. ¡Híjola, no!, es que la diversidad que tienen ellos es espectacular, de veras: el habla, el saludar, el gusto por la mínima cosa. Yo, con mis hijas, tengo dos hijas, veo y les hago lo de sus cuadernos, que me los forras de no sé qué personaje, y ya ve que se usan tantas cosas; ellos, con un libro que les manda el gobierno, híjole, aunque no tengan ni un mono ni nada, ellos encantados: “maestra…”, agradeciéndome como si yo fue el rey de Roma. Les digo: no se los estoy regalando, es del gobierno. “Sí, maestra pero por usted”. No, bueno, es para ustedes, porque ustedes vienen y asisten, por su asistencia a ustedes les mandan sus cuadernos. Porque pongo su nombre, por eso les mandan.

Te llamas Carlos

En sí, prácticamente los seis, siete meses que están es poquito para lo que ellos necesitan, pero sí avanzan. Pues es que vienen en ceros, entonces aprenden a escribir su nombre. Ahorita, precisamente, estoy enseñándoles a llenar unos formatos y muchos no saben en dónde nacieron, no saben. La mayoría de los pequeños. Le puedo decir que a los de cuarto, que estuvieron conmigo, pues ya más o menos saben de dónde son y de dónde vinieron. Pero los demás no, de hecho, me pasan cosas chuscas. Le digo: A ver Carlos, vamos a hacer eso. No me llamo Carlos, maestra. ¿Entonces cómo te llamas? Zeferino, así me dice mi mamá. Veo su registro. No, tú te llamas Carlos. No, que no. Le hablo a la mamá y le pregunto: ¿cómo se llama tu hijo? Zeferino. No, pero si en el papel dice que se llama Carlos. No, se llama Zeferino, es que así se llamaba el papá y el abuelito del abuelito, y así sucesivamente,  pero yo no quería que le pusieran así. Bueno, pues ahí también hay que enseñarle al niño: sabes qué, no te llamas Zeferino, no le hagas caso a tu mamá; tú corrige a tú mamá y dile: mamá, me llamo Carlos. Entonces es un proceso de diario, que cuando yo lo llame Carlos él me ponga atención, porque desde recién nacido le dicen Zeferino, entonces desde ahí comienza el trabajo con estos niños.

Por qué no le llaman Zeferino, pero en los documentos se  llama Carlos, explicarle eso, profesora.

Termina una haciéndolo así, pero el chiste es que comprenda que se llama Carlos como está registrado en su acta de nacimiento, pero que le diremos Zeferino.

Todo un reto…

Un reto ¡híjola!, el reto es que el niño aprenda en todos los aspectos, no nada más en lo básico, lectura y escritura, no. Que comprenda que él va a salir afuera a leer un costal de algo y va entender qué dice aquel costal de no sé qué cosa, y lo verá en su trabajo igual al hacer una suma, una resta y una división. Y lo va a desempeñar al cien. Igual, el reto de este niño es saber de dónde viene y a dónde van, porque la mayoría de ellos llegan sin saber de ellos, como le digo, no saben ni cómo se llaman. Pero llegando a la escuela ellos sí saben a dónde van, porque ya tienen  una meta: pues yo mejor estudio y a ver qué estudio, ya sea para bombero, que es lo que te dicen muchos, o doctor; ahorita todos los de cuarto quieren ser maestros, ellos lo están viendo como una atracción. Entonces, el reto es que ellos comprendan a qué vienen y para qué, para qué vienen aquí.

A ver qué les pongo

En serio que les digo: ay, hijos de mi vida, es que les falta maestra; en serio, porque son muchos, entonces la mayoría de ellos necesita su tiempecito, que se pare la maestra ahí con él en un lado, que le digas: vas bien y así o así. Sólo alcanzo a cubrir la mitad y a la otra mitad le tengo que darle al siguiente día. Entonces, ahí es donde yo como maestra me atoro ¿cómo puedo decirlo?, porque la mitad ya avanzó y la otra mitad se me quedó atrás. Y qué hacer para que esa mitad no se me desespere mientras trabajo con la otra, no anden brincando en las bancas, no se salgan porque les encanta andar afuera pero es peligroso porque, como aquí no está cercado, pasan los muebles y demás. Entonces a ver qué les pongo en ese ratito en que unos ya avanzaron y los otros se me atrasaron, para que se entretengan. Y así me voy, siempre con la mitad atrasada.

Hay niños que por mucho que quiera uno seguir su planeación, no; o sea, es demasiado. Por eso les digo: hijos de mi vida, les falta maestra. Yo quisiera que la maestra tuviera mil manos para cuando me parara ahí en medio una mano estuviera allá y otra acá; los de cuarto ¡qué suave!, pero los de primero me tienen a perderme; pero yo no puedo darme, porque si me doy no lo explico al cien o me vuelvo loca, me impaciento y no se trata de eso. Entonces mejor, ni modo, aunque vaya poquito atrás, no le hace que  con la mitad, y la otra mitad se me atrase un día, dos días.

No es normal

A veces llegan hambreados. Me dicen: maestra, me das tiempo de ir rápido a comprar unas papitas o algo porque no alcancé a comer. Y cómo no los voy a dejar que vayan; ni modo, es tiempo que se pierde pero tengo que dejarlos, porque yo sé que acaban de llegar; hay veces que se bajan de las camionetas aquí enfrente y ahí se ponen a comer. Yo sé que llevan  lonches, sus garrafones de agua y de todo, pero no es igual, la comida es rica calientita. La mayoría llega a las cuatro y media, los más chiquitos sí me llegan a las cuatro, pero los grandes que trabajan más, les dan más carrilla o más trabajo, no sé yo, pero sí, llegan hambreados aquí. Sucios como llegan, sudorosos, pero pues ni modo. Al principio se me quedaban mucho dormidos, se arrullaban con mi voz. El primer año que empecé se quedaban como tres niños dormidos; decía: que aburrida debe ser mi clase, por qué se me quedan dormidos. Ya, los hermanitos me explicaban: es que se levantaron a las 4 de la mañana, no se preocupe, maestra. Pero yo decía: no es normal, no es normal; entonces, ya pasado el tiempo, como que el niño se fue acostumbrando a la maestra, no sé, ya después ya no se me dormían. O igual decían que estos niños ya no iban al campo, que los dejaban en la casa, conforme a las pláticas, porque aquí han venido a darles pláticas a los papás, y se les dice que tan chiquititos no los lleven a trabajar; más grandecitos sí, pero chiquitos, no. Pero bueno, le puedo decir que a la mejor la maestra trabaja más bien, le echa más ganas.

También tengo una vida

Los papás me dicen: oiga, maestra, para qué los quiere tan temprano, con dos horas que les dé, con una hora; por qué nos les da clases los sábados y los domingos. Oiga, pues yo también tengo una vida, también tengo trabajo y tengo hijas, para eso se les da en la tarde, para que logren la escuela. Ay pero sí, a los papás todavía les falta mucho para entender que sus hijos tienen que ir a la escuela, ellos dicen que primero está el trabajo. Dicen: si alcanza que vaya a estudiar, si no alcanza no.  Más bien es el niño el que ya está trabajando con el papá y la mamá; con los niños de cuarto, quinto, como ya les está sabiendo la escuela, le están agarrando juguito, entonces llegan a su casa y dicen: no, yo me tengo que apurar, voy a llevar mi lonche, voy a hacer más tortillas para que tú me dejes ir a la escuela; o sabes qué, yo ya te voy a ayudar más en el trabajo para que me dejes. La mayoría de ellos me platican que tienen que trabajar más para que los dejen venir. Sí, ellos lo negocian, pero porque les gusta ¿verdad?

Mi satisfacción

Mi satisfacción es… ¡Híjola!, que el niño llegue sin hablar español, sin leer nada, sin saber cómo se llama, ni dónde nació y que el niño salga del aula y sepa leer, sepa de dónde viene, dónde nació y cómo se llama; cuáles son sus alimentos correctos, porque también la mayoría de ellos no saben nada de eso. Hay algunos, créame, que no sabían cómo se llamaba una manzana, ¿por qué será?, porque su alimentación no está bien. Esa es mi satisfacción: que llegan sin saber nada y salgan conociendo el mundo a la mejor en libros, no le hace, pero ya ven las imágenes del mundo: ah, será esto o será lo otro.

Que sepan el sabor

Por decir, yo todavía no abarco bien el tema de la independencia, lo voy a meter apenas. El año pasado ya platiqué con algunos de ellos de la independencia, y ya muchos andan escuchando y viendo la bandera, y preguntan: maestra, qué no dijiste que era el mes de Miguel Hidalgo. Es la independencia, les digo. Algo se les quedó del año pasado. Aunque aquí es bien corridito, o sea, aquí más bien lo más importante le da uno prioridad, no puede uno estancarse así en una clase demasiado, si no, no les das nada, ahí se queda. Pero trata uno de lo más importante, poquito, así una probadita de cada fruta. No le hace que no se coman el manjar, pero que le den una probada, que sepan el sabor. No le hace que a la manzana le den una probadita, siquiera que sepan a qué sabe la manzana.

Empecé bajo un árbol

Creo que Pronim está dando muy buenos pasos, porque yo empecé dando clases abajo de un árbol, sentada en el suelo. Ni un bote. Y ahorita yo doy clases en un aula, con bancas, mi escritorio, mis pizarrones, con material de apoyo, mucho material. No creo que ahora que vamos para adelante vayamos a dar pasos para atrás. Pronto tendremos unos baños y unas cerca para que los niños puedan estar afuera, les encanta estar en esa rueda, yo nomás de verlos me mareo, pero ellos encantados. Me gusta mucho lo que estoy haciendo, de hecho trato de hacerlo hasta afuera de la escuela.



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