domingo, 23 de mayo de 2010

Los mazahuas

No hay certeza respecto al origen de la palabra mazahua. Se dice que proviene del nombre del primer jefe de este pueblo que se llamó Mazatlí-Tecutli; pero hay quien la asocia con la palabra náhuatl: mázatl, que significa "venado", o bien, de Mazahuacán, "donde hay venado", que es el lugar de origen de este antiguo pueblo.

La región mazahua está situada en la parte noroeste del Estado de México, en 11 municipios y uno más del oriente del estado de Michoacán.

Los mazahuas consideran que cada persona tiene un ser material y un ser espiritual; también piensan que hay enfermedades "buenas" y "malas"; las primeras son enviadas por Dios, las segundas son provocadas por la maldad de alguna persona o por causas sobrenaturales. Utilizan distintas plantas para curar sus males, entre otras, hierbabuena, orégano, boldo, pirúl, romero, pericón, ruda, borraja y ajenjo.

Aunque su actividad productiva tradicional es la agricultura, una tercera parte de los mazahuas confecciona cobijas, fajas, tapetes, cojines, manteles, morrales y quexquémitl de lana. En algunas poblaciones hay pequeños talleres en los que se fabrican productos con raíz de zacatón, por ejemplo escobas, escobetas y cepillos.

Los mazahuas producen piezas de alfarería de barro rojo y loza de alto fuego; las familias tejen a mano o en máquina, con hilo de acrilán o lana; también hacen sombreros de paja de trigo y hay personas que se dedican a la elaboración de piezas de plata como arracadas, anillos, collares y pulseras, que en distintas ocasiones han recibido premios por la técnica y belleza de sus productos.

Los lugares más importantes de atracción migratoria para la población mazahua son las ciudades de México y Toluca. La población migrante está formada tanto por hombres como por mujeres. Hay quienes migran en forma definitiva y otros que lo hacen por temporadas. Los hombres generalmente se emplean en trabajos de albañilería, como veladores o ayudantes en alguna casa comercial o taller; las mujeres, como trabajadoras domésticas o en la venta de artesanías.

Investigación: María Carro Xochipa
Fuente: www.ini.gob.mx

miércoles, 19 de mayo de 2010

La cuestión nacional

En su libro Estampas del nacionalismo popular mexicano, sobre la cultura popular, Ricardo Pérez Monfort señala que para los años treinta los intelectuales y maestros no eran los únicos interesados en fortalecer la cuestión nacional. Se puede decir que la personalidad del mexicano no era ya una discusión académica y elitista, sino una discusión pública que se debatía en el seno mismo de la cultura mexicana, en el teatro, el cine, la prensa y los nacientes medios de comunicación electrónicos. Era el esfuerzo de todos los grupos “civilizados” de la sociedad.

Se trataba de una sociedad sorprendida de sus propias audacias y de una oligarquía que haría todo lo posible por preservar sus dominios, o lo que quedaba de ellos al haber tenido que compartirlos con los generales que gobernaban ahora la situación.
Aunque en estos años treinta es posible escuchar ideas arcaicas para fortalecer el nacionalismo, como las de Félix F. Palavicini, quien en su Estética de la tragedia mexicana sugería “dar preferencia a la inmigración española y activar la incorporación del indio a la civilización”, o Samuel Ramos expresando que “el nacionalismo y la exaltación de la mexicanidad eran una clara muestra del sentimiento de inferioridad que caracterizaba a los mexicanos” (1), es en estos años cuando se crean algunos símbolos definitivos de nuestra cultura mexicana. Aparecen el charro y la china poblana bailando el jarabe tapatío como símbolo e imagen nacional, para lo que contribuyeron al menos tres factores: la reacción conservadora, los medios de comunicación y su creciente influencia y las necesidades de unión del grupo gobernante. Para Pérez Monfort “el conservadurismo buscó en el tradicionalismo y en las costumbres una justificación para afirmar su nacionalismo, que por cierto fue constantemente puesto en duda por los gobiernos posrevolucionarios”. (2)




1) Estampas del nacionalismo popular mexicano, ensayos sobre cultura popular y nacionalismo, Ricardo Pérez Monfort, SEP/CIESAS, Col. Miguel Othón de Mendizábal, 1994, p.116-117
2) Ibid, p. 123

martes, 11 de mayo de 2010

Los Ñuu Savi (mixtecos)

Los actuales habitantes de Mixtecapan (país de los mixtecos) o Mixtlán (lugar de nubes), según los nahuas, se autonombran Ñuu Savi, que significa "pueblo de la lluvia". Los españoles, desde el siglo XVI llaman a la región La Mixteca, que cubre un área aproximada de 40,000 kilómetros cuadrados y abarca parte de los estados de Guerrero, Puebla y, en mayor proporción, el estado de Oaxaca.

Las lenguas indígenas que se hablan en La Mixteca, además del mixteco (ñuu savi), son triqui, amuzgo, chocho, nahua e ixcateco. Existen también siete complejos dialectales del mixteco

La agricultura es la actividad básica; se cultivan superficies menores a las dos hectáreas, generalmente de temporal, bastante erosionadas o poco adecuadas para cultivo. Los principales productos que se obtienen son maíz, frijol, trigo, ajo, tomate y cebolla, además de aguacate y otros que se cultivan en el corral o se recolectan en el campo, como las hierbas comestibles y medicinales.

La diversidad geográfica y climática de la Mixteca ha dado como resultado una variedad que se refleja vistosamente en la indumentaria tradicional. Las mujeres, de acuerdo con la región, usan atuendos que van desde camisa de manta bordada a mano con hilos de colores, con motivos de animales en la bata o en las mangas; o bien, un huipil de tres lienzos elaborados en telar de cintura con urdimbre de algodón y trama de "lanilla" color blanco. Se usa falda de tela estampada con flores pequeñas, sobre un refajo hecho en telar de cintura, también un enredo de lana negro de dos lienzos unidos con hilos de colores. Al morir la mujer, este huipil es utilizado como mortaja.

La Mixteca se caracteriza por una diversificada producción artesanal. Las mujeres manufacturan pozahuancos (o enredo), jícaras, máscaras, jarciería, textiles en algodón y lana; también elaboran cestería de carrizo y palma, cerámica de diversos barros, cohetes, metates, escobas y sombreros finos de palma real procedente del Istmo.

Los hombres se dedican a la jarciería, la herrería, la carpintería, la cuchillería o la talabartería. El trabajo artesanal se realiza en el ámbito doméstico. Los niños comienzan a aprenderlo a los seis años. Por su importancia en la economía regional, el trabajo artesanal de la palma merece una referencia especial. Para este trabajo ha habido apoyos gubernamentales para conseguir crédito y se ha fundado un fideicomiso.

Investigación: Manuel Alberto Robledo
www.ini.gob.mx

miércoles, 5 de mayo de 2010

Mal del susto

Años ochenta, Cuernavaca, Morelos. En el salón de una escuela, la coordinadora de un seminario le informa a Ricardo Montejano que una ancianita mixteca está dispuesta a platicar con él. Entre otras cosas, doña Liboria Lagunas, a quien acompaña su esposo don Aurelio Nicasio, habla de una experiencia que tuvo con la enfermedad del susto. Montejano me pasó la grabación para que los trascribira, esto es lo que dijo.

Uno que está enfermo ¿verdá? Si a uno le duele, dice “ora, vente, vamos a rifar”. Y ahí lo ve todo, mira, que si uno ve una culebra, o lo que pasa si un burro te tumba, o bueno, cualquier cosa, te va a decir. Ven en barajas. Y de veras ven, don usted.

Yo tenía un niño. Ése de por sí es briago, este señor. Y ya después me enfermé de mi criatura. Después dice éste: “ora, voy a registrar un niño”. Ándale pues, le digo, todavía estaba yo en cama. Y que se va, pero nomás se fue a emborrachar. Llegando ahí me empezó a maldecir y, bueno, pues anduvo haciendo males. Y ¡jipas!, que el niño no le gustó a Diosito, pues vaya, vamos diciendo. Y al otro día mijito se quedó ciego. Y como estuve como un mes, así anda mijito. Lo bañaba yo asina como una culebra, se mueve pero el ojito no lo abre. Lloraba yo. Y ya después me dice una señora mi vecina, oía que lloraba yo y ese niño lloraba de veras. Y luego dice: “Doña Libo, ¿qué cosa hacen?”. Y pues, le digo yo, pues mi criatura, no lo puedo consolar. Ei, se llamaba doña Poli esa que me platicaba. Dice, “te voy a decir una cosa, pero no vayas a contar por ai, vete a rifar allá donde está una señora”. Le digo dime a ver, dime dónde. Y que me lo nombra “Doña Maximina”. Y digo, qué, ¿puede? Yo nunca oigo que sí puede doña Maximina. Y luego dice: “yo había perdido mi marranito y lo jallé por allá arriba, lo llevaron los peones a mi caponcito. Se lo llevaron y allá lo fui a jallar. Puede, dice, si quieres vete”.

Y que me voy, nomás lo bañé a mi criatura y que lo envuelvo y lo puse en la hamaca. Le digo a sus hermanitos, ai cuídenlo, voy al mercado. Y que me voy. Y llegué y la señora está matando su pollito. Y que le digo, yo quiero ver si me hace un favor… “Y quién te dijo” Pos yo, nomás, dije, a ver si de casualidad puede rifar. Pero dijo: “ahorita tengo que hacer” Mira, don usted, aunque yo lo haga yo tu quehacer, pero yo quiero que me haga usted ese favor. “¿Sí? entonces tú quieres descuartizar mi gallina, y luego échale caldo, chilito.” Sí, le digo, sí. “Y me vas a mercar tortillas”. Le digo, yo lo voy a hacer. Y me tardé. Y que dice, “ahora sí, ya lo hiciste muy bien, ahora sí vente”. Y que me voy a su cama, ahí está con sus barajas. Y don usted, pues, así como lo vido, así como se andaba revolcando el señor, pues todo lo vido, don usted, y yo no le dije. Dice “mira, el señor tiene la culpa, su papá, por eso está así la criatura”. Sí, dije, y ahora cómo le hago. “Pues mira, ya se va a morir la criatura. Si no le apuras se muere. Mira, hasta ahí está la mesita, se ve el muertito y ahí está el dinero, mira, todo pues, bien clarito, te va a decir. Está el dinero aquí y aquí. Mira, la sepultura está abierta. Se puso un montoncito la tierra donde se va a abrir la sepultura. Fíjate bien, yo no te engaño, pero ya está pa´que se muera. Mira, si no le apuras se va a morir la criatura, pero si se apuran –dice-, se va a aliviar”. Ay, don usted, no lo ha de creer. Y que voy a donde estaba éste y le digo: mira, lo que le hagamos al niño pero pronto, porque se va a morir. Ay, don usted, y me dijo todo. Me dijo “mira, a media noche no se vayan a hablar, dijo, ya mero, mira que ni resuellen. Sí, que no resuellen nada”, dice. “Pongan un tecolote. Y en cruz lo ponen al tecolote sobre piedras, así en cruz. Y ai hay que matar tecolote y, volando, le meten en el ojo al niño”. Así lo hizo.

Ay, don usted, no ha de creer, ora mero nos tocó la de malas y mero de esa noche una casa se quemó. Y unos gritan “se está quemando la casa”, pero nosotros no hicimos caso de la casa, sólo nos presuramos con el niño. Sí, ese así le hizo, dice: “mira, van a decirle a Melchor, le van a rogar, mira, que vaya. Cuando bien vaya saliendo el sol que lo vaya a sobar”. Y sí, me fui a decir, pero no quería y no quería –de por sí es malito-, le dije “por favor, Melchor, hay que sobarlo a mi´jito”. Sí, fue una vecesita a sobar dos veces. Ay, don usted, ya después ya no quiso. Y que me voy a su casa, ándale, por favor, sóbame a mi´jito. De coraje, dijo: “ándale, a la chingada, delicados, son delicados ustedes…” Y que le empieza a sobar, como quiera lo sobó. Ay, don usted, no lo ha de creer, al otro día, cuando oí ya estaba diciendo “angú, angú”. Como siempre lo tenía cubrido con un trapo, que lo destapo y digo, ay madre mía, pero hasta dónde se fue mi corazón grande, don usted. Cuando lo vi ya abrió sus ojitos, sí, don usted. Por eso ahora mi´jo, le digo, de veras es malcriado. Mira, de chiquito nunca lo mandé encimita. Qué esperanzas que vaya a traer leñita, no, nunca lo mandaba.

Cuando abrió sus ojitos, dije: bendito sea Dios, mi padre eterno, mira, abrió sus ojitos mi´ñito. Ora sí, lo que quiera Él que lo haga, yo ya no voy a decir nada. Y ´ora retobado, don usted, ´ora está p´al norte. Retobado, don usted, porque nunca le pegué… je je.
Por eso le digo que para rifar sí lo ven. Lo ven todo lo que le pasa a uno.