lunes, 9 de marzo de 2020

Tejedoras de la montaña de Guerrero


Creo que en una página de internet se puede dar a conocer el tema de la artesanía –reflexionó el secretario del Ayuntamiento que se convertido en nuestro anfitrión y primer guía de nuestra estancia en Tlacoachistlahuaca, Guerrero, allá arriba en la montaña; de pronto Heriberto estaba inspirado con todas las promesas de la página de internet municipal que nosotros le estábamos elaborando–; que se conociera a través del internet el trabajo de las artesanas. La gente cree que es de Tlacoachistlahuaca esta artesanía, pero no es así, es de aquí y de Huehuetónoc, pero desgraciadamente Tlacoachchistlhuaca ha acaparado toda la atención en la venta de estas prendas y la gente cree que son de allá. Entonces una página de internet nuestra haría la indicación y la justicia para las verdaderas productoras del tejido amuzgo, famoso en todo el país.

El secretario del ayuntamiento, Heriberto López Montellano, convoca en los amplios balcones del palacio municipal a una muestra del tejido a los periodistas y reunió a un grupo de encantadoras señoras, productoras de tejidos de alta calidad, todavía en telar de cadera.

Heriberto nos presenta y les hace una pregunta en idioma amuzgo; él mismo traduce: dice que tampoco aquí venden su mercancía, que hay un problema de mercado, tanto el Tlacuachis como Yoloxóchitl y Huehuetonoc tienen ese problema; de que laboran, laboran, pero no hay mercado.

¿Por qué siguen haciéndolo?

El asunto del mercado es complicado. Por ejemplo, esto lo elabora en un mes, pero de alguna manera se vende, aunque no haya demanda. A veces elaboran un huipil como pedido. Se los piden y ellas lo hacen: es cómodo. La persona ya dio un porcentaje de su costo. Pero de alguna manera deben hacerlo porque es la única fuente de ingresos que tienen.

No pertenecen a ninguna asociación.

¿Sería útil? –pregunta irónico el joven Gonzalo–, le dábamos oportunidad de ser creativo y por eso se atrevía a formular preguntas retadoras.

"Dice que aceptan incorporarse si es que alguien la invita a pertenecer a un grupo, ella y su familia lo harían. Que ella ve bien que se haga una página de internet donde se anuncie su producto."

La joven mujer con sus tejidos sobre sus piernas accedió a que le realizara la siguiente entrevista.

¿En qué piensa mientras pasa las horas tejiendo?

Después de la explicación en amuzgo Gonzalo traduce:

“Dice que piensa en la gente que va a comprar esa pieza, dice que piensa en ellos.”

Apenas en la feria se sentaron, pero no se invitó a la gente de Huehuetónoc, pura gente de allí. Y ellos están molestos por eso. Estaba pensando que el presidente municipal puede comprar espacios en las ferias, como la que viene ahora en Ometepec, que compre un espacio para poner los tejidos ahí.



La mujer da otra larga explicación en amuzgo; traducción:

“Que nuestra raza está olvidada, no nos invitan a las ferias de artesanos. Tómenos en cuenta, no nos ignoren. Lo que ustedes hacen es la primera parte, porque mucha gente lo va a poder ver.”

“Esta artesanía es laboriosa, lenta, uno piensa qué tanta tolerancia tiene la mujer en hacer eso. Nosotros ya no tenemos tanta tolerancia para llevar 20 días en la elaboración de esto. Este huipil lo elaboran en tres meses y medio, en cuatro meses, y su precio es de cuatro mil pesos, el segundo precio es dos mil, y el tercero dos mil quinientos.”


 “Un gobernador anterior compró muchas de estas prendas y las puso en una tienda de los Estados Unidos. Sabemos que se venden en Francia, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Canadá.”

Estamos de visita en la casa de una señora que tiene muchos tejidos para mostrar. Pasamos a un salón de paredes de adobe, una hamaca entre dos postes como única decoración; a un lado Margarita arrodillada con su telar suspendido por un claro al otro lado de la pared, calculo un metro y medio; ahí vimos otra muestra de tejidos maravillosos y desde luego caros para nuestros bolsillos; mil quinientos y por supuesto valían eso y más sus finos tejidos; el piso de una tierra fina y café, contra los rayos del sol que entra por un agujero, vuela por media habitación saturándola de un polvillo inadvertido, como si fuera la energía oscura del universo que solo es posible ver con ayuda de los rayos del sol. Sarita habla sin dejar de tejer en su telar amarrado a su cintura. Nunca pierde una radiante sonrisa, a pesar de las quejas.

“Está muy débil la gente, no tiene en dónde vender. De por sí siempre nos olvidan, por eso no pueden, no hay apoyo. Ahora el presidente apoyó aquí, compró hilo que tienen guardado en la presidencia y se los está dando poco a poco.”
En Tlacoachistlahuaca, vimos el mercado objetos de barro; ollas, comales, jarros y cántaros; hamacas y mucho morral de ixtle, cestería de bambú, de palma.

En Xochistlahuaca vimos que fabrican machetes con inscripciones de gustos heterogéneos. Son muchas las mujeres que elaboran artesanía textil hecha en telar de cintura, que es vendida a intermediarios. Casi toda la familia participa en el aprendizaje artesanal. Las mujeres enseñan a las niñas a tejer en el telar mientras que los varones enseñan a los niños el tejido de redes y hamacas. (cdi.gob.mx)



Tejedoras de Huehuetonoc

Para esta entrevista contamos nuevamente con la participación de nuestro joven guía, Gonzalo Añorbe; antes fuimos con él a entrevistar a la anciana pulsadora de Huehuetónoc, doña Julia. Ahora Gonzalo nos conduce por la calles de Tlacoachistlahuaca, cabecera municipal de esta comunidad amuzga, cerro arriba, donde de nuevo hay un grupo de encantadoras señoras jóvenes que han venido a esta casa con sus tejidos alertadas de nuestra presencia.

Entrevistaré a la líder de esta asociación de nacimiento espontáneo.

Le pregunto a través de Gonzalo por qué estaba el panorama tan deprimido, como nos lo pintó Sarita.

Gonzalo Añorve traduce:

“Dice que tampoco aquí venden su mercancía, que hay un problema de mercado, tanto el Tlacuachis como Yoloxóchitl y Huehuetonoc tienen ese problema, de que laboran, laboran, pero no hay mercado.”

Un síndico municipal que andaba entre los visitantes, interviene:

“Está muy débil la gente, no tiene en dónde vender. De por sí siempre nos olvidan, por eso no pueden, no hay apoyo. Ahora el presidente apoyó aquí, compró hilo que tienen guardado en la presidencia y se los está dando, poco a poco”.



Una vida tejiendo

Por fin pudimos sentarnos en un rincón y hacer una entrevista más formal con grabadora y todo. Y vimos su trabajo simplemente hermoso en blusas de tonalidades muy inspiradoras; me encantaron sus blusas pesadas de tanto tejido en tonos oscuros, de gran elegancia. Martina Añorve  es otra encantadora señora joven, hermana o prima o quién sabe qué, de los demás Añorbe, apellido que lleva la mitad de los presentes, nuestro guía y traductor Gonzalo, entre otros.  Le pregunto:



¿Quién te enseñó a tejer?

Mi mamá y mi abuelita.

Si quieren enseñar a una niña ¿por dónde empiezan?

Pues, contar con el material, con los palos, yo misma los cortaba, iba al cerro y los cortaba.

 ¿De cualquier planta o árbol?

 Sí, de cualquier árbol, pero ahorita hay un árbol especial que se utiliza, en ese momento, para aprender. No se necesitaba una buena madera.

 ¿Y cuál es el árbol especial?

Es este, el…, es que yo no me sé los nombres de los árboles, pero la misma madera de pino es la que también se ocupa para eso. Son ramas. Tengo una para tejer y una para tender abajo el hilo, otra para entrelazar, son cuatro, una más gruesa para que se detengan los hilos, una más delgadita para hacer el tendido. Después de ese tendido uno se sienta y amarra un palo a la cintura para poder contarlas, y después de contarlas, ya una por una las va pasando a otros palos, se les pone, se les llama, se les va colocando de una por una arriba de ese telar, para que vaya quedando, y bajando, bajando, ir haciendo la tela.

 ¿Cuál fue el primer tejido que hiciste?

Ese todavía lo tengo guardado, fue una servilleta que fue  bordada de hilos añadidos, de hilos de sobra que dejaban mi mamá y mi hermana, de ahí agarraba yo y les robaba el material porque no me daban para ensayar, y tengo que aprender ¿no? y a escondidas, cuando ellas tendían sus hilos, me quedaba viendo y aprendía. Ellas me decían que estaba muy chica y que todavía no, que más adelante me iban a enseñar. Yo ya estaba desesperada por tejer, por hacer algo por ganarme un peso. Entonces ya, a escondidas, en la casa me ponía a tejer. Ya, venía con la prenda a enseñársela a mi mama y le decía: “mira, mamá”. “Lo lograste –me respondía–, entonces ya estás lista para enseñarte, ya no estás tan chica”. Y me enseñó otras formas de más calidad, a hacer las flores, porque primero nada más era el tendido y la tela, pero después hay que ir haciendo las flores sobre la tela. Y ya, me enseñaron a hacer la servilleta y hacía una servilleta al día, me ganaba tres pesos o cuatro pesos al día, porque a ese precio vendían las servilletas cuando yo estaba en la secundaria, en 1992.



 ¿Con eso pagaste la escuela?

 Sí, con eso, si me pedían en la escuela una libreta, de ahí. Porque antes no había esos apoyos que hay ahorita; ahorita están en la gloria los niños que tienen la oportunidad. Cuando yo estudié no había nada y había que acabar el estudio como se pudiera, ocupé inclusive libros que no eran míos, que eran de mi hermano al que mi mamá le había comprado sus libros en secundaria, los que dejó él, los aproveché también.
¿Tu mamá sigue tejiendo?
Sí, sí. Y mi hermana, que se hace un metro de tela al día.
¿Con todo y figuras?



Sí, con todo y la figura. Lo hace bien rápido. Yo hacia la mitad de un metro, es una servilleta, para hacer dinero rápido, yo quería rápido y hacía la servilleta, lo vendía rápido y así. Mi hermana ha tenido propósitos más serios.

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