jueves, 1 de agosto de 2013

Antropólogo en venta

¿Por qué este hombre no tiene un empleo? ¿Por qué en nuestro país se trata así a personas útiles a la sociedad? Personas preparadas y productivas cuya inactividad es una flagrante contradicción frente a las obvias necesidades de un país hambriento de preparación y cultura. La entrevista no desvela estas incógnitas, mucho menos resuelve ninguna rémora de la perenne crisis nacional,  pero por lo menos podría paliar la incongruente situación de este sujeto que, “presuntamente”, como se dice ahora de los delincuentes, tiene algo que ofrecer a su querida patria. Veremos, dijo el ciego.




Entrevista

¿Por qué ha decidido utilizar esta vía para ponerse en venta?
Bueno, no es precisamente una venta lo que busco, simplemente un empleo.  El título es periodístico, siempre se exagera.

¿Cuál es su situación de trabajo?
Hace cuatro años y cinco meses terminó mi último trabajo formal, desde entonces he estado subempleado en infinidad de pequeños trabajos, todos temporales, lo que me ha llevado a una crisis primero económica, después familiar y últimamente moral; es decir, al final las tres cosas juntas. Tengo 55 años y estoy consciente de que es un dato que no ayuda, pero también tengo una vida, una familia que mantener, una cantidad de compromisos ciudadanos que cumplir. Y a esta edad, también tengo mucho que ofrecer.

Ha buscado empleo, supongo.
He buscado empleo de algunas de las cosas que sé hacer, pero el mercado laboral se cerró frente a mí y no ha vuelto a abrirse, ni una rendija. Debido a mi edad, supongo, pero sobre todo a mi desarraigo poblano, a pesar de ser la ciudad en donde más años he vivido en mi vida.

Pero ha tenido breves empleos, me dice.
Sí, no he dejado de tener empleos transitorios, algunos muy interesantes; a veces transcurre un mes o dos sin nada, pero por lo general ha habido algo de trabajo, empleos de supervivencia.

¿Por qué cree usted que le sucede esto?, ¿todo es culpa del sistema?
No, de ninguna manera. Si se busca culpables en mi situación el primer culpable soy yo mismo; una especie de incapacidad para pedir; o para rogar, como es el caso. Lo he reflexionado mucho y he llegado a la conclusión de que nunca… o mejor, muy pocas veces en mi vida me había visto en la situación de pedir trabajo, siempre se me había ofrecido. En otras palabras, no lo había hecho nunca sistemáticamente y menos durante tanto tiempo. Por supuesto que el sistema pone su parte, el presidente del empleo y los soberanos regionales que se olvidan de sus promesas desde el primer minuto, por lo menos las sociales, porque son personas muy “comprometidas” y tienen muchas cosas que “pagar”. Pero el primer responsable es uno mismo. Siempre recuerdo un programa de televisión sobre cárceles, uno de los presos entrevistados decía lo que iba a hacer una vez que fuera liberado, que si él fuera libre haría tantas cosas. Era una ilusión encantadora. Mientras lo observaba pensaba en el hombre vestido con su mejor saquito caminando durante días con un fólder cada vez más mugroso bajo el brazo; mal había terminado la educación básica y sus habilidades eran más bien criminales. Pero su fe era seductora. Cuando recuerdo a ese preso salgo a pasear mi fólder por las calles de Puebla. La cantidad de cosas útiles que podría uno hacer.

¿Explíqueme lo que usted sabe hacer?
Dos o tres cosas. Soy escritor, he publicado algunos libros y tengo otros guardados en el cajón. Soy maestro, los últimos veinte años he dado clases en la licenciatura de comunicación, últimamente en la escuela de escritores; soy productor de radio, guionista, locutor; hago correcciones de estilo o reviso tesis de licenciatura, maestría o doctorado; este año revisé dos de doctorado, una de antropología y otra de historia. Y soy antropólogo, en los dos últimos años hice trabajos para una editorial viajando a las sierras de Puebla, Veracruz, Oaxaca, Zacatecas, Hidalgo, Guanajuato, Sonora y Chihuahua. En 2010 estuve diez meses trabajando, todos los sábados, en un pueblo de la mixteca poblana, con artesanos del otate y la palma; en 2011 estuve ocho meses viajando a la sierra norte para entrevistar artesanos de la loza de barro. En 2013 un libro sobre una exitosa comunidad forestal en la sierra sur de Oaxaca y guiones de televisión. Actualmente dirijo una revista de cultura por internet, con interesante éxito de público a cuatro meses de iniciada, pero ¿ha intentado vender publicidad para internet…?

Esas son muchas actividades. ¿Qué no dijo estar desempleado?
Y no son todas: hago trascripciones, lecturas críticas, discursos, publicidad, y en familia hasta pizzas hemos vendido en una feria universitaria. El problema del subempleo o de los trabajos temporales es que terminan pronto y los pagos son sumamente irregulares, lentos, pasas meses sin cobrar, cuando lo haces ya debes todo. A veces terminan por no pagarte.

¿Qué clase de empleo busca?
Uno que suponga una quincena y prestaciones elementales, con un sueldo modesto pero suficiente para mantener dos hijas universitarias y una esposa, que me permita ejercitar algunas de mis escasas pero añosas cualidades. 

¿Como cuál o cuáles?
Bueno, supongo que como antropólogo. Pero también en alguna otra cosa de las que hago. Pero si me pregunta qué: me gustaría situarme en la última década muy productiva de mi vida como maestro de antropología en alguna universidad autónoma mexicana.

¿Autónoma?
Sí, pública y popular, de preferencia; de alguna ciudad de la provincia mexicana, del norte o del sur o del centro. Me encantaría aquí en Puebla, pero…

¿Pero podría ser en otra ciudad?
Así es. Casi siempre se piensa que trabajar en una universidad pública implica el privilegio de tomar un empleo fijo a largo plazo. En el imaginario social no se toma en cuenta lo que el empleado puede aportar al empleador, sino que el empleador supone que el nuevo empleado se ha sacado la lotería de obtener un empleo en un país con dos millones y medio de desempleados. Por ejemplo, en Puebla ya no existe el examen de oposición, donde la institución elegía la mejor opción para su intención académica; las contrataciones se hacen por dedazo, por influencia, por oportunidad política o amistosa; suerte, servilismo u oportunismo.

¿Exactamente cuáles son sus estudios superiores y dónde los hizo?
En la ciudad de México, a donde llegué del estado de Chihuahua en 1976 justamente a estudiar una carrera universitaria. Primero ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a estudiar Estudios Latinoamericanos, ahí estuve tres años y fue mi verdadera preparatoria, mi despertar estudiantil, mi bautizo propiamente académico, pues yo venía de una prepa de dos años de un pueblo de treinta mil habitantes, que no debe haber sido tan deficiente, puesto que pasé el examen con relativa facilidad. Dejé la UNAM y me fui a la recién creada Universidad Autónoma Metropolitana, en su flamante campus de Xochimilco, a estudiar Diseño Gráfico de la Comunicación, así se llamaba la carrera. Me decepcionó mucho, al año la abandoné con promedio de diez, pues no llenaba mis expectativas. Tras un periodo de éxitos burocráticos, ingresé a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ya en su sede de Cuicuilco, donde terminé cinco años después la carrera de Antropología Social con promedio de 9.1, aunque nunca hice por titularme, hasta este año de 2012.

¿Cómo es que se habilitó como maestro de comunicación, cuando sus estudios son de historia y antropología?
Ocurrió que Radio Educación, en la Ciudad de México, buscaba un antropólogo, precisamente. Era un proyecto que no arrancaba porque faltaba un guionista para el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el INAH, para un programa semanal de treinta minutos que terminó llamándose Boletín al Aire del Instituto Nacional… etc. Hice un par de pruebas, finalmente Emilio Ebergenyi, que en ese momento era el productor general, me llamó para contratarme. Estuve ahí las siguientes doscientas cincuenta semanas. Fui su único guionista, cuando me cambié a vivir a la ciudad de Puebla el programa desapareció. Al parecer no era sencillo encontrar un antropólogo que además fuera guionista. Fueron más de dos años de elaborar un guión semanal de treinta minutos; agoté la editorial del INAH, sobre todo una colección que se llamaba Divulgación.

¿Hizo algo más en el tema de la comunicación?
El asunto es que siempre estuve ligado al tema de la comunicación, nací en una oficina de telégrafos, trabajé una década como burócrata en la SCT/Telecom; escribí una historia del telégrafo Morse en México y aprendí a escribir guiones de radio con mi hermano. Fue una enseñanza estrictamente empírica, pero sólida y consistente. Terminé como productor radiofónico en mis primeros doce años en Puebla, una posición socialmente visible, por lo que fui invitado a dar clases de comunicación en universidades.

¿Qué universidades?
Importantes, primero fue la Universidad de las Américas, posteriormente la UPAEP y alguna otra cuyo nombre se me escapa, empresas de comunicación y finalmente la Sogem, en los últimos años. 

¿Qué puede ofrecer a la antropología académica?
Pocas cosas, pero consolidadas por una larga experiencia. Ofrezco una revisión exhaustiva de la antropología mexicana, una lectura crítica del indigenismo mexicano, desde su creación, su consolidación, hasta su desmantelamiento. Una discusión sobre el meollo de la antropología mexicana, que es el indigenismo y el gran costo que supuso su aplicación, no sólo para los pueblos originarios que eran el sujeto de estudio y aplicación de las políticas indigenistas, sino para el pueblo entero de México, para las generaciones que compusimos el siglo XX y que fuimos ostensiblemente separadas de cualquier conocimiento serio sobre ese pasado que nos pertenece, pero que continúa hasta hoy escondido en los materiales especializados. La antropología mexicana, indudable en la existencia de decenas de etnias a lo largo y ancho del territorio nacional, no es una materia privativa de los antropólogos, que cuando mucho pueden ser los especialistas; la temática originaria es competencia de todos y cada uno de los mexicanos y está en las manos de los antropólogos la responsabilidad de que ese conocimiento salga del ámbito técnico y penetre el tejido social del país entero, empezando por la educación, en la escuela primaria y secundaria, pero sobre todo en los poderosos e influyentes medios de información.

¿Qué supone el hecho de conocer los pueblos indígenas?
Para empezar, supone el conocimiento de un pasado que nos pertenece y que está aún representado por lo que queda de la cultura originaria en los pueblos mexicanos. Y ahí vamos por regiones, por Estado, pues cada Estado mexicano tiene los suyos propios y de ahí debería partir nuestro primer acercamiento. Es decir, en Puebla puede ser interesante saber sobre el pueblo rarámuri o el yoreme, pero sobre todo es fundamental saber sobre los siete pueblos originarios que viven dentro de su geografía: náhoas, tutunakuj, hamaispini, ña ñhús, n´guigua, ha shuta enima y ñuu savi. Por supuesto los conocen muy pocos, casi nadie. Es así como esos siete pueblos se llaman a sí mismos. En el mejor de los casos se les conoce, o se les ha oído nombrar,  con el nombre que les dieron los españoles o el que les dieron los mexicas cuando fueron conquistados por ellos: náhoas, totonacos, tepehuas, otomíes, popolocas, mazatecos y mixtecos.

¿Cuál es la razón de que no los conozcamos?
Porque para eso fue creado el Instituto Nacional Indigenista, el tenebroso INI, que se encargó de poner una manta gruesa entre los pueblos originarios y los mestizos mexicanos, su tarea fue la de buscar eliminar las lenguas autóctonas para después desaparecer los pueblos mismos, convirtiendo en ”mexicanos” a todos los pobladores del país, cosa que por supuesto no logró, que fracasó como lo hizo en cada uno de los fundamentos que le dieron vida institucional y que ejerció durante setenta años con millones y millones de pesos del presupuesto federal.

¿Qué otras cosas no logró?
No pudo eliminar la pobreza y la marginación de los pueblos originarios, porque en realidad nunca trabajó para ello, sino haciendo alianzas con los caciques regionales y con el capital nacional y trasnacional para buscar la mejor forma de explotarlos, de robarles sus tierras, de dividirlos y dispersarlos. Claro, es un fenómeno nacional que dura setenta años y más, porque el fenómeno  de la “asimilación” es decimonónico, tiene todos los matices imaginables; en esta temática ha ocurrido de todo en nuestro país, desde el asesinato vil hasta los propósitos más nobles. Es decir, no se puede explicar en unas frases sentenciosas un intercambio que ocupó a miles de mexicanos durante decenios. Los matices, sobre todo entre los antropólogos, son muy importantes. En todo el trayecto del indigenismo hubo voces discordantes y sensatas que alertaron sobre el fraude de la institución y la tendencia etnocida de sus principios, pero siempre fueron acallados. Creo que esa es la historia que los jóvenes antropólogos mexicanos deben de revisar, de cuestionar, de conocer.

¿Desaparecerán finalmente los pueblos indígenas?
Sólo en su sentido vasconceliano. Contra lo que muchos pueden suponer, los mexicanos volteamos a ver, cada vez con mayor insistencia y vigor, ese origen que nos ha sido negado por los gobernantes y los poderes fácticos que a lo largo del siglo XX lograron colocar al indígena en el escalafón humano más mezquino; desde los años veinte la imagen del indígena, del indito, del indio pata rajada, pasó a ser el elemento propio más vergonzante y ridículo de cuantos conocemos, más que el teporocho o el pelado, o reunido con ellos para mayor folclor; el indio fue el pretexto o el contexto de millares de chistes que lo ridiculizaban y sacrificaban en aras de un supuesto humor nacional; en la carpa, el cine, el radio, el periodismo, el teatro los inditos eran –y lo siguen siendo en menor medida- el elemento risible, ignorante y sucio que representa todo lo que no aspiramos a ser. Aquella injusta frase de Francisco Bulnes sobre que es “un hombrecillo prieto, borracho, sucio, pendenciero y ladrón” sigue vigente en un amplio sector de la población. “Pinche indio” es uno de los más populares insultos nacionales. ¿Y qué sucede cuando realmente los ves?, al acercarse a ellos para conocerlos y apreciarlos simplemente no ves las “cualidades” que se les endilgan. Habría de escuchar al maestro tutunakúj hablar de la enseñanza de las matemáticas en su idioma; o el niño ñu saavi hablar del respeto que siente por el maíz, así se encuentre almacenado en un costal de ixtle.

¿En qué lugar tuvo oportunidad de verlos de cerca, de convivir con ellos?
He tenido el privilegio de estar en muchos pueblos originarios en las sierras del centro de México, especialmente las de Puebla.

¿Puede decirme algunos sitios de los últimos años?
Puedo decirle muchos nombres. Inicié en 1988 en Xochimilco; en 2004 en Ixtepec y Huitzilan de Serdán, Puebla; en 2006 coordiné 47 investigaciones de Pueblos originarios del Distrito Federal, hice la investigación de Totoltepec, en la Delegación Tlalpan; en 2007 estuve en la montaña de Guerrero, en varias comunidades del municipio de Tlacoachistlahuaca; en 2010 trabajé diez meses, una vez a la semana, en San Juan Tzicatlacoyan, en la mixteca poblana;  en 2011 hice un recorrido para entrevistar maestros de educación bilingüe y estuve en Tejería, municipio de Pantepec, Pue., en Espinal, Ver.; Santa Isabel el Mango, Ver.; La Escalera, municipio de Mecatlán, Ver.; Vista Hermosa, en Cuautempan, Pue.; Buena Vista, en Apoala, Oax.; Fortín Alto, San Miguel Chicahua, Oax.; Santiago Yosondúa, Tlaxiaco, Oax.; Zacatepec, en Putla, Oax., donde conocí una etnia de la que nunca había escuchado hablar: los tacuate; luego, en agosto de 2011 inicié un largo trabajo de campo en San Miguel Tenextatiloyan, Pue., que terminó en febrero de 2012; este año, además, visité en marzo y abril la Finca Puebla, municipio de Xicotepec de Juárez y  los municipios de Guadalupe, Villa de Cos y Calera, Zacatecas, para investigar el esfuerzo educativo para los hijos de migrantes domésticos. Posteriormente estuve en el ejido La Habana, costa de Hermosillo y en el campo Nueva Creación del municipio de Guaymas, para trasladarme de ahí a Lagunitas, en el  municipio de Galeana, Ascensión, en San Felipe y Santiago, y finalmente Monteverde en el municipio de Janos, Chihuahua. En 2013 en San Pedro el Alto, para consignar en un libro la exitosa experiencia forestal de 30 años de esa comunidad zapoteca. En cada uno el resultado fue una página de internet, un capítulo o un libro entero publicados por las empresas que me enviaron ahí. He hecho mucha antropología privada, prácticamente toda la que he realizado ha sido para empresas privadas, lo que en México no deja de ser un dato interesante.

¿Qué tan cerca estamos de los pueblos indígenas?
Los pueblos ahora tienen una personalidad jurídica, desde 1992 existen como comunidades culturales en la Constitución Mexicana por primera vez en la historia. Es increíble que no existieran ¿verdad?  Pero más allá de las leyes, lo que yo veo es un renacimiento del interés de los mexicanos por conocimientos y creencias de raigambre originaria, no necesariamente prehispánica, que es un asunto tan lejano a nosotros, sino derivada del contacto con los actuales pueblos originarios, el reconocimiento de un parentesco largamente negado y la afirmación de ciertos valores que no provienen de la cultura occidental, europea o estadounidense, sino de resortes ocultos de nuestras pasiones colectivas, como las llamó Mendizábal.

¿Cuáles son las evidencias de ese renacimiento?
Bueno, nuestro idioma en primer lugar, en el centro de México hablamos más náhuatl del que imaginamos. Es parte integral de nuestra vida, pero además están las masas de mexicanos que se acercan cada vez con mayor fervor y número a tratar de comprender mejor ciertas características espirituales y sabidurías naturales de los pueblos originarios. Habrá que ver las pirámides de Teotihuacán, Malinalco o Cholula en los equinoccios y solsticios de cada año, cada vez más llenos de gente que quiere encontrar un asidero existencial que no les da la cultura occidental. Lo que aprecio es que los pueblos originarios representan para los mexicanos la posibilidad, real y propia, de crear una utopía con sus propios argumentos. Por supuesto no se trata de desenterrar añejas prácticas de sacrificios humanos y tlatuanis autoritarios, no es una idea romántica de un Relativismo Cultural mal entendido sino práctica, de observar mejor las cualidades actuales de estos pueblos para recuperar sabidurías ancestrales sobre sistemas de cultivo (como la chinampa), herbolaria y respeto por la naturaleza que, bien visto, se parece demasiado a las más avanzadas tendencias europeas sobre convivencia, preservación y cultivo naturales. Si la metáfora de Cortés y la Malinche, como padre y madre de los mexicanos, tiene alguna certeza, lo innegable es que hemos desaprovechado de lo lindo nuestra herencia maternal.

¿No es muy tarde para recuperar ese origen?
No sólo no es tarde, sino que la tendencia que observo hoy en los mexicanos es esa. Los medios de comunicación, siempre oportunistas pero sensibles al sentir de sus mayorías silenciosas –o silenciadas-, desde luego se han trepado a la nueva propensión, basta con ver esos promocionales de Televisa sobre pueblos originarios a quienes llaman por su nombre real y a quienes consideran distintos pero propios: “… es raro, pero es nuestro”, creo que terminan diciendo en sus promocionales. No importa, no inventan nada sino siguen una tendencia evidente en el sentir de los mexicanos. Lo mismo ocurre en el gobierno, a través de la Comisión de Pueblos Indígenas o como se llame, el CDI. O en el primer año de gobierno de Marcelo Ebrard en el DF, cuando impuso a sus funcionarios el aprendizaje del náhuatl.

Pero esto pudo haberse hecho mucho antes.
Se intentó, pero fue reprimido por la tendencia pro-europea que prevaleció al final de la Revolución. Aunque, dicho de manera más llana, era una visión capitalista, sin pelos en la lengua.

¿No se supone que México se consolida después de la Revolución?
Lo que se consolida es el deseo de crear un país homogéneo que pueda industrializarse a la manera de los países europeos, pero la presencia de millones de indígenas diseminados en toda la geografía nacional estorba a ese fin. Los mexicanos tienen en ese momento la gran oportunidad de crear un país con una personalidad propia y no importada, comprendiendo lo que era y asimilándose a esa esencia originaria, pero se termina haciendo lo contrario: nada había que conocerles (es decir: “conocernos”), ellos tendrían que dejar de ser indígenas para hacerse proletarios. Para eso se creó el Instituto Nacional Indigenista. Pero sí que hubo una gran oportunidad.

¿Cuándo ocurrió eso?
Ocurrió en el inmediato proceso postrevolucionario, al crearse la escuela mexicana de antropología, con Manuel Gamio. Pero no fue él quien lo sugirió, sino un contemporáneo suyo: Miguel Othón de Mendizábal. Desde los años veinte, pero sobre todo en los treinta, cuando anduvo cerca de Lázaro Cárdenas, Mendizábal estuvo a punto de tener la influencia para crear un indigenismo proactivo que tuviera tendencias indigenizantes (perdón por el verbo) en la nueva institucionalidad mexicana. Él demostró en sus múltiples escritos y conferencias, siempre con la intención de dar a conocer las cualidades de los pueblos originarios y de cuestionar mitos negativos, que era factible que los mexicanos retomaran algo de su pasado originario antes que seguir con  la tendencia europeizante que imperaba en la época, pero que terminó imponiéndose en los mandos. Dicho de manera grosera, que México se indianizara un poco en lugar de que los indígenas se mexicanizaran. Pero fue tachado de radical. Cárdenas volteó hacia otro lado: los indios debían mexicanizarse, y Mendizábal pronto murió, en 1945. De no ser porque sus amigos publicaron los seis tomos de sus obras completas y algunos de los ejemplares sobrevivieron hasta finales de siglo, Mendizábal sería un gran desconocido, pues ni el INI, ni el INAH, ni la UNAM, ni el Politécnico, a pesar de que Mendizábal fue fundador de algunas de esas instituciones, hicieron el menor esfuerzo por reeditar sus obras y expandir sus valiosas opiniones al menos para conocimiento de los estudiosos de la antropología mexicana. No, le echaron tierra, toneladas de tierra; en los cuarenta lo tacharon de radical, en los sesenta de comunista, y a pesar de crear calles, auditorios y premios con su nombre, sus importantes escritos fueron escondidos y pichicateados a lo largo del siglo. Por algo sería, Mendizábal era peligroso para sus fines. Paradójicamente, hoy Mendizábal resultaría novedoso y fresco, tal vez reediten por fin sus obras completas, nunca es tarde y es un autor tan sorprendente, además de buen escritor, que para nada resultaría ocioso ponerse a leerlo.

¿Existe otro territorio de la antropología que le gustaría trabajar en la academia?
La tradición oral, por supuesto, en la que he hecho poco menos que una especialidad. La memoria histórica es un factor de las ciencias sociales sumamente descuidado en nuestro país. El tiempo pasa, las generaciones envejecen, mueren –¡tienen que morir!-, y ni la antropología, ni la psicología social, ni la sociología, ni la historiografía hacen nada por preservar la memoria colectiva a través de la recopilación individual de experiencias históricas, de testimoniales que, como se ha mostrado en otras partes del mundo, devienen en verdaderas terapias sociales para las siguientes generaciones de sus ciudadanos.

¿Para qué sirve la tradición oral?
Tiene diversas aplicaciones y utilidades. La primera es histórica. A través del testimonio es posible observar qué pensaban las generaciones precedentes sobre su país, su ciudad, su sociedad, de sí mismas; qué quisieron hacer, qué creyeron estar haciendo y que terminaron por hacer; sirve para recuperar prospectivas sociales, anhelos y utopías; para hacer revisiones ontológicas sobre el ser nacional y local, para resarcir heridas abiertas que el tiempo no ha podido cicatrizar. Fue muy útil en la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, en la postguerra francesa y en las heridas sociales provocadas por la mafia en Italia; ha sido muy beneficiosa en la revisión de los horrores de las dictaduras en Argentina, Chile y Uruguay. Ayuda a la cicatrización de heridas históricas abiertas indefinidamente por el silencio.

Dígame un pendiente histórico de la sociedad poblana, por ejemplo.
La gente mayor que vivió los años treinta del siglo XX tiene pendiente emitir su opinión sincera sobre el periodo de Maximino Ávila Camacho, que dejó una herida que aún hoy, setenta años después de muerto, es ostensible en la memoria de los viejos; es tan impactante la memoria de ese señor que gobernó Puebla con arbitrariedad y mano de hierro, que muchos de los ancianos que lo recuerdan hoy bajan la voz para referirse a él. Es una sombra imponente en la memoria colectiva y decididamente no se ha expresado casi nada de los verdaderos sentimientos que los poblanos tienen a propósito de su imagen histórica. Otro pendiente, más moderno, es el movimiento juvenil que inicia en 1961 contra el tradicionalismo católico que imperaba en la sociedad poblana, particularmente en las familias. La protesta pronto trasciende el ámbito familiar y escala al escenario político e ideológico de la universidad y el gobierno del Estado; la sociedad poblana se escinde entre izquierda y derecha propiciando la fundación de instituciones y facciones políticas que hoy disputan el poder. Hoy, la ciudad la gobierna un grupo político relacionado con el Yunque, pero las elecciones de julio de 2012 las ganó el movimiento de López Obrador. Si se trabajara la memoria histórica con muchos de sus protagonistas que aún viven y son relativamente jóvenes, ancianos jóvenes quiero decir, sería muy revelador y refrescante  para la memoria colectiva de los poblanos, pero sobre todo para su actualidad política.

¿Ha propuesto a alguien la urgencia de acometer la memoria oral?
Lo hice, pero por el momento sólo encontré indiferencia. Con motivo de las fiestas del bicentenario me pareció oportuno hacer una revisión testimonial del siglo XX, de 1910 a 2010, toda vez que en mi archivo personal de tradición oral ya tenía bastante adelantadas las primeras décadas del siglo, por lo que era menester trabajar el resto, digamos, de 1940 a 2010; hice una decena de proyectos para una decena de instituciones y lo hice oportunamente, desde 2008, para que nos diera tiempo de concluirlo a tiempo de los festejos, pero me topé con pared, un muro de indiferencia y, después concluí, quizás el temor de que la memoria colectiva desenterrara algunos cadáveres y eventos incómodos que deslucieran las festividades cueteras que terminaron ocurriendo. O tal vez sólo fue apatía e ignorancia.

¿Qué tipo de instituciones visitó con su proyecto?
Todas. Bueno, comenzando por la más idónea y formal, que fue el comité estatal de festejos del bicentenario. Me entrevisté con su presidente, un  anciano exgobernador que me recibió y aceptó el proyecto con interés pero pocas esperanzas: “no hay dinero”, dijo, “yo me comunicaré con usted”, cosa que por supuesto no hizo. Pero yo no me dormí en mis laureles, mientras proseguía mi plan acudí a todas las instancias que tenían comité de festejos, que eran muchas: al Ayuntamiento, se lo di en su mano a la entonces presidente municipal; al Congreso local, que fue el único que tuvo la decencia de llamarme de inmediato para decirme que no; al gobierno del Estado a través del DIF, que me recibió para explicarme su miseria, y a la Universidad Autónoma de Puebla, llamada Benemérita, que me dijo que no pero que terminó editando finalmente el libro que acabé solitariamente en tiempo y forma en marzo de 2010, como estaba previsto en el proyecto, aunque lo pudimos sacar de la imprenta hasta febrero de 2011. Un poco tarde para festejos, pero resultó mejor.

¿En qué consistió su investigación?
Se trata de un libro de doscientas páginas ilustrado con fotografías y dividido en diez capítulos, con una introducción histórica sobre la ciudad en 1900, que era, social y urbanísticamente hablando, prácticamente colonial, prologado amablemente por la doctora Huerta de la propia Universidad. Cada capítulo se ocupa de una década: 1910-1919; 1920-1929, etc. Y en cada una aparecen, contextualizados con  algunas explicaciones de la década, los testimonios de protagonistas que vivieron la década respectiva. Es una investigación esquemática pero correcta. Los testimonios están divididos por recuerdos individuales, que llamo viñetas, por lo que cada informante aparece con uno o más recuerdos. El más antiguo correspondía a individuos nacidos 110 años antes, por supuesto ya fallecidos para entonces, y el más joven a adolescentes de veinte años; en medio de ellos toda la gama de edades para un total de 80 personas, más o menos.

¿Cuál es la contribución de su libro a la memoria social?
El libro se llama Cien años de recuerdos poblanos y es el tercero que hago sobre temática testimonial poblana, y dos más inéditos; lo que nos muestra es el desarrollo de una ciudad y de sus habitantes a lo largo de cien años en los que la ciudad cambió como nunca en sus 478 años de existencia, de ser una ciudad casi medieval a la metrópoli moderna y caótica que es hoy con su millón y medio de habitantes y sus dieciséis municipios conurbados.  A través de los testimonios de las generaciones de poblanos participantes puede apreciarse cómo fue creciendo paulatinamente en servicios e infraestructura urbana hasta la gran explosión demográfica de los años sesenta, cuando se desata la urbe; de igual manera, vemos la transformación de sus habitantes, los cambios de lenguaje, de anhelos, de sueños.

¿Qué supuso el que no haya tenido apoyos institucionales?
Bueno, en primer lugar el sacrificio del investigador, que desde el subempleo y la solidaridad de su gente tuvo que sufragar la investigación completa; la pérdida de accesos que el apoyo institucional te proporciona, ya que ese sustento te abre muchas puertas; el lado positivo de la ausencia de apoyo fue la libertad de acción y de reflexión. Lo que resultó fue una historia testimonial del siglo XX nada complaciente; sincera, directa, sin cortapisas. Aunque la política no es propiamente su temática, pues los poblanos decidieron recordar cosas más agradables, nada se quedó en la punta de las lenguas, que hablaron de sus placeres y de sus quereres; pero hay mucho desencanto en los recuerdos, sobre todo de los más jóvenes.

¿Cuál fue la respuesta del público hacia el libro de memorias?
La que yo había previsto, hay una gran necesidad social de este tipo de materiales. Se vendió la edición prácticamente entera, unos novecientos ejemplares, que me fueron entregados generosamente por la BUAP. Eso me permitió moverlos y promocionarlos personalmente en las dos principales librerías de Puebla. En ocho meses la edición se agotó; las librerías solicitaron más ejemplares pero ya no tenía.

Si ya hizo tres o más libros sobre la historia testimonial de Puebla ¿qué sigue en términos de testimonio? ¿no agotó las posibilidades con su investigación?
De ninguna manera, siguen los detalles, como el Maximinato y el conflicto del 61 que mencioné antes, pero hay muchos otros temas pendientes: la VW y la industrialización; el deterioro ambiental; el despoblamiento del centro histórico. La educación, Puebla es una ciudad universitaria, hay decenas y decenas de universidades y nadie aprovecha eso ni académica, ni turística, ni culturalmente. Está, en realidad, todo por decirse, por detallarse. Hice un proyecto para una enciclopedia testimonial del Estado de Puebla y el gobierno actual se mostró receptivo, me atendieron, me felicitaron y me mandaron a mi casa con la promesa de que se vería en unos meses. Por supuesto los meses ya pasaron. Pero ahí está el proyecto. Ahora he hecho un proyecto para las 17 juntas auxiliares, que se hicieron parte de la ciudad por un decreto de 1962. ¿Cómo eran antes de eso?, se trata de recuperar la memoria campesina de la ciudad. Lo interesante es que la tradición oral, la memoria testimonial, puede aplicarse a cualquier ciudad o estado de nuestro país.

Tenemos entonces dos grandes temáticas que usted podría aportar a la antropología académica desde su experiencia ¿hay alguna tercera faceta?
Sí la hay, más relacionada con mi interés por conocer y aprender de ella que por mi experiencia personal, que se reduce al guión. Es la necesidad de ampliar las miras de la divulgación antropológica en la sociedad mexicana y en el propio ámbito de la antropología de nuestro país y el interés que suscita en el extranjero. Y específicamente a través del video antropológico y todo lo que conlleva el tema de Antropología Visual.

¿Es ésta una nueva corriente de la Antropología derivada de las nuevas tecnologías?
Pues no, es tan antigua como el cine mismo. De hecho, las primeras películas de la historia tienen el espíritu de la mirada antropológica, pero las  nuevas tecnologías tienen la cualidad de socializar la práctica de la Antropología Visual. En mis tiempos de estudiante, en los años ochenta, pensar en filmar o grabar en video algunas prácticas de campo era sencillamente un sueño, una fantasía. Hoy, sin mucho esfuerzo, es posible planearlo sin aspavientos, pues hay muchas cámaras entre el alumnado, grabadoras de audio, cámaras de fotografía; crear una isla de edición de video ya no tiene el costo prohibitivo que tenía hace relativamente poco. Hoy es posible orientar a la Antropología Visual a través de planes académicos de instrucción técnica y metodológica sobre medios de comunicación. La multimedia permite a muy bajo costo construir una página de internet que es una herramienta poderosísima de divulgación y concientización sobre los pueblos originarios. Y es una verdadera pena que eso no ocurra, que ni siquiera esté en los planes curriculares de la mayoría de las escuelas de antropología mexicanas. Aunque hay algunas que han avanzado en ello, como la propia escuela nacional. 

¿Qué puede esperar un alumno de usted?
Que mis clases tienen un plus, además de la materia que se trate. Mis clases ponen mucha atención al aspecto ortográfico y a la capacidad de redacción de textos, soy muy insistente en ello, y también al detalle de la expresión verbal, a la dicción y a la pronunciación de un idioma español coherente y medianamente fluido. Nótese que hablo de medianía, no pretendo que los alumnos tengan la expresividad de Luther King, pero que tampoco tengan esa lastimosa y precaria imagen que ostentan muchos egresados de licenciatura y no pocos maestros y doctores.

¿Qué medidas toma al respecto?
La redacción y la expresión verbal son parte de la calificación, más allá de cuál sea la materia impartida. Si un alumno tiene problemas de dicción, se le ponen los antiquísimos ejercicios de Demóstenes y se van controlando sus progresos. En la escritura se procede igual. He visto ortografías tan espantosas –porque espantan-, que he llegado a encargar planas de ciertas palabras como en la primaria. No es posible que un estudiante de licenciatura escriba habitación sin ache, pero ocurre con más frecuencia de la deseada.

¿Se considera un hombre exitoso?
El éxito es subjetivo y lo que yo pueda considerar exitoso puede no serlo para muchas personas. Si la acumulación de propiedades y capital es el único éxito socialmente aceptable decididamente no soy un hombre exitoso; pero si el éxito consiste en el crecimiento personal y espiritual del ser humano; de los logros derivados de sus iniciativas, sus ideas y hasta sus ocurrencias, entonces puedo considerarme exitoso. A veces tengo ideas raras.

Hábleme de sus éxitos.
Desde niño tuve una personalidad extrovertida, exhibicionista, histriónica. Recuerdo a mis padres revolcándose de risa sobre su cama mientras yo les hacía un largo número de payasadas, chocaba contra la pared y rebotaba como pelota; en la escuela primaria fui de los declamadores oficiales, desde pequeño aprendí a endurecer la cara ante el aplauso. Es toda una técnica. Y así, en cada etapa de mi vida breves y sustanciosos éxitos que me llevaron a breves y sustanciosos pódium a recibir aplausos y premios, pues siempre fui competitivo y concursante.

¿Qué premios ganó en su vida?
Muchos premios, algunos importantes. En la escuela secundaria comencé con uno de oratoria, varios de dibujo; en la prepa y después. Un premio nacional de cuento; otros, en mi empleo de telecomunicaciones, también nacionales, de cuento y pintura. Muchos aplausos en mi vida, diplomas, abrazos y felicitaciones. Después las esculturas, los libros, más aplausos. Está claro que mis éxitos no están reflejados en mis bolsillos, por mi incapacidad de usufructuar las oportunidades, pero de que los ha habido, de eso no hay duda.

Hábleme de sus esculturas.
Una escultura monumental de siete metros instalada en el campus de una importante universidad poblana, estuvo un año expuesta y fue una gran satisfacción. Tengo otras cositas por ahí, como una escultura en papel maché de Pitágoras para un nicho de dos metros en un edificio del siglo XVIII del centro de la ciudad; otra escultura situada en el kiosco de un pueblo de la mixteca representando a un ser mítico de la región. Y muchas pequeñas esculturas y obras mixtas en las casas de mis amigos, pues la mayor parte de mi obra la regalo a la gente que la aprecia. Y a mis pobres amigas y amigos que me aprecian, han sido víctimas de mis regalos. He trabajado con ahínco el alambre y el barro, también mucho papel maché.

¿Qué hace en este momento?
Terminé una colección de arte religioso como parte de una investigación sobre iconografía trinitaria de una doctora que, cuando la conocí, me impactó y me dejó turulato durante varios días. Ella es Consuelo Maquívar. Las piezas están relacionadas a una modalidad proscrita de arte religioso del siglo XVIII llamada trinidad trifásica, prohibida por la Santa Inquisición. Cuando me enteré de los detalles en una conferencia no pude reprimir el impulso de probar qué fue lo que hicieron aquellos artistas novohispanos y cuáles podrían haber sido las razones de la inquisición para prohibirla. Realicé una veintena de piezas que ahora esperan una oportunidad para su conclusión y posterior divulgación. Trabajo con mucha lentitud, el arte me lo tomo con calma.

¿Qué significa el fracaso económico?
Es resultado de una crisis global que en México ya dura cuarenta años, pero significa congruencia con las ideas en las que fui formado en los años setenta: desprecio por la riqueza y la acumulación. Congruencia con las ideas de izquierda más elementales, con el cristianismo primitivo que no practico pero en el que fui educado en mi niñez. Es paradójico que cuando muere alguien productivo y con prestigio social, pero pobre,  suscite admiración y elogios, mientras que vivo motiva desprecios y reproches ¿no es una contradicción de nuestra hipocresía social? Aunque todo esto sea tal vez una justificación poética a mi probada incapacidad para administrarme, pues el fracaso económico también significa privaciones familiares de distinta magnitud, sedentarismo, algunos sufrimientos y muchas deudas, que nunca son sanas para nadie. Significa incertidumbre y zozobra, imagen astrosa y pérdida de credibilidad. En verdad no se lo desea uno a nadie, aunque se puede ser consciente de que es la condición de cincuenta y dos millones de mexicanos.

Qué fue lo que le orilló a utilizar este medio, a través de esta entrevista, para solicitar un empleo.
En primer lugar el desempleo y todo lo que implica esa condición; en segundo, que si no eres futbolista o criminal no le interesas a nadie, nadie tiene el menor interés por entrevistarte porque cualquier cosa que digas nunca podrá competir con los tiros a gol o los tiros de la cuerno de chivo; cabeza de serie o descabezados; transacciones millonarias o lavado de dinero; en tercero, el que las entrevistas de trabajo son muy superficiales y nunca alcanzan para expresar las ventajas que ofrece uno como empleado. Los empleadores ya no practican la entrevista integral, se conforman con llenar un expediente, con cumplir con un compromiso de sus jefes, con una petición, con una orden, con un favor. Por eso me pareció útil que un potencial empleador, sea universidad, institución o mecenas, conociera las miras y las aportaciones que su potencial empleado tiene para aportar a su trabajo académico o intelectual; una persona que se interesa no sólo por obtener un empleo sino por llevar a cabo tareas para cubrir huecos que con discernimiento ha detectado que existen en la práctica académica y social de nuestro México. No estoy para nada seguro que dé algún resultado, pero después de cinco años de subempleo creo que merece la pena utilizar este maravilloso medio de expresión y… pues, expresarme a mis anchas ¿eh?

Muchas gracias, y gracias por su tiempo.
Bueno, muchas gracias a usted. Y a ti, por leerlo.