sábado, 21 de agosto de 2010

Los náhoas de Milpa Alta

Habitado por pueblos de habla náhuatl y de las lenguas derivadas de la familia otopame, la población originaria de Milpa Alta, en el Distrito Federal, es la que mayor influencia ha tenido del mundo moderno. Es también donde se ha producido el mayor desarrollo industrial y urbano del siglo XX y donde los pueblos originarios se han asimilado más rápidamente a la población mestiza. Milpa Alta es asiento de uno de estos pueblos nahuas. Aunque políticamente pertenece al Distrito Federal, forma parte, junto con Xochimilco, de la zona más rural de la capital de la República.

El vocablo náhoa hace referencia a una serie de tribus que poblaron el valle de México y significa "hombre verdadero". Milpa Alta, que fue un antiguo asentamiento náhoa, con una extensión de 28 mil hectáreas, es una de las 16 delegaciones rurales más extensas del valle de México. Los náhoas de Milpa Alta habitan doce pueblos.

Entre los náhoa de Milpa Alta, aunque la religión predominante es la católica, existe una relación mística e indivisible con su tierra, espacio geográfico considerado como zona exclusiva de desarrollo vital y cultural. En el área hay cuevas y montañas que son consideradas con carácter divino por los habitantes, como el Cerro Tláloc, "dios de la lluvia"; el Tezicalli, "casa de piedra que produce granizo"; el Tehutli y el Tehuiztutitla, "lugar donde se encuentra el mal". A estos sitios sagrados acuden los viejos a pedir por su pueblo, su familia o sus personas.

Los náhoa de Milpa Alta recurren a varios tipos de medicina tradicional. En la zona existen diversos terapeutas tradicionales: los hueseros, los sobadores, las parteras y los yerberos, que son los médicos tradicionales que gozan de mayor prestigio. Curan enfermedades físicas y espirituales, torceduras o mal de ojo, utilizando habitualmente yerbas medicinales, dietas y el imprescindible uso del baño de temazcal.

La industria en Milpa Alta está representada por una incipiente agroindustria basada en el procesamiento del chile, del nopal y de la miel de abeja. Sin embargo, los dos productos que sostienen el éxito económico de Milpa Alta son el nopal y el mole.

El trabajo artesanal en Milpa Alta se caracteriza por los bordados y tejidos en blusas o en carpetas. El tipo de material empleado en los tejidos es de algodón, lana o ixtle, que también se emplea para la elaboración de ayates y morrales.

Fuente: www.ini.gob.mx
Investigación: Ana Hilda Ramírez Contreras.

martes, 17 de agosto de 2010

Faustino el migrante

La urgente reforma migratoria de los Estados Unidos tal vez no tenga que inventar nada, sino acudir al sentido común de las necesidades mutuas entre las dos naciones. No lo sé y estoy muy lejos de ser un especialista. Mi granito de arena a la discusión es mirar al pasado y observar las motivaciones que tuvieron aquellos hombres mexicanos que fueron invitados a laborar el campo en California en la década de los años cincuenta. ¿Querían vivir allá? Qué va, sólo querían ir a ganar unos dólares para invertirlos en sus adoradas tierras, donde, ¡ay!, sí, prevalecía la pobreza. Esta es la historia migrante de Don Faustino Castillo Ruiz, de San Juan Tzicatlacoyan, Puebla, que me contó apenas el pasado mes de junio.

Fui a dar a un lugar que se llama el condado de San Diego, pero era más para adentro, en San Luis Rey. Mire qué tan bien organizados esos gringos, que yo iba a trabajar con algún vecino y una semana con otro, y al final de cuentas me daban a la quincena mi cheque, un solo cheque, no sé cómo se controlaba. Había un mayordomo, nos pagaban todo lo que trabajamos. Ahora que se van así nada más de mojados, pues tienen que pagar su pasada, coyote y toda la cosa, y antes había contratos y nomás pagaba uno el pasaje a Sonora, de ahí nos llevaban en tren. El gobierno, pues. Porque entonces, una vez pasando, ya contratado, ya corrió por su cuenta.

Me llevó un autobús con mucho servicio y nos llevaron hasta allá, nos asignaron su cama de uno, donde vivir, le decían barracas, y nuestro lonchero, nuestra cobija, o sea que no gastábamos nada, de comer nos daban ahí, no nos costaba nada, entonces todo lo que ganaba lo guardaba. Y yo, créemelo que no descansé ni un día, hasta el domingo. El domingo iba una persona y nos decía a todos: “los que quieran trabajar el domingo apúntense”. Entonces yo me iba ahí, se plantaba el jitomate, que allá le dicen tomate; ya después nos íbamos con unas estacas de madera, un medio carrizo para irlo recogiendo, se podaba para que creciera. Y ya después, como estaba yo chavo, no me dejaban los otros compañeros, porque iban de Guerrero, de Oaxaca, de Zacatecas. Entonces había unos canijos que eran bien rápidos, buenos, y yo me juntaba con esos. Vámonos y échenle ganas. Pobres gentes, unos más flojitos ahí se quedaban como los chivos, más lejos, más lejos, y otra cuadrilla de unos diez, quince canijos, porque éramos como ciento treinta, entonces como unos quince, y me incluían ahí; le median a uno, “mira, no canta mal las rancheras el Pueblita, vente compadre”, y nos íbamos fuerte. El mayordomo ya no nos vigilaba, solo a la gente flojita, pero a nosotros no.

Todos ganamos lo mismo, lo que pasa es que a los más flojitos los iban apartando, los apuraban y además a algunos los mandaban a otro lado o los echaban para acá, nos quedábamos los buenos. Nos daban etiquetas para poner a los jitomates y no no no, porque hay que quitarle su colita bien, todo bien, que vaya limpiecito, bonito. Pero después de eso, ya cuando lo fumigaban, había que recogerlo; después seguía el perejil, otro día la cebolla, que es muy dura, porque para juntarla, va el tractor que la arranca, después nos daban unas tijerotas grandes y luego el mayordomo nos decía: “nada más dos tijeretazos, uno en punta y otro atrás”, y luego nos daban unos sacos, había que ponérselos e irlos arrastrando Y pesa la cebolla, es muy pesada, Un día se me hinchó acá. Tanto tijeretazo, pues hay que quitarle la cola, y otro tijeretazo adelante. Se echaba en la bolsa y la que sigue, ya después la llenábamos y a echarla a la troca. Muy bien organizados, listos, listos; no, nosotros somos más flojos. Nada más esa vez fui, porque después, como estaba yo con mis padres, pues vine con ellos y les entregué el dinero; después nos casamos mi mujer y yo. No me quedó nada, yo creo que por eso también me fue bien. Fui honrado en esa ocasión, no agarré nada del dinero.