viernes, 22 de diciembre de 2017

Manías o necedades

Señor de Iztapalapa en 1910 (El Universal)

Seríamos un país mucho más interesante si se hubieran seguido las recomendaciones de Mendizábal, que tras la Revolución México se hubiera mexicanizado más en lugar de tratar de “occidentalizar” a los indios y a todos los mexicanos. De veras creo que en algún momento del siglo XXI los mexicanos retomarán aquella inquietud, reconociendo a los pueblos originarios como un legado cultural antes que una vergüenza que haya que esconder a las miradas extranjeras; que el náhuatl crecerá en hablantes antes que desaparecer, como vaticinan no pocos alarmistas; que ciertas costumbres naturistas, cosmogonías sobre la naturaleza y otros misticismos “indígenas” cobrarán importancia en las próximas décadas.

Tal vez sea una argumentación necia, algo prematura e insostenible aún, apenas bosquejo, pero en todo caso se trata de una primera revisión epistemológica sobre los quehaceres de una academia antropológica que ha estado como perdida en la concreción de su objeto de estudio, que ha sido incapaz, siquiera, de transmitir al resto de los mexicanos las características objetivas de los pueblos indígenas, las posibles bondades de ser un país múltiple y maravilloso como el nuestro; en donde, paradójicamente, periodistas como Benítez, historiadores como Florescano y documentalistas como Paul Leduc, el Canal 11 y muchas revistas de divulgación han aportado más a la cultura antropológica de los mexicanos que los profesionales de la disciplina.



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miércoles, 13 de diciembre de 2017

Nos hemos abandonado

A sus 96 años me recibió el maestro Eusebio Hernández Castillo detrás del escritorio de su escuela en la colonia Zaragoza, atiende los problemas de cinco zonas con ochenta y tres escuelas de su sector. No aparenta su edad y, hasta donde él cree, no tiene pensado jubilarse de su trabajo. Don Eusebio fue un pionero de la educación revolucionaria; previo a Mendizábal, a Ramírez, a Moisés Sáenz, con las escuelas de circuito, el primer experimento nacional de la Secretaría de Educación Pública vasconceliana.

El profesor Hernández Castillo perteneció a esta estirpe de maestros antiguos, profesores que casi en cada pueblo del país animaron con su entrenamiento y sus cualidades, no solo la alfabetización de los mexicanos, sino la instrucción cívica elemental de los pueblos. Cuando los maestros fueron, en las primeras décadas del siglo XX, los gestores de una incomprendida modernidad que en muchos pueblos tardó en llegar, y en algunos lugares, la esperan aún. Era el año 2001.


Nací en Tehuacán, estado de Puebla. Mi vida era muy modesta, ahora sí, en 1907 cuando ya se gestaba la Revolución, que estalló en 1910, usted lo sabe. Mis padres eran Eusebio Hernández López y Crecenciana Castillo Muñoz. Modestamente era trabajador de construcción de casas, era albañil. Mi madre hacía los quehaceres del hogar.

Esto era más o menos ocurrió por los años 1925, 27, algo así, cuando empezaron a funcionar o se crearon las escuelas rurales a raíz de la fundación de la Secretaría de Educación Pública, cuyo secretario fue el licenciado José Vasconcelos. Al correr del tiempo vinieron otros, les decían ministros, ministros de educación, y se crearon unas escuelas llamadas de Circuito, pagadas por el pueblo, o sea la comunidad, porque, desde entonces, como hoy, el presupuesto para educación era muy reducido. No sé por qué, ahora que ya soy demasiado adulto, todo mundo: “que por la educación”. Sí, se ha beneficiado mucho, pero no de manera total, sino parcial, lamentablemente todavía tenemos un gran porcentaje de población, de ciudadanía analfabeta, no obstante que en la época de un buen gobernante, como hubo muchos, se hizo una gran obra. Y entonces se crearon las escuelas de Circuito, pagadas por la comunidad.  Y yo fui uno de ellos, antes de tener plaza oficial, plaza de gobierno. Ni título, lo reconozco. Pero, como dicen, los libros, grandes amigos, grandes consejeros del hombre, de la humanidad, me sirvieron de mucho y apliqué lo poco que aprendí. Lo apliqué, lo llevé a mi comunidad y me seguí en el magisterio, pagado por la comunidad. Cada semana, alguien salía de casa en casa a pedir la colaboración. Y me acuerdo que mis padres hablaban también de cooperación de la época de Porfirio Díaz, porque también en esa época la educación no fue bien atendida, sino solo educación para los ricos o para los hijos de los ricos. ¿Para los pobres cuándo? Porqué los millones y millones de mexicanos analfabetas, que todavía los hay, todavía los encontramos, entonces estaban en todas partes. Bueno, pues mis padres hablaban de que “ya llegó el cobrador”. Viene por el “Chicontepec”. Qué cosa es eso, preguntaba a mis hermanos. Yo era muy joven, un morrillo. “Es el pago para el maestro”. Desde entonces ya se pedía apoyo económico de los padres de familia para medio –tal vez–, solventar el llamado salario, sueldo o remuneración del maestro, que hoy sigue siendo modesto, para no entrar en más detalles.

Todavía en la actualidad leo en las revistas, en los periódicos, que gana más un bolero, que gana más equis persona. Esa es la política. Eso y más merecemos porque nos hemos abandonado nosotros mismos, muy a pesar de que se hizo la Revolución. Los que salieron ganando fueron los vivales de la Revolución, porque los maestros se fueron a la Revolución, digo yo y lo he comprobado, para defender sus propios intereses, porque no aceptaron así como así que las tierras que usufructuaban no volvieran a los campesinos. Lo tenemos comprobado, la vida actual nos lo está diciendo. Ranchos por aquí, pero de fulano, de zutano. Ahora ya no son de los generales, son de los políticos. En cambio, hay campesinos desarrapados, como nosotros también, los maestros, los campesinos sin tierra, sin recursos para cultivarla. Siquiera un pedazo de tierra para obtener de ella lo necesario, lo indispensable para poder sostener la vida. No para tener coches, dos o tres y ya, hijos en colegios y ahí te va…

Al recibir mi primera orden para ser maestro de Circuito, me decían: “su sueldo lo recibirá de la comunidad”. Veinte pesos mensuales, veinticinco en otras comunidades que tenían más apoyos, y así vine. Trabajé  tres años como maestro de circuito: 27, 28 y 29. Y en 1931, al darse cuenta que más o menos la pude hacer como maestro de circuito, me dieron mi nombramiento de maestro rural de parte de la secretaría. Entonces sí, ya me sentí seguro, confiado, estimulado: dije “ahora me toca a mí corresponder y demostrar que sí las puedo. Y le voy a entrar con más ganas, la voy a seguir”. Ahora sí, dije yo, ya voy a ganar, pero seguro, ya no me lo va a dar el pueblo. Ya no se va a sacrificar la comunidad, va a ser de parte del gobierno. Y mi nombramiento dice todavía: “tendrá usted un sueldo mensual de cuarenta y cinco pesos”. Mi nombramiento ya oficial. Feliz de la vida, me sentí millonario.


¿Usted se imagina: 45 pesos en aquella época cuando el litro de leche costaba 10 centavos, que había panes de a centavo…?  

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viernes, 8 de diciembre de 2017

La presunta militancia comunista de MOM


La supuesta militancia comunista de Miguel Othón de Mendizábal (MOM) fue algo que se debatió ruidosamente en los años setenta, ocupó a algunas generaciones de la Escuela Nacional y la idea sobrevive en el criterio de muchos que supieron de él en aquellos años; a mi juicio ha contribuido a interpretar erróneamente las escasas lecturas de su obra, distorsionando el mensaje humanista y aun positivista del autor, no comunista.

Mendizábal habla del socialismo de forma desarticulada y esporádica, lo que no impide apreciar sus puntos de vista respecto al caso mexicano, que son bastante claros. No obstante, a propósito de una imagen largamente difundida, donde aparece el profesor Mendizábal como militante del Partido Comunista Mexicano y activista incansable de la revolución socialista en México, bastante discutible, ofrezco esta opinión que, entre otras cosas, contradice esa perspectiva.

Una razón más para esta nota aclaratoria, fue la lectura de la tesis de Dora Kanoussi, cuya principal importancia, más que su contenido, que es pobre e indocumentado, consiste en ser la única tesis de licenciatura dedicada a la obra de Mendizábal a 42 años de su muerte y que, por lo demás, contribuye animosamente a esa versión.
La relación que hay entre el indigenismo mexicano y el marxismo de los años sesenta y setenta es estrecha en términos antropológicos, pues ambos tratan, por diferentes medios, de rescatar al indio de la miseria, lo que resta importancia a la discusión de si Mendizábal era o no marxista, puesto que buscaba de cualquier forma idéntico fin a la tendencia social de los sesenta-setenta.

La condición sui generis de la antropología mexicana, frente a las corrientes extranjeras, que busca “redimir” a los “hermanos” indígenas  de la miseria, reaparece internacionalmente, dotada de una poderosa teoría económica, en la década de los sesenta, exactamente con idéntico fin: la redención del indígena oprimido por la explotación, ahora imperialista. En esos términos, la llamada antropología marxista, además de ser solo una continuación del antiguo anhelo del indigenismo mexicano, no aporta nada nuevo a una acción que el indigenismo moderno mexicano había desarrollado desde que el doctor Gamio lo fundó, y aún antes, cuando los educadores positivistas y liberales coincidieron que el indio era “educable”.

Volviendo a Mendizábal, deseaba sobre todas las cosas que el indígena dejara de ser objeto de la más burda explotación y saqueo amparado, más que en una corriente teórica de matices revolucionarios, en un conocimiento profundo de la historia de México, que respecto al indígena –lo tenía claro-, es una historia de opresión; sus deseos de que el indígena accediera a una mejor condición social fue interpretado por los marxistas de los años sesenta como la militancia propia que los impulsaba en su acción.

Dora Kanoussi dice en su tesis que “no se puede afirmar con seguridad que Mendizábal leyó a Marx”, pero una lectura más cuidadosa de su obra le hubiera permitido ver que MOM habla de marxismo en las páginas 381, 392, dos veces en la 394 y en la 393 cita a Lenin, todas en el tomo IV de sus Obras Completas; pero es también irrelevante; como se verá, es muy clara la posición de Mendizábal frente al socialismo y la dictadura del proletariado para el caso mexicano.

Faltó meditar en esa tesis la ideología en que se funda el partido nacido de la Revolución Mexicana, la de sus principales organismos y de sus líderes. Mendizábal tuvo una educación positivista que ve en la ciencia el motor histórico del progreso, basado en una evolución paulatina que culminaría, en palabras de Augusto Comte, en un estado positivo del hombre, o mejor, en un socialismo positivo. Sus ideas se mezclan con las modas, incrementándose su interés por el socialismo debido a las grandes noticias recibidas en los años treinta sobre el “socialismo real” implantado en Rusia. Ignorante, como todos en su momento, de los crímenes de Stalin, pero conocedor de la historia, no tiene duda de que la violencia en que ha sido encaminada “la evolución cultural” desde la prehistoria hasta la implacable acción del capitalismo, solo podrá ser modificada “en el futuro, por una organización de vida que permita realizar el progreso material, intelectual e incluso moral, sin castas irredentas y sin clases explotadas”. (MOM II, 1947:440)

El socialismo “es la meta –afirma-, la estación terminal a la que tendrán que arribar todas las sociedades de estructura capitalista, impulsadas por el motor universal del desarrollo dialéctico de la historia: la lucha de clases”. No tiene dudas que todos recorren la inevitable ruta.

A diferencia de lo que afirma Kanoussi, sobre que Mendizábal era un estalinista admirador de Rusia “por razones de obediencias revolucionaria y no por razones emotivas” (Kanoussi, 1972: 67), Mendizábal, al hablar de dos clases de socialismo: el científico y el de la tercera Internacional, vislumbra genialmente un futuro aún desconocido pero previsible de ese “socialismo real”, como ya le llama, puesto que si ejerce una explotación de la fuerza de trabajo del tipo de las clases burguesas capitalistas, “constituirá una economía fascista o hitlerista que, a la postre, es más desfavorable para el proletariado que el libre juego de la lucha de clases dentro de un régimen liberal del más poderoso e implacable capitalismo”. (MOM IV, 1947: 381-382)

Sobre si la lucha de Mendizábal estaba encaminada a la creación de un socialismo soviético para los mexicanos, como sugiere Kanoussi al incluirlo entre los militantes del Partido Comunista, éste tuvo mucha claridad y cuidado al referirse a ello: país semicolonial, basado en una agriculturas raquítica, insuficiente siquiera para sus necesidades internas; con una industria incipiente, mal equipada, a la merced de la protección arancelaria y a los bajos jornales; país de economía centrífuga, minero y productor de materias primas, además de una deficiente organización proletaria, “no está en condiciones de lanzarse, hoy por hoy, a la revolución social”. (MOM IV: 382) El proletariado tendrá que conformarse, afirma, con seguir luchando “por reivindicaciones inmediatas, por el mejoramiento de la legislación del trabajo, por la imposición de sus contratos colectivos, la implantación de un seguro social efectivo y suficiente y, en particular, por la elevación sistemática del estándar de vida del proletariado de la ciudad y de los campos”. (MOM IV: 383)

Entusiasmado por las pláticas de su amigo Vicente Lombardo Toledano, quien viajó por esos años a la naciente URSS, Mendizábal se dejó seducir por el sueño socialista brillantemente expuesto por Lombardo, razón por la que expresó la infortunada frase que aparece en su tomo IV: hablando de los intelectuales privilegiados por el capitalismo, afirma que “podrán contribuir a prolongar unos años más –cinco, diez, tal vez veinte- la agonía del capitalismo”. (MOM IV, 1947:382)

Mi conclusión sobre la tesis de Dora Kanouissi, y en general sobre las versiones del Mendizábal militante comunista es que, practicando el marxismo no se practicó la historia; tal vez una cosa explique la otra.

Bibliografía:
Kanoussi, Dora: Tesis Miguel Othón de Mendizábal y la Revolución Mexicana de 1910, sustentada en la ENAH en 1974 y consultada en la biblioteca central de la institución.
Mendizábal, Miguel Othón, Obras completas, Tomo IV, edición de autor, 1947.


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