martes, 10 de septiembre de 2024

San Peter Oaxaca

Voy a tener que llamar San Peter a este pueblo del centro oaxaqueño porque a los retratados no les gustó el retrato, detallado y sin retoque; lo habían pagado y eran “dueños de su material”. Pues sí, el material que les fue entregado como resultado de mi investigación. Mis opiniones y trabajo etnológico no estaban en la promoción, ni mi olfato.

La región de los valles centrales está considerada como el corazón geográfico, político y social de la entidad, que es Oaxaca. Limita al norte y este con la Sierra Madre, al Sur con la Sierra Madre del Sur, y al oeste con La Mixteca y la Sierra Madre del Sur. Esta región está compuesta por 89 municipios inscritos en 7 distritos. (Wikipedia)

Grupos étnicos. Según el II Conteo de Población y Vivienda en 2005, en el municipio habitan un total de 632 personas que hablan “alguna lengua indígena”.

¿Se puede?

San Peter está en una cañada de la sierra sur del estado de Oaxaca en territorio del municipio de Zimatitlán. Es un pueblo empinado y oscuro que a esas horas de la noche solo puedo describir por su olor a tierra mojada y pan recién horneado. Llueve. Hicimos dos horas de viaje desde Oaxaca por un camino de terracería sinuoso, estrecho y peligroso, que es el que pasa por San Antonino; hay otro, que conoceré después, menos abrupto, que fue el que construyó la Compañía Forestal de Oaxaca para saquear el bosque durante veinticinco años. Pero eso no lo sé en ese momento. En realidad, no sé nada, excepto que debo entrevistar a un anciano que se me escabulló de la ciudad de Oaxaca y se vino a su pueblo. Don Enrique, patriarca de una organización de bienes comunales que desde hace treinta años explotan su bosque con éxito inusitado, inesperado, inaudito para los ojos de las autoridades que suelen ver a los pueblos indígenas como incapaces de progresar y de generar ninguna clase de riqueza. Nada de eso sé en estos momentos en que Silvino me transporta en una impresionante camioneta negra cuya marca no registro porque no suelo interesarme en esos temas, solo sé que era enorme, cómoda, moderna y probablemente cara.

La aventura comenzó una semana antes, cuando Estebanito, mi amigo parralense, me habló para preguntarme si podría interesarme viajar a Oaxaca a entrevistar a un anciano comunero. Claro que sí, le dije, dime de qué se trata. Ignoro por qué Rodolfo fue tan vago en sus referencias, después supe que él había sido uno de los “licenciados” protagonistas de esta historia y que no había razón para referencias tan vagas. Pero la paga y las condiciones eran buenas para una entrevista, los viáticos fueron depositados de inmediato y el tema, aunque ambiguo, me interesó.

Oaxaca siempre es un destino irrepetible, irresistible.

Así fue como terminé recorriendo un pueblo de la sierra sur con calles empinadas y silenciosas, derrapando las llantas de la camioneta para subirlas y haciendo extravagantes maniobras, por lo estrecho de las calles, para dar la vuelta en una esquina. En su casa, don Enrique sugirió que, para no provocar suspicacias, se entrevistaría con el antropólogo en una oficina de la presidencia auxiliar en donde el Comisariado tiene su despacho. Fue ahí en donde finalmente lo conocí, un anciano de apariencia campesina con finos modos y solemnidad antigua, de voz débil, preocupante para la grabación por el sonido de la lluvia y los limitados alcances del microfonito de mi grabadora.

Entrevisté largamente a don Enrique y al día siguiente, con la ayuda de Silvino, a una docena de ancianos más, mujeres y hombres que fuimos a buscar hasta sus casas. Subimos y bajamos calles toda esa mañana soleada y poco a poco fui entendiendo la sensación de orgullo y cierta presunción que percibí desde el primer momento al entrar en contacto con esta gente. ¿De qué están tan orgullosos?, fue la primera pregunta que apunté en mi libreta. Silvino me hospedó en su casa que fácilmente podría funcionar como hotel, una construcción de ladrillo bonita y moderna pintada de amarillo, de dos o tres pisos, con cuartos comunicados por un largo balcón en la tercera planta, donde me fue asignada una recámara muy bien plantada con un baño adjunto. En la parte baja un pequeño súper de su propiedad bien surtido: abarrotes, papelería, jarcería, ferretería, blancos, verduras. En el ala opuesta del edificio la tienda de su esposa: zapatería, ropa de moda y regalos femeninos para toda ocasión. Más tarde lo acompañé a su distribuidora de refresco, un edificio retirado del pueblo, pero con todas las de la ley. Me impresionó su entusiasmo emprendedor y su indudable éxito. Ya para entonces nos tuteábamos y no pude resistirme de expresar mi azoro con dejo de sarcasmo y envidia: ¡eres rico, Silvino! Gracias a Dios, respondió desde el amparo de su fe metodista que practica con celo personal –y con recelo social, pues no es bien visto en las arraigadas costumbres católicas de la comunidad, que están inmersas en cada acción de sus puntuales usos y costumbres que llevan y cumplen con puntualidad alemana. O mejor, más específicamente, zapoteca.

Una de las cosas más importantes que entendí de la comunidad de San Peter es su origen zapoteco que hoy se toma poco en cuenta, pues todos niegan hablar el idioma ancestral, aunque, al menos los adultos, todos lo mastican cuando no lo hablan con fluidez, como fue el caso de Silvino comunicándose con su anciana madre. “Nomás poquito…” Como sea, su apego a las antiguas costumbres tiene una relación directa con el éxito comunitario y con su adaptabilidad a las circunstancias de lo que hoy es el estado de Oaxaca y el propio país del que forma parte. Porque Silvino no es el único exitoso en este lugar. Todo el pueblo lo es. Pero percibí poco interés en el tema de sus ancestros zapotecas, por eso me pareció importante rascar en  ese origen aparentemente indiferente para tener al menos una breve noción de lo que significan hoy sus antecedentes zapotecos, ancestros directos de la comunidad  de San Peter, que les legaron la costumbre –aunque más bien tenga apariencia de obligación– de cumplir con los numerosos cargos en la comunidad (policía, tequitlato, topil de iglesia, topil de mayor, mayor, regidor, agente segundo o suplente, agente municipal, alcalde constitucional, fiscal y fiscal de la iglesia, todos de servicio, sin sueldo y solo para hombres), la responsabilidad social, la guelaguetza, la astucia política y hasta el ánimo pacifista que hoy promueve el comisariado de bienes comunales, como un valor intrínseco del carácter local.

Pandal

En 1948 se apersonó en la zona un señor de nombre Alfonso Pandal Kraft que percibió que los ricos bosques de la enorme sierra oaxaqueña estaban desaprovechados, que no fuera para levantar la leña del fogón y juntar ocotito para venderlo en la ciudad. Junto a una treintena de comunidades de la sierra norte y sur, San Peter se dejó convencer de rentárselo a este hombre de la ciudad de México a cambio de una carretera que les cambiaría la sensación de abandono y pobreza, que a grandes rasgos es el único recuerdo de los más ancianos. “Cuando yo me fui dando cuenta mis padres eran pobres, el mismo pueblo era un pueblo muy pobre”, me contó doña Prisciliana. “Lo que recuerdo es que la vida de uno era muy sufrida con la pobreza, no había trabajo, no había nada”, rememoró don Luis. Frente a esa “nada”, el horizonte se les ensanchó con la apertura de la carretera, donde algunos obtuvieron empleo y las ciudades de Zimatlán y Oaxaca se les acercaron muchas horas proporcionales. Con la carretera llegó la Compañía Forestal de Oaxaca, del susodicho Pandal, que durante 25 años estuvo sacando alegremente millones de pies cúbicos de madera –pagando una modesta renta a la comunidad– y construyendo un emporio económico y político que llegaría a tener relevancia nacional. Muy pocos obtuvieron trabajo en “la Forestal”, pues las labores eran especializadas y peligrosas, por lo que fueron traídos obreros forestales de Michoacán y Toluca que con el tiempo construyeron pueblos con comodidades atípicas en la región, como una clínica con médico, cine, escuelas de seis grados, tiendas surtidas, servicios y casitas limpias y uniformes como ocurrió en El Tlacuache (“parecía un pueblo gringo”), dentro del territorio de San Peter. Con el tiempo los sampedrinos eran vistos como extraños en su propia tierra, habitantes incómodos, suspicaces, no bienvenidos en las oficinas de la compañía. Pero el tiempo pasó, las generaciones se renovaron, cambiaron de mentalidad. Para cuando se vence la concesión por 25 años en 1982, muchos habían trabajado o trabajaban en “la Forestal” y contaban con otra clase de experiencia. De forma incipiente comienza un movimiento que se atrevía a pensar que la propia comunidad se hiciera cargo de su bosque, que no se renovara la concesión a la Forestal de Oaxaca y se pensara en serio en tomar las riendas de la explotación comercial de madera. Hacía poco la comunidad había logrado que se les diera el negocio de transportar la madera afuera de la sierra, por lo que adquirieron a crédito decenas de transportes de carga que eran, digamos, el único activo moderno con el que contaban (“con tres meses de carga se pagaba el camión”). Bueno, sí, pero ¿y todo lo demás? No tenían experiencia de mercado, de precios, de tecnología, de las cuestiones técnicas y científicas de un bosque. Y lo más importante, no tenían ninguna experiencia en administración; “quebrarán en unas cuantas semanas”, vaticinaron las autoridades en Oaxaca. Pero los meses pasaron y el movimiento comenzó a tomar forma en la dirigencia del comisariado. Hubo que hacer presión. El presidente José López Portillo concesionó los bosques de Oaxaca “por tiempo indefinido” a la Compañía Forestal y ahí ardió Troya. Treinta pueblos se levantaron contra la medida y unificaron su lucha en un movimiento estatal. En San Peter secuestraron las máquinas de la Compañía y paralizaron la producción. El Gobierno tuvo que echarse para atrás. Los meses que siguieron fueron de zozobra, de desempleo, de crisis económica y emocional. La Compañía salió de los dominios del pueblo, pero dejó detrás una cauda de dudas y ciertamente de desolación. El Tlacuache fue desmantelado y se convirtió en un pueblo fantasma. Las grúas y otra maquinaria que quedó paralizada fueron víctimas de la oxidación y el abandono. Los hombres salieron del pueblo y de la región, y se fueron a trabajar en donde fuera para sostener a sus familias. Fueron dos o tres años de incertidumbre en los que las autoridades comunitarias no bajaron la guardia, porfiaron en su tarea de rescatar el bosque y construir una empresa de y para la comunidad. Fue cuando ocurrieron cosas del destino que permitieron a San Peter alcanzar su propósito. Llegaron asesores, algunos eran desempleados de la SARH, otros venían huyendo de los conflictos de Chiapas, todos jóvenes y bien intencionados cuya ardua labor podríamos sintetizarla en unas cuantas frases que desperdigaron como granos de maíz en una tierra pródiga: “sí se puede, ustedes pueden hacerlo, si se organizan lo pueden lograr”. Y los ayudaron a organizarse. Una docena de pueblos decidieron entrarle a esa aventura y se organizaron con los “licenciados”.

“Esto es una factura, esto es un cheque, esto es una cuenta.” Con el ABC de la más elemental administración se comenzaron a adiestrar. Con el tiempo trajeron asesoría finlandesa y alemana para lo forestal, compraron maquinaria, se implicaron como comunidad en cada uno de los detalles de la explotación forestal, con cargos rotativos de dos años de duración en donde todos fueron de todo, como me lo contó don Luis.

“… he andado poquito, lo que se puede, yo soy escaso de conocimientos porque casi no sé leer, pero no sé si por suerte o por qué me dieron cargos, me dieron muchos cargos. He tenido los cargos de aquí, los que tiene la población: tequitlato, mayor, regidor, agente segundo, agente municipal, alcalde, esos fueron los primeros cargos que pasé. Después me dieron el cargo de tesorero en el Comisariado, después alcalde de la Agencia Municipal, después de eso, en el 80, me dieron otro cargo de tesorero, dos periodos estuve sirviendo en el Comisariado. Esos son los cargos.”

El toque genial de todo esto fue la creación de la Comisión Revisora que desde entonces y hasta el día de hoy lleva celosamente las cuentas claras de toda la organización comunal. Gracias a eso han podido crecer sostenidamente por más de un cuarto de siglo.


Bosque

En la actualidad se cumplen tres décadas de aquellos hechos que marcaron el destino de San Peter, una de las nueve agencias que tiene el municipio de Zimatitlán, Oaxaca (no confundirlo con el municipio de San Peter, Oaxaca, vecino de la costa sur del estado). La United de Aprovechamiento Forestal Comunal, coloquialmente conocida como “la United”, es hoy la matriz de todos sus desarrollos, su fuente de empleo, de bienestar, de progreso, de proyectos y sueños. Tiene una empresa forestal que factura millones, un aserradero, una clínica comunitaria con farmacia gratuita, una empresa de agua embotellada que se surte de su propio manantial; una empresa de autotransportes foráneos con una docena de unidades que hace la ruta San Peter-Ciudad de Oaxaca con varias corridas al día; una Caja de Ahorro funcional, que ofrece créditos baratos a los comuneros; construyeron un flamante edificio de cantera rosada para la presidencia auxiliar –ya la quisieran muchos municipios–, una hermosa escuela primaria; una tienda de abarrotes comunitaria con productos básicos y establecieron pensiones vitalicias para los mayores de sesenta años y las madres solteras; tienen un sistema de becas universitarias para los jóvenes que deseen estudiar y salarios dignos, suficientes para los hombres que explotan el bosque de la comunidad.

El pueblo de San Peter dejó de ser una comunidad de pobres, lo que no significa que se hayan acabado los problemas, que no haya carencias y necesidades, endemias como el alcoholismo y los embarazos prematuros, pero los sampedrinos de hoy viven sus propias circunstancias marcadas por la modernidad de un mundo que muta constantemente; nos exige modificar mentalidades y metodologías, adaptar nuevas circunstancias a sus inalienables usos y costumbres que permanecen impávidos al paso de los años. La vida sigue, pues, y la viven lo mejor que se puede, con un ojo en el gato y otro en el garabato. Es decir, cuidando sus bosques de los múltiples escenarios que los amenazan, sean naturales, económicos, políticos o sociales.

Detrás de todos los anhelos, los sueños, las necesidades y problemas que viven los sampedrinos de hoy está la sempiterna “United”, la gran ubre que alimenta los afanes de toda la comunidad. Marcha porque desde el principio la asamblea comunitaria de San Peter tomó la decisión de que marchara. Cuentas claras, amistades largas, dice el dicho, y lo que la United ha logrado en su perenne renovación de cuadros ha sido, no solo la creación de un emporio bien manejado con números saludables y finanzas sanas, sino la creación de una comunidad completa de administradores que saben de lo que se habla cuando se presentan las cuentas y los proyectos en la asamblea comunitaria. Esa es la gran enseñanza de San Peter.

“La unidad va bien porque todo el pueblo está trabajando –me confió el actual comisario llamado también Peter–, no hay gente rebelde contra el pueblo, todo el pueblo está trabajando, vamos bien. Yo doy las gracias al pueblo porque sí nos reconocen a los viejos. Así estamos.”

Cuando regresé a la ciudad de Puebla, luego de días de trabajo de campo, aún no tenía la claridad que tengo ahora cuando he terminado la redacción de la historia testimonial de San Peter. Llegué con 20 horas de grabaciones y la clara convicción de que, si las comunidades mexicanas tuvieran un control administrativo en sus pueblos y sus municipios como el de San Peter, en lugar de ostentar demagógicamente con órganos de fiscalización en los congresos locales y oficinas de transparencia tan poco transparentes, otro gallo cantara. Pero el ejemplo de San Peter no es suizo, ni finlandés, ni estadounidense, sino que es un ejemplo nuestro, oaxaqueño, tomado de uno de los vilipendiados pueblos indígenas eternamente socavados y condenados al olvido y a la disgregación. Y eso, por decir lo menos, es una fuente de inspiración y de esperanza real. Como dirían los voceros vocingleros, entonces, sí se puede.

 

Fotos tomadas de PueblosAmerica.com

https://mexico.pueblosamerica.com/fotos/san-pedro-el-alto-5

sábado, 3 de agosto de 2024

Zapatero a tus zapatos

 


Cada vez que escribe el doctor Antonio Lazcano sobre sus especialidades científicas lo leo con fruición, a sus amplios conocimientos de ciencia adjunta una cultura literaria que no rehúye la acidez ni el humor. Hoy por hoy nuestro principal divulgador de la ciencia y espero que lo siga siendo por mucho tiempo. El 14 de junio de 2024 nos regaló otra jugosa columna sobre piojos y pulgas, especímenes a los que sigue desde la antigüedad hasta nuestros tiempos. Muy divertido e ilustrativo.

Todo muy bien hasta que el doctor deja de hablar de su especialidad, que es la ciencia desde su entrenada visión, para meterse en camisa de once varas y mezclar ignorancia con prejuicios, superficialidad y ardor. En sus últimos dos párrafos expresó:

“Gracias a los migrantes asiáticos que cruzaron el estrecho de Behring, los piojos llegaron a América y se fueron diversificando a medida que se fue poblando el continente. Cuando arribaron los europeos, los piojos de ambos lados del Atlántico se vieron frente a frente, se mezclaron y terminaron cruzándose. Lo mismo pasó con las poblaciones humanas. El DNA no viaja solo; con los genes llegaron lenguas, culturas, y formas de convivencia, incluyendo algunas de una violencia aterradora. Los resultados coinciden con evidencia lingüística, arqueológica y antropológica, y representan un desmentido adicional al mito de la existencia de pueblos originarios de México. Los piojos y nosotros somos migrantes y mestizos.

“¿Cuál de todas las culturas actuales es la originaria? Ninguna, porque todo depende de dónde y cómo tracemos la línea del tiempo. Los llamados pueblos originarios no son ni homogéneos ni puros, ni sus culturas han permanecido inalteradas desde la noche de los tiempos. Suponer lo contrario es negar la capacidad de cambio y adaptación de los usos y costumbres de distintas etnias a lo largo de los siglos. Las tradiciones de ahora, que algunos quieren remontar a un pasado dorado que nunca existió, carecen de una continuidad cultural con tiempos míticos que nada tienen que ver con la realidad. Ni remedio. El término ´pueblos originarios´ ya se quedó, y se ha convertido en una frase que resume las fantasías étnicas que han invadido el discurso político, se coló a los libros de texto, y se dejan ver en actos caricaturescos como el cambio del bastón de mando y el sacrificio de gallinas en el Senado de la República. Como lo entendieron Hesíodo y John Milton, el paraíso perdido es un mito poderoso, pero ni sirve para hacer justicia a las identidades negadas, ni es una salvaguarda contra la mezcla de racismo, clasismo y discriminación étnica que sigue azotando a los más pobres.”1

Hasta aquí el doctor Lazcano. Sigue mi comentario condimentado con desazón: la evidencia lingüística es tangible, así como las arqueológicas y antropológicas, pero no veo cómo representan un desmentido de nada, somos mestizos como los piojos, pero estos animalitos no hablaban ningún idioma y su única costumbre era (y es) chupar la sangre.

Aquí el doctor Lazcano penetra en arenas movedizas. “¿cuál de todas las culturas actuales es la originaria?”, se pregunta. “ninguna –responde–, porque todo depende de dónde tracemos la línea del tiempo”. No entiendo por qué le incomoda tanto a Lazcano el vocablo originario, que solo habla de principio, de origen, que él confunde con pureza en un barullo similar a la patraña aria. “Los llamados pueblos originarios no son ni homogéneos ni puros, ni sus culturas han permanecido inalteradas desde la noche de los tiempos”, afirma categórico. Fuera de algunos fanáticos desinformados, no sé de nadie que considere a los pueblos originarios mexicanos homogéneos o puros, quienes hemos estado en los pueblos que hoy habitan reconocemos su “originalidad”, su carácter originario, en costumbres ancestrales como el temazcal, la herbolaria y la alimentación. En ciertos lugares hasta en el idioma antiguo que todavía hablan. Nadie dice que sean “puros”, ¿quién es puro?

Afirma categórico: “Suponer lo contrario es negar la capacidad de cambio y adaptación de los usos y costumbres de distintas etnias a lo largo de los siglos”. Tampoco, pues yo supongo lo contrario y no tengo por qué negar la capacidad de cambio de estos pueblos originarios, así como la adaptación cultural y económica que se han visto obligados a asumir por diversas circunstancias en los últimos cinco siglos. Y particularmente en este blog, donde maestros de escuelas aún llamadas “de educación indígena” piden mayor conectividad digital y mejores planes de enseñanza matemática en totonaco.


Lazcano también se lanza de cabeza contra las tradiciones actuales: “las tradiciones de ahora, que algunos quieren remontar a un pasado dorado que nunca existió, carecen de una continuidad cultural con tiempos míticos que nada tienen que ver con la realidad”. No se sabe con quién pelea Lazcano, con “algunos”, afirma; dice que las tradiciones carecen de continuidad, quinientos años le parecen poco ¿deben de cumplir dos mil años como las cristianas?, ¿qué entiende Lazcano por tradición, solo la navidad le parece aceptable?, y luego afirma con fatal claudicación: “ni remedio, el término ´pueblos originarios´ ya se quedó, (… ha)
 invadido el discurso político (…) en actos caricaturescos como el cambio del bastón de mando y el sacrificio de gallinas en el senado de la república”, mezclando ignorancia con prejuicios y fobias políticas.

Como antropólogo me interesó y comencé a usar el concepto de pueblos originarios porque me pareció inadmisible que tantos siglos después siguiéramos llamándolos indios, inditos. Y esa adopción fue tan pertinente que en efecto penetró todos los ámbitos sociales y culturales en los que por cualquier razón se ven involucrados estos compatriotas, negados y vilipendiados por nuestras “tradiciones” mestizas. También se ha colado a la política, siempre oportunista, pero visto con frialdad científica, doctor Lazcano, nada tienen que ver estos pueblos con los “actos caricaturescos” en los que grupos de mestizos (también oportunistas) manipulan símbolos originarios para llevar agua a su molino. Es como culpar a los piojos de la caspa. Termina el doctor Lazcano apesadumbrado, concediendo que “el paraíso perdido es un mito poderoso” que no sirve “para hacer justicia a las identidades negadas”; ¿lo dejamos igual, entonces? les llamaremos inditos porque pueblos originarios no le parece correcto al prominente divulgador científico, un poco más digno que la pálida e ignorante presencia de esos pueblos originarios en el imaginario colectivo de los mexicanos, que están tan interesados que ni sus nombres conocen, aunque hayan convivido con ellos toda su vida. “El principio fundamental de que es humano y civilizado eliminar del lenguaje corriente las palabras que hacen sufrir a nuestros semejantes”, expresó Umberto Eco sobre esas nominaciones y apodos ajenos que los “vencedores” ponen a los “vencidos”.2 Que nombrarlos con mayor dignidad que como lo hemos hecho por siglos no los salvaguarda del racismo, el clasismo y la discriminación étnica que sigue azotando a los más pobres. Por eso es lamentable que una mente brillante les niegue a los “indios” esa mínima atribución de ser anteriores a los españoles, de ser originarios de estos lares. Triste. Seguiré leyendo a Antonio Lazcano cuando hable de ciencia, porque es brillante, culto y valiente, estaré atento para en su momento emitir mi modesta opinión.

 

Fotos del autor

1 Antonio Lazcano Araujo, El piojo y la pulga, Reforma, 14/jun/2024.

https://www.reforma.com/el-piojo-y-la-pulga-2024-06-14/op272875?pc=102

2 Eco, Umberto, Revista Confabulario 16/06/07.


martes, 5 de marzo de 2024

La religión mexicana


Seríamos un país mucho más interesante si se hubieran seguido las recomendaciones de Miguel Othón de Mendizábal, quien pregonaba tras la Revolución que México debía mirar a los pueblos indígenas antes de pretender “occidentalizarlos”, al modo de vida obrero. Mendizábal imploraba que no perdiéramos las costumbres heredadas por los pueblos originarios, que se procuraran para enriquecer nuestra propia “identidad mexicana”. En algún momento del siglo XXI los mexicanos retomarán aquella inquietud, reconociendo a los pueblos originarios como los ancestros de los mexicanos de hoy, los que son; un día del futuro el náhuatl crecerá en hablantes antes que disminuir o desaparecer, como vaticinan alarmados los antropólogos; que ciertas costumbres naturistas, cosmogónicas sobre la naturaleza y otros misticismos “originarios” cobrarán importancia entre los mexicanos de las próximas décadas, derivado de un desequilibrio del clima que se volvió árido y desértico o lluvioso con inundaciones. Religiones reinventadas con aquella inspiración, religiones propias, que además tendrán que ver con la naturaleza antes que con entelequias foráneas por antiguas que sean; aquí, encabezadas por el culto a Quetzalcóatl, un nuevo Sol frente a la decrepitud de Tonatiuh; el culto a la Luna y los rituales en los templos, que son pirámides ofrendadas al divino Sol, innegable dador de la vida. Científicamente comprobada, esta deidad tolteca que dice llamarse Sol, sale en las mañanas del horizonte y se retira al atardecer en la dirección opuesta, da vida a la tierra y los océanos.

Tal vez sea una argumentación necia, prematura e insostenible (aún), un bosquejo de utopía; se trata en todo caso de una primera acechanza epistemológica sobre los quehaceres de una academia antropológica perdida en la búsqueda de su objeto de estudio, incapaz de orientar a los mexicanos sobre su situación antropológica, con medio centenar de idiomas vivos, como muchas cualidades evidentes en esa esencia originaria que insistimos en negar. El INI se convirtió en un instituto sin voz, sin personalidad, a pesar de las personalidades que se cruzaron en su camino, fue incapaz de transmitir a los despistados mexicanos siquiera las características objetivas de los pueblos originarios que conviven con nosotros, sus bondades históricas que muchos mexicanos no quieren reconocer como su propio pasado, su pertenencia a un país múltiétnico donde, paradójicamente, periodistas como Fernando Benítez, historiadores como Florescano; documentalistas como Paul Leduc y cronistas como Carlos Monsiváis –sin olvidar al Canal 11–, y numerosas revistas de divulgación; entre todos ellos han aportado más a nuestra cultura antropológica que los miles de antropólogos que pueblan el revoltijo institucional. Dicho sea con todo respeto.

 


Las aglomeraciones cada vez más masivas de entusiastas que van a bañarse de energía a las pirámides de Tenochtitlan, Teotihuacan, Malinalco o Cholula –sitios arqueológicos en todo el país–, son un primer indicio de la proliferación de rasgos de religiones ignotas que sincronizarán sus ritos con la tecnología y la ciencia; con la electrónica y la internet.

Abusando de tu paciencia, este ímpetu nahuatlizador se extenderá en todos los estados que hoy ocupa el antiguo territorio del centro mexicano definido por Paul Kirschhoff como Mesoamérica.

 Así sea.

Fotos del autor.

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viernes, 10 de marzo de 2023

Desprecio

 

Foto de la cordillera del Tentzo de Josep Fité

Según Miguel Othón de Mendizábal los distintos grupos étnicos mexicanos habían recibido distintos tratamientos, no tanto por sus cualidades particulares como por los variados grados de interés que los conquistadores pusieron en las diferentes zonas de México que fueron colonizando. Mientras en muchas partes la indiferencia por sus lenguas y sus costumbres fue la única actitud de los españoles y criollos, en otros ámbitos se fomentó el establecimiento de escuelas donde se les enseñara a los estudiantes nociones prácticas en sus propias lenguas sobre artes e industrias, simultáneamente a la enseñanza del español. Se ignora el beneficio que eso puedo haber tenido. Uno de los casos que más impresionó a Mendizábal fue el del Colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco, instaurado por fray Juan de Zumárraga en 1536, que tuvo como maestros a gente tan ilustre como fray García Cisneros, fray Armando de Basacio y el “insigne” fray Bernardino de Sahagún, y a no menos ilustres alumnos, entre los que destaca Pedro de Gante. “Hecho histórico digno de meditarse y excelencia del Colegio de Tlaltelolco que no ha sido bien tomada”, afirmó Mendizábal, apuntando directamente a los autores de la disposición que ponía al español como lengua única para la enseñanza. (IV:175-176)

Es difícil imaginar, agrega, cuál sería la cultura de América de haberse seguido “este sabio sistema educativo”, lo que sí se asegura es que la aportación americana a la cultura universal hubiera sido más importante “que la pobre contribución de los españoles indianos, de los criollos y los mestizos, con exclusión casi total de los indígenas”, apuntó. (IV:177)

A los mexicanos se nos presenta la oportunidad de apreciar las culturas mexicanas, puntos de vista con idiomas diferentes y un antiguo arraigo regional, local: náhoas, mayas, hñañús, mixtecos, choles y otras decenas de pueblos originarios, vigorosos aún, muestran atributos culturales heredados del insondable pasado indo-español que muchos compatriotas todavía se niegan a ver; tal vez entenderíamos mejor la situación histórico-cultural-lingüístico-culinario-artesanal-herbolario que llamamos “indígena”. Vamos a los pueblos de México y vemos una antigüedad convertida en cultura local cercana a la naturaleza, en el marco de una esoteria falazmente católica, llena de ritos ancestrales y creencias cosmogónicas como lo eran las religiones toltecas que sus descendientes heredamos. Religiones antiguas que adoraban el Sol, el agua, algo que me parece no solo pertinente, sino una especie de religión real. Realista. Yo doy gracias al Sol, agradezco al agua.

En resumen, Miguel Othón de Mendizábal tuvo razón al hablar de las pérdidas en la cultura mexicana por no haber seguido aquella instrucción de Fray Juan de Zumárraga de educar a los niños y jóvenes mexicanos en sus propios idiomas; buscaba indagar en las culturas americanas variantes para la fundamentación de un ser nacional, la famosa identidad, que los mexicanos logramos configurar con grandes pérdidas de pueblos que desaparecieron con sus idiomas. Demasiado avanzado, aún ahora.

Pronto alguien decidió que no había nada qué conocer de las culturas de América porque eran primitivas. Y que a los indios había que enseñarlos a pensar, cuando no a vivir. Vean las enseñanzas del influyente profesor Rafael Ramírez. Se aprecia que entonces perdimos mucho cuando se cortó el entusiasmo por conocerlos y se creó la institución encargada de asimilarlos, el instituto nacional indigenista, que se encargó de disolverlos y borrarlos de la presencia pública hasta casi desaparecerlos; 500 años después les seguimos llamando “indios” y la mayoría de los mestizos mexicanos no saben ni sus nombres. Seres ignotos identificados con prejuicios y caricaturas –el chiste del indito es un género de nuestro humor nacional–, racismo simple, pero suficiente para matar el sueño de Mendizábal de que los mestizos mexicanos podríamos voltear a ver con mayor interés a los pueblos originarios mexicanos, a pesar de la evidente genealogía que de un modo u otro nos liga con ellos. Por eso decía Mendizábal que se aprovecharan esos vínculos para fortalecer la identidad mexicana de los propios mestizos. Es decir, en lugar de cortar de tajo el conocimiento de los mexicanos respecto a sus vecinos étnicos, se les aprovechara y se tomara, como ocurrió en la comida, como algo propio y ancestral; así es como lo entendemos ahora, como lo sabemos quienes nos hemos acercado a ellos desde la biología, o a través de la medicina, la agricultura o la antropología. En esas culturas existe una gran riqueza de conocimientos antiguos que las ciencias naturales pueden aprovechar y algunas aprovechan desde la biología, la ecología, la botánica; los estudios regionales, musicales y desde luego antropológicos. Sin embargo, prevalece la indiferencia, tal vez calculada por los propios pueblos que prefieren no llamar la atención mientras se les deje vivir en su etnicidad en paz, cuidando de su idioma respectivo porque es la clave de su sobrevivencia. Si se extingue el idioma se extingue el pueblo, se meztifica, aun cuando muchas veces sigan viviendo en las costumbres náhoas o totonacas basadas en el consumo masivo del maíz y el infaltable temazcal familiar. Esto lo aprecié en Tzicatlacoyan, donde todo el pueblo tiene su temazcal familiar. Lo pude apreciar visitando escuelas de enseñanza indígena para la Dirección General de Educación Indígena, creada por la SEP 30 años antes, en ese entonces, cuando fue necesario y urgente que se respondiera con la creación de una educación especial en los idiomas regionales; estuve en Veracruz, Oaxaca, Puebla, Hidalgo, Zacatecas;  vi jóvenes maestros muy motivados y bien instruidos, muchos con maestría, pero sobre todo con una estrategia para la enseñanza de las materias obligatorias de los cursos, matemáticas en totonaco y poesía en mixteco. Es decir, tener como prioridad la enseñanza y el fortalecimiento de sus idiomas. Digo, si se quiere ayudar a ese tesoro cultural que contienen lenguas tan ricas como el náhuatl –que claramente los mexicanos usamos como una segunda lengua–, hay que procurar que esa enseñanza se fortalezca y los idiomas originarios de los mexicanos crezcan en las regiones que ocupan en la geografía mexicana, porque si miras bien están en todas partes; que esos compatriotas estudien en sistema bilingüe al menos hasta el nivel de secundaria, que los jóvenes tengan la oportunidad de conocer a fondo el uso de estrategias educativas que les permite usar su idioma para la resolución de las materias educativas esenciales: matemáticas, lenguas, ciencias, arte y música.

El sueño de Mendizábal alcanza para muchos sueños, si quisiéramos cambiar nuestra actitud pobre y racista sobre los pueblos originarios y fomentar el interés por sus identidades, por conocer sus saberes y sabores, todos saldríamos enriquecidos, porque, por ejemplo, fenómenos como el mole dignifica nuestra cultura y es claramente compartido por todos; ellos son los hereditarios de los moles mexicanos, muy antiguos, aunque se atribuya a unas monjitas poblanas la invención de la marca. No importa, la cultura mexicana está saturada de esas apropiaciones nacionales de saberes y metodologías locales.

Nadie entre los adultos mexicanos tiene duda del significado de papalotear, pepenar, petatear, pizcar, pozolear, pulquear, son palabras provenientes del náhuatl que los mexicanos usamos con naturalidad. 

(Ir a “Para cuates”)


Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, tomo IV. 

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domingo, 28 de agosto de 2022

La pluralidad étnica

 

Guillermo Bonfil Batalla

Palabras pronunciadas por Guillermo Bonfil Batalla en los Pinos, el 10 de agosto de 1988, en la ceremonia de entrega de la "Presea Manuel Gamio. Al mérito indigenista". Las tituló La pluralidad étnica. Pugna por una mayor participación indígena y el impulso de proyectos autogestionados que nunca terminaron por concretarse:

“Al finalizar la década de los sesenta era perceptible en muy diversos países del mundo que los pueblos históricos englobados en los más distintos tipos de estados nacionales comenzaban una nueva forma de lucha política por la reivindicación de sus derechos étnicos. México no fue excepción. Los pueblos indios que habitan el territorio nacional desde épocas que se pierden en la profundidad del pasado, comenzaron a adquirir una nueva visibilidad en la sociedad mexicana: encontraron otras formas de organización para la lucha e iniciaron la elaboración de un discurso político que sonaba más comprensible para los oídos del sector no indio, acostumbrado al silencio que resulta de no querer escuchar y a la incapacidad para ver y reconocer que proviene de no aceptar la existencia legítima del "otro". Nunca estuvieron ausentes, por supuesto; pero ahora los pueblos indios estaban dispuestos a ingresar activamente a la escena política de México, con su propia voz y con su rostro propio.

“Esta irrupción inesperada provocó desconcierto entre quienes se ocupaban o preocupaban por el entonces llamado "problema indígena". Unos negaron la autenticidad de la movilización india; otros la atribuyeron a la acción de fuerzas oscuras, ajenas a los pueblos indios; algunos más le pretendieron restar importancia y significación, o, peor aún, le atribuyeron signo negativo frente a las que consideraban las mejores causas del país.

Hoy, a veinte años de distancia, es innegable que lo que se gestaba entonces era una nueva etapa de la ancestral lucha india que propone ahora un modelo de sociedad plural, que sea explícitamente reconocido por el Estado, y que exige la eliminación de las desigualdades con la misma firmeza con que demanda el respeto a las diferencias. Quiero entender el que se me otorgue en esta ocasión la "Presea Manuel Gamio", no como un reconocimiento a méritos individuales, discutibles y ciertamente insuficientes, sino como el reconocimiento a un grupo de antropólogos y colegas de otras disciplinas que decidimos desde entonces apostar por esa carta y hemos tratado de ser consecuentes con esa opción. No cabe aquí nombrarlos a todos; pero no puedo dejar de mencionar en esta ocasión a Salomón Nahmad, a quien considero un indigenista ejemplar y un defensor permanente de las mejores causas indias.

“El proyecto de construir una sociedad que reconozca la pluralidad étnica como dimensión fundamental para la organización del Estado y como potencial y riqueza igualmente fundamentales para la edificación de un futuro mejor, es una idea que ha adquirido en estos años plena legitimidad. Usted, señor Presidente, señaló durante su campaña electoral: "no hay enfrentamiento entre pluralismo social y cultural y unidad nacional. La historia demuestra que los centralismos no cohesionan, sino disgregan. La fuerza de nuestra unidad debe seguir siendo la riqueza de nuestra diversidad". Más adelante afirmó usted, con toda claridad, que requerimos "principios y mecanismos que reconozcan una verdadera federación de nacionalidades dentro de la nacionalidad mexicana". Con estos pronunciamientos quedó francamente abierta la puerta para que la política indigenista gubernamental se pudiera orientar en un sentido diferente, cuya característica principal sería una mayor participación india y el impulso a proyectos autogestionados.

“En el umbral del tercer milenio los mexicanos enfrentamos graves desafíos que adquieren carácter perentorio. Me atrevo a afirmar que el principal de ellos es el de redefinir nuestro proyecto nacional. Tres metas podrían unificar a la inmensa mayoría de los mexicanos y, en consecuencia, constituirse en los ejes para diseñar el nuevo proyecto de nación que queremos construir: deseamos una sociedad más democrática, que significa mayor participación de todos en las decisiones que a todos conciernen y formas de convivencia que descansen en el respeto absoluto a los derechos individuales y colectivos; deseamos una sociedad más justa, en la que las oportunidades y la riqueza social se distribuyan de manera equitativa; y deseamos una sociedad más feliz, si entendemos por felicidad la convicción de que tenemos la posibilidad de realizar plenamente nuestras potencialidades individuales y colectivas.

“Los tres objetivos están íntimamente ligados y pueden entenderse, de hecho, como facetas de un mismo modelo de sociedad que en lo político sea democrática; en lo económico, justa, y en esa dimensión subjetiva que es componente indispensable de la vida social, sea feliz. En mi opinión, para encauzar a la sociedad mexicana por un camino que nos acerque a estas tres metas, la cuestión del pluralismo étnico debe colocarse como un problema central cuya solución satisfactoria es indispensable y crucial. Las propias nociones de justicia, democracia y felicidad adquieren un sentido histórico preciso cuando se definen para una sociedad étnicamente plural, como la nuestra. 

“En el terreno de la democracia, por ejemplo, el reconocimiento del pluralismo étnico requiere mucho más que el respeto al sufragio. Se trata, ante todo, de admitir que los pueblos indios de México son entidades polí­ticas que deben ser reconocidas jurí­dicamente como integrantes del Estado nacional. Este reconocimiento es un paso inevitable en cualquier proyecto democrático, porque es un requisito para que los pueblos indios ejerzan el derecho a conducir sus propios asuntos internos y desarrollar su cultura propia. La afirmación de la autonomía interna es una condición necesaria, aunque no suficiente, para restituir a los pueblos indios la libertad de conducir su propio destino, que les fue arrebatada desde la invasión europea y les ha sido negada en el México independiente, y para crear las condiciones que hagan posible su auténtica participación ciudadana, que no puede darse al margen de su cultura propia. No cabe imaginar un México democrático sin que se respeten por ley y en la práctica los derechos colectivos de los pueblos indios y esto exige su reconocimiento como entidades políticas constitutivas del Estado.

“En el campo de la justicia social se plantea una doble demanda. La primera deriva del hecho de que los pueblos indios ocupan, sean cuales sean los indicadores que se empleen para el diagnóstico, el escalón más bajo de la sociedad mexicana. Son el sector de nuestra población más empobrecido y presentan los índices de carencias más intolerablemente altos. En el reparto de la riqueza y de las oportunidades sociales la diferencia es escandalosamente abismal entre los pueblos indios y los grupos más favorecidos del país. La demanda de justicia económica es inaplazable, como lo es la de la justicia a secas, porque muchas normas y procedimientos para impartirla no tienen vigencia real en la vida cotidiana de las regiones indias. Hay, pues, el imperativo de un trato justo hacia los pueblos indios, que implica la supresión de las muchas formas en que se les explota, se les discrimina y se les margina. Pero hay otra demanda complementaria, que remite claramente al derecho a la diferencia cultural: además de tener un acceso justo a las oportunidades y los bienes que ofrece y posee la sociedad mexicana, los pueblos indios reclaman mayores oportunidades y posibilidades en el marco de su propia cultura: se trata de poder estudiar biología en la universidad, pero también de que existan las condiciones para desarrollar los conocimientos sobre la naturaleza que forman parte de la propia tradición cultural india; se trata de poder adquirir dominio sobre nuevas tecnologías, pero también de crear otras a partir de las que se poseen como legado histórico. Sólo por esta doble vía puede alcanzarse una relación justa con los pueblos indios, sin caer en el error de confundir desigualdad con diferencia: se trata de eliminar la desigualdad al mismo tiempo que se defiende el derecho a la diferencia.

“La última meta, la que aquí he mencionado con un término difícil de definir con precisión pero que, sin embargo, alude a una aspiración real y profunda, es la de construir una sociedad más feliz. No me meteré en honduras filosóficas; pienso, simplemente, en una sociedad organizada de tal forma que sus miembros puedan realizar sus capacidades en un marco de relativa armonía entre sus aspiraciones y las posibilidades que ofrece la sociedad. Y llegamos de nuevo al pluralismo, a la diversidad cultural, a la existencia de horizontes civilizatorios distintos en el seno de la sociedad mexicana, que son el sustento profundo de maneras diferentes de entender la vida y, por tanto, de construir los proyectos individuales y colectivos para vivirla con plenitud. Nadie piensa, nadie crea ni actúa a partir de la nada, de un inimaginable punto cero; todos lo hacemos a partir de un bagaje de normas, significados, creencias, hábitos y sentimientos que han sido conformados en una particular visión del mundo, en una cultura. El respeto a la diferencia cultural es también, entonces, condición para la vida con plenitud.

“Al agradecer la alta distinción que se me confiere al otorgarme la "Presea Manuel Gamio", quiero reiterar mi convicción de que la democracia, la justicia y la felicidad entre los mexicanos sólo serán una realidad sólida en la medida en que el nuevo proyecto nacional que nuestro país requiere incluya como un punto central el respeto a los pueblos indios y la atención impostergable a sus legítimas demandas.

Muchas Gracias.”

 

México, D.F. a 10 de agosto de 1988.

Foto: Ichan Tecólotl/Ciesas

Nexos, Cabos sueltos, noviembre, 1988 


domingo, 7 de agosto de 2022

Tal vez entonces el indigenismo dejará de serlo


Una de las mentes más lúcidas de la antropología mexicana es la de Arturo Warman, antropólogo y funcionario del PRI, que de joven escribió junto con otras mentes lúcidas como las de Guillermo Bonfil y Margarita Nolasco y otros más, un venenoso librito sobre la situación de la antropología mexicana, es decir, el indigenismo, llamado De eso que llaman antropología, que denunciaba la gran farsa que terminó consintiendo el aparato corrupto del priísmo hegemónico respecto a los pueblos originarios. En este ensayo que llamó Indios y naciones del indigenismo extraje algunas fichas conclusivas, publicado por Nexos en febrero de 1978, Arturo Warman afirma que la discusión indigenista era y es ideológica, ya que se refiere a categorías sociales y a su posición relativa, no a grupos concretos. Por lo que el uso tan común de indio, como término descriptivo, no tiene sustento objetivo preciso: es una dicción que refleja el concepto ideológico.

Arturo Warman explica que nacionalismo e indigenismo se separaron claramente en la primera mitad del siglo XIX. En ninguna de las alternativas que ofrecieron las elites criollas había lugar para los grupos indígenas como tales: su destino manifiesto era la extinción.

En el siglo XX el indio fue afiliado al pasado y sustraído del futuro. Se les concedió una historia clausurada. En estos años pensadores y políticos liberales, como José Ma. Luis Mora y José María Luis Mora, manifestaron repetidamente su desprecio por el pasado indígena y colonial. El rompimiento con el pasado y con el presente que lo representaba, les parecía una necesidad, un prerrequisito para construir un país moderno y liberal, fincado en individuos cultos, libres y soberanos, sujetos evidentes del progreso y de la democracia. Para sus oponentes, los conservadores, el futuro del país estaba arraigado en el pasado, en la tradición católica hispánica sembrada en la época colonial. Según Lucas Alamán, el más lúcido representante de esta corriente, el modelo del país requería de un estado fuerte, autocrático e intervencionista, capaz de arrastrar al resto de la sociedad por el camino de la industrialización.

Desde la época de Gamio, el indigenismo se concibió como una tarea de Estado en función de las necesidades e intereses nacionales. Para 1940, Indigenismo y antropología se convirtieron en sinónimos y ambos pasaron a ocupar un lugar secundario y alejado de los centros de poder. El indigenismo queda fuera de la discusión sobre el modelo de país.

Los desarrollistas. Julio de la Fuente y, sobre todo, Gonzalo Aguirre Beltrán, formularon un camino alternativo a la incorporación individual o comunitaria a través de la teoría de la integración regional, que sirvió de sustento doctrinal a la acción de los centros coordinadores.

Para Aguirre, el desarrollo de las culturas indígenas solo será posible en la medida que las regiones indias se transformen integralmente, incluyendo a los ladinos o mestizos asentados en ellas. La región intercultural es concebida como un sistema ligado por relaciones de dominio entre ladinos e indios; la contradicción simbiótica, entre ellos solo puede superarse en el conjunto.

El fracaso del programa desarrollista dejó al desnudo una crisis brutal.

Se trataba de definir al indio a partir de su posición social y no de su raza ni de su cultura.

 


Críticos desde la izquierda

Pablo González Casanova planteó el colonialismo interno que reproduce dentro del país las relaciones entre metrópolis y colonias, y Rodolfo Stavenhagen exploró las relaciones entre clase, colonialismo y aculturación. Guillermo Bonfil, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, Enrique Valencia y Arturo Warman intentaron denunciar las fallas y el carácter colonial de la antropología mexicana. Antropólogos latinoamericanos reunidos en Barbados, lanzaron la acusación de genocidio y etnocidio de los indios. En una segunda reunión, 1977, a la que asistieron líderes indígenas, los antropólogos reiteraron sus posiciones y trataron de formular un programa.

Andrés Gunder Frank defendió una antropología de la liberación y Ricardo Pozas incursionó en el problema de los indios y las clases sociales.

Entre los críticos, que parten de enfoques diferentes y hasta irreductibles, no hay identidad. Con calidad muy diversa su argumentación no ha rebasado la etapa de la denuncia global de las posiciones anteriores sin lograr articular una interpretación coherente y capaz de sugerir alternativas diferentes, opinaba Warman. Peor todavía, "no han logrado superar la discusión puramente ideológica, a veces verbalista, y no han ofrecido investigaciones novedosas con planteamientos teóricos concretos y metodologías adecuadas. Evidentemente, la discusión se ha empantanado y se vuelve retórica y reiterativa. El impulso se ha frenado y corre el riesgo de disolverse en polémicas argumentativas y teológicas que se desenvuelven en el terreno puramente académico".

La discusión indigenista no debe hacer del indio ni su sujeto ni su objeto –ilustra Arturo Warman en su ensayo Historia ideológica y social, de febrero de 1978 publicada en Nexos–, sino el hilo conductor para analizar al conjunto de nuestra sociedad a partir de sus contradicciones más crudas y profundas.

No es posible concebir un futuro para el pensamiento indigenista sin la participación de los pueblos originarios. Tal vez entonces el indigenismo dejará de serlo.

 

Fotos del autor

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lunes, 20 de junio de 2022

Temporada en el Archivo Municipal de Puebla

 

A finales de 1987 colaboré en un proyecto de Conacyt- Ayuntamiento de Puebla que me permitió conocer los fondos documentales del Archivo Municipal de Puebla. Fue un enorme privilegio. Cuatrocientos setenta y seis años de historia documental representan una puntual radiografía sobre una comunidad que ha transitado las principales fases de la historia de México en circunstancias protagónicas. Sin embargo –y hay aquí una gran paradoja–, el Archivo Municipal es casi desconocido para la población, la mayor parte de la gente no sabe que existe, mucho menos sabe de su riqueza, que es la relación puntual de sus protagonistas sociales, sus artesanos, sus profesionistas, los vivos y los muertos que con precisión estadística aparecen en millones de páginas clasificadas con enorme esfuerzo desde el siglo XVII.


Son el registro de la memoria colectiva que ha visto crecer su calidad de vida en la dotación de servicios y la apertura de nuevos ámbitos urbanos que hoy se materializan en una enorme metrópoli; de la lenta pero constructiva labor de sanidad que todavía en el Siglo XX asolaba sus barrios con pestes y epidemias periódicas que diezmaban a la población. Un archivo vital que explica a los poblanos desde dentro, un espejo, una metáfora de nuestra condición humana. Hoy inicio una serie de entregas sobre esa incursión en el Archivo Municipal con la intención de mostrarte algunos contenidos muy interesantes de sus series.

 En el Archivo Municipal nos abrieron las puertas las historiadoras y encargadas de áreas estratégicas del Archivo: Felícitas Vásquez y Aurelia Yahuitl. Y nos mostraron información detallada de sus casi 500 años de existencia.  


El fondo histórico del Archivo Municipal de la ciudad de Puebla está integrado por cinco secciones principales: Gobierno, Legislación, Expedientes, Hacienda Municipal y Administración, acervo histórico que abarcaba en ese momento de 1531 a 2009; cinco secciones que entre todas reúnen 50 series, 7,061 volúmenes, 101 legajos, 19 cajas, 820 piezas, 556 expedientes y 40 ejemplares. En total, un número muy aproximado del acervo del Archivo Municipal de Puebla es de 2´620,174 fojas, es decir, 5´239,224 páginas.

El documento que resultó de esa investigación ofrece un panorama sobre el reto que implica administrar y preservar un acervo de las dimensiones del Archivo Municipal de Puebla, pues no basta decir que hay aquí cuatro siglos y medio de documentos históricos, sino que la misma edad de este tesoro supone, en igual proporción, su importancia y su vulnerabilidad.


Las preocupaciones y expectativas que arrojó aquella investigación estaban dirigidas de modo natural a las autoridades municipales encargadas de la custodia de este fondo histórico. Una vez analizada su dimensión, sus condiciones físicas, espaciales y laborales, tras haber revisado ejemplos comunes de otros archivos y bibliotecas mexicanos,  las conclusiones pueden derivar en mejores estrategias que garanticen una larga vida a este tesoro de identidad poblana. 

Las tres sedes del Archivo Municipal de la ciudad de Puebla tienen muchas carencias, pero en 2007 estaban bien establecidas y garantizaban, al menos en lo inmediato, ciertas condiciones de preservación de los documentos. Ante la ausencia de profesionales suficientes, el archivo cuenta con empleadas y empleados entusiastas e inteligentes con buena disposición a recibir más y mejor capacitación. Tal fue la naturaleza de  nuestro estudio –y el de los arquitectos que analizaron sus espacios–, de donde fue posible sacar algunas rápidas conclusiones.

Los estándares internacionales establecen cinco condiciones básicas para la operación de un archivo municipal: contar con instalaciones adecuadas con medidas de seguridad; tener un adelanto significativo en el porcentaje de catalogación de fondos documentales; tener procesos de modernización en marcha, de acuerdo con su presupuesto; contar con Reglamento Interno y tener departamentos de clasificación y valoración de documentos. Si se observan las propias condiciones del Archivo Municipal de Puebla se puede apreciar que lleva ya un adelanto significativo. El proyecto del que forma parte este dictamen del Archivo Municipal aporta las bases para seguir desarrollando su modernización.

Problemas capitales del archivo: a) Aplicación de los programas internos de protección civil en el Archivo General Municipal, materializados en simulacros de desalojo y atención a eventuales desastres; b) Aplicación del programa de prevención del delito para evitar riesgos en el acervo documental del Archivo General Municipal, que no ha tenido aplicación práctica, y c) Difusión del Archivo General Municipal para dar a conocer el acervo histórico de la Ciudad de Puebla, materializada en una página de internet que se publicó en enero de 2008.


Planeación estratégica

El Ayuntamiento de Puebla debe impulsar la modernización del Archivo Municipal como institución de resguardo de información pública y de riqueza histórica accesible a los ciudadanos, a través del aprovechamiento de sus recursos humanos y con los cambios que se plantean en infraestructura y tecnología. El Ayuntamiento, a través de estas estrategias, tiene la oportunidad de desarrollar un programa de capacitación para empleados del Archivo Municipal, de construir un programa de comunicación social, de ampliar y transformar su infraestructura y tecnología y modificar el carácter de su recinto principal en el Palacio del Ayuntamiento, como espacio público de difusión cultural, que muestre con gracia la enorme riqueza iconográfica e histórica de sus documentos, que merecen mejor destino. Tiene el Ayuntamiento la oportunidad de pensar en una planeación estratégica que establezca programas de restauración permanente, de catalogación y de digitalización que permitan tanto a los empleados como a los usuarios diversificar las opciones que les ofrece el acervo, utilizando las imágenes, la iconografía, la caligrafía y los textos que brindan miles de detalles de la ciudad, para convertirlos en objetos de conocimiento de uso colectivo, de enriquecimiento social y cultural.

En este marco, el gobierno municipal de la ciudad de Puebla debe atender las estrategias para un proyecto de modernización:

Estrategia de recuperación arquitectónica. La modernización del Archivo Municipal solo puede llevarse a cabo con la recuperación del espacio físico que actualmente lo contiene. Las tres sedes del actual Archivo Municipal están ocupadas en su capacidad, al grado de que fue necesario habilitar un espacio improvisado en la 32 Oriente para recibir la voluminosa entrega de la administración que terminó sus funciones en febrero de 2008. Para ello, en espacio aparte, se proponen alternativas arquitectónicas para el Archivo Municipal, particularmente la del espacio actualmente destinado como  archivo histórico.

Estrategia de comunicación social. Es muy importante que el archivo asuma un papel más protagónico en la ciudad cuya historia sustenta. La riqueza e importancia de su acervo debe llegar al conjunto de la población a través de una política de medios, y la atención especializada de la nueva página de Internet, así como el uso sistemático de las tecnologías de información.

Estrategia de capacitación permanente a los empleados del archivo en temáticas propias de sus actividades como restauración, digitalización, computación, comunicación y administración de archivos históricos. Con una planta de 23 trabajadores, jóvenes en su mayoría, la capacitación sería la solución ideal para superar, a mediano plazo, las deficiencias mencionadas.

Estrategia de restauración y prevención. Dado el volumen de los documentos dañados y las características del propio archivo, en conveniente establecer un departamento permanente de restauración. El costo y el tiempo que implica restaurar cada uno de los 400 volúmenes dañados del Archivo Municipal, justifican la urgente necesidad de contratar o habilitar a dos personas dedicadas a esta tarea.


Estrategia para uso de las tecnologías de información. Estrategia para la habilitación de tecnologías de información para la administración y procesamiento de proyectos en línea. La modernización de los procesos organizativos, administrativos y de planeación relacionados con la operación del archivo: directorios, expedientes y control de recursos humanos, proyectos, cronogramas, presupuestos, procesos legales, políticas de comunicación, control de recursos materiales y administración de recursos digitales.

Estrategia de Catalogación. Por su naturaleza, el Archivo Municipal debe establecer un plan de catalogación del acervo histórico que reúna y unifique lo catalogado. Esta función, ligada al proceso de digitalización, es el fin metodológico de todo archivo, y en consecuencia debe haber una estrategia que la haga permanente.

Estrategia de Digitalización. Por su volumen de más de cinco millones de páginas en el Archivo Histórico del Ayuntamiento, y la conveniencia de que el usuario pueda consultar los documentos en un monitor, en lugar de hacerlo directamente en el original, es conveniente pensar en un programa permanente de digitalización, a mediano o largo plazo, que permita digitalizar los documentos en orden de importancia. Adicionalmente a ese beneficio, la digitalización garantiza resguardo, materia prima para su transmisión y difusión en internet.

Estrategia para internet. Una página internet puede convertirse en un instrumento clave en la modernización del archivo. La página de internet tiene una base documental con ejemplos de las cincuenta series que componen el acervo, instrumentos de correspondencia con el usuario, multimedia y secciones para investigadores y niños. Sin embargo, es necesario darle vida y hacerla crecer en sus posibilidades, con personal capacitado que haga una página divertida y documentada sobre las temáticas del archivo histórico municipal, que se encargue de su mantenimiento.

Estrategia de Seguridad. Como lo establecen las normas, el Archivo Municipal debe de contar con un cuidado profesional permanente del estado físico de sus documentos, sobre todo de los más antiguos. Mejorar la seguridad a través del video de vigilancia, humidificadores, equipos contra incendio, deshumidificadores, protectores de ventanas y libreros.

Financiamiento. Lo anterior no sería posible si la voluntad de hacerlo no se refleja en el presupuesto del año fiscal correspondiente, un presupuesto que permita iniciar los procesos de modernización con una política de ingresos propios.

Portada de la página nunca concretada

Fortalezas del Archivo Municipal

Octubre, 2007

El diagnóstico técnico sobre las condiciones físicas y administrativas del Archivo Municipal de Puebla reitera la presencia de uno de los fondos históricos más importantes de América. Su fondo histórico refleja la versión oficial del paso de los siglos por una ciudad emblemática de la historia de México. Y los detalles de sus documentos nos permiten acercarnos no solo al hecho histórico como registro cronológico de una administración, sino al desarrollo de las mentalidades de varias generaciones de ciudadanos que pueden ayudar a explicarnos la ciudad contemporánea.

Al legado histórico en su mayor parte lo alberga un edificio emblemático de la ciudad de Puebla, que es el Palacio del Ayuntamiento. Tiene una ubicación inmejorable frente al zócalo y la Catedral metropolitana. Su interés social mejorará con la publicación de la Guía del Archivo Municipal y la apertura de la página web en enero de 2008 y tendrá la oportunidad de ampliar sus horizontes para convencer a los ciudadanos, sobre todo a los más jóvenes, de que aquí hay un tesoro mundial que hay que conocer y preservar.

Tal vez la principal debilidad de los archivos municipales de México está en que son fondos documentales que no tienen un impacto político inmediato e importan verdaderamente a un puñado de estudiosos y entusiastas que promueven su conservación. Como en otro tipo de monumentos de importancia histórica o artística, los archivos dependen de la voluntad política de las sucesivas administraciones municipales encargadas de su resguardo. En el archivo prevalecía en 2008 un uso inadecuado de sus instalaciones del centro, espacios demasiado vacíos y otros demasiado llenos. Ausencia de diseño de interiores en la proporción y el posicionamiento de las mesas y sillas de los usuarios. La portentosa sala principal de la biblioteca con sus libreros y su mobiliario antiguo era utilizado como despacho por el Ejecutivo municipal para recibir visitas. El archivo carecía de sistemas  y equipos de digitalización de documentos.

Es un archivo desconocido por la sociedad, los ciudadanos comunes, sobre todo los jóvenes, que pueden ignorar el valioso tesoro ahí depositado. La entrada por el pasaje del Ayuntamiento es sinuosa, lúgubre y carece de diseño para uso público. Esa desproporción ofrece una oportunidad inmejorable para algún talentoso arquitecto que haga en ese espacio un piso de biblioteca pública bien habilitado, cómodo e iluminado; mesas y sillas adecuadas, lámparas de luz blanca para cada uno, guantes y tapabocas nuevos.

Aunque la sede principal del Archivo Municipal cuenta con personal de vigilancia y alarma de sensores, carece de casi todas las aplicaciones recomendadas para instituciones de sus características. Existían en 2008 cerca de 400 volúmenes deteriorados en distintos grados de gravedad. Su desatención incrementa el deterioro y cada año se suman más. Los libreros y anaqueles están expuestos al polvo, los insectos y la polución automotriz que penetra por las ventanas comúnmente abiertas, pues se carece de calefacción.

El archivo carece de un fondo revolvente para necesidades inmediatas, mediatas y de largo plazo. El presupuesto está destinado exclusivamente al pago de salarios y gastos extraordinarios que se satisfacen tras una larga negociación.

Toca a las autoridades municipales la oportunidad de establecer un programa de rehabilitación de las instalaciones y el resguardo del Fondo histórico del Archivo Municipal con el objetivo de mejorar las condiciones de servicio a las instituciones nacionales e internacionales y aumentar el número de usuarios a través de mecanismos de comunicación, con personal capacitado para ofrecer un servicio de primer nivel.

Es necesario hacer una estrategia a mediano y largo plazo para que el archivo vaya superando paulatinamente sus deficiencias. Es urgente la restauración de los volúmenes dañados y la prevención técnica que evite que los demás se sigan dañando, que existan programas de capacitación a empleados del archivo; que se busque superar las deficiencias más significativas en la preservación de los documentos, la contratación de profesionales que eventual o permanentemente cubran esas carencias y amenazas al legado histórico documental de Puebla. Cubrir, mediante un plan, las necesidades técnicas de conservación, digitalización y mantenimiento que permitan al Archivo Municipal convertirse en un centro cultural a la altura de sus circunstancias y de su importancia histórica, en destino obligado de ciudadanos y turistas de la cultura que tan bien se avienen a las condiciones de una ciudad como esta. Una institución moderna, eficiente, orgullo de una ciudad y de un país, y no solo un grupo de académicos, investigadores de planta, políticos y entusiastas a quienes –por cierto– debemos la preocupación porque este legado tenga un mejor destino.

Siempre volvemos a lo mismo: ¡hay tanto por hacer en la cultura poblana!


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