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El video y la Antropología

Entre el 01 de octubre de 2011 y el 31 de marzo de 2012 hice una investigación buscando desvelar algunas dudas respecto al uso del recurso videográfico en la antropología, básicamente preguntar a los documentalistas profesionales con obra antropológica su opinión sobre la relación entre la teoría antropológica y su trabajo y, de la misma forma, interrogar a los antropólogos sobre el uso del recurso audiovisual en sus investigaciones. En las siguientes entregas de este blog voy a presentar los resultados.

En su origen esta idea buscaba indagar sobre las posibilidades de teorizar en la antropología desde el recurso videográfico, pero al final de la investigación ya no sostuve semejante hipótesis, pues resultó ser una pregunta ociosa que estorbaba a otras interrogaciones más prometedoras, como el propio y pertinente uso del recurso videográfico o, más realistamente, la ausencia de este recurso en la comunidad antropológica mexicana, su porvenir amparado en las nuevas tecnologías; sus dificultades técnicas y sus obstáculos económicos y formativos. Sobre todo, la gran capacidad divulgadora que el video y el cine tienen en disciplinas en apariencia ajenas al interés común de la sociedad que, en la práctica, están profundamente imbuidas en sus relaciones cotidianas, como la antropología.

¿La pregunta central es si tiene la antropología necesidad de difusión o es una ciencia para uso y comprensión exclusiva de los antropólogos? La respuesta a esta interrogante no puede ser corta y rebasa los límites de esta somera investigación, pero basta una reflexión para ofrecer una respuesta preliminar: a casi cien años de haberse fundado la antropología moderna en México (Manuel Gamio, 1917) el 100% de los mexicanos ignora el nombre que se dan a sí mismos los pueblos originarios, eso que Umberto Eco considera como las palabras políticamente correctas para llamar a las personas.(1) La antropología mexicana ha sido incapaz de transmitir a los despistados mexicanos siquiera el nombre real de los pueblos originarios; también hemos sido incapaces de deshacernos de una vez por todas de la tremenda contradicción de seguir llamándolos indígenas, indios, inditos, como los nombraron los españoles en el siglo XVI. Y en ese simple punto, creo, el recurso del video imprimiría de una gran diferencia.

Cualquiera puede tomar una cámara de video y grabar diez horas con ella, pero no cualquiera puede hacer de ese material un documental coherente, ecuánime y metodológicamente solvente, con una correcta y estética edición. ¿Qué hace falta para empatar ambas posibilidades? ¿Qué necesitan las escuelas de antropología para que el recurso videográfico pase a ser un elemento importante en sus labores de investigación y difusión? Técnicamente, entre una abrumadora oferta de videocámaras y accesorios de grabación y una persistente crisis económica: ¿qué clase de equipo debe considerarse para una escuela de antropología?, ¿qué equipo debe tener el estudiante por sí mismo?
Estas son las preguntas que intento responder.

1.- Eco, Umberto, Revista Confabulario 16/06/07: “el principio fundamental de que es humano y civilizado eliminar del lenguaje corriente las palabras que hacen sufrir a nuestros semejantes”.

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