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Indigenismo con Calderón


De los 370 municipios considerados de alta marginación el gobierno de Felipe Calderón eligió en el arranque de su gobierno a sólo cien; bonita cifra, redonda, útil para sacar al vuelo los importantes porcentajes tan requeridos por las mediciones internacionales de la pobreza. Llamaron al programa Cien por cien y yo, junto con  otros, fui contratado para ir a las comunidades a preguntarles su opinión. Nos llevaría todo un año recorrer cien municipios para elaborar cien páginas de internet de otros tantos municipios gravemente sacudidos por el hambre y la violencia, que serían la prueba fehaciente de lo necesario que era mirarlos, ayudarlos, fortalecerlos. Muerto el INI, los pueblos originarios de México estuvieron seis años suspendidos en una suerte de lotería de la asistencia durante el foxismo. Xóchitl Gálvez apostaba puentes y caminos con los gobernadores y sólo aquellos afortunados pudieron ver el beneficio de un gol en los botines Pumas de la universidad. Gana Xóchitl y gana San Bartolo de las Aguas Tibias; pierde Pumas y pierden todos. Ahora Calderón se iba por la polifonía de números redondos, en un peregrino plan en donde nada más era redondo, sino cuadrado o plano. Los 270 restantes municipios, igual de pobres, tendrían que esperar mejores tiempos.

Regresamos de la sierra de Guerrero donde estuvimos seis días conviviendo con los amuzgos y los mixtecos del municipio de Tlacoachistlahuaca. Por supuesto la experiencia valió mucho la pena y conocer la opinión directa del presidente municipal amuzgo no tuvo desperdicio; todo eso lo pondríamos en una página de internet, junto a las demandas de los ejidatarios y las artesanas (artistas de alta graduación que viven la gran paradoja de hacer la artesanía más cara -huipiles hermosísimos de hasta tres mil pesos- en una de las zonas más pobres del país), de líderes mixtecos que pugnan por una remunicipalización, de amas de casa, y médicos y jóvenes amuzgos. Una mañana nos sirvió el almuerzo una gordita de edad indefinida. Nos fuimos a trabajar y, en la tarde, mientras lanzábamos el balón a una eficiente cancha de básquet techada e iluminada en el centro pleno, la joven se presentó con un muchachito y comenzó un intercambio de saludos basquetbolísticos muy agradables. Al rato nos pasábamos el balón, canasteábamos juntos. Me encantó la libertad de esa muchacha para acercarse a los “extranjeros” que estaban haciendo investigaciones en el pueblo con apoyo del presidente municipal, su desparpajo deportivo para intercambiar sustancias afectivas con los desconocidos. Afuera de la presidencia se nos acercó al fotógrafo Rafael Bonilla y a mí una jovencita de la edad de mis hijas. Nos interrogó hasta que pudo satisfacer su curiosidad sobre nuestra presencia en Tlacoachistlahuaca. A ella le gustaría estudiar para terapeuta, había hecho prácticas con su prima y le gustó ayudar a la gente con necesidades especiales. Muy avanzada chiquilla, pero al borde de la asfixia en una sociedad tan cerrada como la de Tlacoachis, como llaman los lugareños cariñosamente a su pueblo. Urgida de salir siquiera a la ciudad más cercana a estudiar la preparatoria. Vivir en Tlacoachis, aunque hermoso, es como vivir con una gran familia constituida por todo el pueblo que las cuida en exceso y no se puede tener novios ni amigos porque la presión de la sexualidad amosca las relaciones.

A la cabecera han llegado a inaugurar la obra indigenista de Calderón todos los programas federales y estatales (como las carreteras), ahí inician pisos firmes, reforzamiento de muros, pavimentación, luego pasan a los pueblos vecinos, cercanos a la cabecera y a los que frecuentemente absorben. La marginación verdadera de las estadísticas no está precisamente ahí, sino en aquellos pueblos del mismo municipio que se  encuentran detrás de una enorme sierra más allá del polvo, retirados que todo, que carecen de lo más elemental y viven en poblaciones fantasma habitadas por mujeres de miradas tristes y desconfiadas. Son los mixtecos de Pueblo Viejo en el norte del propio municipio de Tlacoachistlahuaca, claramente distintos de los amuzgos que gobiernan en la cabecera municipal, a cinco horas de distancia por un camino de terracería con segmentos muy escabrosos. Ellos también se sienten apartados de todo, los mixtecos vecinos son oaxaqueños, la comunicación con los amuzgos no es óptima, insisten en la creación de su propio municipio.

La creación de un municipio en la parte norte de Tlacoachistlahuaca, a pesar de ser un tema político que debe ser tratado con discreción, es un tema ineludible que, bien pensado, puede traer beneficios para todos. Están claras las distancias que hay entre las autoridades de la cabecera y los pueblos mixtecos de Pueblo Viejo, por lo que tampoco es difícil pronosticar que no podrán llegar a un buen acuerdo. La separación municipal ya existe en Tlacoachistlahuaca, ayudaría mucho que se hiciera a través de la ley, y pudiera dar a esta población la dignidad que les ha sido arrebatada por la marginación y el abandono, que ha terminado redundando en el alcoholismo masivo de los hombres, que desde la mañana mientras trabajan ya están alcoholizados. Ojalá que, al menos, en este municipio de la costa chica guerrerense, el programa de ayuda a la pobreza hiciera algo adicional para mejorar las condiciones de vida (política, moral, cultural) de estos compatriotas mixtecos que habitan la región de Rancho Viejo.

Cien por cien fue el segundo intento del gobierno federal no priísta por acercarse a los pueblos originarios de México, posterior al longevo INI que duró setenta años bajo la premisa de la asimilación. Fracasó también, el programa de Calderón murió por la incompetencia de la señora secretaria de Sedesol y porque, la verdad sea dicha, no tenía pies ni cabeza. No había una visión antropológica, había claras diferencias de procedimiento entre la Sedesol y la Comisión de los pueblos indígenas (CDI) al grado que en algún momento un funcionario nos sugirió si no era posible evitar hablar de “lo indígena” en nuestra investigación. No, no es posible, respondimos, pues si hablamos de pobreza en este país, de marginación, de rezago económico, educativo, de salubridad, los pueblos originarios, que todavía llamamos indígenas están, de atrás para adelante, en primerísimo lugar. Y no solo los primeros cien, los primeros trescientos setenta. Cuando terminamos la primera página de internet resultó demasiado “indígena”, pero con todo fue la única cosa que resultó de aquel programa calderonista. En las siguientes dos entregas abundaré con otras dos perspectivas de este municipio.

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