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Entonces realmente no había peligros

Doña Aurora recordaba a retazos, como si su memoria estuviera compuesta por tiras de tela a veces fina y a veces corriente, que al jalarla dejara jirones de hilos dorados o marrones, bonitos o feos, útiles o inútiles. Su modo de recordar me pareció familiar porque yo mismo recuerdo de esa forma, con algunos eventos fijos -como su recuerdo de los chinos- o una mezcla atemporal de los protagonistas, que en un momento son sus hermanos y al siguiente está hablando de sus nietos. Además, esa ausencia de cronología, de orden cronológico, convierte a sus recuerdos en grandes bloques episódicos: niñez, adolescencia y matrimonio.


DOÑA AURORA GARCÍA MÉNDEZ

Nací en la ciudad de Orizaba, Veracruz, ahí pasé mi niñez junto a mis padres, un matrimonio muy bien avenido porque nunca de ellos oí una mala palabra, no oí un solo insulto. Sus seis hijos recibimos muy buen ejemplo, porque dilataron mucho tiempo de casados, nos dieron una buena niñez, que es lo que significa el nacimiento de una persona, su validez.

Cuando estábamos en Orizaba, de chiquilla, tenía yo amistad con los hijos de unos chinos, y estos chinos hacían turrón de almendra, de piñón. Estos chinos tenían varios chiquillos, con los cuales nosotros nos llevábamos. Total que los chinos tenían una hortaliza mucho muy grande allá en Orizaba, que creo que todavía está, y nada más nos decían que si íbamos a recoger las lechugas y los rábanos y las zanahorias nos daban un pedacito de turrón tipo Alicante, de España, que es muy sabroso. Estos chinos ponían peroles grandes. Y a mí me gustaba ir con ellos porque hacían un caldo de toda la verdura que tenían, que era mucha, y los chinos siempre nos decían “vénganse a comer”, y nos sentaban a comer junto con sus hijos los platos grandes de caldo de verdura. Nos la pasábamos muy bien. Para mí fue una niñez muy bonita porque no había en aquel entonces maldad, fui a un colegio donde estudié hasta cuarto año en Orizaba; luego, como al Ferrocarril Mexicano lo pasaron a Apizaco, entonces nos vinimos a vivir a Apizaco.

Apizaco, cuando pasaron los talleres de Orizaba a Apizaco, pues era un pueblo, las calles no estaban como ahora están, porque realmente ahora Apizaco está bonito, tiene sus calles muy anchas, sus camellones en medio. Todas sus calles son de doble avenida, está muy bonito. Cuando yo lo conocí era un pueblo muy pobre, muy modesto, ahora se ha levantado...


Fueron unos padres ejemplares, porque nunca, hasta la fecha, ni yo digo palabras altisonantes, ni picardías, ni con mis hijos usé yo palabras, jamás los hemos tratado con groserías, pero siempre he sido muy pegalona con mis hijos, les he zumbado bien, pero cuando lo merecen. Como decía mi mamá, cuando están haciendo una cosa mal hecha hay que pegarles, no “al rato te pego”, sino al momento, una nalgada bien puesta. Y no como ahora que dicen los doctores que no, que se les debe hablar ¿usted cree que a un niño de seis o siete años se le puede hablar? porque los niños siempre han sido niños. Esa es mi opinión. Yo lo veo con el niño de mi hijo, de seis años, y es... ya no es la travesura, señor, ya es la grosería. La travesura se puede pasar, pero la grosería no se puede pasar. Bueno, ese es mi modo de pensar. La travesura sí, que tiró este vaso, pues bueno, ya se limpia, se quitan los vidrios y ya. Lo hizo el niño y ni modo. Que tumbó esto que tumbó el otro, que tiró aquello, que descompuso esto; bueno, pues es una travesura de chico, pero que haga algo que no está bien, como es el caso que viene y le pega a su abuelo, o que me pega a mí sólo porque pasa ¡me da una patada! Y eso no está bien, porque eso ya necesita un correctivo.

En aquel entonces se gastaba muy poco dinero. Porque mi madre cuando se casó se llevó a una servidumbre. Entonces recién casada tuvo a esta niña que nos vio nacer a todos, por lo tanto fue nuestra nana y se murió al lado de mi madre. Y decía yo cómo es posible que antes con diez pesos traía una canasta pero llena llena. Y eso es lo que le decía yo a mi yerno, porque él dice que “no, porque Porfirio Díaz no fue bueno”. Yo no fui de su época, ni lo conocí, pero según me platicaban mi padre y mi madre, don Porfirio Díaz fue la mejor época porque valía el dinero, corría el oro. Y todas las cosas eran baratas. Quién sabe si a usted le hayan dicho eso. Claro que también tuvo sus errores, porque por eso también lo desterraron. Porque si bien tuvo de su lado a los hacendados, que le pasaban dinero, también mantuvo en un puño a los campesinos. Ahora sí, como les decía a los hacendados “diez que te presto y diez que me debes, ya son veinte”. Entonces amolaba a los campesinos; todo hacendado amolaba a los campesinos que siempre han estado oprimidos, hasta la fecha es así.

A mi padre yo lo quise mucho, porque siempre fue un hombre muy responsable, y cuando éramos chicos, tendría yo unos doce o trece años, lo mandó el Ferrocarril Mexicano, que ahora es Nacionales de México, a Laredo, Texas. Entonces el ferrocarril les pagaba en dólar, porque era ferrocarril inglés, de capital inglés, y le pagan en dólar. Entonces a él lo mandaron a Laredo, Texas, primero, y después a San Antonio, Texas, y nos llevó a mi madre, mis hermanos y a mí; estuvimos ahí como seis meses, muy bonito que es San Antonio, Texas. Ahí estuvimos y luego nos tuvimos que regresar porque se le acabó el trabajo.

Ahí cursé mi quinto y sexo año, terminé la primaria, hasta el segundo de secundaria, y ahí nomás me quedé. Luego aprendí para secretaria, de lo cual trabajé en dos-tres partes nada más, en la Corona Extra, que fue la Cervecería Modelo, ahí trabajé como secretaria.

De Apizaco nos venimos para acá, porque mi padre y mi madre compraron una casita aquí en la colonia Santa María y aquí fue donde tuve mi primer trabajo, en la Cervecería  Modelo, estuve ahí trabajando. Antes de trabajar en la Modelo estuve trabajando con el señor Riestra, que me dio la oportunidad de trabajar aquí como agente de medicina de los Laboratorios Bayer y Merck, y luego después de eso él tuvo que renunciar a ese trabajo y por lo tanto yo también salí. Fue cuando me casé con mi marido.


Puebla era una ciudad, en realidad, chica, con muy pocos... tal vez habitantes sí había, pero tenía muy poco transporte; en realidad muy poco transporte, lo que es la 5 de Mayo y la 2 Norte eran muy tristonas para andar, lo que ahora no, ahora es un sin fin de gentes que van y vienen, vienen y van, pero antes no, era tristona la ciudad. Yo tenía una hermana –pero ya grande–, por eso yo me llevaba más con unas amigas, unas amistades de la casa, pues nos íbamos si usted quiere al cine, a la matiné. Y una que otra invitación. Porque no había como ahora tantas distracciones, antes no las había. Ahora sí hay distracciones en donde realmente peligran los muchachos y las muchachas. Entonces realmente no había peligros, íbamos a una fiestecita donde le daban a una un refresco y se lo podía una tomar con toda confianza, porque no había de que los muchachos echaran en el vaso cierta droga. Y había, claro, sus crímenes, sus violaciones, pero se hablaba de ellos muy lejanamente, siempre había más confianza. Es más, mi esposo y yo todavía íbamos al cine, salíamos a veces a las diez, a las diez y media... y no pasaba nada.

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