lunes, 22 de mayo de 2017

Reflexión metodológica


En este blog he tratado de revisar tres inquietudes en torno a la antropología mexicana: la temática indigenista; Miguel Othón de Mendizábal y la antropología, y la cosa ontológica que nos compete a todos los mexicanos en nuestro “ser nacional”, así como el compromiso y la responsabilidad de revisar el mundo originario, pasado y presente, y nuestra situación en él.

Busco analizar eso que terminó llamándose indigenismo. Su relación al nacionalismo que derivó en la epopeya mitológica de nuestra historia, más o menos basada en una secuencia de derrotas, de donde presuntamente sacamos fuerzas para fundar una raza de bronce que le dio sentido a las instituciones que se encargaron de construir un muro entre el mundo originario y la creciente sociedad mestiza, que ha evolucionado en la ignorancia de la mitad de su pasado. Dizque. En su historia de sesenta años del indigenismo institucional, antes de su liquidación en el foxismo por esclerosis burocrática, he buscado comprender el decidido pero fugaz tránsito de los Magníficos, en los años setenta, que deriva necesariamente a la academia y a mi propia experiencia en el reparto de responsabilidades.

Arribamos al siglo XXI con evidencias contundentes sobre el fracaso del indigenismo, que no logró asimilar al indígena, borrar la presencia de los idiomas, abatir la miseria y extender los servicios públicos elementales. Discuto la ecuanimidad que, en torno al racismo, tuvieron los principales exponentes de ideas indigenistas, la influencia originaria en la vida real, la presencia del náhuatl en el idioma, en las costumbres, en el marco litúrgico de nuestras tradiciones familiares como son las comidas y sus innumerables moles. En 2009 el Instituto Nacional de Medicina Genómica encontró en la elaboración del mapa genético que los mexicanos poseen 89 variaciones genéticas que provienen de indígenas.*  ¿En qué porcentaje los mexicanos somos náhoas? ¿Quiénes son los grupos étnicos que conforman el mundo original de México? Si procediéramos de acuerdo a lo políticamente correcto ¿cómo deberíamos llamarles, como los bautizaron los españoles, como los bautizaron los mexicas o como actualmente los pueblos originarios se llaman a sí mismos?

La segunda reflexión corresponde a la revisión puntual de la obra de Miguel Othón de Mendizábal. Su biografía y sus fines sociales y políticos, ampliamente explicitados en los seis tomos de su obra. El origen de las pasiones colectivas que dedujo de sus apasionadas lecturas del pasado histórico y sus actuales vestigios arqueológicos; su papel protagónico en el tema de las migraciones del norte al sur del continente y su hipótesis biologicista del hambre de sal. Estudios sobre las religiones prehispánicas, el derecho, la cultura y la educación, sobre la reforma agraria y el sistema nacional de salud, de la que fue un crítico especializado. A través de ese análisis demostrar que las opiniones de Mendizábal respecto a la creación del instituto Indigenista no estaban basadas en el vacío o la ocurrencia –como sí es visible en protagonistas tan importantes como Rafael Ramírez–, sino en profundos estudios sobre el significado real de la presencia indígena en la cultura mexicana contemporánea. Algo que a la mayoría de sus contemporáneos ni siquiera se le ocurrió.

El rescate del indio que para Mendizábal, siempre analítico, significaba distinguir los problemas fundamentales, tomar una posición avanzada sobre las lenguas indígenas, sobre las características de la educación en las diferentes regiones de México, que no tenía por qué ser una aplanadora uniformizante. Cuando Mendizábal propone observar un patrimonio intangible cuya riqueza serviría para todos nuestros propósitos nacionales. Pero no hubo quién lo escuchara, pues él pronto murió y sus contemporáneos –que después crearon premios, nombres de calles y de auditorios con el nombre de Mendizábal–, se encargaron de echarle tierra a sus ideas que, en efecto, contrastaban con las que terminaron imponiéndose en la práctica del indigenismo, que, como es fácil suponer, no atañe sólo a los especializados antropólogos y a los funcionarios encargados de llevarlo a cabo. Este sí es un asunto nacional.


Finalmente, una tercera reflexión que incluye visiones literarias sobre la necesidad actual de observar ese elemento de nuestra historia. El desperdicio de la riqueza cultural y natural, la posible presencia del barro en el arte contemporáneo de los mexicanos y un escenario de ficción sobre la autonomía de las regiones, con el hipotético caso de Oaxaca, buscando expresar que es en la imaginación donde los mexicanos nos hemos de liberar de tantas ataduras vicariales, que es con imaginación histórica y artística como podremos superar nuestra incapacidad para asumir la política y rebasar los lastres, como la corrupción y la violencia, la incapacidad social por la política y la inaplicación de las leyes, que nos tienen sumidos en la desgracia.

*Nota de Ángeles Cruz Martínez, La Jornada, 14 de mayo de 2009.

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