domingo, 24 de octubre de 2021

Mendizábal y este blog

Referente a la antropología mexicana, este blog ha buscado analizar la obra de Miguel Othón de Mendizábal (MOM) desde cuatro perspectivas en la temática indigenista: la fundación del Indigenismo; la obra indigenista de MOM, la ontología y el compromiso de revisar esa región de nuestro pasado y presente: el mexicanismo, la mexicanidad y un quinto elemento que es la información monográfica en torno a los pueblos originarios.

Busco analizar eso que terminó llamándose indigenismo, su concordancia con el nacionalismo que derivó en la epopeya mitológica de nuestra historia, más o menos basada en una secuencia de derrotas, de donde presuntamente sacamos fuerzas para fundar una nación con su idiosincrasia, una raza de bronce. Las instituciones antropológicas se encargaron de construir un muro entre el mundo originario y la creciente sociedad mestiza, europeos putativos, que fue desarrollándose con la negación de una mitad de su pasado, su parte indígena. El Indigenismo, en su historia de noventa años, antes de su autoliquidación por esclerosis institucional en el foxismo, cerró la posibilidad de conocer a los pueblos originarios. En los años setenta enfrentó una decidida pero fugaz postura crítica de los académicos llamados los Magníficos (Warman, Bonfil, et al), lo que nos deriva a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y a mi propia experiencia en el reparto de responsabilidades en los años ochenta.

Según esta perspectiva se arriba al siglo XXI con evidencias categóricas sobre el fracaso del indigenismo que no logró sus propósitos: asimilar al indígena, borrar la presencia de los idiomas, combatir la miseria y extender los servicios públicos elementales. De cualquier manera el Indigenismo hizo mucho daño. Discuto la ecuanimidad que, en torno al racismo, tuvieron los principales exponentes de ideas indigenistas, la influencia originaria en la vida real, la presencia del náhuatl en el idioma, en las costumbres, en el marco litúrgico de nuestras tradiciones familiares con sus comidas y sus moles. El elote placero. La garnacha. ¿En qué porcentaje los mexicanos del centro somos náhoas?; ¿los oaxaqueños mixtecos, zapotecos, mixes, huaves, mazatecos?, ¿los mayas?¿Quiénes son los grupos étnicos que conforman el mundo original del México actual? Si procediéramos de acuerdo a lo políticamente correcto ¿cómo deberíamos llamarles, como los bautizaron los españoles, como los bautizaron los mexicas o como actualmente los pueblos originarios se llaman a sí mismos? ¿A dónde fue a pasear una antropología incapaz siquiera de comunicar a la población los nombres de sus pueblos originarios? ¿Quién es el culpable de tanta dispersión y desapego por esa otra mitad de nuestra propia historia? 


Intento hacer de a poco una revisión puntual de la obra de Miguel Othón de Mendizábal. En algún momento publicaré fragmentos de sus artículos y conferencias, que nunca nadie ha publicado después de la única edición de sus obras completas, al año de su muerte. Su biografía y sus fines sociales y políticos, prolijamente puestos en los seis tomos de su obra. El origen de las pasiones colectivas que dedujo de sus apasionadas lecturas del pasado histórico y sus vestigios arqueológicos; su papel protagónico en el tema de las migraciones del norte al sur del continente y su hipótesis biológica del hambre de sal –prácticamente el único texto de Mendizábal incluido en la currícula de la carrera de antropología social–; estudios sobre las religiones prehispánicas, el derecho, la cultura y la educación; atisbos sobre la reforma agraria y el sistema nacional de salud, de la que fue un crítico especializado. A través de ese análisis, busco demostrar que las opiniones de Mendizábal respecto a la creación de la institución indigenista no estaban basadas en el vacío o la ocurrencia –como sí es evidente en protagonistas tan importantes como el profesor Rafael Ramírez, que encabezó la implementación del indigenismo oficial con huestes de maestros rurales–, sino tratar de traducirlos en estudios minuciosos sobre el significado real de la presencia indígena en la cultura mexicana contemporánea.

El “rescate del indio” para Mendizábal, siempre analítico y práctico, significaba distinguir los problemas fundamentales de los pueblos originarios de México: la comunicación, en primer lugar, tenían que estar comunicados y para eso había que llevar los caminos hasta las sierras; aunque impulsor de la castellanización mediante el sistema educativo propone cultivar las lenguas indígenas, la educación no tenía por qué ser una acción aplanadora, en algún momento defendió la educación primaria en sus lenguas maternas. Es cuando Mendizábal propone observar un patrimonio intangible cuya riqueza serviría para todos nuestros propósitos nacionales. Pero no hubo quién lo escuchara, pues él pronto murió y sus contemporáneos –que después crearon premios, nombres de calles y auditorios con su nombre–, se encargaron de echarle tierra a sus escritos, evitando publicarlos, ideas puntillosamente escritas de Mendizábal que, en efecto, contrastaban con las que terminaron imponiéndose en la práctica del indigenismo que, como es fácil suponer, no atañe solo a los especializados antropólogos y a los funcionarios encargados de llevarlo a cabo. Este sí es un asunto nacional.

Una tercera acechanza sobre el tema nacional incluye visiones literarias sobre nuestra necesidad actual de analizar a ese vestigio histórico que representa el elemento indígena de nuestra historia. El desperdicio de la riqueza cultural y natural, la posible presencia del barro en el arte contemporáneo de los mexicanos y un escenario de ficción sobre la autonomía de las regiones, al estilo Cataluña, con el hipotético caso de Oaxaca, buscan expresar que es en la imaginación donde los mexicanos hemos de liberarnos de tantas ataduras vicariales, que es con imaginación histórica y artística como podremos superar nuestra incapacidad para asumir la política y superar los lastres, como la corrupción y la violencia, la incapacidad social por una buena política y la violación de las leyes que nos tiene sumidos en la desgracia.


Fotos del autor, Ixtepec, Puebla

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