El sueño de nuestros
liberales del siglo XIX acaso se hizo realidad muchas décadas después con la
educación indígena institucional. Ignacio Ramírez, el Nigromante, que se mostró
receloso a cualquier medida “blanquizadora” de la sociedad mexicana, propuso,
como lo hicieron Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Rafael de Zayas,
Gabino Barreda y Justo Sierra, en una larga discusión de cincuenta años, la
necesidad de educar al indio para la consolidación de una nacionalidad. Ramírez
preveía como todos una fusión de todas las razas en el hombre del futuro: “su
sangre será al mismo tiempo africana, esquimal, caucásica y azteca”,
adelantándose a la raza de bronce vasconcelista, pero fue el primero y el único
en proponer una educación especial para indígenas, en sus propios idiomas, que
resultó ser una educación especial demasiado avanzada para siquiera imaginarla
en su época. Antes, la educación de los mexicanos tendría que pasar por varios
experimentos “emparejadores” que, tras mucho desgaste, tuvo como secuela una
importante pérdida de tiempo.
La educación
asimiladora fue una idea del apóstol del positivismo mexicano, Gabino Barreda, que
imaginó una escuela uniforme para toda la población, donde las clases sociales
y las “razas” unidas inevitablemente formaran concordia entre ellas. Barreda
consideraba que esta educación crearía lazos de “fraternidad íntima” entre los
educandos, quienes “promoverán nuevos enlaces de familias”. Como ocurrió,
relativamente. También Justo Sierra consideró a la educación el “factor
dinámico de nuestra historia”. (Stabb:
123)
En los albores del
Porfiriato el tema se discute en periódicos, libros y conferencias. En la
revista Positiva, por ejemplo,
confluían los funcionarios culturales que apuntalaban la tesis de la
educabilidad del indio, sumidad del problema antropológico. Pero también
estaban las ruinas arqueológicas y las filas de estudiosos internacionales que
las querían intervenir.
A partir de 1875 se efectúan congresos americanistas, muchos de ellos auspiciados por la firma francesa Societé Americainé de France, dedicados a la discusión científica del amplio tema indígena. A raíz de ello, Justo Sierra concibe un proyecto de universidad que produjera maestros para difundir “nuevas ideologías”, donde todas las religiones, doctrinas, métodos y ciencias naturales vivieran juntas en verdaderos “focos de intelectualidad”. En el congreso pedagógico de 1900 se concluye que el Estado mexicano tiene la obligación de impartir la escuela primaria gratuita para la población y se germina la idea de las escuelas rurales para incorporar al indio a la civilización, con la firme intención de hacerlo en todo el país. En esas estaban cuando ocurrió la debacle del Porfiriato que iniciaría una larga y cruenta guerra que pospuso la discusión educativa, antropológica y humanista.
A partir de 1875 se efectúan congresos americanistas, muchos de ellos auspiciados por la firma francesa Societé Americainé de France, dedicados a la discusión científica del amplio tema indígena. A raíz de ello, Justo Sierra concibe un proyecto de universidad que produjera maestros para difundir “nuevas ideologías”, donde todas las religiones, doctrinas, métodos y ciencias naturales vivieran juntas en verdaderos “focos de intelectualidad”. En el congreso pedagógico de 1900 se concluye que el Estado mexicano tiene la obligación de impartir la escuela primaria gratuita para la población y se germina la idea de las escuelas rurales para incorporar al indio a la civilización, con la firme intención de hacerlo en todo el país. En esas estaban cuando ocurrió la debacle del Porfiriato que iniciaría una larga y cruenta guerra que pospuso la discusión educativa, antropológica y humanista.
Pero aquella intención aglutinante
en la educación dio las bases para el Indigenismo revolucionario, que tomó la
decisión de abolir cualquier interés del sistema educativo mexicano por las raíces
de la prehispanidad representadas por los entonces robustos pueblos
originarios. Comienza entonces un largo y fatigoso periplo de sesenta y seis
años con toda clase de experimentos institucionales para asimilar al indígena
al elemento nacional, que en palabras llanas significaba hacerlo un mexicano
sin el obstáculo cismático de las lenguas, es decir, hablante del español. Tras
ese largo periodo le dio vuelta a todas las ideas y posibilidades para llegar en
1978 al punto de partida de cien años atrás: la idea original de Ignacio
Ramírez que consistía en una educación especial impartida por ellos mismos en
sus propios idiomas. Ir a La educabilidad
La educación indígena imaginada
por El Nigromante se hace realidad con creación de la Dirección General de
Educación Indígena (DGEI) en 1978, cuando fungía como secretario de educación
pública del gobierno de José López Portillo, Fernando Solana Morales, pero
había sido planificada desde antes, en el gobierno de Luis Echeverría Álvarez,
cuando era su secretario de educación Víctor Bravo Ahúja, a quien siguió en la
cartera Porfirio Muñoz Ledo.
Es imposible sustraerse
de considerar que las críticas autorizadas que los antropólogos de la Escuela
Nacional de Antropología e Historia hicieron a principios de la década de los
setenta, más que aquellas antiguas ideas del visionario Ramírez, tiene una
relación directa con el inicio de la experiencia educativa, llamémosle
progresista, para los indígenas desde la SEP.
La DGEI llega para
consolidar una larga lista de experiencias que comenzaron en el gobierno de
Álvaro Obregón y las recomendaciones del padre de la antropología mexicana
Manuel Gamio. De 1921 a 1978 el gobierno impulsa por lo menos 29 grandes
iniciativas que tratan de amoldar una difícil realidad social de los mexicanos
con los buenos propósitos de la antropología, fracasando reiteradamente. Bien
miradas, estas iniciativas cimientan lo que sesenta y seis años después logra
consolidar la DGEI. Se trataba de definir el modelo adecuado para que los
indígenas se integraran a la nación mexicana y la educación era la única vía
pacífica que advirtieron los sucesivos
gobernantes.
Lázaro Cárdenas del Río
y Manuel Ávila Camacho ejecutan siete iniciativas a favor del indígena
mexicano, por lo menos en el papel. Entre 1936 y 1946 se crea el Departamento
de Asuntos Indígenas, las Cooperativas de Producción y Consumo en poblaciones
indígenas; se reorienta la función de los internados en Escuela
Pre-Vocacionales y Vocacionales de Agricultura, se realizan Jornadas Culturales
y Deportivas con los alumnos de las Escuela Pre-Vocacionales y Vocacionales; se
organiza y realiza el Primer Congreso Indigenista Interamericano y los Hogares
Infantiles; se funda el Centro de Capacitación de Enfermeras y Trabajadoras Sociales
Indígenas y se convierte las Escuelas Pre-Vocacionales de Comalco, Estado de
México, y Los Remedios, Hidalgo, en Centros de Capacitación Técnica y Artística
para Jóvenes Indígenas. Además se adscribe con plaza docente a las Escuelas
Pre-Vocacionales y Vocacionales y a las Brigadas de Desarrollo y Mejoramiento,
a la primera generación de egresadas y egresados de Enfermería, Trabajo Social,
Mecánica, Carpintería, Hilados y Tejidos, Música y Deportes. A los egresados
que prefirieron regresar a sus comunidades los dotó de herramientas y equipo
para la actividad en la que fueron preparados.
Entre 1947 y 1968, en
los gobiernos de Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López
Mateos se crea la Dirección General de Asuntos Indígenas y se sustituye al
Departamento Autónomo, que retorna a la estructura de la SEP; se fundan tres
comunidades de Promoción Económica para egresados de las Pre-Vocacionales y
Vocacionales; se impulsa la elaboración e impresión de Cartillas Bilingües con
personal del Instituto Lingüístico de Verano y se establece el Sistema Nacional
de Promotores Culturales y Profesores Bilingües.
Hasta 1978, año de
creación de la DGEI, en los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo
se sustituye a la Dirección General de Asuntos Indígenas y asume los servicios
que estuvieron temporalmente en la Dirección de Internados, además de que se
establece el Programa de Educación Bilingüe Bicultural.
Los resultados de estas
iniciativas a favor de una armónica integración de los indígenas a “la nación”
fueron costosos y magros. Algunos internados funcionaron unos años, pero
entraron en decadencia; las procuradurías nunca lograron defender adecuadamente
las causas indígenas, que fueron siempre, como hasta hoy, los perdedores de
cualquier litigio; las escuelas rurales en realidad reprimían el uso de las
lenguas vernáculas, multando o castigando físicamente a los estudiantes
indígenas que hablaran en su idioma, como lo recordaron en 2011 los maestros
que vivieron esa realidad, como el profesor Martiniano Reyes Pérez que
entrevisté en la Comunidad Santa Isabel el Mango, Veracruz:
“Yo nací en El Palomar,
municipio de Papantla, en aquellos tiempos la educación indígena aun no
existía, en mi pueblo había maestras estatales o federales que nos enseñaban en
español, e incluso nos prohibían hablar totonaco. `Está prohibido hablar
totonaco`. Entonces, cuando nosotros hablábamos tutunakú nos castigaban
físicamente”.
¿Cuál era el costo de
esa represión? El costo psicológico es valorado por el profesor Alberto Olarte
Tiburcio, de la Jefatura del sector en Espinal, Veracruz, quien llegó a pensar
que su idioma y su cosmogonía no servían para nada, como me lo confió:
“Mi formación fue muy
difícil, porque cuando yo ingresé a la escuela primaria, yo era hablante al 100
por ciento de la lengua tutunakú, mis profesores no hablaban mi lengua, por lo
tanto no había entendimiento. La consecuencia fue estar cuatro años en Primer
grado, mi profesor me mandó a Segundo grado cuando me aprendí de memoria mi
libro de español, se llamaba Lengua Nacional; cuando me aprendo desde la
primera hasta la lección número 24, de memoria, es cuando pude pasar a Segundo
año”.
La creación de la
Dirección General de Educación Indígena de la Secretaría de Educación Pública
en 1978 vino a ordenar finalmente todas esas iniciativas federales que
estuvieron destinadas decididamente al fracaso, y es ahí donde creo que las
advertencias de los llamados “Magníficos” de la escuela nacional de
Antropología e Historia, que fueron reprimidos y velados, en la práctica fueron
recompensados con esta iniciativa discreta y creciente que comienza a dar
certidumbre a la preservación de las cuantiosas lenguas indígenas nacionales.
No todas a la vez, paulatinamente la DGEI fue instalando escuelas en las
sierras de México, al grado que al cumplir 30 años de creada la DGEI, la
Subsecretaría de Educación Básica informa en el documento Orientaciones para la
asesoría a las escuelas de educación indígena, que en 2008 “existen 7 680
escuelas entre unitarias y multigrado, de un total de 9 881 del sistema de
Educación Indígena”, de tal forma que la demanda en 2011, aunque tímida aún y
francamente improbable, es que sean creadas las secundarias indígenas a nivel
nacional.
Bibliografía:
Stabb,
Martin S., América Latina en busca de una identidad. Modelos del ensayo
ideológico hispanoamericano, 1890-1960. Trad. de Mario Giacchino, Caracas,
Monte Ávila editores, 1969.
Secretaría de Educación Pública, Breve historia, en: http://basica.sep.gob.mx
Fotografía: Rodrigo
Maawad, Escuela para migrantes en Hidalgo.
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