En las siguientes entradas de este
blog te invito a disfrutar de una colección de historias orales reunidas en un
libro irrecuperable que publicó el Consejo del Centro Histórico de Roberto Herrerías
en el año 2003, cuando entrevisté a este grupo de ancianitos poblanos de los
que la mayoría ya han pasado a mejor vida.
El objetivo de esta recuperación
mediante la técnica de la Tradición Oral es recobrar en lo posible la mayor cantidad
de historias antiguas de esta ciudad. La Puebla de los años veinte, treinta,
cuarenta y cincuenta que las nuevas generaciones no sólo desconocen, ni
siquiera imaginan. Una ciudad sin demasiados conflictos, con clases sociales
tal vez más definidas pero menos voraces que las que vemos hoy, ecuánimes con
una situación histórica que les perteneció y que ya no existe. Sin embargo, la
ciudad está ahí, es la misma.
Una inspiración inamovible en esta
idea es el concepto de Microhistoria, recogido de su propio autor, el
historiador michoacano Luis González y González, cuando en una conferencia nos
invitó a cultivar la visión microhistórica. Es una historia particular y
detallada, pero oblicua; una historia pequeña, analógica, que puede pertenecer
lo mismo a una ciudad, que a un pueblo, una ranchería, una colonia, una familia
o simplemente a una persona. Es la memoria oral, la historia de los ancianos
que recuerdan, registrada con sus propias riquezas y limitaciones. La gran
cualidad de la memoria oral es la versión de primera mano, su defecto: la
subjetividad, bien separada de la ciencia histórica, que resulta de la mirada
individual.
El historiador Luis González y
González afirma que hay que tener en cuenta que los grandes personajes de la
historia dejan muchas huellas tras de sí. En cambio, la gente rasa, materia de
su microhistoria (esa región “localizada en un pequeño punto de la Gran
Historia de un pueblo”) deja pocos testimonios escritos de su existencia
terrenal. Por ello resulta indispensable la recopilación de testimonios de la
gente común, de los hombres y las mujeres del pueblo. Es aquí donde cobra
relevancia la recuperación de la memoria histórica.
Según
Philippe Joutard, autor del libro “Esas voces que nos llegan del pasado”, el
uso del testimonio oral para su incorporación a la historia escrita se inicia
con los pioneros griegos de la historia: Herodoto y Tucídides, hacia el siglo V
ac. Joutard, al igual que Lois Starr y Paul Thompson, entre otros estudiosos de
la Tradición Oral, hacen un seguimiento minucioso de las fuentes de la historia
escrita para constatar el uso continuo y sistemático de la oralidad a lo largo
de todo el trayecto de la cronología occidental. Polibio, el historiador de las
guerras púnicas, critica a aquellos que se conforman con sólo estudiar las
fuentes escritas. Tito Libio, básicamente entrevista personajes para su
historia del Imperio Romano, que abarca cinco siglos. No obstante, dice
Joutard, las primeras recolecciones de archivos orales, en el sentido estricto
del término, las encontramos más bien del lado de una minoría perseguida que
debe defender su existencia. Piénsese, por ejemplo, en los informantes indios
de fray Bernardino de Sahagún, los judíos de diversas épocas o los protestantes
franceses en la guerra de los camisardos; los frailes jesuitas, los comanches,
esquimales, araucanos... La Tradición Oral que, en palabras de don Luis
González: “humaniza la Historia”.
Los
ancianos en México viven mal en una inmensa mayoría. Carecen de servicios
gubernamentales que harían más confortables sus vidas, además de que la propia
sociedad les procura poco interés económico o cultural, a diferencia de los
países desarrollados. No hay centros nocturnos, clubes o medios de comunicación
dirigidos a la Tercera Edad; las pensiones son raquíticas y en muchos casos las
propias familias los someten a un estado marginal marcado por la indiferencia.
Sin embargo, el objetivo de esta idea de recuperación no es convertirlo en un
programa de denuncia, de desahogo ante las injusticias evidentes en las que
viven los ancianos de México, que carecen de casi todo.
Más
bien, la microhistoria planteada como testimonio retoma los orígenes culturales
de esta disciplina y le da a estas memorias un enfoque eminentemente
antropológico: la narración de época, del barrio, la colonia, la ciudad; los
recuerdos cautivos que decenas de ancianos tienen sobre la cotidianidad poblana
de hace cincuenta años. Lo que no quita que, en sus propias palabras, estos
ancianos aprovechen el foro para expresar sus inconformidades y emitir sus
ideas para consuelo de todos.
Me
complace, pues, ofrecer en los siguientes entradas a los lectores poblanos esta
colección de historias que a todos pueden llegar a interesar; el lenguaje
coloquial de esta región a través de las épocas, y la explicable sabiduría
contenida en los discursos de los viejos que son, en última instancia, un
asunto que nos atañe a todos.
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