lunes, 25 de octubre de 2010

Mendizábal y la Reforma Agraria

La reforma agraria cardenista trajo consigo naturalmente las adhesiones de todas las inteligencias progresistas de la época. Mucho habían insistido en ello: si no se resolvía el problema económico de la población rural mexicana, cualquier plan cultural alternativo estaría destinado al fracaso. Así, se percibe la emoción de los contemporáneos del presidente de Jiquilpan como producto de las modificaciones reales que la reforma agraria trajo al panorama nacional, a los pueblos indígenas y campesinos mexicanos. 

Vicente Lombardo Toledano pensó que era acaso “el paso más trascendental que se haya dado en la historia de la reforma agraria en México”, pero no bastan las tierras, afirmó, es necesario otorgar también el agua, el crédito, la dirección técnica, pues sólo de esa manera es posible pensar que en México se está realizando una economía “que podríamos llamar justamente democrática”. 

 Miguel Othón de Mendizábal, como hemos visto en otros temas, no daba paso sin huarache. Su opinión sobre la reforma agraria cardenista va antecedida de una pormenorizada revisión de la historia agraria mexicana. Así, deduce que la pequeña propiedad colonial, propiamente dicha, no es cierto que existió durante la colonia, haciendo su aparición formal con las leyes de 1857, decretadas por Benito Juárez. La lucha por la independencia, a pesar de tener un pretexto político, no fue sino una lucha basada en la necesidad de tierras. Ese deseo “profundamente sentido” fue lo que movió a las masas a servir de carne de cañón en la larga lucha de 1810 a 1824. Con la división de las tierras comunales en 1857, nace la pequeña propiedad que deja al indígena inerme ante la voracidad mestiza, con una modalidad jurídica que no tenía por qué conocer, mucho menos manejar, ya que tradicionalmente su propiedad había sido llevada en forma comunal. 

La reforma juarista tuvo el desatino de deshacer la única base propiamente indígena que había sobrevivido a la colonia: el sentido de comunidad, que al desaparecer dio margen al nacimiento de una nueva jurisdicción política, conocida como municipio. Las tierras mexicanas, a diferencia de lo que contaban algunos mitos coloniales y otros más de nuestra vida independiente, son, salvo algunas excepciones en las costas y ciertas regiones privilegiadas, tierras de baja productividad, que Mendizábal adjudicó a cinco causas geográficas: mala calidad agrológica, mala condición geográfica, tierras cansadas, lluvias escasas o tardías y heladas tempranas. Hay, además, “deficiencias en los sistemas agrícolas y pecuarios y falta de recursos económicos”. (MOM:IV:274) Aunque es extraño que no haya pensado en opciones como la chinampa tradicional, un sistema de cultivo muy eficiente, que podrían haberle dado ideas para soñar mejor a su México igualitario. Pero en los albores del urbanismo mexicano de los años treinta, observó más bien que en México había una creciente tendencia especulativa de los productos agrarios, “que trae como consecuencia, no sólo la explotación inmisericorde de nuestros campesinos sino, al llegar sus productos a la ciudad, la merma de los salarios de las clases proletarias, inutilizando sus largas luchas por incrementarlos”. La actual generación revolucionaria tiene ya el tratamiento adecuado para afrontarlo, estimó Mendizábal, en el ejido, que dota la tierra justamente a quien la trabaja, parafraseando a Zapata. Pero no hay que dejarse llevar “por ficticios indicios de tranquilidad”, advierte, ante los males centenarios que nos aquejan, habiendo sufrido ya cuantiosas y costosas caídas, “solo es eficaz la revolución permanente, cada día más sistemática y radical”. (MOM:IV:366-367) 

 El primer intento de implantar un crédito agrícola se hizo en 1908, con el fin de sanear las carteras bancarias comprometidas por préstamos hipotecarios insolutos, hechos a los latifundistas. En 1916 la Comisión Monetaria operó en la zona agrícola más prometedora del país “con resultados catastróficos”; a excepción de La Laguna, que operó un tiempo satisfactoriamente, el resto de las inversiones fueron puras pérdidas. Incluso en ésta, resultaron créditos insolutos por 27 millones de pesos que el gobierno tuvo que pagar casi en su totalidad, pues el español que se benefició con el préstamo de 20 millones sencillamente no tuvo con qué pagar. En 1926 se fundó el Banco de Crédito Agrícola para fomentar la pequeña y mediana agricultura. Gran parte del dinero se aplicó en beneficio de los latifundistas... y a llenar los bolsillos de algunos políticos interventores. Torres Vivanco, economista citado por Mendizábal, da una lista de 23 políticos, encabezados por Obregón y Calles, que disfrutaron de entre dos y quince millones de esa inversión. Con este tenor en los préstamos agropecuarios, cuenta Mendizábal, de 1926 a 1933 se prestaron 43 millones 901 mil 186 pesos, de los cuales 32.5 millones fueron para los latifundistas y sólo 11 para los pequeños agricultores y ejidatarios. Como no hay mal que por bien no venga, la política agraria tuvo a bien advertir la inconveniencia e inseguridad de los préstamos a los latifundistas, que se redujeron en el mismo periodo de 16 a 9 millones, en tanto que apreció que la pequeña propiedad, mejor organizada, era capaz de solventar sus deudas, incrementándoles los préstamos de 328 mil pesos en 1929 a 2.2 millones en 1933, lo que no impide observar la desproporción. Lázaro Cárdenas establece la reforma agraria como una obligación del Estado, y durante su sexenio fue cumplida “con gran amplitud”, estima Mendizábal. Los bancos Nacional de Crédito Ejidal y de Crédito Agrícola evidencian en sus números claras muestras de la buena administración. Si en 1934 se prestaron 6 millones, en 1935 fueron 19; en 1936 sube a 31 millones, en tanto que en 1937 alcanzan 88 millones; en 1938 son 72 y en 1939 llegan a 60 millones de pesos. Con esto, afirma entusiasmado Mendizábal, se abren cada vez más posibilidades de lograr “un nuevo régimen de producción agrícola”. (MOM:IV:294-296) Luis Villoro dice que Mendizábal nunca negó la cruz de su parroquia. Hay en él una posición política “implícita en su actitud indigenista”, afirma. Apoya insistentemente la colectivización agraria, fundamentándola en una tendencia racial hereditaria. (Villoro:208) Y en efecto, Mendizábal pensaba que los indígenas, “por sus antecedentes culturales”, son propensos a la colectivización. Y que el cuento ése de que los individuos que han trabajado como peones han perdido esta cualidad cultural, es un error. En épocas pasadas la colectivización indígena era un hecho, afirma, y se realizaba siempre que existieran condiciones para hacerla, dado que son susceptibles a un alto grado de organización. Esta cualidad de los indígenas preocupó al Estado al despuntar los años treinta, al grado que Pascual Ortiz Rubio dispuso la prohibición de que sus tierras se trabajaran de esta forma. Los indígenas obedecieron sembrando, barbechando y escardando individualmente, pero después cosecharon colectivamente, “porque su espíritu de colectividad sigue siendo el mismo”. (MOM:IV:147-148) 

La reforma agraria, para operar en condiciones de desarrollo, debe poner en juego, opina el autor, todas las medidas jurídicas, administrativas, crediticias, técnicas, sociales y políticas adecuadas para lograr que el campesino, con ello, obtenga de la tierra el mejor provecho posible. Una empresa de esta magnitud y complejidad requiere de bases perfectamente establecidas en la plataforma sexenal del candidato Manuel Ávila Camacho, en cuanto a distribución de responsabilidades que el programa genere entre las secretarías de Estado, con el objeto de eliminar las numerosas causas de conflicto que ocurre en tanta burocratización. Hombre de su tiempo, Mendizábal ve en la reforma agraria cardenista la salida de la crisis económica del campo mexicano, tan larga como su propia historia independiente. No hay dinero suficiente para créditos en el Banco de Crédito Agrícola, dice, pero se atiende de preferencia a los grandes ejidos y sistemas de riego, como el de La Laguna (programa en el que, según Dora Kanoussi, la participación de Mendizábal, como asesor de Lázaro Cárdenas, fue determinante). Hoy, afirma Mendizábal, un cuerpo de leyes y reglamentos permiten resolver la entrega de tierras a los campesinos “por la vía de la restitución, dotación, confirmación, ampliación y aún por la creación de nuevos poblados”, lo que ha permitido que la actividad agraria haya sido “plenamente satisfactoria, puesto que en el periodo de 1935 a 1938, es decir, en 4 años, se ha dotado a mayor número de campesinos que en los veinte años anteriores”. (MOM:IV:273) En ese mismo periodo los ejidos han recibido 35 millones de hectáreas, favoreciendo a 3 millones de campesinos, “muchos son total o preponderantemente indígenas” (MOM:V:19), protegidos por un comité administrativo. Esta reforma agraria, dice, “ha tenido la virtud de reconstruir y vivificar la verdadera célula social mexicana: la comunidad local”. (MOM:II:501) 

Las perturbaciones, más o menos profundas, que la reforma agraria ha causado, si acaso es una obra que tiende que perdurar, serán pasajeras, afirma finalmente Othón de Mendizábal, mostrando su optimismo: “esperemos confiadamente que la reforma agraria de México, que tanta sangre, tanto dolor y tanta destrucción de riqueza ha implicado, en un futuro próximo pueda brindar al país en general, y a las masas campesinas en particular, una vida mejor”. (MOM:IV:296) No sabemos qué pasó con aquel optimismo. El siglo transcurrió y el campo mexicano y sus ejidos fueron decayendo paulatinamente hasta su desaparición. Ahora está desmantelado y es más económico hacer nuestras tortillas con maíz texano que intentar cultivar, en condiciones muy lamentables, las hastiadas tierras del desaparecido campesinado mexicano. Para su fortuna, Mendizábal ya no fue testigo de ello. Bibliografía: Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, seis tomos. Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México. Ed. Casa Chata, num. 9, México, 1979. Lombardo Toledano, Vicente: El problema del indio, SepSetentas, México, 1973 Kanoussi, Dora: Tesis Miguel Othón de Mendizábal y la Revolución Mexicana de 1910, sustentada en la ENAH en 1974 y consultada en la biblioteca central de la institución.

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