viernes, 18 de noviembre de 2016

No puedo decir que mi vida fue un desastre

Don Héctor Zéleny veía la vida con practicidad hace 16 años, cuando lo entrevisté; era la viva imagen del orgullo poblano por el buen vivir, a pesar de no poder presumir los grandes éxitos. Es una actitud pragmática de ciertos habitantes locales que hacen un balance objetivo de sus vidas en el que todo sale más o menos. “Nos vemos a las 5 PM”, dicen, y todos saben que el PM no significa “pasado meridiano” sino “poco más o menos”, que puede expresar 5:30 ó 6. Tengo lo que tengo y con ello me mantengo, parecen decir en un lenguaje cantinfleado y florido (valga la redundancia), una forma de expresión que más que afirmar niega, más que expresar sugiere. Porque le ha ido bien, más o menos.



DON HÉCTOR ZÉLENY

Nací en la ciudad de Puebla en 1927, nací en lo que es ahora el (club deportivo) Alfa Uno1, donde mi padre era administrador. Y ahí pasé una niñez, pues, muy bonita, porque en aquel entonces era lo último de la ciudad, lo último; la ciudad llegaba hasta el Paseo Bravo, una o dos calles más allá, y en aquel entonces todavía estaba rodeado de alambre de púas, era campo.

En lo personal, yo viví una niñez muy bonita, entre árboles, pájaros, perros, borregos, de todo, porque en la casa de ustedes en aquel entonces era un Arca de Noé, había mucho animal. Puedo decirle que era en aquel entonces el centro de reunión de la alta sociedad poblana, lo más granado que se podía encontrar aquí en Puebla. Con mi papá de administrador, uno tenía sus privilegios ahí dentro. Yo crecí entre gente como Don Guillermo Jenkins, los Naude; iba para allá Maximino Ávila Camacho en aquel entonces; todos, era en el centro social de la ciudad. Entre canchas de tenis, ahí crecí yo. Posteriormente, allá por 1953, cuando murió mi padre, tuvimos que salir de ahí. Y a trabajar y vivir y sudar la gota gorda.

Estudié primero en el Instituto Oriente, de los jesuitas, y de ahí al tercer año ya me pasé al Instituto Normal del Estado, a la escuela primaria, creo que se llamaba Juan C. Bonilla, algo así. Ahí tuve una escuela que me enseñó, tuve a dos maestros -muy buenos maestros-: el maestro Romero y el maestro Peláez, que nos enseñaron a defendernos de nosotros mismos, a tener nuestro propio carácter. No era una escuela muy apapachadora, sino una escuela donde uno llegaba y tenía que defenderse de todos los demás, no cabe duda. Pero le formaba a uno el carácter; yo creo a esa escuela que le debo una formación, además de a la vida misma, donde ha aparecido de todo, lo bueno, lo malo y lo regular en esos sesenta y cuatro años de andar en esta “canica”.

Yo creo que hay diferentes formas de vivir, diferentes modos de pensar. Que es lo que hace viva a una ciudad, los contrastes de la sociedad, la pura realidad. Si usted le pregunta a una persona que en su niñez tuvo todo, ella le va a hablar de acuerdo a lo que vivió. Yo tuve el privilegio, yo siempre lo he dicho, yo tuve una niñez hermosa hasta los 16 años. No lo puedo explicar, no sabía de problemas económicos, de hambre ni nada de eso. No éramos ricos, no sé mi padre cómo le hacía, pues cuando menos tenía yo “de todo”, todo lo que yo pudiera necesitar a esa edad. Ya después la vida le va enseñando a uno que tiene que trabajar, que tiene que hacer y todo eso; y bueno, a veces no sabe uno aprovechar lo que tiene, y cuando le da uno la vuelta, cuando los años se le vienen encima, uno ya puede decir  “me fue bien” o “me fue mal”. Y yo digo que me fue bien, a pesar de determinadas etapas de los veintitrés a los treinta y cinco años, donde anduvo uno dando tumbos, anduve de pintor, anduve de albañil, anduve de obrero; o sea, de bodeguero, pero vaya, yo creo que no fue denigrante ¿no? Fueron momentos en la vida de una persona por sus circunstancias. Al final, a los 40 años, pues a mí se me metió la locura y quise ser periodista. Y ahora vivimos del periodismo. Me costó mucho trabajo y muchas privaciones al principio, pero al fin y al cabo, yo en lo personal, no puedo decir que mi vida fue un desastre. He realizado algunos sueños, otros no; otros han quedado ahí en el anecdotario del “no lo logré”. Pero yo sí. Uno habla de acuerdo de cómo le ha ido en la vida.


En mi juventud, aparte de ser medio borrachón -igual que todos-, destrampado; o sea, lo normal que hacíamos en aquella época: cerveceros, mujeriego, como todos, íbamos a varias cantinas tradicionales que había aquí. Nos reuníamos en grupitos de cuates ¿no? otros ahí en unas tienditas de la colonia y, en fin, eran lugares muy específicos a dónde íbamos. Yo no fui bailarín, no me gustó mucho el baile a mí. No andábamos por muchos lados sino, como animales de costumbres, buscábamos donde estuviéramos bien. Había una cervecería aquí en la 11 Norte, no me acuerdo cómo se llamaba, junto al Buen Doctor, que era otra cantina. Este lugar tenía por cierto una barra muy bonita.

Yo tuve la ventaja de no amanecer crudo, a mí las copas no me hacían, y cuando amanecía con algo de sed me la curaba con un “barril de durazno”, un refresco, un barrilito Okey, como se llamaba en aquel entonces, y bueno, pues todavía hay. Con eso ya no necesitaba ni algo picoso, ni un molito, no necesitaba nada.

¡Ah, su mecha! ¿que qué hacíamos los jóvenes? Ora sí me la puso usted cuadrada. ¿Qué hacíamos? juntarnos en grupos, yo tenía un grupo de amigos, dos amigos y otros más, y nos reuníamos normalmente en una tiendita. Alberto..., Rubén de la Llave, uno de ellos, y el otro era Alberto... Alberto, simplemente, éramos los grandes cuates; los tres mosqueteros, como dicen, donde éramos muy amigos de la cervezas. No éramos elegantes. Aunque, bueno, la costumbre de aquellos años era vestirse más o menos de traje, porque era la costumbre. No como ahora. Entonces, normalmente andábamos de chamarra, de camisa; o sea, no andábamos como andan ahora de playeras, porque la sociedad entonces era también censurable ¿no?,  uno tenía que traer el pelo cortado a casquete corto, nada de pelo largo ni cosas por el estilo, por lo menos la generalidad, la mayor parte. Como en todo, había sus excepciones. Yo me cortaba el pelo en una peluquería sencillita, que costaba tres pesos la cortada.

Después tuve la oportunidad de viajar mucho, era yo vendedor, y viajé mucho, sobre todo la parte de la costa, de aquí a Acapulco, de Acapulco toda la costa del Pacífico hasta Tapachula, Chiapas, y luego de Villahermosa a Tampico. O sea que anduve yo vagando o dando tumbos por ahí.

Como todas las familias, yo creo que el 90 por ciento de las familias siempre tienen detalles, que tiene uno el segundo frente, se vienen las broncas. Yo puedo decir que mi familia, mis hijos, mi mujer y todos los demás han sido, para mí, excelentes. Con sus peculiaridades cada uno, sus ingratitudes de los hijos, a veces, pero yo en lo personal puedo decir que me ha ido bien. No me puedo quejar. Tengo un trabajo que me permite, hasta este momento, venir a tomarme el café, con toda tranquilidad, a las doce del día. Y que en la casa de usted no falte la comida, una casita chiquita, es decir, un departamento propio. Puedo decir que me ido bien, no soy un hombre de grandes aspiraciones, no es el dinero el fin de mi existencia ¿no? sino, más bien, la realización de mis ideales. Pero eso cada quien va a hablar, como dice, como le haya uno ido en la vida ¿no?


Mi ciudad de antes...

La ciudad de Puebla era muy chiquita en aquel entonces, era tan chiquita que llegaba escasamente a lo que es ahora la 25 Poniente. En el Molino de en medio ya eran las afueras; el Río de San Francisco no estaba entubado, era un río de aguas negras, prácticamente.

En lo particular he visto cómo Puebla se ha ido transformando, sobre todo a raíz del temblor del 85. Vino un desplazamiento muy fuerte de gente del Distrito Federal, Puebla fue creciendo y ahorita, pues, yo digo que es una medio urbe, todavía no es una urbe. Hay muchos problemas, hemos visto cómo los campos de los que estaba rodeada (una ciudad de 22 ejidos) se han ido invadiendo, la mancha urbana ha ido acabando al campo, sobre todo en lo productivo. En fin, hasta la actualidad, es una ciudad que esperamos vaya en progreso, se adapte a los nuevos tiempos.


A Puebla, en lo personal, la he visto transformarse. Es una ciudad a la que ha llegado mucha gente de fueras, que sus tradiciones se han ido relajando, claro, en la vorágine de la actualidad, en los medios de comunicación, que son determinantes en las actitudes de la sociedad, en la forma de pensar. Los ciudadanos son más encontrados, ha habido un despertar y, más bien, una rebeldía a mucho de lo establecido anteriormente que, bueno, ¡a dónde vamos a ir a parar!, no lo sabemos. Las costumbres, los principios morales se han relajado mucho. 

Nota
1 El Alpha 1 tampoco existe ya, el club fue absorbido por su acaudalada vecina la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, UPAEP, y ahora forma parte de su campus central.

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