En una serie de conferencias patrocinadas por las
Secretaría de Educación Pública, bajo el genérico título de “Historia económica
y social de México”, Miguel Othón de Mendizábal dijo que intentaría hacer un
esquema “de la evolución económica, social y cultural de los grupos indígenas”
que habitaron el territorio mexicano, que si no pasa de ser una hipótesis,
aclaró, “como todas las teorías que se han formulado sobre el particular, se
ajusta a testimonios objetivos… y además, es lógico”. (MOM: IV: 9-10)
Los esfuerzos, sin embargo, fueron reales. Nunca dejó el Estado de hacerle la lucha a fórmulas de educación manejadas por desgracia por
los licenciados que llevaron al traste a la gran mayoría de nuestras instituciones.
Hasta la creación de la Dirección General de Educación Indígena (DGEI) en 1978,
hay que considerar una larga lista de experiencias que comenzaron las
recomendaciones del padre de la antropología mexicana Manuel Gamio al gobierno
de Álvaro Obregón. De 1921 a 1978 el gobierno impulsa al menos 29 grandes
iniciativas que tratan de amoldar una difícil realidad social de los mexicanos
con los buenos propósitos de la antropología, fracasando reiteradamente. Bien
miradas, estas iniciativas cimientan lo que sesenta y seis años después logra
consolidar la DGEI. Se trataba de definir el modelo para que los indígenas se
integraran a la nación (mexicana) y a la vista la educación era la única vía
pacífica para lograrlo.
Lázaro Cárdenas del Río y Manuel Ávila Camacho ejecutan
siete iniciativas para la educación del indígena mexicano, por lo menos en el papel.
Entre 1936 y 1946 se crea el Departamento de Asuntos Indígenas, las
Cooperativas de Producción y Consumo en poblaciones indígenas; se reorienta la
función de los internados en Escuela Pre-Vocacionales y Vocacionales de
Agricultura, se realizan Jornadas Culturales y Deportivas con los alumnos de
las Escuela Pre-Vocacionales y Vocacionales; se organiza y realiza el Primer
Congreso Indigenista Interamericano y los Hogares Infantiles; se funda el
Centro de Capacitación de Enfermeras y Trabajadoras Sociales Indígenas y se
convierte las Escuelas Pre-Vocacionales de Comalco, Estado de México, y Los
Remedios, Hidalgo, en Centros de Capacitación Técnica y Artística para Jóvenes Indígenas. Además se adscribe con plaza docente a las
Escuelas Pre-Vocacionales y Vocacionales y a las Brigadas de Desarrollo y
Mejoramiento, también a la primera generación de egresadas y egresados de enfermería,
trabajo social, mecánica, carpintería, hilados y tejidos, música y deportes. A
los egresados que prefirieron regresar a sus comunidades los dotó de
herramientas y equipo para la actividad en la que fueron preparados.
Miguel Othón de Mendizábal vive esta coyuntura. La
Antropología enfrenta dos vertientes válidas pero contradictorias: la de ser
una disciplina independiente de fines académicos; o la de ser un instrumento
del Estado que ampliará sus espacios de acción y conducirá la política de
integración de los indígenas a favor de una aspiración “nacional”, a saber: la
formación de una patria homogénea que dé impulso y fuerza a su precaria
situación internacional.
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Comuníqueme con don Crisóstomo, por favor.
En los
siguientes cincuenta años, prostituidas por la corrupción casi todas las
acciones a favor de los pueblos indígenas, reconocida incluso su existencia como
etnias con la reforma constitucional de 1992, el gobierno terminó implementando
sus programas de sobrevivencia que duran hasta hoy, donde las presiones
internacionales y las internas acarrean la ayuda a los pueblos por medio de grandes
presupuestos que se reparten en metálico directamente en las manos de las
madres indígenas para evitar el hambre y paliar la desnutrición palpable en los
jóvenes y los niños, por esos mecanismos se les obliga estudiar y a revisiones
médicas de las mujeres.
La
contradicción entre teoría y praxis coincide en ambos fundadores del
indigenismo. Mendizábal tuvo la lucidez de separarla en un momento decisivo,
antes de emprender la práctica indigenista en el departamento que le tocó constituir.
Fue así que ayudó a la fundación de la academia de antropología mexicana,
primero en el Politécnico y luego en la Escuela Nacional
de Antropología e Historia. Entonces entraron en acción para la asimilación del
indígena al elemento nacional los institutos indigenistas creados para tal
efecto: educación, agro, salud. La experiencia, vista a la distancia, no fue
enriquecedora. A decir de los propios protagonistas, fue una antropología
atomizadora –como consideró Arturo Warman en sus análisis de la práctica
académica-, casuística, con tendencias a interpretar sus materiales en sí
mismos y para sí misma: “Ha rechazado el método comparativo y el análisis
global de las sociedades en que los indios participan. Así, el indigenismo, ámbito
natural de la antropología mexicana, se ha convertido en su limitación”.
(Warman p. 37)
Conviene
detenerse un poco en cómo fue creada esta ideología indigenista (basada en
conocimientos, verdades y muchos prejuicios) que se desenvolvió como fábrica de
emancipadores de indígenas. También convendría enfatizar cómo la industria cultural
mexicana ayudó activamente a esa práctica y aprovechándose impúdicamente de
“los indios” los convirtió en caricaturas y estereotipos. El chiste del “indito”,
que es ignorante pero suspicaz.
En
mi opinión el Indigenismo formal, el
“científico”, fundado por Manuel Gamio, perdió su oportunidad de advertir que
el pasado prehispánico pertenecía a los mexicanos, que era su pasado principal,
su mitad ontológica, pero terminó eligiendo la implantación de la versión
europea en nuestra cultura, la uniformadora. Se supuso con demasiada facilidad
que los mexicanos no querían saber nada de su pasado, que no eran o no querían
ser indígenas, ignorando los idiomas mexicanos e imponiendo el uso del español,
no solo en las escuelas, sino en la vida cotidiana, pues los mestizos
resultaron ser los proveedores y el uso del español fue impuesto a la mayoría a
través de otros canales. La desinformación y el ocultamiento se encargaron de
enterrar muchos vestigios indígenas, y ni los institutos de antropología, ni la
academia ni menos otras dependencias de gobierno, hicieron nada por impedirlo.
Miguel
Othón de Mendizábal y su indigenismo que trataba de observar las virtudes
indígenas, además de los defectos, para asimilar lo mejor de esas culturas en
beneficio mestizo (identidad), fue desoído por el status quo que eligió convertirlos en obreros de las ciudades,
acción que como sabemos fracasó.
Citas:
Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, Tomo IV, México, 1947
Warman, Arturo, Los indios
mexicanos en el umbral del milenio,
FCE, México, 2003
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