Una costumbre muy poblana es hablar con
extrema precisión sobre el número de las calles y su orientación: la 2
poniente; la 8 norte, que en ocasiones se convierten en un entresijo de
nomenclaturas incomprensible para el escucha, pero sumamente importante en el
sentido de sus relatos. No es el caso de don Juan Manuel Brito, pero su recuerdo
guarda esa preocupación, además de los sutiles detalles que un hombre cultivado
como él es capaz de evocar con la sustancia extraída de su memoria.
DON JUAN MANUEL
BRITO
Yo
nací aquí en la ciudad de Puebla, en la calle de San Martín número 8, o sea,
actualmente la calle 5 de Mayo número 208, entre la 2 y la 4 Oriente. Mis
padres, Luis Gonzaga Brito Roldán y Virginia Velázquez Fernández, los dos
poblanos, nacidos en Puebla ambos y de familias poblanas, ya que mi abuela
paterna, doña Felicitas Roldán de Brito, vino de México y mi abuelo, Pedro
Brito Herrera, nació aquí en Puebla. He tratado de investigar un poco más allá
pero no he encontrado muchos datos. De eso hace ya más de cien años.
De mi primera
infancia, aunque yo nací en la calle de San Martín, mis primeros años vivíamos
en la misma 5 de Mayo, pero en la casa 1403, antigua calle primera de San Juan
de Dios, entre la 14 y 16 Poniente. Era un barrio del primer cuadro de la
ciudad, en la esquina, la Iglesia de San Juan de Dios, que pertenecía a la
parroquia de San José, ahí muy cerca, a tres calles; era una ciudad tranquila,
todavía medio recuerdo las calles laterales. La 5 de Mayo estaba pavimentada
hasta la 18 Oriente. Pero las otras, la calle de las Bellas, que se llamaba, la
calle de Calceta y otras que generalmente recordaban a algún poblano o algún
héroe o no héroe que vivió en esas calles, o que se distinguió en alguna forma
por hacer el bien o por tratarse de alguna leyenda, como la calle de don Juan
Manuel, que tomó la leyenda de México y la pasaron para acá. Había calles muy
interesantes, como la calle del Ladrillo.
Nosotros fuimos
nueve, cinco mujeres, cuatro hombres. De los hombres sólo vivimos dos, el mayor
José Luis y el que me seguía a mí, murieron, y mis hermanas también murieron.
Luis murió como de 14 años, Eduardo como de quince años y la hermana murió de
doce años, yo tenía 14 cuando ella murió, María Elena.
De los
parientes me acuerdo de la muerte de mi abuela paterna, que murió a los 92 años
de una pulmonía fulminante, pues en aquellos años no había -eso debe haber sido
en 1930-, no había los medicamentos que hay ahora. Yo la acompañaba diariamente
a misa, ella se apoyaba en mí, ya estaba grande, y pues le dio una pulmonía en
enero y murió el día 10. Esa muerte me impactó bastante.
Mi abuela fue
más bien del lado conservador, ella no sé si tuvo un hermano o primo Roldán,
que primero estuvo en el colegio militar y fue de los defensores de México
contra la invasión americana. Después murió el muchacho siendo militar todavía
y yo ya no lo conocí, pero mi abuela me contaba de él y de su época.
De don Porfirio
Díaz, por lo que recuerdo, pensaba que había sido un buen gobernante, pero
ella, sobre todo parece que tuvo amistad con familia de los Miramón, de Miguel
Miramón, porque ella tenía algunos documentos, la carta que está en El
Alfeñique, que escribió la víspera de ser ejecutado, dirigida a Concha, su
mujer, y al pueblo de México. Yo la tenía por ahí copiada, porque es una carta
que me gusta mucho por su sinceridad. La víspera de ser ejecutado él dice que
quiere que lo perdone Dios y que lo perdone el pueblo mexicano porque no es,
como dicen, un traidor, y que no quiere tener el nombre de traidor, “que se
borre tan fea mancha de mis hijos.” Eso a mi siempre me ha impresionado. Esa
carta la tuvo mi abuela ¿por qué? no sé, ella la dio al museo cuando se fundó,
porque tenía amistad con los Ochoa, don Tomás y Moisés, Tomasito Ochoa, de los
que vivían ahí entre la 2 Oriente y el río. Mi abuela había sido maestra de
letras y había tenido un grupo en el que figuraban los Ochoa, el doctor Andrés
Anaya, ya murió hace tiempo, y algunos otros, pero en una forma particular;
enseñaba primeras letras y además en su casa. Su nombre era Felicitas Roldán
Guerrero. La abuela paterna.
De la abuela
materna puedo decir que ella era Pascuala Fernández de Velázquez y más bien se
inclinaba por los liberales, a diferencia de la paterna. Claro que entre ellas
eran amigas, se llevaban bien, se respetaban, pero una era conservadora, la
otra era liberal. Las dos muy buenas personas y mi abuela paterna también con
algo más de cultura, como podría tenerla una mujer en esa época en que no
tenían mucho acceso a la cultura, pero ella dibujaba, tenía muy buena letra, en
fin, era una mujer culta en su época. Cuando muere mi abuela fue una muerte que
me impactó y yo la recuerdo como una mujer muy buena y muy estimada, era
pariente de unas rubiecitas, María y Manuelita Bravo, que yo creo que algo tuvieron
que ver con los Bravo de Nicolás, era puestas, muy habilidosas, solteras las
dos, yo me acuerdo de ellas ya muy grandes, cuando era niño y murieron pronto,
no sé más de ellas.
Mi niñez fue
bonita, tranquila, le decía yo que vivía en el barrio de San Juan de Dios.
Había tres casas en esa calle, y nosotros teníamos dos o tres balcones, uno de
la sala, otro de la recámara; era una casa antigua, todavía está ahí pero ya un
poco reformada. Existe el patio arriba, con su corredor, pero ya no está como
estaba, me he dado algunas vueltas para verla. Nuestra cuadra era una calle de
gentes amigas, se vivía la vida de barrio y de conocidos, enfrente había una
tiendita que vendía dulces, desde macarrones de a centavo, camotitos, anisitos;
despachaban de a centavo, de a cinco. Era la moneda que teníamos nosotros, nos
daban de domingo cinco centavos y nos alcanzaba para varias compritas
sencillas. Ya con diez, quince centavos nos sentíamos más ricos. La dueña de
esa tiendita era Carito, que se llamaba Carolina y había sido “gente bien”,
todavía cuando yo la conocí ella se vestía con sus enaguas largas, como las de
las fotografías que vemos de personas de la época de don Porfirio, con su
camisa alta hasta el cuello, con su bordado. Muy limpia, le decíamos Carito, y
nos regalaba a veces dulces, tenía amistad con toda la calle y casi con toda la
zona.
La misa era en
San Juan de Dios, ahí fui monaguillo, fue el primer lugar donde aprendí, no
sólo ayudar en la misa, sino a recoger las limosnas, ayudando al padre, al
final la entregaba y después me iba a mi casa. Cuando me iba bien me daba diez
o quince centavos a la semana, si no, no me daba nada. Ya después subí de
categoría porque fui algún tiempo monaguillo de San José, la parroquia. A mí me
bautizaron en el sagrario, porque la calle de San Martín pertenece a esa
parroquia, ya a mis hermanos, los menores que yo, les tocó San José como
parroquia. Subí de categoría porque la iglesia de San Juan de Dios era más
sencilla y la parroquia tenía más vida como parroquia, más misas, más gente,
más de todo. No era lo mismo una iglesia que tenía nada más dos misas, a la
otra que tenía cuatro, seis los domingos, cambiaba la cosa. Sigue siendo más
importante actualmente, más San José que San Juan de Dios. Recuerdo que me
impresionaba y me gustaba ver el retablo de San Juan de Dios, bonito retablo,
barroco chirruguera, blanco, de eso no hay mucho aquí, blanco con doradito,
porque los retablos blancos aquí no son muy comunes, son más bien dorados, como
los de Santa Catalina y otros.
Me acuerdo en
mi niñez de la ciudad de Puebla, el Paseo de San Francisco, muy bonito paseo.
Sigue siendo más o menos el mismo, pero entonces tenía el río, del lado
poniente estaba el molino de San Francisco, estilo un poco morisco, y luego
había campos de labor hasta San José, de tal modo que había un gran espacio.
Muchos árboles, entre la 18 Oriente y la 8, donde estaba el puente de El Alto y
la salida a Veracruz, traza antigua de la ciudad.
Mi papá era un
empleado de comercio, siempre muy trabajador, muy buena persona, muy honrado,
muy estimado, muy decente. Todos lo conocían, le llamaban señor Brito; él iba
por la calle: “muy buenos días, muy buenos días”, saludando con su sombrero.
Vecinos, tanto de las cercanías de la casa como de su trabajo lo saludaban.
Atendía como trabajo una tienda de ropa, primero con los franceses, El Palacio
de Hierro y cosas así, después en la Ciudad de México -se llamaba así-, en La
Primavera; luego la fábrica de La Leonesa. Como él sabía del comercio de tienda
y de ropa, le encargaron que pusiera una tienda y abrió primero La Fama en el
portillo de un mercado, y mi papá les sugirió que podían abrir otra en un lugar
mejor, entonces escogieron el Portal Hidalgo, y ahí abrieron una tienda de
ropa. Era en aquella época también el Portal bastante comercial, entonces ahí
estaba Salazar, que era de ropa -todavía está-, y algunas tiendas. Pusieron La
Fama y les dio resultado, después hubo oportunidad de fundar otra más grande,
porque el local era chico, abajo del hotel Royalty, y la fueron a abrir frente
a La Santísima, donde ahora hay un estacionamiento. Esa era La Fama, tenía sus
bodegas de telas y una gran parte de aparadores, una tienda bonita que él
organizó y llevó. Después de su muerte se acabó la tienda, pero de ahí salió
otra tienda para México, también para vender telas de la fábrica. Pero no sólo
vendía telas de la fábrica sino otras cosas, una tienda de departamentos. Le
gustaba poner el aparador, ya sea que él lo hiciera o que llamaran a un
aparadorista para que estuviera todo bien presentado, creo que cambiaban cada
semana de aparador para darle vista. Sí, mi padre fue una gente muy
trabajadora, honrado. Muy apreciado y todo.
Yo hice mis
estudios de párbulo con las madres teresianas donde se trataba de iniciarse en
las letras. En ese colegio San Luis, que está en la 5 de Mayo entre la 8 y la
10 Oriente (donde después estuvo la secundaria Venustiano Carranza un tiempo,
luego creo que estuvo también el Benavente unos días), es un edificio que fue
en tiempos de la colonia el colegio de San Luis, que hicieron los padres
dominicos, tenían donde está la iglesia, lo que es su atrio, y luego hacia el
norte toda la manzana y otra más, donde fue y aún está el mercado la Victoria.
Todo eso fue el convento dominicano, que después en 1967 -por ahí-, lo
destruyeron, lástima, debe haber sido un convento semejante al de Oaxaca. Así
debe haber sido éste, pero lo destruyeron, nada más quedó eso, hay un patio
ahí, no es del mismo estilo
, es otra cosa,
pero todavía queda algo ahí.
Esos colegios
que tenían seminarios los acabaron, ese dominico yo creo que era uno de los
mejores, queda otro, pero más chico, allá en la 18, donde están los dominicos
también. Pero el de aquí era bueno, y no he logrado yo ver en algunos grabados
de la época cómo era, pero desde luego que sí era todo lo que fue el mercado la
Victoria, era una cosa grande. El mercado la Victoria, que no era mercado,
estaba integrado al cuerpo del edificio que medía dos manzanas completas. Todo
eso se perdió, lo derribaron, no quedó casi nada. Menos mal que sí quedaron las
iglesias, con la capilla del Rosario, las dos capillitas de mixtecos y
naturales que están en el atrio, pero sí debe haber sido eso muy bonito.
Y entré a la
primaria del Oriente, ahí hice primaria, secundaria y casi preparatoria, digo
casi porque, aunque cursé la mayoría, resulta que eran tiempos de persecución
religiosa, todavía, y el colegio no estaba reconocido, así es que cuando yo
salí, para pretender entrar a la universidad, no tenía papeles oficiales, no
valían mis estudios. Tengo por ahí certificados de todos mis estudios del
Oriente, pero no tenían validez, no estaba incorporado ni reconocido. Era
jesuita.
Los jesuitas
tuvieron muchos colegios aquí: el Hospicio, frente al gobierno del estado,
también en el Paseo, San Javier, que era para indios, San Ildefonso ahí frente
al gobierno, es todo lo que era el Hospicio, ese edificio. Cuando expulsaron a
los jesuitas, antes de la independencia, por 1767 ó 68, suspendieron la
Compañía de Jesús en todo el mundo, y entonces los bienes de la Compañía
pasaron al gobierno y ahí establecieron otras instituciones. Bueno, pues yo
estuve con los jesuitas, luego ellos hicieron, donde fue el Instituto Normal,
en la 11 Sur, el colegio católico del Sagrado Corazón. Ahora ya le borraron las
letras que estaban hasta hace como un año, ese colegio se los quitaron allá por
1927, 28, y ellos abrieron su colegio en la Avenida Juárez, donde estaba
Teléfonos de México. Tiraron el edificio, que fue de la familia De la Concha.
Ahí está la fachada y yo conocí ese edificio estilo francés por dentro, sus
decorados, y daba hasta la otra calle, de la 5 Poniente, era grande ese
edificio. Ahí pusieron la preparatoria, mientras que la primaria la pusieron
también en la Avenida Juárez, esquina con la 15 Sur, donde estuvo después el
Sanatorio del Río. Después la primaria la pusieron en la 9 Poniente, donde hoy
está la Upaep, ahí construyeron el nuevo edificio para la primaria, me tocó
llegar a estrenar ese edificio, en 1930 debe haber sido. Eran cuatro salones
nada más, el patio, desde luego sin pavimento y sin nada, donde jugábamos y el
bañito de atrás que no era del colegio, pero se lo prestaba don Luis Gómez, que
fue dueño del terreno donde hicieron el colegio. Eran tiempos de muchas
restricciones y persecuciones, pero entonces los jesuitas comenzaron otra vez,
hicieron los cuatro salones, luego los de arriba, luego los de enfrente.
Después ya se fueron adonde están ahora, al Instituto Oriente... pero a mí me
tocaron los diez primeros años.
Cuando fui
estudiante vivía yo ahí en San Juan de Dios y el Colegio Oriente estaba donde
está la Upaep y hacía mis cuatro viajes a pie. En tiempo de aguas -que llovía
más que ahora porque había más bosque, ahora que se los han acabado ya no
llueve mucho y creo que estamos cada vez peor-, pero entonces llovía bonito y
se inundaban las calles. Atravesar el Paseo corriendo, cuando regresábamos para
entrar en la tarde al colegio, era una aventura que nos gustaba. Recuerdo que
alguna vez granizó y ahí vamos por el Paseo, levanto la cara y se me estrella
un granizo en el anteojo. Lo rompió.
Para entrar a
la universidad tuve que pagar a título de suficiencia desde la primaria, la
pagué en la Escuela Tipo, pre-vocacional. Ya habían sacado primero mi
certificado de primaria, comencé a pagar en la secundaria Venustiano Carranza
toda la secundaria, y ya después ingresé a la prepa de Puebla. Como ya tenía
una cierta formación, con eso llegué a la universidad. Entré a la Escuela de
Derecho. donde hice mis estudios de Derecho y donde me tocó ser de los que
luchamos por la autonomía.
En la juventud
de mi época había de todo. A los preparatorianos nos daba temor ingresar ahí,
no sólo por la novatada, con la rapada y algunos guasas un poco pesaditas, lo
metían a uno en la fuente, pero eso era natural, si uno quería llegar allá
tenía que aceptar. Y ya después uno era de los que andaba haciendo lo mismo.
Pero era muy respetable el Colegio del Estado, tenía una tradición de cultura y
de buenos alumnos, la mayoría de los profesionales de aquí de Puebla habían
estado ahí, eran buenos, eran reconocidos, tanto los de Medicina en el
hospital, donde tomaban sus clases, como los de Derecho, los ingenieros;
teníamos una buena preparatoria, recuerdo yo a los maestros Sáenz de Miera;
estaba Antonio, que después se fue a México, estaba el otro, Fernando, muy
respetable, creo que era filósofo, eran hermanos. Y bueno, pues ahí tuve que
sufrir la rapada cuando entré.
Yo hice todos
mis estudios de la universidad en el primer patio del Carolino. Difícilmente
íbamos a los otros dos patios, éramos pocos, relativamente; los de Medicina
recibían algunas clases ahí, pero la mayoría en el hospital, los de Química
algunas clases. Y otros en el segundo y tercer patio, los de Odontología,
entonces hicieron esa entrada modernista, tan fea que hay del lado de la 3,
para independizar la Facultad de Odontología.
Me acuerdo que
iba los sábados en la tarde y el domingo desde luego. Le pedía autorización al
prefecto, señor Sánchez, para que me dejara pasar a estudiar y estaba toda la
universidad solita, uno escogía para pasearse, como el corredor tan grande de
arriba, podía uno ir leyendo sin temor ni a tropezarse, ni a nada. Un silencio
absoluto. Se encontraba a unos cuantos alumnos, pero no más de cinco en todo el
edificio. La biblioteca de la universidad era La Fragua, ya después abrieron
otra, Nacho Ibarra abrió la hemeroteca y algo de biblioteca, pero la biblioteca
era la Fragua, que tiene hasta adentro su entrada. Ahí llevaron todos los
libros que rescataron de los conventos de Puebla, los que no tiraron, porque se
dice que había conventos que vaciaban en carreta y se llevaban a tirar los
libros y las bibliotecas de los conventos a la basura. Lo que se pudo salvar
estaba ahí, y estaba el frente de la biblioteca don Delfino Moreno, era un
humanista, poeta, escritor y conocía bastante de bibliotecas. Había otro que
era el que le seguía, también había sido seminarista y daba clases de latín en
la propia universidad, porque en ese entonces desde la prepa se estudiaba
latín. Había inglés, francés y latín y aprendíamos algo, nociones, no alcanzaba
para mucho. El latín servía para leer directamente derecho romano.
En mi época,
como ahora, también había buenos y malos estudiantes. En los jóvenes había de
todo, había quien se iba a la biblioteca -los menos-, otros que se paraban allí
afuera, en la calle, entregados a la ociosidad, inventando algunas guasas,
algunas cosas, juegos y en ocasiones hasta detener vehículos por cualquier
razón. Entonces estaba un jardincito frente a iglesia de La Compañía, ahí
también estaban los jóvenes; habían puesto ahí la estatua de don Melchor de
Covarrubias, el fundador del Colegio del Espíritu Santo, y era motivo de
guasas: lo vestían, le ponían su carrete y su sombrero. No pasaban a mayores,
pero... En los Sapos estaba el callejón,
pero no había nada, era un lugar muy tranquilo, estaba el jardincito de los
Sapos y el Callejón de los Sapos, luego estaba el río, ahí se cerraba. El
puente estaba hasta la 9 y en la avenida Ayuntamiento, que se llamó Maximino.
Hablando de
Maximino, yo estudié cuando estaba Maximino Ávila Camacho de gobernador. Una
vez que me recibí, me nombraron Director de la Comisión de Turismo de Puebla,
que era una institución colegiada, la primera que hicieron, pues contaba con
representantes de la Cámara de Comercio y de la Industria. Y a mí me llamaron
para que fuera el gerente de esa comisión; era un empleo, ya estaba recibido, el
primero que tuve, porque yo había sido... me señalaban como católico, y lo era,
lo soy, yo nunca di la espalda a eso. Yo iba a misa en La Compañía, me veían
tanto maestros como alumnos y yo fui, siendo estudiante, fui presidente de la
Federación Estudiantil Poblana, que era una institución de tradición que
representaba a todos los universitarios, a los estudiantes de todas las
facultades. Cada facultad, cada escuela tenía su directiva y la FEP era
general, sobre todos ellos.
Entonces estaba
de moda el Partido Comunista y había comunistas, había socialistas, más
moderados que los comunistas, y yo fui amigo de todos ellos. Saturnino Téllez
era el presidente del Partido Comunista en Puebla, y hacia sus manifestaciones,
era buen orador de extrema izquierda, en la época del Partido Comunista de
México cuando estaba bien. Ahí en la universidad yo llegué, católico y todo, y
no lo oculté, y tuve la oportunidad de platicar con él y nos hicimos amigos. Total
que, en esa época, en lugar de tener enemistad y pleitos, éramos amigos,
tomábamos café, platicábamos y cada quien trabajaba para lo suyo.
Los políticos
eran en una época Carlos I. Betancourt, puesto por Rafael Ávila Camacho,
todavía, y el cacique de todos era Maximino Ávila Camacho, él mandaba en la
universidad. él nombraba rector, no había autonomía. Al rector lo nombraba el
gobernador del estado, ya después el rector nombraba a los directores de
escuelas y facultades, pero todo eso lo hacía con el acuerdo del gobernador. El
rector era un servidor del gobernador.
Nosotros, en mi
época, cuando fui presidente de la Federación Estudiantil Poblana, luchamos por
la autonomía de la universidad, que consistía en que ya no nombrara el
gobernador al rector. No se consiguió en mi tiempo, sino después, en uno que
siguió después de mí, Arellano Ocampo, al que le tocó la autonomía. Antes que
yo ya habían venido pidiendo y luchando por la autonomía Manuel Cubas y Maza,
un abogado que creo que vive, ya está grande. Él luchó bastante, era orador, se
echaron sus discursos en el Zócalo y toda la cosa, era una lucha abierta de
estudiantes valientes, como siempre los ha habido, valientes. Manuel Cubas y
Maza no es poblano sino de Huajuapan de León, que entonces venían a estudiar a
Puebla pues allá no tenían universidad y venían a estudiar del estado de
Oaxaca, de Chiapas y de todo el sur, todavía vienen.
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