viernes, 9 de diciembre de 2016

Entonces las costumbres eran distintas

No hay una vara para medir la intensidad de las vidas, sobre todo cuando son ajenas a las nuestras. De nuestra niñez podemos hacer una historia epopéyica con grandes aventuras e increíbles episodios o podemos recordarla con la sencillez de una tarde dominical más o menos tediosa, monótona y gris. Arbitrariamente lo atribuyo a la aparición de la televisión, cuando esa caja luminosa se convierte en recuerdo es porque faltó quizás algo de emoción a nuestra niñez, y si añadimos una temprana orfandad materna y la distante indiferencia del papá podríamos entender que don Rodolfo recuerde su vida como la recuerda.


DON RODOLFO VELASCO VÁZQUEZ

Soy Rodolfo Velasco Vázquez, soy oriundo de aquí de Puebla, nací en el barrio de San Miguelito, en la ocho poniente esquina con 17 norte, mis padres eran dueños de una tienda que se llamaba La Puerta del Sol, ahí tuve mi primera infancia; desgraciadamente, a los ocho años perdí a mi madre.

Mi padre era ferrocarrilero, era fogonero de camino y salía dos días, tres días y regresaba.  Mi madre y mi padre se conocieron exactamente ahí, donde estaba la estación del tren interoceánico, en la 11 norte entre la 4 y 6 poniente, que era la estación de ferrocarril. A duras penas me acuerdo de la estación de ferrocarril, muy rústica. Mis primas, que trabajaban con nosotros ayudando a mi madre, me llevaban a dejar el desayuno de mi papá, a las once, doce del día, y así pasé mis primeros años.

Eran otras las costumbres, las mujeres estaban más arraigadas a su hogar, a su casa, a sus hijos; no es como actualmente que las mujeres tienen que salir a trabajar por lo difícil ¿no? En ese entonces el sueldo de los hombres alcanzaba con mucha más facilidad, entonces la mujer se dedicaba a los hijos, a cuidar a los hijos, a tener la casa limpia, a estar al pendiente de todo lo que hacía falta, hacer la comida, la ropa. Yo recuerdo que mi padre, pues, como era ferrocarrilero, la ropa del ferrocarrilero debía tener una atención muy especial, en el aspecto de que, en primera, llegaba la ropa llena de aceite. Entonces había muchas cosas que tenían que hacer las mujeres para quitarles el aceite, no recuerdo bien… tenía que estar almidonada, impecablemente almidonada y bien planchada; entonces se paraba, un uniforme de ferrocarril se paraba solo de lo almidonado que estaba. No como ahora que hay lavanderías. Entonces la mujer era más apegada a su hogar y las costumbres eran distintas.

Yo recuerdo que, como nosotros no teníamos televisión, cuando llegaron las primeras televisiones, muchas personas pudientes o personas que pensaban de otra manera, compraban sus televisiones a crédito y ponían banquitas. En ese tiempo pagábamos veinte centavos por ver programas como “Rin tin tin”, “Cachirulo” y otros programas infantiles muy bonitos, y a las mismas señoras de esas casas nos vendías dulces. Muchos programas que la televisión nos daba y a nosotros nos atraían, porque mucha gente no podía tener acceso a una televisión, por lo cara, y había personas que lo pensaban así y así pagaban su televisión.  Pagábamos nosotros 20 centavos los domingos o los días que había buenos programas y ahí estábamos, toda la chiquillería viendo su televisión.

No tuve la fortuna de conocer a ninguno de mis abuelos, porque ya habían muerto cuando yo nací, pues soy el más chico de todos los hermanos. Y como mi madre murió cuando yo tenía 8 años, entonces mi padre, pues, se hizo un poco más alejado de nosotros. Mis hermanos, al ver todo esto emigraron y como era el más chico me tuve que quedar con él, pero fue poco el tiempo que estuve con él.

Estaba en el oratorio de aquí de la 19 norte y la 8 poniente, a donde íbamos los domingos a misa y nos daban un boleto. Con ese boleto nosotros teníamos acceso a un desayuno, que era atolito, dos tortas, un tamal, y después, con ese mismo boleto, lo guardábamos y nos íbamos al oratorio de jugar futbol. Conviví con un jugador de Puebla que estuvo en la segunda división, que hizo posible que subiera el Puebla a la primera división, Gaspar Domínguez, conviví y jugué de chamaco con él al futbol. Desayunábamos y después de desayunar nos íbamos a jugar futbol, y ya en la tarde nos daban funciones de teatro, funciones de cine; y con ese mismo boleto, al juntarlo por un año, el día 6 de enero, según el número de boletos que juntábamos, era el juguete al que teníamos derecho.

Los boletos los organizaba la iglesia de San Miguelito. Esa es la que nos promovía. Y de ahí salieron muy buenos jugadores de futbol y era un buen ambiente; nos daban juegos como de lotería... toda clase de entretenimiento. Había un equipo muy famoso aquí en Puebla, el de Miguel Rúa, que ha dado muy buenos frutos a nivel deporte. Y ellos, los mismos jóvenes, programaban obras de teatro. Entonces en las tardes, cuando era su debut, nosotros como público nos divertíamos con ellos.

El nombre del cura no lo recuerdo, era un hombre muy famoso y en este momento no se me viene a la memoria, pero creo que también se apellidaba Velasco, el padre Velasco, era muy famoso porque promovía todo eso.

Había un edificio muy famoso que, como hasta ahora, era sitio de reunión como decir una reunión en El Gallito ¿no? Anteriormente había otro edificio que era muy famoso aquí en la 11 norte y la ocho poniente, que era un edificio de cuatro pisos, que era el edificio más alto de aquí de Puebla. Todo mundo le decía “cuatropisos”, nos vemos en el “cuatropisos”.

En ese tiempo de chamacos éramos muy reprimidos con los permisos, no como ahora, cuando la juventud actual tiene facilidad de salir a la calle, pero recuerdo todo eso de Puebla. 

Cuando quedé huérfano mi padre me llevó con la madrastra, que ya existía con anterioridad ¿no?, entonces cambié de rumbo, me fui tras de la iglesia Del Rayito, que estaba en la 44 poniente. Ahí pasaba el tren, nosotros acostumbrábamos en la mañana irnos a correr a Los Fuertes, que eran muy distintos a como ahora están. Estaba el faro exactamente ahí en los Fuertes, que en las noches alumbraba como una medida de protección para los aviones o no sé con qué fin; había un faro y había la entrada a un túnel que era de la famosa historia sobre túneles que hay aquí en Puebla; que conducen, decían, hasta el cerro de San Juan y otros puntos estratégicos. Estaba abierto el túnel, nada más que muy olvidado y sólo alcanzábamos a bajar un poco, porque ya se sentía un ambiente de humedad tremendo, y la oscuridad. Mi madrastra tenía un yerno que era el que cuidaba el túnel, era policía y le daban a cuidar ese faro, era el que prendía el faro y el que lo apagaba, entonces por esa facilidad pudimos entrar a ese túnel y ver los fuertes.

Ahí en el Rayito me acuerdo de las posadas cacahuateras, o sea, muy comunes, que organizaban los sacerdotes y que íbamos a romper la piñata; nos daban nuestro aguinaldo y jugábamos mucho beisbol. En ese tiempo era la época de los famosos Pericos del Puebla, la afición era más fuerte hacia el beisbol que al futbol, que ahora es diferente.

Mi hermano jugó mucho al futbol, entonces, la única ocasión en que me llevaron al juego, fue por azares del destino, fue el día que murió mi madre, y con tal de que yo no me diera cuenta cuando se la llevaban al panteón, encomendaron a mi hermano para que me llevara al estadio. Entonces fui al Mirador. Era un estadio de madera completamente, y es cuando vi jugar al Puebla, me imagino que jugaba Cárdenas, era la época de Cárdenas, cuando estaba aquí en el Puebla. Es la única oportunidad que tuve de ir al futbol. Alrededor de ese estadio había campos de futbol llanero, es lo único que recuerdo.



La religión estaba más arraigada, como que había más promoción. O sea, había forma de atraer a la gente más a la iglesia, a las misas, a todo eso. Yo recuerdo, porque mi padre me mando instruir, hice mi primera comunión ahí en la iglesia de la Merced. Y sí, era muy arraigada la religión en ese entonces. Atraía más a los jóvenes, o sea, era más atractivo, porque había promociones, como jugar futbol, sobre todo yo, que estuve en el barrio de San Miguelito.

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