Señor de Iztapalapa en 1910 (El Universal)
Seríamos
un país mucho más interesante si se hubieran seguido las recomendaciones de
Mendizábal, que tras la Revolución México
se hubiera mexicanizado más en lugar de tratar de “occidentalizar” a los indios y a todos los mexicanos. De veras creo que en algún momento del siglo XXI los mexicanos
retomarán aquella inquietud, reconociendo a los pueblos originarios como un
legado cultural antes que una vergüenza que haya que esconder a las miradas
extranjeras; que el náhuatl crecerá en hablantes antes que desaparecer, como vaticinan
no pocos alarmistas; que ciertas costumbres naturistas, cosmogonías sobre la
naturaleza y otros misticismos “indígenas” cobrarán importancia en las próximas
décadas.
Tal vez
sea una argumentación necia, algo prematura e insostenible aún, apenas
bosquejo, pero en todo caso se trata de una primera revisión epistemológica
sobre los quehaceres de una academia antropológica que ha estado como perdida
en la concreción de su objeto de estudio, que ha sido incapaz, siquiera, de
transmitir al resto de los mexicanos las características objetivas de los
pueblos indígenas, las posibles bondades de ser un país múltiple y maravilloso
como el nuestro; en donde, paradójicamente, periodistas como Benítez,
historiadores como Florescano y documentalistas como Paul Leduc, el Canal 11 y muchas revistas de divulgación han aportado más a la cultura antropológica de los mexicanos que los
profesionales de la disciplina.
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