jueves, 16 de junio de 2016

Las pasiones colectivas según Mendizábal

El origen de las pasiones colectivas lo dedujo Miguel Othón de Mendizábal de sus apasionadas y minuciosas lecturas del pasado histórico, sus viajes por las sierras mexicanas y el estudio de los vestigios arqueológicos; de ahí se deriva su papel protagónico en el tema de las migraciones del norte al sur del continente y su hipótesis biológica del hambre de sal; también de sus estudios sobre las religiones prehispánicas, el derecho, la cultura y la educación, la reforma agraria y el sistema nacional de salud, de la que fue un crítico especializado. Sus opiniones sobre la creación de un Instituto Indigenista no estaban basadas en la ocurrencia -como sí es visible en protagonistas tan importantes como Rafael Ramírez-, sino en profundos estudios sobre el significado real de la presencia indígena en la cultura mexicana contemporánea, prolijamente expuestos en la bibliografía consignada en los seis tomos de su obra.

El rescate del indio para Mendizábal, siempre analítico y práctico, significaba distinguir los problemas fundamentales: la comunicación, en primer lugar, teníamos que estar comunicados y para eso habría que llevar los caminos hasta las sierras; propone cultivar de alguna forma las lenguas indígenas, sobre las características de la educación en las diferentes regiones de México, que no tenía por qué ser una aplanadora uniformadora.

Es cuando Mendizábal propone observar un patrimonio intangible cuya riqueza serviría para todos nuestros propósitos nacionales. Pero no hubo quién lo escuchara, pues él pronto murió y sus contemporáneos -que después crearon premios, nombres de calles y de auditorios con su nombre-, se encargaron de echarle tierra a sus ideas que, en efecto, contrastaban con las que terminaron imponiéndose en la práctica del indigenismo que, como es fácil suponer, no atañe solo a los especializados antropólogos y a los funcionarios encargados de llevarlo a cabo. Este sí es un asunto nacional.

A través de una visión integral del mundo indígena, Mendizábal tiene la virtud de ser realista. Basado en sus estudios de la historia y la antropología, que incluía análisis de producción agrícola, medicina natural, religiones y mitos; derecho, educación y lenguas, MOM se atreve a hacer una sugerencia original, que hasta hoy nos parecería moderna, sobre observar más detenidamente las características de los pueblos originarios. Comprenderlos. Dejar a la “vida misma” su aceptación o su rechazo. Él quiso hacer una síntesis que convenciera a los mestizos de que las culturas autóctonas eran más interesantes de lo que parecían, y que, al conocerlas, eran muchos los beneficios para el mestizo, pues podría fortalecer su sentido de pertenencia, servirse de ellas, incluso apropiárselas. El mundo originario podría tener otro papel en la conciencia colectiva de los mexicanos, podría ayudar a resolver el insoluble asunto de la identidad, observado desde entonces a través de laberintos, jaulas melancólicas e inconfesables complejos que cargamos, como una cruz, bajo el inclemente sol de la mexicanidad. Pero sus frutos han alcanzado apenas para proferir insultos al portero visitante en los partidos de futbol y desahogarnos tequileramente las madrugadas de los 15 de septiembre.

Se trata de imaginar lo que hubiera sido de México con un indigenismo más co-activo, en términos antropológicos, y que en lugar de mexicanizar a los indígenas, México se hubiera indianizado un poco, como proponía Mendizábal. En los albores del siglo XXI esta parece ser una tendencia de los mexicanos, amplios sectores de México tienden a indianizarse porque es históricamente necesario que busquemos en esa herencia respuestas a preguntas reiteradas sobre nuestra capacidad y los límites de nuestra cultura; el mexicano del mañana estará más completo al haber aceptado su implicación en la genética nacional, y esa, bajo ninguna circunstancia, puede disociarse de sus raíces originarias.


La pobre contribución indigenista miró más bien al lado contrario: no había nada qué conocerles, los indígenas debían asimilarse, hablar español y formar parte del campesinado mexicano. Debían desaparecer como indígenas, convertirse en obreros de las ciudades, ser domesticados como las clases populares de Europa y Norteamérica. Y eso, como podemos ver, no ocurrió.


Miguel Othón de Mendizábal propuso, en el momento clave de la discusión a finales de los años 20, una práctica indigenista distinta a la que finalmente se constituyó en el INI. La marginación a la que este importante antropólogo fue sometido muestra el tamaño del miedo oficial al prolongarse por décadas el boicot a sus numerosos escritos, solo publicados por los amigos de su viuda en 1947, a dos años de su muerte. Fue la única edición de sus obras completas, en tanto que la academia solamente incluyó en sus estudios el trabajo sobre la influencia de la sal en el poblamiento de América, texto interesante, pero relacionado únicamente con  nuestra historia más antigua. La opinión de Mendizábal sobre los problemas fundamentales del indígena y sus propuestas para solucionarlos fue sacada de la mesa de análisis y discusión lo mismo en los institutos que en la academia. 

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