jueves, 25 de enero de 2018

La fábrica de emancipadores


El último cuarto del siglo XX, despedazada toda buena acción a favor de los pueblos indígenas, e incluso reconocida su existencia con la reformas constitucional entre 1992 y 2003, el gobierno terminó implementando sus programas de sobrevivencia que duran hasta hoy, donde las presiones internacionales y las internas obligan la ayuda a los pueblos por medio de grandes presupuestos que se reparten en metálico en las manos de las madres indígenas para evitar el hambre y paliar la desnutrición palpable en los jóvenes y los niños, por esos mecanismos se les obliga estudiar.

La contradicción entre teoría y praxis coincide en ambos fundadores del indigenismo. Mendizábal tuvo la lucidez de separarlas en un momento decisivo, antes de emprender la práctica indigenista en el departamento que le tocó fundamentar –que no fundar–, el DAI. Con ese trabajo y ese impulso ayudó a la fundación de la academia de antropología mexicana, primero en el Politécnico y luego en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Pero no incidió en la academia, desgraciadamente.

El Indigenismo formal, el “científico”, fundado por Manuel Gamio, perdió su oportunidad de advertir que el pasado prehispánico pertenecía a los mexicanos, que era su pasado principal, o al menos la mitad de su genealogía, porque terminó eligiendo la implantación de una versión europea en nuestra cultura. Se supuso con demasiada facilidad que los mexicanos no querían saber nada de su pasado, se ignoraron los idiomas mexicanos y se asignó el uso del español, no solo en las escuelas, sino en la vida cotidiana, en el comercio, en la iglesia, pues los mestizos resultaron ser los proveedores y el uso del español fue impuesto a la mayoría. La desinformación y el ocultamiento se encargaron de enterrar muchos vestigios indígenas, y ni los institutos de antropología, ni la academia, ni menos otras dependencias de gobierno, hicieron nada por impedirlo.

Entonces los antropólogos jugaron un papel en la práctica de la asimilación del indígena al elemento nacional desde los institutos indigenistas creados para tal efecto y la propia academia de la escuela nacional. La experiencia, vista a la distancia, no fue enriquecedora: fue una antropología atomizadora –consideró Arturo Warman-, casuística, con tendencias a interpretar sus materiales en sí mismos y para sí misma: “Ha rechazado el método comparativo y el análisis global de las sociedades en que los indios participan. Así, el indigenismo, ámbito natural de la antropología mexicana, se ha convertido en su limitación”. (Warman p. 37)

Según este blog conviene detenerse un poco en cómo fue creada y se desarrolló esa fábrica de emancipadores de indígenas; enfatizar en cómo la industria cultural y de entretenimiento en México se aprovechó impúdicamente de “los indios” y los convirtió en caricaturas y estereotipos. El chiste del indito es todo un género del humor mexicano. Y “pinche indio” un insulto nacional.


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