El
último cuarto del siglo XX, despedazada toda buena acción a favor de los
pueblos indígenas, e incluso reconocida su existencia con la reformas
constitucional entre 1992 y 2003, el gobierno terminó implementando sus
programas de sobrevivencia que duran hasta hoy, donde las presiones
internacionales y las internas obligan la ayuda a los pueblos por medio de grandes
presupuestos que se reparten en metálico en las manos de las madres indígenas
para evitar el hambre y paliar la desnutrición palpable en los jóvenes y los
niños, por esos mecanismos se les obliga estudiar.
La
contradicción entre teoría y praxis coincide en ambos fundadores del
indigenismo. Mendizábal tuvo la lucidez de separarlas en un momento decisivo,
antes de emprender la práctica indigenista en el departamento que le tocó fundamentar
–que no fundar–, el DAI. Con ese trabajo y ese impulso ayudó a la fundación de
la academia de antropología mexicana, primero en el Politécnico y luego en la Escuela Nacional
de Antropología e Historia. Pero no incidió en la academia, desgraciadamente.
El Indigenismo formal, el “científico”, fundado por Manuel
Gamio, perdió su oportunidad de advertir que el pasado prehispánico pertenecía
a los mexicanos, que era su pasado principal, o al menos la mitad de su
genealogía, porque terminó eligiendo la implantación de una versión europea en
nuestra cultura. Se supuso con demasiada facilidad que los mexicanos no querían
saber nada de su pasado, se ignoraron los idiomas mexicanos y se asignó el uso
del español, no solo en las escuelas, sino en la vida cotidiana, en el
comercio, en la iglesia, pues los mestizos resultaron ser los proveedores y el
uso del español fue impuesto a la mayoría. La desinformación y el ocultamiento
se encargaron de enterrar muchos vestigios indígenas, y ni los institutos de
antropología, ni la academia, ni menos otras dependencias de gobierno, hicieron
nada por impedirlo.
Entonces
los antropólogos jugaron un papel en la práctica de la asimilación del indígena
al elemento nacional desde los institutos indigenistas creados para tal efecto
y la propia academia de la escuela nacional. La experiencia, vista a la
distancia, no fue enriquecedora: fue una antropología atomizadora –consideró
Arturo Warman-, casuística, con tendencias a interpretar sus materiales en sí
mismos y para sí misma: “Ha rechazado el método comparativo y el análisis
global de las sociedades en que los indios participan. Así, el indigenismo,
ámbito natural de la antropología mexicana, se ha convertido en su limitación”.
(Warman p. 37)
Según
este blog conviene detenerse un poco en cómo fue creada y se desarrolló esa
fábrica de emancipadores de indígenas; enfatizar en cómo la industria cultural y
de entretenimiento en México se aprovechó impúdicamente de “los indios” y los
convirtió en caricaturas y estereotipos. El chiste del indito es todo un género
del humor mexicano. Y “pinche indio” un insulto nacional.
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