lunes, 31 de enero de 2011

Borges y los indios

Héctor Manjarrez nos convidó en la revista Letras Libres de Mayo de 2009 una de las tantas conversaciones entre Jorge Luis Borges y Bioy Casares, que después fueron libros, pero que en este caso recae en un tema poco habitual en ellos, ya que hablan de “los indios”, así en general, con muy poca fortuna a mi modo de ver:

“Bioy relata que Borges le contó que acudió a cierta sociedad lingüística una tal señora de Bastianini –una de tantas horrorosas damas de sociedad con las que Borges y Bioy se reunían con frecuencia– y que dicha doña “sostuvo que todo (lo que allí discutían) era parte de una polémica entre los partidarios de los blancos y los partidarios de los indios; que ella no era partidaria de los blancos, y que todos éramos descendientes de Calfucurá. ‘Todos, desde luego –respondió Borges –, salvo usted, señora, y los señores que están aquí, y yo.’ Borges le dijo que ese gran amor por los indios no la había llevado a saber nada de los indios y que esos mismos estudios eran más propios de blancos que de indios: los indios vivían en la indiferente ignorancia de todo, incluso de lo concerniente a ellos mismos. La de Bastianini contestó que vivíamos en una civilización de blancos, pero que probablemente nos rodeaban muchos monumentos dejados por los indios y que nosotros no sabíamos ver. Borges no hizo hincapié en la naturaleza invisible de tal estatuaria. Borges: ‘Todo ese amor al indio vino del norte. De México y del Perú’.”

La cita es una verdadera ensalada de ignorancias, la inteligencia juguetona siempre presente en Jorge Luis Borges y Bioy Casares les permitió en esta ocasión ser certeros y majaderos a la vez. Borges acierta al ironizar sobre que el gran amor a los indios de la dama encopetada no la había resuelto, sin embargo, a saber más de ellos; desbarra cuando afirma que “los indios” no saben nada y que son ignorantes de todo (de Chesterton o de Heráclito, pensaba yo al leerlo), incluso de sí mismos, lo cual es una soberana e injusta estupidez.

Todo ese amor vino de México y Perú, opinaba Borges, sin tener idea de que nuestro amor acá es exactamente igual al de la señora Bastianini, es decir, un amor algo ciego que no es capaz de conocerlos verdaderamente. Por eso todos, allá y acá, entonces y ahora, los seguimos llamando alegremente indios; los indios, los inditos.

* Borges amar indios, Héctor Manjarrez, Letras libres, Mayo de 2009.

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