lunes, 3 de octubre de 2016

Las lágrimas del Campeón

La visita que hice a doña Mary un poco antes de su muerte fue memorable por muchas razones. Esta hermosa viejecita vivía en su casa del centro histórico de Puebla apenas con una ayudante que le hacía de comer y le ofrecía la mínima ayuda que necesitaba a sus noventa y tantos años. En nuestra charla reímos, cantamos y lloramos. Lúcida y sensible, doña Mary Santillana se remontó a casi un siglo antes para obsequiarme una de las entrevistas antropológicas más sabrosas y elocuentes de entre las centenares que he realizado en mi trabajo de Tradición Oral.

Atlixco, Puebla

DOÑA MARIA SANTILLANA LÓPEZ:

Nací en Atlixco, Puebla, el 24 de Junio de 1907. Mi papá era Bernardo Santillana Gaviola y mi papá Manuela López Santillana. Metepec era la segunda fábrica textil de la república, era muy buena. Mi papacito era ganadero, tenía vacas en la casa, tenía caballos. Negociaba él en su casa. Ahí crecí y me vine a estudiar cuando estuve grandecita a la Normal.

Mi vida en Atlixco fue muy feliz. Sabía yo muy bien montar a caballo porque, como mi papá era ranchero, montaba mucho. Iba a su ranchito a ver cómo iba la siembra y todo, llevaba provisiones para el camino. Habían una señora humilde que nos hacía unas gorditas... ¡ay! pero qué ricas, hasta la fecha me acuerdo y se me antojan. Era la memelita con su salsa picosa, verde o roja y frijolitos. Con huevitos, esa era la comida, pero yo era feliz de que me llevaba mi papá al campo y me acostumbré mucho al caballo. Así es de qué ya grande todavía me encantaban los caballos. Ahora ya no puedo, me duelen mucho mis piernas, pero hubo mucho tiempo que monté caballo. Ya de casada. Íbamos a Atlixco, a Matamoros, a los ingenios que hay por Matamoros: Acatzingo, Chietla, Chautla. Todo a caballo. A veces nos íbamos a Izúcar de Matamoros. Todo eso lo recorríamos a caballo.

Tuve un caballo tordillo. Mi papá le puso el Campeón, era un caballo muy  bonito. Era blanco con manchas azules. Bonito caballo, bonito. Lo quería yo mucho, mucho. Le lloré cuando lo vendió mi papá, lo tuvo que vender porque urgía dinero en la casa y lo tuvo que vender. Y yo le lloré mucho a ese caballo. Ya sabía la hora y se arrimaba a la ventana y se ponía en forma que yo pudiera montarlo sin lastimarme. Sabíamos muy bien la hora el caballo y yo. Se arrimaba el caballo y ya lo montaba y nos íbamos a distintas partes, felices. El Campeón también me quería mucho. No lo va usted a creer pero lloró cuando se lo llevaron. Echó sus lágrimas. No, yo peor, yo peor. Me abracé de las patas y no me quería yo soltar, y mi papá: “no mi´jita, ya lo vendí, suéltalo, ya no es de nosotros, ya ni modo.” Y lo tuve que soltar. Llorando los dos, el Campeón y yo. Sí, pero fue muy bonito tiempo. Y le digo, ahora ustedes dirán que porque soy viejita ya se me olvidan muchas cosas, y es cierto, pero no tantas que no recuerdo todo.


Tenía como 15 años y llegué a Puebla a estudiar para maestra en la Normal (Juan C.) Bonilla. Era mi maestro uno que nos puso como libro de texto el Florilegio. La que nos daba lenguaje era mi maestra Rosita. Para mí todo era sorpresa, porque venía muy cerrada de Atlixco, mi vida la había pasado en Atlixco. Al salir de clases íbamos al Paseo Nuevo, era nuestro predilecto. Salíamos de la escuela y nos íbamos a estudiar al Paseo Nuevo. Era muy pintoresco. Ya habíamos cogido la costumbre. También nos gustaba mucho ir a la estación a ver pasar los trenes, también ya había trenes, en la estación de la 11. Era una ilusión muy grande ver pasar el tren, decirle adiós y platicar de dónde venían: de distintas partes, venían de distintos lugares, “pues fíjese que mi tierra es así,...” nos platicaban, nos entreteníamos. Teníamos nuestras amiguitas, nuestros amiguitos. Era lo que nos divertía. Había neverías e íbamos a tomar un refresco, las chalupas también, nos juntábamos varias compañeras y yo e íbamos a tomar un refresco con chalupas; también había molotes, dulces, con eso nos entreteníamos.

Cuando estuve en la Normal también fui muy feliz, porque estábamos juntos, la Normal de mujeres y la Normal de muchachos. Los muchachos se trepaban a su azotea y todos los días, a buena horita, se trepaban y empezaban a echar papelitos. Unos de enamoramientos, otros de otras cosas, pero teníamos comunicación con los muchachos. Nos platicábamos, nos echaban los papelitos. Ahora me río porque muchas veces eran cosas sin ningún interés, pero éramos muy felices, ellos y nosotras.

Como maestra, yo ejercí en la escuela Garfias, la escuela Serrano y otras, fueron muchas escuelas. De mis alumnos recuerdo, como en todas las escuelas, que unos salían muy listos otros salían muy tontitos. Tuve un chamaco, que por conciencia mía lo pasé yo de grado porque era un indito (indito, indito de huarache) pero inteligente... me espantaba a mí su inteligencia. Pero de veras de veras. Muchas veces cuando iba yo a dar la clase él ya la sabía antes que yo. Lo pasé con puro diez. Eso y más, es que de veras era de una inteligencia tan natural, tan de él, tan  bonita, que de veras lo asustaba a uno su manera de expresarse. Se llamaba Pablo, lo que no me acuerdo es cómo se apellidaba. Indito indito, de  veras maravillaba. Como que presentía las cosas, como que prematuramente él ya iba a decirle a usted lo que usted le podría haber dicho. Sí, mi Pablo, nunca lo he vuelto a ver, nunca lo volví a  ver. Era muy inteligente.
Estuve ejerciendo como veinte años, porque luego me cambiaban de una escuela a otra, sí, fui rolando y sí, dilaté.


De Puebla me gustó todo, porque como vivíamos en Atlixco, para mí todo era nuevo. Me gustó mucho Puebla. Los edificios, los teatros, todo el conjunto. Conocí a la Conesa,  a María Conesa.
Los domingos veíamos en el cine películas que ahora se me figuran muy antiguas, pero en esa época eran una gran diversión. Había el (cine) Olimpia, el Parisín. También había funciones de teatro en el Principal. Se quemó, una vez, me acuerdo que fue muy imponente la quemazón aquella. Estaba en mi casa, "se está quemando el teatro". No me acuerdo por cuál de los teatros empezó. La gente corría, unos corrían a ver el incendio y otros... fue una confusión muy grande. Me parece que fue el Parisín, fue el primero que se quemó. Una luminaria muy grande, imponía.
Los restauranes no eran como ahora, eran muy rústicos, muy pobres. Sí, muy pobres. Por lo regular comíamos en familia, íbamos, pero no siempre. Lo de los turistas ya fue últimamente, entonces no había turistas. Había, pero uno que otro, no como ahora. Muy de vez en cuando iba uno al restaurán, comía uno en la casa. Y es que también...

La música era muy bonita, yo la recuerdo mucho. En el zócalo íbamos a escucharla. Se usaba mucho la canción “Perjura”, (canta) “Júrame... que aunque pase mucho tiempo pensarás en el momento en que yo te conocí...” Se usaba mucho “Júrame”. (canta) “Cuando escuches este vals... ten un recuerdo de mí, piensa en los besos de amor que me diste y que te di; si alguien pretende robar, un beso de tu corazón, dile que no robará, que en tu vida sigo yo...”

Cuando estábamos chicas éramos muy atrevidas. Nos decían mis tías, vaya, todos somos católicos, pero ellas eran exageradas. Ellas decían: “no vayan a pasar por el cuartel porque están los soldados”, y yo tenía unas primas, unas ya murieron, pero algunas viven. Decían: “mi mamá dice que no pasemos por el cuartel, vamos a pasar por el cuartel.” (ríe) “Vamos”. Nos gustaba pasar por el cuartel y que nos echaran flores. En una ocasión, uno de mis hermanas ya también en paz descanse, ya murió, decía: “ay, ya ves qué bonitas cosas nos dicen los soldados, mi mamá dice que no pasemos, pero vamos a pasar por ahí para que nos echen flores.” Y pasábamos y nos echaban flores. No les teníamos miedo, mi mamá les tenía mucho miedo, pero nosotras no.


Conocía  mi novio en Atlixco, y ya después me casé y salí de Puebla. De aquí de Puebla ya caminé bastante porque el que fue mi novio fue mi esposo y ya me llevaba a distintos lugares. Y fue cuando conocí a los revolucionarios.
Conocí a Zapata, a Emiliano Zapata. Lo conocí en mi casa porque mi papá era compadre de un compadre de Emiliano Zapata, y por eso lo conocí, porque fue él a comer a la casa de mis padres y por eso lo traté. Era bien parecido, estaba comiendo, comió varias veces en la casa. Conocí a alguno de sus generales, a Fortino Ayaquica; Zapata no era nada tonto, era medio estudiado. Vaya, le gustaba a uno conversar con él, porque no era ningún ignorante, tenía algo de educación.
Conocí a Álvaro Obregón, ya estaba manquito, a Carranza lo conocí por el rumbo de Atlixco, a él le cantaban un corrido que decía: (canta) “Con las barbas de Carranza voy a hacer una tortilla pa ponérselo de sombrero al general Pancho Villa”. Eso se usaba en esa época.

De Atlixco a Puebla venimos dos veces en burro. Ponía mi papá un huacal de un lado y otro del otro. Ponía dos huacales, y ahí nos traían, a mis hermanos y a mí. Fuimos muchos, y entonces nos acomodaban en huacales. Todo el día de viaje, parábamos a comer en Los Frailes, que era una estación como de paso, cerca de Los Molinos. Ahí comíamos. Llevaba mi mamá huevos cocidos, cosas secas. Comíamos ahí. Luego de Los Frailes nos seguíamos hasta aquí, hasta Puebla. Se usaban los tranvías, todavía habían tranvías en la ciudad. Los jalaban unas mulitas. Aquí, mis tías vivían en la 2 Poniente. Y ahí parábamos con la familia, llegábamos con la familia. Veníamos huyendo de la revolución.

Estaba usted comiendo y empezaba la balacera. Decían, ahí están ya los carrancistas. O los zapatistas, a veces, eran los enemigos. “Ya están entrando los zapatistas, están entrando los villistas.” Eran los zapatistas, los villistas, los carrancistas. A esconderse, sobre todo las muchachas, porque llegaban y jalaban con lo que encontraban. A varias muchachas se las llevaban a donde ellos querían, y luego las ponían a echar tortilla y las traían descalzas. Dicen que sufrieron mucho en esa época las jovencitas. Procuraban a las de buenas familias, primero que nadie. Y luego ya las de mediana cultura, pero por lo regular a las principales, llegaban y se llevaban a las principales. O ganado, todo lo que podían de ganado, de caballos, todos los caballos, era con lo primero que cargaban, y sus cobijas, sus sarapes, era lo que más cargaban.

Mi esposo fue militar. Y me tocó una vez una batalla, por Los Frailes, y otra por Matamoros, por Izúcar. Por ahí había madrigueras de uno y otro bando. Y me decía: “¿podrás cargarme las cananas?” Le digo “sí, sí puedo.” Y sí pude. Y sí, cargué cananas. La batalla fue de dos bandos, por acá uno y por acá otro, y se cruzaban las balas. Y a mí me gustaba mucho. Y ahora me acuerdo y digo: “pero qué atrevida”. Lo que es que cuando uno es joven, uno es muy intrépida, todo le llama a uno la atención.

Mi marido era carrancista, les decían los carranclanes. Eran los aristócratas. A mi papacito le dolió mucho que me casara porque no le gustaba para mí, pero pues me casé. A contra su voluntad pero me casé. Decía mi papá: “ay, mi´ja casada con un carranclán”,  pero ya me había casado y ya ni modo. Una vez a mi mamá la tuvo que esconder en un tinaco, me acuerdo, en un tinaco de esos grandotes. La tuvo que esconder porque se la quería llevar un coronel de los contrarios. Tuvo que esconderse mi mamá, que era joven y muy hermosa. Si les gustaban las feas, pues con más razón las bonitas. Tapó el tinaco y no dejaba que se acercaran “los carranclanes”, como les decía. Yo era muy chiquilla y a mí no me trataron de llevar y yo decía, “por qué no me llevarán a mí a vivir la aventura.” No me hacían caso. Y yo sufría, ¿por qué no me jalan aquí? Me gustaban los caballos, me gustaba cargar las cananas. Me gustaba meter las balas. Y sí llegué a ayudar a cargar las cananas y disparar también, pero disparar poco, porque me daba miedo el ruido.

A los militares se les respetaba mucho en esa época. Lo que es los militares y los sacerdotes tenían la primacía en todo. Los sacerdotes entonces andaban vestidos como sacerdotes, les permitían. Ya después vi que les prohibieron andar vestidos como estaban acostumbrados. Oíamos misa a escondidas. Una vez me acuerdo que yo me fui a una misa a escondidas. Como me tardaba yo mucho mi papá, pobrecito, me fue a buscar. Ya que me encontró le dio mucho gusto, me llevó a la casa llorando de emoción de que me había encontrado. “Ay, hija, yo creí que ya te habían llevado a la cárcel.” Lo llevaban a uno a la cárcel. Fue una época muy dura para los católicos. Sí, tenía uno que esconderse para ir a la misa, pero íbamos a las casas. Por ejemplo, usted prestaba su casa y ahí nos reuníamos varios católicos a oír misa, pero a escondidas. Llegaba el cura, se cambiaba y empezaba la misa. Fue en la época de Plutarco Elías Calles, y luego él murió entre puras monjas (ríe), después de ser tan anticatólico.


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