martes, 16 de marzo de 2010

La antropología aplicada


Mendizábal interviene como asesor del Departamento de Asuntos Indígenas (DAI) en el momento crucial en que Lázaro Cárdenas echa a andar la institución indigenista con la idea central de “terminar con la miseria” en el campo mexicano. Tiene a la mano a los antropólogos del recién creado Departamento de Antropología del Politécnico Nacional, Daniel Rubín de la Borbolla, Del Pozo, Mendizábal, Ada D´Aloja, De la Sección de Ciencias Históricas y Geográficas de la Facultad de Filosofía de la UNAM Alfonso Caso, Pablo Martínez del Río, Ignacio Marquina, Enrique Juan Palacios, Eduardo Noguera, Roberto Weitlaner y Wigberto Jiménez Moreno. Mientras que Paul Kirchhoff, Salvador Mateos Higuera, Javier Romero y otros dan clases en el antiguo Museo de Arqueología y Etnografía, en la calle de Moneda. Este fue el gran filón de maestros de antropología en México, que fueron testigos y protagonistas de la fundación del indigenismo a finales de los años treinta.

El maestro Fernando Cámara definió en una conferencia del cuarenta aniversario de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), mientras estudiaba yo la carrera de antropología, las bases concretas que dieron fe al nacimiento del indigenismo. Cámara lo recordó así: en 1938 se crea el Departamento de Antropología de la Escuela de Ciencias Biológicas del IPN, antecedente directo de la ENAH. Su planta: siete profesores para cinco estudiantes. Los propósitos del departamento eran estudiar la situación económica y social de los indígenas, con el fin práctico e inmediato de formular planes concretos de acción, basados en la realidad misma, para obtener su mejoramiento y defender a los indios ante las autoridades federales y locales en todos sus asuntos de interés colectivo.

Según el maestro Cámara esta fue la filosofía, la orientación política y el fundamento académico y práctico que dio naturaleza, contenido y perspectivas a la Escuela nacional de antropología. *

La revisión de la obra de Miguel Othón de Mendizábal es una buena oportunidad para entender esas razones humanistas en que equivocadamente se basaba la cruzada de la asimilación del indígena a “la cultura mexicana”. Mendizábal lo advierte y llega rápidamente a una conclusión: la asimilación no debe aplastar a los indígenas y propone para la educación la enseñanza de la lengua autóctona. “Es difícil imaginar –escribe Mendizábal sobre el Colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco, donde se les enseñaba en sus propias lenguas nociones prácticas sobre artes e industrias-, cuál sería la cultura de América de haberse seguido este sabio sistema educativo”, lo que sí se asegura es que la aportación americana a la cultura universal hubiera sido más importante “que la pobre contribución de los españoles indianos, de los criollos y los mestizos, con exclusión casi total de los indígenas”, apuntó. **

Pero Mendizábal no fue escuchado y a su repentina muerte en 1947 siguió el silencio más absoluto sobre sus reflexiones. Añádase sus propias contradicciones, vivió en carne propia la complejidad del mundo originario en un país en el que aún se dirimía cualquier disputa a balazos. Tuvo tiempo de vivir la aplicación real del Indigenismo, que enfrentaba caciquismos regionales a lo largo y ancho del país, inercias culturales de la Colonia, racismo, explotación y encono de la ley para los pobladores originarios. Y lo que más lo preocupaba, una miseria endémica provocada por la ausencia absoluta de instituciones del Estado. “Sus obligaciones”, remarcó el autor, implican salud, educación, caminos, estímulos mercantiles, interés.

Mendizábal nos permite observar los inicios de la práctica indigenista mexicana y sus inmediatas consecuencias, cuando los antropólogos se volvieron burócratas estudiosos del escalafón, del sindicalismo cooperante y la prebenda institucional. Y los que no, en francotiradores de carreras suicidas y bolsillos rotos, intelectuales amargados sometidos por las instituciones, borrados por el peso de la burocracia académica, las prebendas turísticas de la pesada loza de una arqueología gigantesca, una miseria nacional asimilada como normal y un irónico orgullo, también nacional, por las ruinas arqueológicas, nunca bien entendidas, que presumimos a la menor provocación. De Mendizábal a los Magníficos, se abarcan tres décadas que fueron acalladas sistemáticamente en la academia, en la comunicación y en los medios oficiales. Las voces que alertaron del fraude, del etnocidio, la desatada corrupción moral y económica en que ha funcionado la práctica antropológica mexicana. Al final de su vida, uno de los Magníficos, Arturo Warman, con su sobrada experiencia, estableció las bases para liquidar lo que quedaba del indigenismo oficial.

* ENAH, Cuatro décadas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH, 1982, p. 17-18.
** Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, tomo IV, p. 177.

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