domingo, 31 de octubre de 2010

Los wirrárika (huicholes)

El pueblo huichol se llama a sí mismo wirrárika o wirraritari y habitan los municipios de Mezquitic y Bolaños, al norte del estado de Jalisco. La población huichola se asienta de manera dispersa en el territorio. En Jalisco los wirrárika han logrado impedir el asentamiento de mestizos al interior de sus comunidades.

Debido a la accidentada topografía, la región posee una amplia variedad de climas. Las superficies cultivables son escasas debido a la inclinación del terreno, mientras que las áreas boscosas de la región son, en su mayoría, explotadas por compañías del estado de Jalisco, por lo que la explotación forestal ha dado beneficios mínimos a los wirrárika y ha incrementado la erosión de los suelos.

La economía de los wirrárika es de autoconsumo: agricultura en tierras comunales donde siembran maíz, calabaza, chile, amaranto y frijol; pesca y caza de animales salvajes. También viajan por largas temporadas, retornando a sus casas tiempo después. Traen Dinero, pero a veces también traen enfermedades.

Para los wirrárika hay dos tipos de enfermedades: las originarias de la sierra y las traídas por los españoles. Las primeras son conocidas y acuden para su tratamiento a la medicina tradicional; las segundas, en cambio, deben ser curadas con la medicina de los blancos.

Los wirrárika reflejan sus sentimientos religiosos en una gran variedad de objetos rituales, cuadros artísticos, diseños de ropa y la construcción de templos e instrumentos musicales. Sus famosos cuadros de estambre, que elaboran sobre tablas de madera con cera, o las piezas que se trabajan formando figuras con chaquira sobre bules, violines o tortugas, pueden ser elaboradas con fines comerciales o como objetos del culto religioso, donde expresan sus mitos y leyendas.

Una presencia invariable en la religión wirrárika es la asociación entre el maíz, el venado y el peyote. Tanto en su arte como en sus historias se hace continuas referencia a estos elementos, por lo que los rituales, las fiestas, la organización material y temporal de la vida gira muchas veces alrededor de ellos.


Fuente: www.ini.gob.mx

lunes, 25 de octubre de 2010

Mendizábal y la Reforma Agraria

La reforma agraria cardenista trajo consigo naturalmente las adhesiones de todas las inteligencias progresistas de la época. Mucho habían insistido en ello: si no se resolvía el problema económico de la población rural mexicana, cualquier plan cultural alternativo estaría destinado al fracaso. Así, se percibe la emoción de los contemporáneos del presidente de Jiquilpan como producto de las modificaciones reales que la reforma agraria trajo al panorama nacional, a los pueblos indígenas y campesinos mexicanos. 

Vicente Lombardo Toledano pensó que era acaso “el paso más trascendental que se haya dado en la historia de la reforma agraria en México”, pero no bastan las tierras, afirmó, es necesario otorgar también el agua, el crédito, la dirección técnica, pues sólo de esa manera es posible pensar que en México se está realizando una economía “que podríamos llamar justamente democrática”. 

 Miguel Othón de Mendizábal, como hemos visto en otros temas, no daba paso sin huarache. Su opinión sobre la reforma agraria cardenista va antecedida de una pormenorizada revisión de la historia agraria mexicana. Así, deduce que la pequeña propiedad colonial, propiamente dicha, no es cierto que existió durante la colonia, haciendo su aparición formal con las leyes de 1857, decretadas por Benito Juárez. La lucha por la independencia, a pesar de tener un pretexto político, no fue sino una lucha basada en la necesidad de tierras. Ese deseo “profundamente sentido” fue lo que movió a las masas a servir de carne de cañón en la larga lucha de 1810 a 1824. Con la división de las tierras comunales en 1857, nace la pequeña propiedad que deja al indígena inerme ante la voracidad mestiza, con una modalidad jurídica que no tenía por qué conocer, mucho menos manejar, ya que tradicionalmente su propiedad había sido llevada en forma comunal. 

La reforma juarista tuvo el desatino de deshacer la única base propiamente indígena que había sobrevivido a la colonia: el sentido de comunidad, que al desaparecer dio margen al nacimiento de una nueva jurisdicción política, conocida como municipio. Las tierras mexicanas, a diferencia de lo que contaban algunos mitos coloniales y otros más de nuestra vida independiente, son, salvo algunas excepciones en las costas y ciertas regiones privilegiadas, tierras de baja productividad, que Mendizábal adjudicó a cinco causas geográficas: mala calidad agrológica, mala condición geográfica, tierras cansadas, lluvias escasas o tardías y heladas tempranas. Hay, además, “deficiencias en los sistemas agrícolas y pecuarios y falta de recursos económicos”. (MOM:IV:274) Aunque es extraño que no haya pensado en opciones como la chinampa tradicional, un sistema de cultivo muy eficiente, que podrían haberle dado ideas para soñar mejor a su México igualitario. Pero en los albores del urbanismo mexicano de los años treinta, observó más bien que en México había una creciente tendencia especulativa de los productos agrarios, “que trae como consecuencia, no sólo la explotación inmisericorde de nuestros campesinos sino, al llegar sus productos a la ciudad, la merma de los salarios de las clases proletarias, inutilizando sus largas luchas por incrementarlos”. La actual generación revolucionaria tiene ya el tratamiento adecuado para afrontarlo, estimó Mendizábal, en el ejido, que dota la tierra justamente a quien la trabaja, parafraseando a Zapata. Pero no hay que dejarse llevar “por ficticios indicios de tranquilidad”, advierte, ante los males centenarios que nos aquejan, habiendo sufrido ya cuantiosas y costosas caídas, “solo es eficaz la revolución permanente, cada día más sistemática y radical”. (MOM:IV:366-367) 

 El primer intento de implantar un crédito agrícola se hizo en 1908, con el fin de sanear las carteras bancarias comprometidas por préstamos hipotecarios insolutos, hechos a los latifundistas. En 1916 la Comisión Monetaria operó en la zona agrícola más prometedora del país “con resultados catastróficos”; a excepción de La Laguna, que operó un tiempo satisfactoriamente, el resto de las inversiones fueron puras pérdidas. Incluso en ésta, resultaron créditos insolutos por 27 millones de pesos que el gobierno tuvo que pagar casi en su totalidad, pues el español que se benefició con el préstamo de 20 millones sencillamente no tuvo con qué pagar. En 1926 se fundó el Banco de Crédito Agrícola para fomentar la pequeña y mediana agricultura. Gran parte del dinero se aplicó en beneficio de los latifundistas... y a llenar los bolsillos de algunos políticos interventores. Torres Vivanco, economista citado por Mendizábal, da una lista de 23 políticos, encabezados por Obregón y Calles, que disfrutaron de entre dos y quince millones de esa inversión. Con este tenor en los préstamos agropecuarios, cuenta Mendizábal, de 1926 a 1933 se prestaron 43 millones 901 mil 186 pesos, de los cuales 32.5 millones fueron para los latifundistas y sólo 11 para los pequeños agricultores y ejidatarios. Como no hay mal que por bien no venga, la política agraria tuvo a bien advertir la inconveniencia e inseguridad de los préstamos a los latifundistas, que se redujeron en el mismo periodo de 16 a 9 millones, en tanto que apreció que la pequeña propiedad, mejor organizada, era capaz de solventar sus deudas, incrementándoles los préstamos de 328 mil pesos en 1929 a 2.2 millones en 1933, lo que no impide observar la desproporción. Lázaro Cárdenas establece la reforma agraria como una obligación del Estado, y durante su sexenio fue cumplida “con gran amplitud”, estima Mendizábal. Los bancos Nacional de Crédito Ejidal y de Crédito Agrícola evidencian en sus números claras muestras de la buena administración. Si en 1934 se prestaron 6 millones, en 1935 fueron 19; en 1936 sube a 31 millones, en tanto que en 1937 alcanzan 88 millones; en 1938 son 72 y en 1939 llegan a 60 millones de pesos. Con esto, afirma entusiasmado Mendizábal, se abren cada vez más posibilidades de lograr “un nuevo régimen de producción agrícola”. (MOM:IV:294-296) Luis Villoro dice que Mendizábal nunca negó la cruz de su parroquia. Hay en él una posición política “implícita en su actitud indigenista”, afirma. Apoya insistentemente la colectivización agraria, fundamentándola en una tendencia racial hereditaria. (Villoro:208) Y en efecto, Mendizábal pensaba que los indígenas, “por sus antecedentes culturales”, son propensos a la colectivización. Y que el cuento ése de que los individuos que han trabajado como peones han perdido esta cualidad cultural, es un error. En épocas pasadas la colectivización indígena era un hecho, afirma, y se realizaba siempre que existieran condiciones para hacerla, dado que son susceptibles a un alto grado de organización. Esta cualidad de los indígenas preocupó al Estado al despuntar los años treinta, al grado que Pascual Ortiz Rubio dispuso la prohibición de que sus tierras se trabajaran de esta forma. Los indígenas obedecieron sembrando, barbechando y escardando individualmente, pero después cosecharon colectivamente, “porque su espíritu de colectividad sigue siendo el mismo”. (MOM:IV:147-148) 

La reforma agraria, para operar en condiciones de desarrollo, debe poner en juego, opina el autor, todas las medidas jurídicas, administrativas, crediticias, técnicas, sociales y políticas adecuadas para lograr que el campesino, con ello, obtenga de la tierra el mejor provecho posible. Una empresa de esta magnitud y complejidad requiere de bases perfectamente establecidas en la plataforma sexenal del candidato Manuel Ávila Camacho, en cuanto a distribución de responsabilidades que el programa genere entre las secretarías de Estado, con el objeto de eliminar las numerosas causas de conflicto que ocurre en tanta burocratización. Hombre de su tiempo, Mendizábal ve en la reforma agraria cardenista la salida de la crisis económica del campo mexicano, tan larga como su propia historia independiente. No hay dinero suficiente para créditos en el Banco de Crédito Agrícola, dice, pero se atiende de preferencia a los grandes ejidos y sistemas de riego, como el de La Laguna (programa en el que, según Dora Kanoussi, la participación de Mendizábal, como asesor de Lázaro Cárdenas, fue determinante). Hoy, afirma Mendizábal, un cuerpo de leyes y reglamentos permiten resolver la entrega de tierras a los campesinos “por la vía de la restitución, dotación, confirmación, ampliación y aún por la creación de nuevos poblados”, lo que ha permitido que la actividad agraria haya sido “plenamente satisfactoria, puesto que en el periodo de 1935 a 1938, es decir, en 4 años, se ha dotado a mayor número de campesinos que en los veinte años anteriores”. (MOM:IV:273) En ese mismo periodo los ejidos han recibido 35 millones de hectáreas, favoreciendo a 3 millones de campesinos, “muchos son total o preponderantemente indígenas” (MOM:V:19), protegidos por un comité administrativo. Esta reforma agraria, dice, “ha tenido la virtud de reconstruir y vivificar la verdadera célula social mexicana: la comunidad local”. (MOM:II:501) 

Las perturbaciones, más o menos profundas, que la reforma agraria ha causado, si acaso es una obra que tiende que perdurar, serán pasajeras, afirma finalmente Othón de Mendizábal, mostrando su optimismo: “esperemos confiadamente que la reforma agraria de México, que tanta sangre, tanto dolor y tanta destrucción de riqueza ha implicado, en un futuro próximo pueda brindar al país en general, y a las masas campesinas en particular, una vida mejor”. (MOM:IV:296) No sabemos qué pasó con aquel optimismo. El siglo transcurrió y el campo mexicano y sus ejidos fueron decayendo paulatinamente hasta su desaparición. Ahora está desmantelado y es más económico hacer nuestras tortillas con maíz texano que intentar cultivar, en condiciones muy lamentables, las hastiadas tierras del desaparecido campesinado mexicano. Para su fortuna, Mendizábal ya no fue testigo de ello. Bibliografía: Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, seis tomos. Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México. Ed. Casa Chata, num. 9, México, 1979. Lombardo Toledano, Vicente: El problema del indio, SepSetentas, México, 1973 Kanoussi, Dora: Tesis Miguel Othón de Mendizábal y la Revolución Mexicana de 1910, sustentada en la ENAH en 1974 y consultada en la biblioteca central de la institución.

lunes, 18 de octubre de 2010

Los Tinujei (triquis)

El nominativo triqui es una deformación del vocablo driqui, que en esta lengua significa “padre grande o superior”, como se llamaba antiguamente al jefe del clan, la máxima autoridad de la comunidad. Los españoles los llamaron "triquis", término que derivó en triqui. Los triquis de Copala se llaman a sí mismos tinujei, que significa "hermano mío".

Los tinujei se encuentran en el oeste de Oaxaca, una región que comprende de una zona baja, cuya cabecera es San Juan Copala, y una alta, con cabecera en San Andrés Chicahuaxtla. La población de San Juan Copala es compacta; en cambio, las de San Andrés, Santo Domingo del Estado y San Martín Itunyoso están dispersas. Los tinujei viven en el territorio conocido como "nudo mixteco", la confluencia de las sierras Madre Oriental y Occidental.

Junto con la religión católica conviven elementos de la religión tradicional de los tinujei. Esta última tiene como deidades principales nueve dioses, siete de ellos corresponden al bien: tierra, fuego, luna, sol, agua, aire, hielos; los otros corresponden al mal: muerte e infierno.

Entre los tinujei el estado ideal es el equilibrio, la salud. Además de los elementos naturales, en el ambiente existen diversos seres sobrenaturales que tienen el poder de curar o de enfermar a los seres humanos. Por lo general, en caso de enfermedad se recurre a los curanderos tradicionales, reconocidos en la región por sus amplios conocimientos de las plantas medicinales y de la naturaleza humana.

Las mujeres tinujei son buenas artesanas en la confección de ropa en general. Ellas tejen en telar de cintura y en telar horizontal de cuatro estacas, también llamado "malacate"; los vestidos femeninos son para uso personal o para venta; también confeccionan camisas y fajas, tejen sombreros de palma y cestos, que destinan al uso personal. Los huipiles se venden en las ciudades de Oaxaca, Puebla y México. En su elaboración participan las niñas, que aprenden a temprana edad a hacerse sus propios huipiles; posteriormente aprenden corte, diseño y el uso de colorantes.

Los tinujei cultivan maíz, frijol de enredadera, calabaza y otros productos. En la región de Copala se introdujo a fines del siglo XIX el cultivo de café, que junto con la caña de azúcar y el plátano se destinaron al comercio. En el trabajo agrícola se utilizan herramientas como el arado con reja de madera o de metal para labrar la tierra, la coa con punta de hierro, el machete, el hacha, la pala y el cuchillo.

Investigación: César Huerta Ríos
Fuente: www.ini.gob.mx

lunes, 11 de octubre de 2010

Mendizábal y las leyes "indígenas"

Luis Villoro afirma que, así como lo había pensado el padre Sahagún en el siglo XVI, Manuel Gamio y Miguel Othón de Mendizábal creyeron que desde la conquista se introduce el elemento que impedirá “la completa asimilación del indígena a lo occidental”: leyes inadecuadas que les resultaron totalmente exóticas. (Villoro:192)

Mendizábal afirmó que desde la Independencia, “por un deseo utópico de justicia social”, se situó al indígena en una posición constitucional, civil y penal idéntica al resto de la población. En teoría tuvo desde entonces los mismos derechos “y se vio sujeto por la más brutal realidad, a las mismas obligaciones y penas que los demás miembros de la naciente nacionalidad” (MOM:IV:334-335); esta igualdad de derechos, que ha resultado catastrófica en lo particular, donde la población mestiza que se muestra ante ellos como un codicioso enemigo.

Por si fuera poco el “flaco beneficio” de la independencia, que lanzó al indígena a una lucha “para la que no estaba preparado”, las leyes de amortización juaristas, pretendiendo dañar las escandalosas propiedades religiosas con la amortización de bienes comunales, se llevó entre los pies a las de los colegios e instituciones de beneficencia, y también las propiedades comunales de los pueblos. Un error que pudiendo ser rectificado, no se modificó. Las leyes se reglamentaron y ejecutaron de acuerdo con los claros intereses de la clase dominante. El indígena, sin los mecanismos modernos de defensa legal, sin capacidad administrativa, sin capital, “fue fácil víctima” de la gula de tierras de los hacendados y mestizos ansiosos, “bajo la complaciente o interesada protección de las autoridades políticas y judiciales”. (MOM:II:496-497)

La ley, pensaron Gamio y Mendizábal en conceptos muy similares, debe aplicarse conforme a la mentalidad, cultura y tradición de los individuos receptores. Una legislación “calcada de la francesa”, pensó Mendizábal, es injusto que se aplique a un individuo que tiene 300 años de atraso en su evolución cultural frente a un francés. (MOM:IV:153) Se han hecho leyes adecuadas a los dirigentes, afirmó por su parte Manuel Gamio, pretendiendo que “la retrasada civilización se amolde súbitamente a dichas leyes avanzadas, dando un salto de cuatrocientos años”. (Gamio en Comas:99)

Siglos más, siglos menos, las leyes deben ser reformadas de acuerdo a las condiciones de cada grupo de entre los que componen la nacionalidad, por ellos es necesario, acotó el doctor Gamio, dar a comprender a nuestros legisladores “cuál es el tipo de civilización de esos grupos” (Gamio en Comas:99), para que se dicten leyes especiales para ellos. He ahí la antropología mexicana, con ese propósito que nunca logró ni siquiera iniciar.

No se nos oculta la complejidad del problema, observa Mendizábal, si no se ha podido mejorar la justicia “ni para nosotros mismos”, mucho menos para los indígenas. Hay que exigir, al menos, que la legislación que se aplique a los indígenas esté “escrita en su lengua indígena” y que los jueces procedan por medio de un árbitro judicial. (MOM:IV:153)

Como se ve, el asunto de la legislación nunca tocó tierra porque, si de leyes se habla, el “indígena” como entidad cultural, como grupo étnico, aparece en las leyes como tal en 2001, antes de ahí, legalmente, no había qué discutir, puesto que no existían como sujetos constitucionales.

No había elementos para que ninguno de los dos imaginara una reforma constitucional como la que ocurrió en 1992, cuando se acepta, con tortuosa demora, la pluriculturalidad de la nación, pero es hasta 2001 cuando las comunidades indígenas de México fueron elevadas a sujetos de ley. Dice el artículo 2: las comunidades indígenas son aquellas que formen una unidad social, económica y cultural, asentadas en un territorio y que reconocen autoridades propias de acuerdo con sus usos y costumbres. En este artículo se habla del derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación.

Ahora, la ley dice que autodeterminación significa decidir sus formas internas de convivencia y organización social, económica, política y cultural. Tener sus propios sistemas normativos, elegir prácticas tradicionales, el derecho a conservar y mejorar el hábitat y preservar la integridad de sus tierras, el uso y disfrute preferente de los recursos naturales de los lugares que habitan y ocupan las comunidades. La preservación y el enriquecimiento de sus lenguas, conocimientos y todos los elementos que constituyan su cultura e identidad. La ley de 2001 exige a los pueblos equidad entre hombres y mujeres y promete establecer las instituciones que garanticen la vigencia de los derechos de los indígenas.

Las autoridades contemporáneas se comprometen en esa ley a endilgarles pan con lo mismo, en cuanto a las promesas que se hicieron desde el primer indigenismo, pero que ha ocurrido intermitentemente y sin una dirección definida. El gobierno siempre ha presumido de impulsar el desarrollo regional, garantizar e incrementar los niveles de escolaridad, favoreciendo la educación bilingüe e intercultural, de un acceso efectivo a los servicios de salud, de vivienda, de comunicación y telecomunicación, de migración en sus planes. La realidad ha sido más pausada y abunda en irregularidades en la aplicación de los programas. Pero en 2001 se les ofrece una personalidad jurídica a los pueblos, aún llamados indígenas. Ahora ellos, dentro del ámbito municipal, podrán coordinarse y asociarse en los términos y para los efectos que prevenga la ley.

La Ley indígena de 2001 fue objeto de observaciones por parte de la Comisión de concordia y pacificación solo tres días después de su aprobación. Entre otras cosas, la Cocopa observa que la afirmación que pontifica que “la nación mexicana es única e indivisible”, más que garantizar una unidad o indivisibilidad, expresa el temor infundado de que a partir del reconocimiento de derechos a los pueblos indígenas se propiciaría la fragmentación de la República”. La Cocopa observó también que en la Ley aprobada por el Senado la autonomía pasa a ser materia local y queda a criterio de los estados; que el dictamen omite el derecho de los pueblos al acceso colectivo del uso y disfrute de los recursos naturales de sus tierras y territorios y no otorga ningún derecho sustantivo en materia educativa a los pueblos indígenas.


Bibliografía
Mendizábal, Miguel Othón de: Obras completas, México, 1947, seis tomos.
Villoro, Luis, Los grandes momentos del indigenismo en México. Ed. Casa
Chata, num. 9, México, 1979.
Comas, Juan, La antropología social aplicada en México, (trayectoria y antología),
Instituto Indigenista Interamericano, Serie Antropología social I, México, 1964.
Los textos: Gamio, Manuel: Introducción a la Población del Valle de Teotihuacan, 1922, Tomo I, pgs. IX a CII.
Ley indígena, 2001 aprobada por el Senado de la República el 25 de abril del 2001.
Respuesta de la Cocopa en Perfil de La Jornada Virtual, 28 de abril de 2001

lunes, 4 de octubre de 2010

Los rarámuri

Los tarahumaras se llaman a sí mismos rarámuri, que significa “corredores a pie”. Habitan la parte de la Sierra Madre Occidental que atraviesa el estado de Chihuahua y el suroeste de Durango y Sonora. Comparten este territorio con los tepehuanes, pimas, guarojíos y mestizos. De los grupos originarios de la región es el más numeroso y habita un espacio más amplio que los demás, por lo que a su territorio también se le denomina sierra Tarahumara.

Para los rarámuri la principal actividad de subsistencia es el cultivo del maíz. Alrededor de él se organiza la mayor parte de su vida cotidiana y ceremonial. Las tierras de cultivo se hallan dispersas en pequeñas mesetas y laderas, lo que influye en la dispersión de los asentamientos que se organizan en rancherías.

La familia es la encargada de realizar las labores agrícolas y, en caso necesario, es apoyada por familias de las rancherías vecinas que son invitadas a una tesgüinada donde se bebe tesgüino, que se prepara con maíz fermentado y se ofrece a quienes ayudan en el trabajo. Las tesgüinadas son ocasiones de convivencia social y a través de ellas se crean y reproducen lazos de reciprocidad. El trabajo agrícola no es sólo una actividad estrictamente económica, sino que involucra también a la organización y a la religiosidad rarámuri.

La religión de los rarámuri está presente en las relaciones interpersonales, en la institución política del pueblo, en los valores morales, normas y costumbres que rigen a su sociedad. Su religión se constituye tanto de elementos anteriores a la evangelización jesuita como de los que han tomado de la religión católica. Las deidades principales son Onóruame, "Nuestro Padre", asociado con el Sol y Iyerúame, "Nuestra Madre", asociada con la Luna y la Virgen María.

Desde la perspectiva de este grupo, la salud refleja la calidad de las relaciones del individuo con otros seres del universo pues el que sean protegidos o dañados por ellos, depende de la interacción del hombre con los seres sobrenaturales. Las enfermedades más graves son aquellas que pueden causar la pérdida definitiva de las almas y que suelen ser provocadas por algún hechicero, que habrá que disipar en curaciones que involucran la ingestión de las plantas jícuri o bakánowi.

Los rarámuri fabrican objetos para satisfacer las necesidades de la familia, tanto para el uso cotidiano como para las ceremonias y rituales. La producción de estos objetos está dirigida primeramente al autoconsumo y el excedente se comercializa. Las mujeres hacen ollas de barro, cajetes, platos, vasos, tazas y jarros; en algunos lugares también usan la palma y palmilla para tejer canastas de diversos tamaños, llamadas guares. Los hombres fabrican violines, bolas, arcos y tambores, bateas, cucharas y tallan figuras con madera. Unos y otros tejen cobijas y fajas de lana con figuras geométricas.

Fuente: www.ini.gob.mx
Investigación: Margot Q. Heras