No son
visibles como los internacionales que saltan el muro, no transitan por
desiertos en frías madrugadas, no hacen marchas fabulosas bajo la atención del
mundo, pero también son migrantes, también son pobres. Tanto, que no pueden
dejar a sus familias en el pueblo, a qué, por eso viajan con ellas. Estos
migrantes tampoco hacen nada en la penumbra, son documentados, a veces viajan
en autobús, frecuentemente en las bateas de vehículos diversos, cientos y hasta
miles de kilómetros en busca de trabajo. Son los jornaleros temporales que habitan
unos meses los enormes campos de monocultivo en Zacatecas, Sonora, Chihuahua o
Coahuila: ajo, cebolla, sandías; o uva y nogal, como en el caso del ejido La Habana,
costa de Hermosillo, Sonora, a donde fui a encontrarme con la profesora Aída de
Hoyos Oros, que imparte clases a un grupo multigrado de la escuela primaria
Venustiano Carranza. ¿Quiénes son esos niños? Son los hijos de aquellos jornaleros
migrantes que traen a sus familias a la cosecha anual. Es septiembre de 2012.
La
maestra Aída es licenciada en educación por la Universidad Pedagógica Nacional,
UPN, en Sonora, donde recibió las herramientas para enfrentar uno de los más grandes
retos de esta singular educación, de nombre Pronim, que es aprender a convivir
con diferentes niños provenientes de todas las regiones de la república
mexicana.
Platíqueme
más de esos retos, profesora.
Uno de los principales es que tenemos que empaparnos de
toda su cultura, de sus tradiciones, de su valores también; ese es uno de los
principales retos en cuanto a lo multicultural; y en lo pedagógico también,
siendo maestra de un grupo multigrado, porque te enfrentas no a un grupo en
particular, sino a varios grupos; ahorita estoy dando de tercero a sexto grado,
doy los cuatro grados. Entonces es muy difícil, es muy complicado, es planear
para los cuatro grados. Esos son los retos que tenemos en lo particular.
¿De
dónde vienen estas familias, maestra?
En el caso de aquí, en el ejido de La Habana, son niños que
provienen principalmente del estado de Oaxaca, pero por lo general ya están
establecidos en el ejido, ya se establecieron aquí; los padres de mis alumnos
trabajan principalmente en las camaroneras o en los campo agrícolas de uva –principalmente
de jornaleros–, en todo lo que es el camarón, ahorita estamos en la época.
Entonces, los padres trabajan hasta doce, trece, catorce horas. Ahorita, aquí
en la costa de Hermosillo, particularmente la vid, la uva, y también en una
menor proporción lo que es la nuez, también lo que es el nogal. También hay
cítricos, pero más que nada es la uva y el nogal.
Platíqueme
de su trabajo, licenciada.
Nos falta infraestructura, como se puede dar cuenta no
contamos con cancha. No contamos con un espacio donde los niños puedan llevar a
cabo sus actividades recreativas, tenemos que hacerlo al aire libre y en la
tierra. No tenemos cancha ni lo que es el material deportivo. Y en las aulas,
pues tenemos que adecuarnos a lo que hay, en lo pedagógico también. En Pronim
Sonora sí se ha trabajado mucho, yo tengo en el programa un año y medio apenas,
pero se ha venido trabajando desde hace años, pero yo considero que hacen falta
muchas cosas, falta mucho camino por recorrer. En lo pedagógico sí se nos apoya
y se nos exige, se nos exige mucho, como si fuéramos maestros de una escuela
regular; aunque somos de otro programa se nos exige muchísimo. A mí me parece
bien, porque nos están dando las herramientas para ser unas buenas profesoras,
en ese aspecto sí, pero hay otras cosas que se están dejando de lado, como el
equipamiento. Ahorita tenemos un programa que es el de Escuelas de calidad que sirve para transformar las instituciones,
pero desgraciadamente esos recursos nos llegan a nosotros a lo último, se
ejerce el recurso después de que se termina el ciclo escolar. Muchas veces
tenemos que aportar de nuestra bolsa. Como lo comentaba el maestro, fuera del
salario no tenemos prestaciones, no tenemos aguinaldo, no tenemos prima
vacacional, no tenemos ningún tipo de beneficio, ni servicio médico.
Desgraciadamente, en los campos agrícolas no nos permiten
construir, entonces el programa de Escuelas
de calidad no puede entrar ahí más que para hacer adquisición de
computadoras, de equipos, pero no puedes hacer una construcción, pudiendo tener
tus baños, tu aula, tu laboratorio, tu centro de cómputo; no puedes porque es
una propiedad privada. Y aquí la mayoría son dueños extranjeros, entonces pues
ahí también entra lo que es la mentalidad; la mayoría de los dueños son
estadounidenses, entonces ahí entran otros intereses, políticos y no sé, mejor
de eso no hablamos.
Siento
que hay aquí un compromiso personal muy fuerte de parte de ustedes, profesora.
No sé qué sea, pero tiene algo que absorbe, te absorbe, te
jala; te enamoras del programa, te enamoras de los niños y te pones la
camiseta. Y hay veces que por más que te la quieras quitar, aunque haya tantas
necesidades, no puedes, es algo que no está en uno. No tengo palabras yo para
decir por qué, yo considero que puedo estar en otra parte y que puedo ganar
más, pero no sé, no hay una explicación. Lo que pasa es que mientras queden
esos pequeños… como le diré, baches, esas pequeñas cositas que se tienen que
subsanar; hay mucha migración por parte de los maestros, porque van y vienen,
como los niños, los maestros también. Entonces esa es una de las dificultades
o, pienso yo, debilidades que tiene el programa, porque no tiene previamente
establecida a su base de maestros. Estamos cambiando igual que los niños,
porque ahorita es una escuela, y en tres meses puede no haber escuela.
Lo que
veo es que ustedes hacen de todo; usted, por ejemplo, además de tener cuatro
grupos, se esmera mucho por entenderlos.
Yo pienso que cumplimos muchos roles, o sea, los maestros
aquí y en particular las mujeres, suplimos esa parte que está un poco ausente
en la vida de los niños, entonces yo pienso que llenamos un poquito ese vacío
que ellos tienen, esa necesidad de afecto, de cariño, de amor, de
reconocimiento. O simplemente de un gesto, una mirada, una palabra, una
palmada. Yo pienso que eso es lo que te ata. Como mujer, pues uno siempre va a
ser más sensible a las necesidades de estos niños y pienso que es lo que a mí me
mantiene aquí todavía. También el poder saber o que te digan: “es mi maestra,
yo no sabía leer y ella me enseñó a leer; ella me enseñó o ella me compartió lo
poquito que tenía”, porque ellos saben cómo vivimos nosotros también,
convivimos con ellos, comemos con ellos, aprendemos de su cultura, de su
comida, de todo, entonces llega un momento en que eres parte de su familia. Es
muy difícil abandonar esto. Yo he trabajado en escuelas regulares, pero no es
igual, es muy poco común que te digan mamá, pero aquí te dicen mamá. Y en su
casa o en sus cuartos, donde ellos viven a sus mamás, les dicen a ellas maestras. Entonces es algo muy bonito,
yo creo que esa es la satisfacción y ese es el motivo por el que yo sigo aquí.
¿Qué cambiaría
si pudiera?
Quisiera ser el rey Midas y poder cambiarles un poquito la
mentalidad a los papás. Estamos en unos tiempos muy difíciles y las mamás
tienen que trabajar, entonces yo quisiera que hubiera mejores sueldos en sus
trabajos; es el gobierno, son las instituciones, yo cambiaría todo, pero no puedo.
No puedo cambiarlo. Entonces, mientras esos niños tengan necesidad de cariño, como
la mamá tiene que salir a buscar el pan de cada día, las cosas no van a
cambiar. La familia educa, nosotros nomás enseñamos, nosotros tratamos de
transmitirles conocimientos a los niños, pero si los padres no están con
nosotros, no podemos llegar a ningún lado, solas no podemos. Que no sea un
programa que nomás esté por llenar un hueco, un vacío. No. O sea, que tengamos
la misma importancia que un maestro de una escuela pública regular, porque sí
somos maestros.
Muchas
gracias, maestra.
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