Tlacoachistlahuaca
Marzo, 2007. El secretario general del ayuntamiento de
Tlacoachistlahuaca, Guerrero, Heriberto López Montellano, me dijo que no conoce
personalmente médicos naturales, aunque sabe que existen en el municipio. Luego
me salió con una revelación:
“Mi abuelita era médico natural, curaba con yerbas y
todo eso, buscaba la forma. Le daba resultados, pero ahorita no conozco a
alguien que lo haga, aunque sí hay. Médicos de tipo espiritual, que hacen
limpias o cosas así, que les llamamos curanderos. Hay más. Normalmente son
mujeres, hay pocos hombres, generalmente ancianos, aunque se ha ido perdiendo
la tradición.”
Pero fue justamente un hombre el primer curador que
pude entrevistar. Se trata de don Agripino Díaz Miranda, el secretario hizo las
gestiones para que su gente me hiciera una cita con él. Era un anciano flaco y
bizco con el pelo cano. Con medida amabilidad me respondió a la pregunta de si
usaba yerbas para las curaciones.
“Nosotros curamos, pero los medicamentos ya vienen,
crecen en la venta. Ya vienen en bolsista, la persona que voy a curar compra
eso y con eso se hace el remedio. Ella lo compra y eso se hace molido, lo muele
en el metate. Entonces se revuelve con hojas de limón agrio, se hace
la macita; o sea, que poquito se cuela y se lo toma la persona, el otro, que se
unte en el cuerpo.”
Le pregunté sobre el uso de yerbas. Con semblante
escéptico respondió:
“Yo, tocante de la plantas no, pues ya es otra cosa.
Mis rezos son de Biblia, así, de la religión católica. No es cosa de meter
cosas malas. Hay algunos curanderos que rezan las malas oraciones, eso quiere
decir que son brujos. Es un brujo. Y la persona que cura rectamente la cosa de dios
es el curandero, nomás. Eso hago. Las enfermedades. Cuando la gente llega a mi
casa le digo: ´lleva a tu hijo con el doctor´, lo hacen, pero a veces regresan
y me dicen que no resultó, ´me dio esto y me encuentro igual. Fui con otro
mejor, ahí me dio otra cosa que ya me estaba matando, que tal vez ora vamos a
buscar de otra manera, que quizá sean cosas del doctor´, entonces llegan a la
casa.”
Don Agripino Díaz Miranda
Le pregunto entonces qué enfermedades son las que cura,
pero don Agripino apenas me oye, está en su tema, como si estuviera
hipnotizado.
“Hay personas que no creen las cosas del curandero
hasta que sufren enfermedad, así es el matulín, que quiere decir que la persona
tiene antojos, algo de antojo, pues, resulta entonces la enfermedad de aquella
persona. Y yo les digo, hagan esto, que quiere pollo, o baoyote, o chivo, o tamales,
eso es lo que van a comer ustedes. Es cosa de comida para todos ellos, ya
después que hayan comido eso, le soplo al enfermo, es matulín, y no se les hace
otra cosa.
¿Qué es el matulín?, le pregunto inútilmente.
Si tiene espanto, entonces ahí ya se toma algo, pues.
Si uno no sabe en qué parte se espantó, entonces nomás se cura en medio de la
casa, en el mero centro de la casa, porque así, cuando es un espanto que no
sabe uno, que no sabes dónde te espantó ¿dónde uno lo cura?”
Don Agripino hizo una pausa dramática, como si buscara
la respuesta en el viento. Luego prosiguió:
“En la casa, para que llegue al espíritu. Y si se
espantó de otro modo, que hizo coraje, vio cómo están haciendo y se espantó
haciendo corajes, entonces ese ya se le da el remedio que le estoy diciendo,
una cosa amargosa, para que así se le quite el coraje.
¿Qué remedio, don Agripino?, pregunto neciamente,
había dicho que no usaba yerbas.
“… se le rocía con aguardiente, entonces ya le dice el
nombre del enfermo, llamándolo, pues, se ve si la persona se espantó en lugar
seco, en lugar donde hay lumbre o en la sombra; o está en el agua, en un lugar
fresco, o se espantó de noche o se espantó de día… Bueno, todo eso exclama uno.
Todo eso exclama uno.”
Me quedo mirándolo con ojos impasivos, sé que es
inútil preguntarle, él está en lo suyo, como si le hubiera dado matulín.
“Cuando se asustan con un muerto es el más grave de
todos, porque si no te curas de eso, usted agarra las locuras de su cabeza, a
veces como ataque se cae, pero ese es espanto de muerto. O sea que la persona
vio que mataron a aquella persona, o sea que ya está expirando, entonces pasa y
agarra la sombra del difuntito, pues, entonces esa enfermedad ya se lo lleva,
pues. Y si no sabe el nombre de la persona, ese nombre entonces se cura en el
medio de la casa, porque no sabe el nombre.”
Don Agripino levantó la cabeza como si se fuera a ir
en ese momento, pero me estaba mirando fijamente con su ojo bizco. Concluyó.
“Ya muertos, cuando las personas han fallecido, ya no
puedo hacer nada. Ahí nomás a rezarle, pedirle a dios por su descanso eterno.
Eso es lo que se hace con alguien que ya haya fallecido, ya no se le puede dar
nada.”
No había nada que hacer tampoco ahí, con él, que de
repente emitió un canto que era casi un zumbido, un rezo milenario en un idioma
desconocido. Ante mi desconcierto me explicó amablemente:
“Hacer oraciones de una persona grande son aparte;
aparte oraciones y aparte los cantos, pues, ya se nota que es persona grande.
Aparte están los angelitos, los angelitos que mueren, que tienen otro canto y
otra oración.”
- – Muchas gracias, don Agripino.
- – Ande, pues…
En el sitio de la CDI se afirma que entre los amuzgos y
mixtecos “hay una baja demanda de servicios médicos alópatas, ya que se
prefiere la consulta al médico tradicional”. (cdi.gob.mx) Sin embargo,
encontramos en ambos pueblos la práctica de una medicina alternativa que se
recomienda cuando ya ha fallado la alopatía en sus esfuerzos contra la
enfermedad. En Tlacoachistlahuaca, tierra de amuzgos y mixtecos, en el sur y el
norte del municipio, respectivamente, hay diversos tipos de curadores, están
los que rezan, los que echan cartas, los que utilizan yerbas y los que combinan
todo lo anterior. Don Agripino pertenece de manera distinta a estas categorías,
y más aún doña Julia Miranda, a quien conocería después.
Al tercer día nuestro joven guía nos llevó hasta
Huehuetónotl a visitar a una anciana que lo reconocía por algún motivo no
familiar. Nos estacionamos en el desolado zocalito del pueblo con el sol a
plomo; la cancha inamovible, salvadora de una insolación. Con destreza, Gonzalo
Añorve nos condujo por unas callejuelas ocres bajo el sol abrasador.
Bajamos una cuesta pavimentada, desolada a esas horas de la canícula, atravesamos un río casi seco, un cruce del camino refugiado por gigantescos álamos desde donde ya se veía una extensa palisada en lo alto, hasta donde subimos, allí se hallaba doña Julia y su nieta adolescente, hacían tortillas en un enorme comal de barro de metro y medio de diámetro. Enorme, señal de que en esta agradable y extensa sombra se hacían las cosas en grande. Amablemente, después de un desconcierto total, doña Julia tomó el brazo de Miguel Ángel Domínguez, un miembro de nuestro equipo, y le hizo un diagnóstico.
Huehuetónoc
Bajamos una cuesta pavimentada, desolada a esas horas de la canícula, atravesamos un río casi seco, un cruce del camino refugiado por gigantescos álamos desde donde ya se veía una extensa palisada en lo alto, hasta donde subimos, allí se hallaba doña Julia y su nieta adolescente, hacían tortillas en un enorme comal de barro de metro y medio de diámetro. Enorme, señal de que en esta agradable y extensa sombra se hacían las cosas en grande. Amablemente, después de un desconcierto total, doña Julia tomó el brazo de Miguel Ángel Domínguez, un miembro de nuestro equipo, y le hizo un diagnóstico.
Doña Julia es una anciana pequeña de cabello blanco
vestida con un tradicional huipil amuzgo de tonos oscuros; muy risueña y
amable, que en ese momento dejó de hacer tortillas en el enorme comal de barro para
atender a la comitiva de visitantes. Le gustaba hablar, pero solo en amuzgo. El
joven Gonzalo traduce simultáneamente las palabras de doña Julia y nos entera a
grandes rasgos de sus respuestas.
Pregúntale si usa yerbas para curar. Hablan en amuzgo.
Dice que ella usa cinco remedios, que son raíces y
plantas, pero no sé cómo traducir los nombres de esas plantas al español.
Doña Julia habla largamente en amuzgo.
Dice la señora que hay cinco plantas medicinales, que
yo en español no lo puedo traducir, como una raíz, un tallo, plantas que hacen
una bebida ácida, y utiliza la albahaca, la raíz del limón y lo mezcla, eso se
trasforma en medicina que ayuda a curarse de espanto, a curarse de dolor de
barriga, dolor de hueso, de calentura, de sudor, cuando te agarra escalofrío te
ayuda, fiebre fuerte con sudor, cuando no te puedes levantar. Ella dice que
puede detectar en ti si tu enfermedad es enviada por dios o es creada por otra
persona, o realmente te espantaste por equis causa. Ella, a través del pulso de
tu corazón, de tu sangre, puede detectar el nivel de su enfermedad. Ella detecta
si a ti te queda uno o dos meses de vida.
Vuelve a hablar en amuzgo. Gonzalo traduce.
Ella va a detectar si yo estoy enfermo. La curación
consiste en tomar el brazo derecho de la persona y sobarlo, luego lo sopla, le
dice algunos rezos en castellano, donde sobresalen palabras como madrecita,
padrecito, luego toma su muñeca y mide la circulación sanguínea. Dura varios
segundos escuchando el torrente de sangre por las jóvenes venas del muchacho.
Entonces da su diagnóstico. En total, la curación dura unos tres minutos.
“Madrecita, padrecito…”, sigue la curandera.
Dice que estoy muy sano y que mi sangre corre muy
rápidamente. A ver tú, le dice a uno de los asistentes, que se sube la camisa y
se somete al diagnóstico pulsador.
De nuevo hace el rito rezador: “madrecita” y palabras
inaudibles, “padrecito” y palabras inaudibles, “Jesucristo, padrecito, santo…”
Habla en amuzgo, Gonzalo traduce.
Lleva más de cincuenta años curando y no cobra. Dice
que sus padres no curaban, ni su abuela. Que empezó a curar como a los treinta
años, y si tiene 90, entonces lleva sesenta años curando. Entonces supo que
podía ayudar a la gente, porque su intención es curar, más que cobrar. Cobra solo
a aquellos que tienen que pagar.
¿Cómo detecta que están enfermos?
Habla en amuzgo. Traducción. Ella detecta cuando
realmente no estás enfermo, lo detecta a través del pulso de la sangre. Si
corre bien tu sangre o si tu sangre es débil, no tienes pulso, quiere decir que
no estás bien, no estás a tu nivel. Ella detecta cuando una enfermedad es
incurable y no hay nada qué hacer, pues su sangre ya no pulsa, esa persona
morirá pronto.
-
¿Si se le debe algo? –se le pregunta, responde en
amuzgo–. Gonzalo responde con la mano en el bolsillo de donde extrae un
billete.
-
Le tengo que dar veinte pesos porque tocó mi mano.
Aquí están, muchas gracias.
Fotos del autor.
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