Héctor Manjarrez nos convidó en la revista Letras Libres de Mayo de 2009 una de las tantas conversaciones entre Jorge Luis Borges y Bioy Casares, que después fueron libros, pero que en este caso recae en un tema poco habitual en ellos, ya que hablan de “los indios”, así en general, con muy poca fortuna a mi modo de ver:
“Bioy relata que Borges le contó que acudió a cierta sociedad lingüística una tal señora de Bastianini –una de tantas horrorosas damas de sociedad con las que Borges y Bioy se reunían con frecuencia– y que dicha doña “sostuvo que todo (lo que allí discutían) era parte de una polémica entre los partidarios de los blancos y los partidarios de los indios; que ella no era partidaria de los blancos, y que todos éramos descendientes de Calfucurá. ‘Todos, desde luego –respondió Borges –, salvo usted, señora, y los señores que están aquí, y yo.’ Borges le dijo que ese gran amor por los indios no la había llevado a saber nada de los indios y que esos mismos estudios eran más propios de blancos que de indios: los indios vivían en la indiferente ignorancia de todo, incluso de lo concerniente a ellos mismos. La de Bastianini contestó que vivíamos en una civilización de blancos, pero que probablemente nos rodeaban muchos monumentos dejados por los indios y que nosotros no sabíamos ver. Borges no hizo hincapié en la naturaleza invisible de tal estatuaria. Borges: ‘Todo ese amor al indio vino del norte. De México y del Perú’.”
La cita es una verdadera ensalada de ignorancias, la inteligencia juguetona siempre presente en Jorge Luis Borges y Bioy Casares les permitió en esta ocasión ser certeros y majaderos a la vez. Borges acierta al ironizar sobre que el gran amor a los indios de la dama encopetada no la había resuelto, sin embargo, a saber más de ellos; desbarra cuando afirma que “los indios” no saben nada y que son ignorantes de todo (de Chesterton o de Heráclito, pensaba yo al leerlo), incluso de sí mismos, lo cual es una soberana e injusta estupidez.
Todo ese amor vino de México y Perú, opinaba Borges, sin tener idea de que nuestro amor acá es exactamente igual al de la señora Bastianini, es decir, un amor algo ciego que no es capaz de conocerlos verdaderamente. Por eso todos, allá y acá, entonces y ahora, los seguimos llamando alegremente indios; los indios, los inditos.
* Borges amar indios, Héctor Manjarrez, Letras libres, Mayo de 2009.
lunes, 31 de enero de 2011
lunes, 24 de enero de 2011
Los Tsa ju jmí
Los Tsa ju jmí son mejor conocidos como chinantecos; tsa ju jmí', significa "gente de palabra antigua" y es como se llaman a sí mismos; sin embargo, cada uno de los pueblos posee además su propio apelativo precedido siempre de la palabra tsa, dsa o alla, que significa "gente" y se combina con otros términos que hacen referencia a un origen común. En todos los casos también se reconocen como pobladores de la Chinantla, como chinantecos.
La región chinanteca se encuentra a unos 100 kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Se extiende a lo largo de 17 municipios ubicados en la parte noreste del estado. Colinda al norte con Veracruz, al noroeste con la región mazateca, al oeste con la cuicateca y al sur y sureste con la zapoteca.
Los seres sobrenaturales que rodean al pueblo chinanteco pueden ser positivos o negativos y se hallan ligados a los elementos naturales; de hecho, son los dueños de la naturaleza. Unos causan males y los otros son protectores. Si la persona se ve afectada, es inminente acudir a un médico tradicional.
La medicina tradicional que se practica en la Chinantla se divide en tres ramas de especialización: los sopladores, encargado de levantar el espanto; los yerberos, que conocen y manejan las plantas medicinales y los curanderos, que cuidan a las personas y son los más reconocidos, pues saben todas las prácticas curativas de la tradición: son hierberos, sopladores y rezanderos. Entre las mujeres es común la existencia de parteras.
Las técnicas de diagnóstico más usuales son la pulsación, el frotamiento con un huevo o con la mano; la revelación en sueños, el consumo de plantas por parte del curandero, la adivinación a través del maíz, el interrogatorio y la observación del paciente. El pago se hace en especie, porque se considera que la práctica médica es un servicio a la comunidad.
Una artesanía producida aún por las mujeres chinantecas son los huipiles. A pesar de las variantes existen diseños básicos en los bordados. Toda la familia se ve involucrada en la obtención de la materia prima para manufacturar los huipiles, desde el preparado del hilo hasta el proceso de hilado y madejado que se hacen con malacate y con espejes. Al final la actividad corresponde exclusivamente a las mujeres, que hacen manteles y servilletas para el comercio. Los hombres, por su parte, producen redes de pita y de ixtle para la elaboración de atarrayas y chinchorros.
En esta región la actividad más importante es la agricultura de subsistencia: hortalizas, plantas medicinales, frutos, maíz, frijol, calabaza y chayote, básicamente. La región posee una gran riqueza en lo que se refiere a tierra cultivable; se practica la pesca y la cacería; crían cerdos, gallinas y guajolotes.
Investigación: María Teresa Pardo
Fuente: www.ini.gob.mx en 2002
La región chinanteca se encuentra a unos 100 kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Se extiende a lo largo de 17 municipios ubicados en la parte noreste del estado. Colinda al norte con Veracruz, al noroeste con la región mazateca, al oeste con la cuicateca y al sur y sureste con la zapoteca.
Los seres sobrenaturales que rodean al pueblo chinanteco pueden ser positivos o negativos y se hallan ligados a los elementos naturales; de hecho, son los dueños de la naturaleza. Unos causan males y los otros son protectores. Si la persona se ve afectada, es inminente acudir a un médico tradicional.
La medicina tradicional que se practica en la Chinantla se divide en tres ramas de especialización: los sopladores, encargado de levantar el espanto; los yerberos, que conocen y manejan las plantas medicinales y los curanderos, que cuidan a las personas y son los más reconocidos, pues saben todas las prácticas curativas de la tradición: son hierberos, sopladores y rezanderos. Entre las mujeres es común la existencia de parteras.
Las técnicas de diagnóstico más usuales son la pulsación, el frotamiento con un huevo o con la mano; la revelación en sueños, el consumo de plantas por parte del curandero, la adivinación a través del maíz, el interrogatorio y la observación del paciente. El pago se hace en especie, porque se considera que la práctica médica es un servicio a la comunidad.
Una artesanía producida aún por las mujeres chinantecas son los huipiles. A pesar de las variantes existen diseños básicos en los bordados. Toda la familia se ve involucrada en la obtención de la materia prima para manufacturar los huipiles, desde el preparado del hilo hasta el proceso de hilado y madejado que se hacen con malacate y con espejes. Al final la actividad corresponde exclusivamente a las mujeres, que hacen manteles y servilletas para el comercio. Los hombres, por su parte, producen redes de pita y de ixtle para la elaboración de atarrayas y chinchorros.
En esta región la actividad más importante es la agricultura de subsistencia: hortalizas, plantas medicinales, frutos, maíz, frijol, calabaza y chayote, básicamente. La región posee una gran riqueza en lo que se refiere a tierra cultivable; se practica la pesca y la cacería; crían cerdos, gallinas y guajolotes.
Investigación: María Teresa Pardo
Fuente: www.ini.gob.mx en 2002
domingo, 16 de enero de 2011
Mendizábal y la salud
Para Miguel Othón de Mendizábal el problema de la salud implica diversas consideraciones: el cuadro de las costumbres tradicionales, hábitos mentales y normas de conducta, producidas por la mezcla de las culturas indígenas con la cultura occidental, que si bien tuvo buenos resultados en el orden moral, en opinión de él mismo, en el orden práctico resultó dañina para los habitantes originarios, sobre todo respecto a la salubridad.
Producto de hábitos culturales o de su desastroso estado económico, las condiciones sanitarias de los indígenas mexicanos tras la lucha revolucionaria son desfavorables para un crecimiento normal, viéndose paralizados pueblos enteros, desde hace siglos, por las epidemias.
Hacia los años treintas el escenario no era alentador. La gastroenteritis infantil, la enteritis, entecolititis, la fiebre tifoidea, la paratifoidea, la disentería basilar o amibiana, la uncinariasis y la tenia; la gripe, la neumonía, el bocio y el cretinismo, la viruela y la difteria, la onchocercocis, el mal del pinto, la tos ferina, la tuberculosis, el paludismo, la sífilis y la lepra, la rabia y las mordeduras de serpientes, acechan en las aguas que beben, en los alimentos, en los contrastes de temperatura, en su recíproco contacto y convivencia con animales domésticos.
La colibacilosis, se pregunta Mendizábal, “¿no se evitaría en muchos casos hirviendo el agua que se da a beber a los niños, lavándose las madres sus manos para cocinar y los pezones para amamantar, corriendo las moscas...?, es decir, realizando pequeños actos fáciles, que nada tienen que ver con la economía, sino con los hábitos culturales”, puntualiza. (MOM:IV:353)
A diferencia de lo que pensaban algunos antropólogos de la época sobre el hogar indígena, como Rafael Ramírez, quien veía que “en general son pésimos, pues carecen de amplitud y comodidades” (Ramírez:142), Mendizábal pensaba que no era mala, a excepción de la de los seris y los otomíes, “famosos por su pobreza y pequeñez”; en general, dice, la casa indígena de adobe o madera, de techo de palma, de teja o de terrado, es resultado de “una gran experiencia” de las condiciones climáticas e implica una juiciosa adaptación a las necesidades y posibilidades económicas. (MOM:IV:354)
Respecto al servicio social otorgado por el Estado, Mendizábal, aunque reconoce los esfuerzos demostrados en las cifras, veía claramente las estrechas posibilidades de una acción tan limitada. Los servicios coordinados del Departamento de Salubridad, a pesar de haber dado buenos resultados, no se pueden generalizar por falta de recursos. En La Laguna, por ejemplo, dice, se atiende a unos 200 mil individuos que aportan 24 pesos anuales para recibir el servicio, en tanto que el Estado aporta 600 mil, y a pesar de ello y de las excelentes comunicaciones con que cuenta la región, sólo se atiende al 50% de la demanda. Si se pretendiera hacer a escala nacional, calcula Mendizábal, el Estado tendría que aportar 160 millones de pesos, cifra que evidentemente ilustra la imposibilidad de llevarlo a cabo.
Sin embargo, reconoce que es éste el tipo de labor que el Estado debe seguir haciendo al paso que le dicten sus posibilidades: elevar el número de médicos, capacitar a la población rural, indígena o mestiza, y multiplicar en todo el país la apertura de farmacias. Además, es necesario que enfermeras y trabajadores sociales estimulen a los campesinos a transformar “los innumerables hábitos y supersticiones, perniciosos para la salud”, que de manera tan importante contribuyen a agravar el estado de insalubridad. (MOM:II:504-505)
Las condiciones no han cambiado mucho en los últimos ochenta años. Hace nueve meses apenas, como lo informó la Jornada de Oriente el 6 de abril de 2010, una familia totonaca recorrió por casi un mes los hospitales de la sierra norte de Puebla sin lograr que nadie atendiera a su hijo de 11 años que se había quemado en un accidente doméstico. La crónica de América Farías Ocampo no deja espacio a la imaginación, las clínicas no tenían doctores o no tenían elementos de curación o no tenían ganas de hacer nada; los padres del niño no tenían 200 pesos para trasladarlo a alguna ciudad. Tras cuatro semanas de descontrol finalmente fue atendido en el Hospital General de Libres, donde los médicos optaron por canalizarlo a la Unidad Estatal Pediátrica de Quemados, en la capital estatal, donde por fin el infante recibió atención especializada y tuvo alguna esperanza de vida. Pero ahí comenzaba un nuevo calvario. No hablaban español y la unidad carece de traductores. La dirección de la Unidad “tuvo que solicitar a la Comisión Nacional para el Desarrollo de Pueblas Indígenas un traductor que ayudara a los médicos a mantener una comunicación con el paciente quemado”.
“La operación quirúrgica del infante fue auspiciada por el Sistema DIF estatal; sin embargo, los padres tienen que sufragar toda la medicación del pequeño, ya que aunque están afiliados al programa Seguro Popular, no cubre los gastos de los pacientes con quemaduras”.
Por supuesto, el niño quemado en la sierra poblana es un caso aislado de atención médica urgente, pero ilustrativo de las condiciones de la salud pública en las regiones apartadas de nuestra geografía. Nada para brincar de gusto.
Producto de hábitos culturales o de su desastroso estado económico, las condiciones sanitarias de los indígenas mexicanos tras la lucha revolucionaria son desfavorables para un crecimiento normal, viéndose paralizados pueblos enteros, desde hace siglos, por las epidemias.
Hacia los años treintas el escenario no era alentador. La gastroenteritis infantil, la enteritis, entecolititis, la fiebre tifoidea, la paratifoidea, la disentería basilar o amibiana, la uncinariasis y la tenia; la gripe, la neumonía, el bocio y el cretinismo, la viruela y la difteria, la onchocercocis, el mal del pinto, la tos ferina, la tuberculosis, el paludismo, la sífilis y la lepra, la rabia y las mordeduras de serpientes, acechan en las aguas que beben, en los alimentos, en los contrastes de temperatura, en su recíproco contacto y convivencia con animales domésticos.
La colibacilosis, se pregunta Mendizábal, “¿no se evitaría en muchos casos hirviendo el agua que se da a beber a los niños, lavándose las madres sus manos para cocinar y los pezones para amamantar, corriendo las moscas...?, es decir, realizando pequeños actos fáciles, que nada tienen que ver con la economía, sino con los hábitos culturales”, puntualiza. (MOM:IV:353)
A diferencia de lo que pensaban algunos antropólogos de la época sobre el hogar indígena, como Rafael Ramírez, quien veía que “en general son pésimos, pues carecen de amplitud y comodidades” (Ramírez:142), Mendizábal pensaba que no era mala, a excepción de la de los seris y los otomíes, “famosos por su pobreza y pequeñez”; en general, dice, la casa indígena de adobe o madera, de techo de palma, de teja o de terrado, es resultado de “una gran experiencia” de las condiciones climáticas e implica una juiciosa adaptación a las necesidades y posibilidades económicas. (MOM:IV:354)
Respecto al servicio social otorgado por el Estado, Mendizábal, aunque reconoce los esfuerzos demostrados en las cifras, veía claramente las estrechas posibilidades de una acción tan limitada. Los servicios coordinados del Departamento de Salubridad, a pesar de haber dado buenos resultados, no se pueden generalizar por falta de recursos. En La Laguna, por ejemplo, dice, se atiende a unos 200 mil individuos que aportan 24 pesos anuales para recibir el servicio, en tanto que el Estado aporta 600 mil, y a pesar de ello y de las excelentes comunicaciones con que cuenta la región, sólo se atiende al 50% de la demanda. Si se pretendiera hacer a escala nacional, calcula Mendizábal, el Estado tendría que aportar 160 millones de pesos, cifra que evidentemente ilustra la imposibilidad de llevarlo a cabo.
Sin embargo, reconoce que es éste el tipo de labor que el Estado debe seguir haciendo al paso que le dicten sus posibilidades: elevar el número de médicos, capacitar a la población rural, indígena o mestiza, y multiplicar en todo el país la apertura de farmacias. Además, es necesario que enfermeras y trabajadores sociales estimulen a los campesinos a transformar “los innumerables hábitos y supersticiones, perniciosos para la salud”, que de manera tan importante contribuyen a agravar el estado de insalubridad. (MOM:II:504-505)
Las condiciones no han cambiado mucho en los últimos ochenta años. Hace nueve meses apenas, como lo informó la Jornada de Oriente el 6 de abril de 2010, una familia totonaca recorrió por casi un mes los hospitales de la sierra norte de Puebla sin lograr que nadie atendiera a su hijo de 11 años que se había quemado en un accidente doméstico. La crónica de América Farías Ocampo no deja espacio a la imaginación, las clínicas no tenían doctores o no tenían elementos de curación o no tenían ganas de hacer nada; los padres del niño no tenían 200 pesos para trasladarlo a alguna ciudad. Tras cuatro semanas de descontrol finalmente fue atendido en el Hospital General de Libres, donde los médicos optaron por canalizarlo a la Unidad Estatal Pediátrica de Quemados, en la capital estatal, donde por fin el infante recibió atención especializada y tuvo alguna esperanza de vida. Pero ahí comenzaba un nuevo calvario. No hablaban español y la unidad carece de traductores. La dirección de la Unidad “tuvo que solicitar a la Comisión Nacional para el Desarrollo de Pueblas Indígenas un traductor que ayudara a los médicos a mantener una comunicación con el paciente quemado”.
“La operación quirúrgica del infante fue auspiciada por el Sistema DIF estatal; sin embargo, los padres tienen que sufragar toda la medicación del pequeño, ya que aunque están afiliados al programa Seguro Popular, no cubre los gastos de los pacientes con quemaduras”.
Por supuesto, el niño quemado en la sierra poblana es un caso aislado de atención médica urgente, pero ilustrativo de las condiciones de la salud pública en las regiones apartadas de nuestra geografía. Nada para brincar de gusto.
sábado, 8 de enero de 2011
Los yoreme (mayos)
Según la tradición oral la palabra mayo significa "la gente de la ribera". Los mayos se reconocen a sí mismos, al igual que los yaquis, como yoreme: "el pueblo que respeta la tradición”. La región mayo se localiza entre la parte norte del estado de Sinaloa y sur de Sonora. El territorio mayo abarca una extensión de 7 600 kilómetros cuadrados, distribuidos en tres regiones: la falda de la sierra o sierra baja, el valle y la franja costera.
Existen una serie de causas que han contribuido a desplazar la lengua mayo como factor de identificación entre los yoreme: el capitalismo de la región, la presencia de los mestizos en la misma estructura productiva de los mayos, el ejido, y el desprestigio que representa para muchos hablar la lengua de sus abuelos. La lengua dominante en la región es el español y la mayoría de los mayos lo hablan.
La visión del mundo mayo tiene dos grandes influencias que se han ido transformando mutuamente hasta adoptar un rostro profundo y complejo en sus significados. En sus ritos, cantos y danzas, el papel de la naturaleza, como ente proveedor del mundo, se expresa en el carácter que desempeñan danzas como El Venado y El Pascola.
Los especialistas o curanderos mayos, que en Sinaloa han demandado reconocimiento oficial a su profesión, se dedican a atender huesos, espanto, caída de mollera, empacho, "corrimiento", partos y se dice que hasta rabia. Sus conocimientos los adquieren por don divino, por enseñanza de algún pariente o mediante un sueño, y son expertos practicantes de la herbolaria.
La actividad económica de los mayos gira en torno de la agricultura, la ganadería familiar y destacadamente la pesca, en donde cuentan con 30 cooperativas, siendo el camarón su principal producto de exportación. Son importantes también las empacadoras de atún y sardina en Yavaros.
Otro espacio económico es el pueblo mismo, al que se refieren como Centro Ceremonial, que congrega a diversas comunidades aledañas y donde todos los integrantes participan activamente en la organización de las fiestas tradicionales a través de los Fiesteros. La organización mayo se expresa sobre todo en estructuras religiosas que aseguran el ritual tradicional.
Investigación: Alejandro Aguilar
Fuente: www.ini.gob.mx
Existen una serie de causas que han contribuido a desplazar la lengua mayo como factor de identificación entre los yoreme: el capitalismo de la región, la presencia de los mestizos en la misma estructura productiva de los mayos, el ejido, y el desprestigio que representa para muchos hablar la lengua de sus abuelos. La lengua dominante en la región es el español y la mayoría de los mayos lo hablan.
La visión del mundo mayo tiene dos grandes influencias que se han ido transformando mutuamente hasta adoptar un rostro profundo y complejo en sus significados. En sus ritos, cantos y danzas, el papel de la naturaleza, como ente proveedor del mundo, se expresa en el carácter que desempeñan danzas como El Venado y El Pascola.
Los especialistas o curanderos mayos, que en Sinaloa han demandado reconocimiento oficial a su profesión, se dedican a atender huesos, espanto, caída de mollera, empacho, "corrimiento", partos y se dice que hasta rabia. Sus conocimientos los adquieren por don divino, por enseñanza de algún pariente o mediante un sueño, y son expertos practicantes de la herbolaria.
La actividad económica de los mayos gira en torno de la agricultura, la ganadería familiar y destacadamente la pesca, en donde cuentan con 30 cooperativas, siendo el camarón su principal producto de exportación. Son importantes también las empacadoras de atún y sardina en Yavaros.
Otro espacio económico es el pueblo mismo, al que se refieren como Centro Ceremonial, que congrega a diversas comunidades aledañas y donde todos los integrantes participan activamente en la organización de las fiestas tradicionales a través de los Fiesteros. La organización mayo se expresa sobre todo en estructuras religiosas que aseguran el ritual tradicional.
Investigación: Alejandro Aguilar
Fuente: www.ini.gob.mx
sábado, 1 de enero de 2011
Los yoreme (yaquis)
Los yaquis se identifican a sí mismos y a los mayos como yoreme, palabra que significa hombre o persona. La noción de yoris, hombres blancos, los distingue, a su vez, de los demás grupos indígenas.
El grupo yaqui ocupaba tradicionalmente una larga franja costera y de valle al sureste del actual estado de Sonora, al norte de Guaymas. Bajo el control de las misiones jesuitas, la población se concentró en ocho poblados situados de sur a norte a lo largo del Valle del Yaqui, con un territorio 485 mil hectáreas. Los yoreme se organizan alrededor de los ocho pueblos tradicionales. Cada uno representa una unidad política, militar, religiosa y ritual, siendo Vícam la cabecera de la comunidad.
La religión yoreme se presenta, a raíz de la Conquista, como un ritual complejo que yuxtapone creencias y prácticas nativas con las católicas sin que haya contradicción entre ellas o supeditación de una sobre otra. Así, encontramos la sobreposición de identidad entre la Virgen María con ltom Aye (nuestra madre), Jesucristo con Itom Achai (nuestro padre) y la preeminencia de otras figuras como la Virgen de Guadalupe, San José, la Santísima Trinidad y los santos patronos de cada pueblo.
Una de las prácticas culturales más influyentes de los yoreme es la medicina tradicional. Los curanderos se rigen por un conjunto de creencias mágico-religiosas en donde Dios es la máxima divinidad del bien, de quien se recibe el don para curar, que no puede ser empleado en favor de la propia descendencia. Por lo regular el oficio de curandero se hereda de los antepasados, quienes transmiten los conocimientos sobre las creencias, el manejo de la herbolaria, los tipos de enfermedad y los ritos curativos. Las principales técnicas curativas se basan en limpias, preparación de infusiones medicinales y sobas.
La actividad artesanal es ceremonial, sin fines comerciales. Los danzantes hacen máscaras talladas en madera, collares de conchas y piedras marinas y cinturones con pezuñas de venado. Los músicos fabrican sus tambores y flautas. Algunas familias manufacturan petates, canastas y coronas de carrizo; platos y tazas de barro que utilizan para las fiestas y después destruyen. También confeccionan faldillas, blusas, manteles, servilletas y mantos. El único producto artesanal que se comercializa son las muñecas de trapo, que hacen las mujeres.
No son los únicos yoremes, también los mayos se identifican así, como lo veremos más adelante.
Investigación: María Eugenia Olavaria
Fuente: www.ini.gob.mx
El grupo yaqui ocupaba tradicionalmente una larga franja costera y de valle al sureste del actual estado de Sonora, al norte de Guaymas. Bajo el control de las misiones jesuitas, la población se concentró en ocho poblados situados de sur a norte a lo largo del Valle del Yaqui, con un territorio 485 mil hectáreas. Los yoreme se organizan alrededor de los ocho pueblos tradicionales. Cada uno representa una unidad política, militar, religiosa y ritual, siendo Vícam la cabecera de la comunidad.
La religión yoreme se presenta, a raíz de la Conquista, como un ritual complejo que yuxtapone creencias y prácticas nativas con las católicas sin que haya contradicción entre ellas o supeditación de una sobre otra. Así, encontramos la sobreposición de identidad entre la Virgen María con ltom Aye (nuestra madre), Jesucristo con Itom Achai (nuestro padre) y la preeminencia de otras figuras como la Virgen de Guadalupe, San José, la Santísima Trinidad y los santos patronos de cada pueblo.
Una de las prácticas culturales más influyentes de los yoreme es la medicina tradicional. Los curanderos se rigen por un conjunto de creencias mágico-religiosas en donde Dios es la máxima divinidad del bien, de quien se recibe el don para curar, que no puede ser empleado en favor de la propia descendencia. Por lo regular el oficio de curandero se hereda de los antepasados, quienes transmiten los conocimientos sobre las creencias, el manejo de la herbolaria, los tipos de enfermedad y los ritos curativos. Las principales técnicas curativas se basan en limpias, preparación de infusiones medicinales y sobas.
La actividad artesanal es ceremonial, sin fines comerciales. Los danzantes hacen máscaras talladas en madera, collares de conchas y piedras marinas y cinturones con pezuñas de venado. Los músicos fabrican sus tambores y flautas. Algunas familias manufacturan petates, canastas y coronas de carrizo; platos y tazas de barro que utilizan para las fiestas y después destruyen. También confeccionan faldillas, blusas, manteles, servilletas y mantos. El único producto artesanal que se comercializa son las muñecas de trapo, que hacen las mujeres.
No son los únicos yoremes, también los mayos se identifican así, como lo veremos más adelante.
Investigación: María Eugenia Olavaria
Fuente: www.ini.gob.mx
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