Dos opiniones autorizadas de la época de
Miguel Othón de Mendizábal (1920-40), que ocuparon importantes posiciones de la
educación oficial en épocas decisivas en la formación de los programas
nacionales, fueron Moisés Sáenz y Rafael Ramírez. Partían de la experiencia de
un educador estadunidense, John Dewey, que creó una escuela técnica rural en su
país con resultados más o menos promisorios. Una educación “simpática”, a decir
de Ramírez, que tal vez podría prestar grandes servicios “ahora que andamos los
educadores de México empeñados en la búsqueda de un nuevo tipo de educación”. (Ramírez:86)
Por su parte, Sáenz no dudaba que en un país
como México, con una variedad étnica tan enorme, el problema educativo debía
orientarse necesariamente a “la reformación de la raza mediante nuevas
experiencias”, que buscara “la equivalencia mental de las razas y la de la
influencia determinante del medio”. (Sáenz:105)
Debía ser una escuela proletaria, pensaba
Ramírez, en tanto que México es un país de proletarios, que además de
proporcionar una cultura básica, cree una conciencia de clase “y las
capacidades, actitudes y sentimientos necesarios para luchar en contra de las
clases explotadoras”. (Ramírez:100)
Ambos coincidían en una necesaria
transformación, cuando no mutación radical de las culturas indígenas, inspirada
en la famosa raza de bronce vasconceliana. La labor del maestro rural no
consiste sólo en castellanizar a la gente, piensa Ramírez, sino “en
transformarla en gente de razón”, y aclara que no sólo se refiere a los niños
indígenas, sino a la comunidad en su conjunto; hay un caserío, un vecindario a quien
también “debes castellanizar –le dice a un maestro rural imaginario-, porque de
otro modo destruirás la labor que hagas en la escuela con tus niños y hasta es
posible que de descastellanice y te quite lo de gente de razón a ti”. (Ramírez:66)
De igual forma, Moisés Sáenz habla de que la
escuela debe tener “la unidad de la vida misma, donde sus actividades
estén departamentalizadas”. Esta
escuela, dice, tiene la tarea de “enseñar a vivir a las criaturas; un solo
método: abrir amplias las puertas y dejar que la vida entre, que los niños la
vivan”. (Sáenz:108) No se sabe dónde empieza la escuela y dónde la
comunidad, dice el maestro Sáenz, poco antes de tener que exiliarse en Perú por
el resto de su vida: “Esta es, señores y señoras, sencillamente una nueva
escuela, una escuela socialista”. (Sáenz:108) Una escuela socialista, abunda Rafael
Ramírez, “de lucha como es”, que debe conducir campañas contra el bajo estándar
de la vida, el salario irrisorio, el alcoholismo, el juego y “todas las lacras
sociales que obstaculizan el pronto advenimiento de un estado de mayor
bienestar”. (Ramírez:111)
Atento a los hechos y a la
historia, Miguel Othón de Mendizábal, con la discreción que lo caracterizó,
observaba desde el exterior los momentáneos éxitos y rotundos fracasos de sus
colegas educadores. Crítico hasta lo involuntario, trataba de ser consecuente
con un Estado revolucionario que no le era ajeno y que ayudaba él mismo a
configurar. Pero entre la militancia disciplinada y la inteligencia crítica, en
una dura lucha de conciencia, ganaba invariablemente su segunda cara, que era
su verdadera firma de autor. La instrucción pública de los años veinte, dijo
refiriéndose a la cruzada vasconcelista que obligaba a los infantes de México a
asistir a la escuela, “era una verdadera utopía e, incluso, un verdadero
crimen”. (MOM:II:500) Cómo era posible arrancar de la parcela una
mano de obra que, aunque infantil, era fundamental dentro de la misérrima vida
familiar; obligarlo a aprender a leer y a escribir a sabiendas que, una vez
logrado, no iba a poder usarlo el resto de su vida, “pues en su medio cultural
difícilmente se presentan situaciones contractuales”, afirmó. En esas
condiciones era sencillamente inútil una enseñanza que no iba a cubrir ninguna
finalidad. Moisés Sáenz y Lombardo Toledano terminaron pensando algo similar:
“durante cuatro o cinco horas nos adueñamos del niño que arrancamos de un medio
oscuro, triste y mezquino, y lo entregamos después de dos años cortos de
escuela, al mismo medio oscuro y triste” (Sáenz:106), dijo el
primero, en tanto que Lombardo señaló que ya no se pensaba que la escuela
“pudiera redimir al indio, si antes no hay tierras para él y su familia”; la
escuela sin libertad económica, pensó el fundador de la CTM, a veces es un factor de
desquiciamiento de la propia comunidad. Sin embargo, afirmó el propio prócer de
la izquierda en México, cuando la comunidad cuenta con los recursos necesarios
para su progreso, la escuela “es un factor fundamental”.
Al paso de los años, del vasconcelismo a la educación
socialista de Narciso Bassols a principios de los treinta, muchos fueron los
fracasos, pero también las experiencias. Desde los años cuarenta, Mendizábal
veía que la reforma agraria cardenista había producido en el indígena
“beneficios indirectos”. Según él, tuvo la virtud de reconstruir “la verdadera
célula social” mexicana: la comunidad local. El progreso evidente en el campo
mexicano ha propiciado que el indígena desee “vehementemente” aprender a
escribir, para participar en la vida política de su municipio, de su entidad y
aún de la nación; siente ya un complejo de inferioridad por su ignorancia, se
niega a poner su huella digital en los documentos de crédito, las solicitudes
agrarias o las protestas. Quiere leer los periódicos y las propagandas
políticas que, “a pesar de sus frecuentes mezquinas finalidades”, le abren los
ojos sobre la situación nacional.
Los indígenas han andado ya “más de la mitad
del camino”, exageró Mendizábal inmerso en su entusiasmo. Antes era necesario
fundar escuelas con una escolta de rurales, ahora ellos mismos caminan cientos
de kilómetros para solicitar para su pueblo un profesor.
Y si no es posible atender la
experiencia de la historia y de los hechos modernos ocurridos en el extranjero,
en el sentido de que la mejor forma de progreso indígena se podría dar en su
propio lenguaje, “que se les enseñe como se crea más conveniente –afirma-, pero
que la enseñanza alcance hasta los más apartados rincones de nuestro mundo
vernáculo”. (MOM:II:501)
Bibliografía:
Mendizábal, Miguel Othón: Obras
completas, México, 1947.
Sáenz, Moisés, México íntegro,
SepSetentas, 1979
Ramírez, Rafael: La escuela rural
mexicana, Sep/80-FCE, número 6, México, 1981.
Lombardo
Toledano,
Vicente: El problema del indio, SepSetentas, México, 1973