A don Luis Velasco Ramírez y don Carlos Alberto
Julián Galis los encontré una plácida mañana poblana platicando en el Café
Italiano de Av. Reforma a unos pasos del zócalo, en donde todo ocurre y a donde
ocurren todos. Dos viejos amigos que parecía que hubieran ocupado esa mesa en
1946, a sus veinte años, porque seguían llevándose como entonces. Les dije mis
intenciones de recoger historias de vida de poblanos mayores y les pedí permiso
para grabarlos con mi reportera de cassete. ¿Qué tenemos que hacer? Decirme
dónde nacieron y cómo les fue en la vida. ¡Cómo no, cómo no, pero pida un café!
LVR: Aquí nací en la ciudad
de Puebla el 14 de agosto de 1923. Mi padre se llamó Bernabé Velasco Jiménez,
nació en el estado de Oaxaca, en la Mixteca. Trabajó muchos años precisamente aquí
en el centro histórico, en lo que fue antes el hotel Jardín, hoy hotel
Colonial. Posteriormente trabajó en el hotel Italia con el señor José Braqueti.
De ni niñez, de
mi primaria, recuerdo haber asistido a la escuela José María Lafragua, que está
aquí en la 2 sur, ahí cursé hasta el 4° año de primaria. Posteriormente en el
Instituto Oriente, donde terminé mi secundaria y después mi preparatoria aquí
en la Universidad de Puebla y la carrera de Derecho.
Los niños
éramos como siempre, guerristas y cariñosos, con menos problemas que ahora,
porque la tecnología no existía como ahora. Los juegos de nosotros los niños
eran a base de canicas, del trompo, del yoyo y otros juegos hechos precisamente
por mexicanos, juegos infantiles. No había la intervención extranjera como hay
ahora con juegos mecánicos, que nomás aprietan un botón y ahí están los juegos
y al rato ya se descompuso, porque son desechables.
La secundaria
la hice en la Venustiano Carranza, de ahí pasé a la preparatoria. La vida era
más romántica en este sentido, porque no teníamos la influencia de hoy, que la
televisión y la tecnología nos dan. El círculo era más cerrado, Puebla era más
chica, nos conocíamos todos, aunque no nos saludábamos, nos conocíamos de
vista, como hemos rememorado aquí con mis buenos amigos, como don Carlos
Alberto Julián. Hacemos remembranza de la historia de Puebla hace muchísmos
años: el clima, las amistades, el tránsito, los cines, todo, ese es nuestro
comentario cotidiano. Hacemos a veces hincapié en el clima tan hermoso que
tenemos, mientras en otros lugares hace frío, demasiado, o hace demasiado
calor, son extremosos, aquí en Puebla estamos perfectamente bien en el clima,
no como el de antes, pero sí aceptable.
Recibía uno una
educación de acuerdo a su cultura y a la condición económica. Mi educación, la
de mis padres, fue magnífica. Teníamos el ejemplo de los padres, mis papás
tardaron 56 años de casados ¿qué mejor ejemplo? Como aquí, por ejemplo, Beto
lleva en este momento cincuenta y tantos años de casado. Ese es un ejemplo
virtual para sus hijos, esos matrimonios ya son difíciles de ver.
CAJG: Yo nací en la ciudad de Oaxaca pero a la edad de diez
años me vinieron a internar aquí en el colegio Amado Nervo, en la 12 oriente y
2 norte. Mi impresión de antes es muy bonita. Como dice aquí el licenciado
Luis, todos nos conocíamos, terminaba la ciudad en la 25 y la 21 poniente,
terminaba Puebla. Y ahora ha crecido mucho.
Y antes sí había más educación, desde que íbamos al colegio, desde la
primaria, los maestros nos enseñaban a dar el asiento en los camiones cuando
iba una dama o un señor de edad, y darles la acera también a las damas o a los
señores de edad; ahora es cosa que ya no se hace. En la primaria jugábamos a las
matatenas, el yoyo, el balero, el trompo. Juegos infantiles...
Había varias
líneas de camiones, la línea San Matías, que les decían los camiones azules. Yo
vivía acá en la colonia San Matías, en la 18 Norte, entre la Reforma y la 2. Y
ahí tomaba yo mi camión, vendían abonos que valían cinco pesos, el abono
mensual. Y ya venía yo al colegio, salía al mediodía y me iba para mi casa. En
la tarde volvía uno a regresar y así sucesivamente.
Era más sano
todo. Éramos traviesos, a la mejor hasta peores que ahora, pero no se
acostumbraba el arete o el pelo largo. Nosotros nos íbamos al billar cuando nos
escapábamos de clases, la verdad ¿no? Jugaba uno su rondita de dominó...
LVR: Mire, los recuerdos nuestros son estudiantiles, porque su
servidor y aquí Carlos Alberto más que nada fuimos compañeros en la
preparatoria. Él siguió la carrera de Medicina, yo fui a la carrera de Leyes,
por razones especiales ya no siguió la amistad. Y después de muchos años
venimos a encontrarnos, hoy nos estamos acordando con frecuencia de los amigos
de aquel tiempo, “te acuerdas de fulano, de mengano”, de los apodos, de las
novias, pues son remembranzas que nos traen bonitos momentos, por una razón
natural: ya estamos “más allá del más acá”, como dicen los filósofos, entonces queremos
vivir el acá, antes de que llegue el allá. O como decía Marcel Proust: “hay que
vivir este instante, hay que detenerlo”, y ese instante lo recordamos todos los
días en el café. Compañeros como el Chocolate, licenciado Madera, y otros
compañeros que eran guerristas, eran tremendos en la universidad.
CAJG: El Cuarentapelos, el famoso Cuarentapelos que iba al
beisbol era muy popular, hacía sus porras, porque él nunca fallaba al
espectáculo del beisbol y era el que organizaba las porras, y le decían el
Cuarentapelos. Lo veíamos nada más en los espectáculos, no era nuestro amigo
personal.
LVR: Iba a todos los eventos deportivos, lo mismo se tratara de
beisbol, de futbol. Y en aquella época, no sé si te acuerdes, Beto, estaba de
fama la famosa “Sosa laxante Tía Rioja”. Entonces en cada iglesia, en los
santos, llegaba la camioneta con música y hacían bailes populares en la calle y
nunca faltaba este señor Cuarentapelos, se apellidaba Rojas ¿verdad? Se ponía a
bailar, sobre todo el danzón. Bueno, muy bueno.
CAJG: También la colonia española hacía la famosa Covadonga, en
septiembre. Hacían su baile en El Mirador, un baile muy bonito, iban a la misa
acá en Santo Domingo y luego desfilaban con sus peinetas, con sus chalinas...
cosa que ya ha desaparecido también. Y así varias cosas que ya no las vemos
ahora, que ya se han ido perdiendo las costumbres, vamos a decir.
El hotel Lastra
fue de los primeros, era el famoso aquí en Puebla. Ahí, inclusive, se casó mi
hermano en 1944. Y venían muchos artistas, la Esther Williams. Y ese era el
hotel más elegante que teníamos acá, se llamaba El Merendero. Ahora, claro, ya
hay otros hoteles muy elegantes. Luego estaba el Sky Way, en el cerro también,
donde se iba a comer, a bailar.
LVR: Yo me acuerdo, por lo que está recordando ahorita Beto,
del primer Merendero, que estaba en la meseta, ese lo fundó Lastra, Fermín
Lastra, el papá de don Eduardo Lastra. Pero hay una anécdota que me recuerda
esto. En aquella época el menú costaba –creo-, dos pesos; yo era un chamaco,
tendría unos cuantos años, en primaria, e íbamos a jugar ahí a la meseta, y ese
domingo cantaba en El Merendero Lupita Palomera, y ese día oímos cómo cantó
“Vereda Tropical” e “Incertidumbre”, pero nosotros estábamos afuera viendo por
los cristales, pues éramos chamacos y no teníamos con qué entrar. Y ahí por
primera vez escuché “Vereda Tropical” que, hasta la fecha, sigue siendo una
canción muy bonita.
Del Merendero
tengo una anécdota muy especial, que me trae recuerdos muy bonitos, porque yo
fui un estudiante de recursos económicos muy bajos. Cuando terminé la carrera
de Leyes, un día me vine al Merendero porque había una graduación de
estudiantes de Derecho, alguna cosa así. Y yo andaba de novio con la que hoy es
mi esposa, que vivía antes en Ciudad Serdán. Y entonces, quedé tan encantado
del trío que estaba tocando, de la variedad del Merendero, que me los llevé en
coche de sitio hasta Ciudad Serdán para que dieran “gallo”. Andaba yo muy
enamorado y sigo enamorado. Es una cosa para mí de muchos y bonitos recuerdos,
porque antes carecía yo de los elementos económicos, y ya al terminar mi
carrera empecé a ganar mis centavitos, y para conquistar a mi novia me llevé el
trío desde aquí en un coche de sitio. Pagué hotel y todo, y es bonito porque la
provincia es tranquila en las noches, ahí están esos balcones antiguos.
Entonces, romper el silencio de la noche, ser nocturno, amoroso, romántico, del
enamorado en las calles provincianas es hermoso ¿no? El despertar. Eso ya no se
ve. Ya no se ve.
CAJG: Había en la 21 poniente un centro donde se bailaba, era
el Montecasino y ahí terminaba Puebla, a la otra calle terminaba Puebla.
También había un club, bueno, no un club, un centro nocturno que se llamaba el
Pasapoga, que era de los Trías. También se acostumbraban las tardeadas en Agua
Azul, las lunadas acá en La Paz. A propósito de bailes, había un doctor llamado
David Sánchez Rodríguez, que fue mi compañero en el Colegio Oriente. David
Sánchez inclusive pichaba.
LVR: Y cantaba.
CAJG: Jugábamos en el Equipo Oriente. Él era pitcher y yo jugué
de catcher en el Instituto Oriente. Nos llevábamos muy bien. Asistí a alguno de
sus bailes, sobre todo los que hacían en la ciudad de Puebla. Agarraban los
cuatro patios acá de la Universidad, del Carolino. Traían cuatro orquestas.
Pagaba uno su boleto, y si me aburría en el primer patio, me pasaba al otro
patio, con puras orquestas de México. Y luego el famoso baile Blanco y Negro
que hacía el colegio Ignacio Zaragoza, también muy bonito. Era la academia de
postín, era la Academia Zaragoza. Todos andábamos uniformados, aquí con su
sable, una cosa bonita. Íbamos elegantísimos, hasta con guantes.
Y bailes
populares en Agua Azul, donde se reunía la gente. Bajaba uno a nadar, ahí a la
alberca, y ya como a la una que empezaba el baile, más o menos, se vestía uno y
se subía a bailar.
Agua Azul ya se
nos hacía lejos, San Baltazar también. Había un puentecito, el coche no
llegaba, tenía uno que pararse antes y atravesar, era como si fuera uno a otro
mundo, caray. Y ahora no, ahora ya está todo colindado, ya está todo pegado.
LVR: Llegaba uno al Carmen y tenía uno que ir caminando, entre
puras milpas para llegar a la laguna de San Baltazar. Lo mismo que para llegar
a la 6 de Enero, llegaba el camión nada más hasta el Carmen, de ahí caminaba yo
entre muchas milpas para llegar a la iglesia de San Baltazar. Los barrios
pobres eran El Alto, San Antonio... ¿cuál otro, Beto? Analco.
CAJG: La colonia Santa María, que es muy vieja también. Yo ahí
viví 15 años en la colonia Santa María. Y cuando salí lloraba yo... y ahora es
al revés, ahora ni aunque me paguen la renta regreso a la colonia Santa María,
porque ahí se quedó, ahí se estancó.
LVR: La peluquería de Arroyo, una peluquería que estaba donde
posteriormente fue La Flor de Puebla.
CAJG: El Círculo Elegante, aquí en la 2 oriente y la Maximino,
y luego la famosa Majerit, que aunque ahorita hay una chiquita, antes estaba a
cargo de El Gran Hotel, en avenida Reforma. Era una peluquería donde, mientras
esperaba uno su turno, le servían a uno su cafecito, su cocacola y le iba muy
bien, estaba la peluquería llena. Después, cuando vinieron los rebeldes sin
causa y los melenudos, se fueron las peluquerías para abajo. Se acabó.
LVR: Oye, la peluquería de los Seguany que estaba ahí en el
portal Morelos, no sé si te acuerdes, también de los Seguany. No era de postín,
era de clase media, pero tardó muchísimos años. Hacemos remembranzas de los
comercios que estaban aquí en el centro histórico ¿verdad, Beto? La farmacia
San Román aquí a la vuelta, luego la Del Boulevard aquí adelante.
CAJG: La De Cal, muy famosa, aquí en la 7. Acá en el portal
había ultramarinos. De los Peico; acá en avenida Reforma y también estaba otro,
aquí en la esquina; en la avenida 2 Poniente estaba la Sevillana.
LVR: Los Ave, los Ave en el portal; La Nueva España,
Balcázar...
CAJG: Aquí en el 121 había un restaurant-bar muy bonito, donde
jugábamos dominó. Y aquí en el café París, que estaba en la avenida Reforma,
también jugábamos dominó, y era restaurant bar y cafetería. Ahí estábamos horas
y horas.
LVR: Sí, aquí fue el Café París ¿verdad?
CAJG: Sí, el café París. Allá enfrente estaba el Café Reforma y
el 121, de Huerta. Había mueblerías aquí en la 4 poniente. Hubo un mueblero muy
famoso al que le gustaba mucho el beisbol y el deporte, el Cacique Ruiz le
decíamos e inclusive él tenía su equipo, se llamaba Mueblería Imperial, porque
él tenía una mueblería; estaba también Salinas y Rocha; acá, las que están en
la 2 también son mueblerías de hace mucho tiempo.
Una buena torta
se la comía uno con Meche, es la más famosa, Meche, aquí en el portal estaban
los puestos. Unas tortas muy sabrosas. Y acá en el callejón del Variedades
estaban las Gordas, que decía uno, con las chanclas, los pambazos y las tortas,
también. Se acostumbraba que se metía uno al cine Coliseo, al cine Variedades,
metía uno sus bolsas de tortas, cosa que ahora ya no permiten; y andaban
vendiendo refrescos, paletas con su caja dentro del cine, y ahí mismo pedía uno
un refresco y se lo servían a uno, y ya se comía uno las tortas con el
refresco. Películas americanas muy buenas, las de Gary Cooper, las de Bety
Davis, musicales, las de Lauren Bacall, Humprey Bogart, y así. Y se
acostumbraba que se daban dos películas en la misma tarde.
Había aquí un
caldo en San Agustín, eran los caldos famosos de San Agustín. Y acá en la 5 de
mayo había un hotel, viejo, que también hacía sus tardeadas de repente, se
llamaba El Regis. Ahí iba uno a tomar los molitos de panza y caldos de mollejas
de pollo. Ahí también muy buenas.
Hay un restaurán
acá que todavía existe, que es La Princesa, desde la época que la tuvo don
Pepe. Entonces acostumbraba uno venir a tomar los tamales con el atole ¿y qué
pagaba uno? ochenta centavos. En otro lugar, junto al cine Guerrero, que se
llamaba La Dulce Alianza, ahí comía uno también los pasteles, el café con leche
a ochenta centavos. Y en la 3 Poniente había una paletería muy famosa, San Carlos,
que vendía unas paletas exquisitas, a veinte centavos. Entonces las paletas que
vendían en la calle, los paleteros salían con su garrafa, valían un centavo la
de agua y dos centavos las de leche.
Cuando estaba
yo estudiando, en México estudié un año en iniciación universitaria, había
todos los periódicos, el Universal, Nacional, La Prensa que también es muy
antigua, y de repente salió el Esto, que era de deportes, y no se me olvida
porque iba yo en un tranvía, cinco centavos costaba el Esto. Lo compré porque a
mí me gusta mucho el deporte.
LVR: Yo me aficioné mucho a leer el periódico La Afición,
primer periódico deportivo en México y creo que en el mundo. Su director fue
Fray Nano, Alejandro Aguilar Reyes y se escribía como Fray Nano. Y traía
crónicas de beisbol, de futbol, de box, sobre todo de las olimpiadas cuando se
celebraban, y fue el periódico que entraba a la casa; valía, como dice Beto,
cinco centavos. Fueron las primeras lecturas de los periódicos. Claro, estaba
La Prensa con sus notas rojas, pero eso no nos interesaba, nos interesaba más
el deporte.
CAJG: En 1926 estaban los tranvías, en los que nos íbamos a
Cholula. Tranvías eléctricos que hacían como media hora. Yo estoy enamorado de
Puebla, aunque yo no nací en Puebla, me casé en Puebla, mis hijos son poblanos,
pero yo de Puebla estoy enamorado. Inclusive a mí me cuesta trabajo cuando me
dicen que “vamos para acá”, que “vamos para allá”, lo pienso mucho para salir
de Puebla. Y así se los digo, claro y contundente, “me dispensan pero no, de
Puebla estoy enamorado”. Hay gente que luego se está quejando: “qué frío”, y
les digo, “no, no se quejen, como el clima de Puebla no hay dos”. Había un
dicho de un yucateco vacilador que decía: “que chula es Puebla, dice, lástima
que esté llena de poblanos.”
LVR: Para mí, Puebla es la sucursal del cielo, porque aquí
nací, aquí nacieron mis hermanos, aquí me formé. Y sobre todo, ya cuando la
nieve del tiempo nos acerca, es cuando estoy confrontando amistades más
limpias, más sanas, y hacemos reflexiones sobre el pasado. Como decía un autor:
“cuando veas que la piel se te empieza a arrugar en las manos, es el momento de
voltear la cara hacia atrás y ver qué valores has conquistado y ver qué valores
puedes preservar para el futuro que te queda todavía.” Y eso lo fomentamos aquí
con el café. Nos estimamos cada día más... y ya. Vivimos del recuerdo que es
muy hermoso ¿eh? Que no todos hacen eso, ojalá la gente, la humanidad, en un
ratito de su vida, hiciera esas reflexiones, las que nosotros aquí hacemos
tranquilos, viendo pasar la vida, pero ya con satisfacción.