No hay una vara
para medir la intensidad de las vidas, sobre todo cuando son ajenas a las
nuestras. De nuestra niñez podemos hacer una historia epopéyica con grandes aventuras e increíbles
episodios o podemos recordarla con la sencillez de una tarde dominical más o
menos tediosa, monótona y gris. Arbitrariamente lo atribuyo a la aparición de la
televisión, cuando esa caja luminosa se convierte en recuerdo es porque faltó
quizás algo de emoción a nuestra niñez, y si añadimos una temprana orfandad
materna y la distante indiferencia del papá podríamos entender que don Rodolfo
recuerde su vida como la recuerda.
DON RODOLFO
VELASCO VÁZQUEZ
Soy Rodolfo
Velasco Vázquez, soy oriundo de aquí de Puebla, nací en el barrio de San
Miguelito, en la ocho poniente esquina con 17 norte, mis padres eran dueños de
una tienda que se llamaba La Puerta del Sol, ahí tuve mi primera infancia;
desgraciadamente, a los ocho años perdí a mi madre.
Mi padre era
ferrocarrilero, era fogonero de camino y salía dos días, tres días y
regresaba. Mi madre y mi padre se
conocieron exactamente ahí, donde estaba la estación del tren interoceánico, en
la 11 norte entre la 4 y 6 poniente, que era la estación de ferrocarril. A
duras penas me acuerdo de la estación de ferrocarril, muy rústica. Mis primas,
que trabajaban con nosotros ayudando a mi madre, me llevaban a dejar el
desayuno de mi papá, a las once, doce del día, y así pasé mis primeros años.
Eran otras las
costumbres, las mujeres estaban más arraigadas a su hogar, a su casa, a sus
hijos; no es como actualmente que las mujeres tienen que salir a trabajar por
lo difícil ¿no? En ese entonces el sueldo de los hombres alcanzaba con mucha
más facilidad, entonces la mujer se dedicaba a los hijos, a cuidar a los hijos,
a tener la casa limpia, a estar al pendiente de todo lo que hacía falta, hacer
la comida, la ropa. Yo recuerdo que mi padre, pues, como era ferrocarrilero, la
ropa del ferrocarrilero debía tener una atención muy especial, en el aspecto de
que, en primera, llegaba la ropa llena de aceite. Entonces había muchas cosas
que tenían que hacer las mujeres para quitarles el aceite, no recuerdo bien… tenía
que estar almidonada, impecablemente almidonada y bien planchada; entonces se
paraba, un uniforme de ferrocarril se paraba solo de lo almidonado que estaba.
No como ahora que hay lavanderías. Entonces la mujer era más apegada a su hogar
y las costumbres eran distintas.
Yo recuerdo
que, como nosotros no teníamos televisión, cuando llegaron las primeras televisiones,
muchas personas pudientes o personas que pensaban de otra manera, compraban sus
televisiones a crédito y ponían banquitas. En ese tiempo pagábamos veinte
centavos por ver programas como “Rin tin tin”, “Cachirulo” y otros programas
infantiles muy bonitos, y a las mismas señoras de esas casas nos vendías
dulces. Muchos programas que la televisión nos daba y a nosotros nos atraían,
porque mucha gente no podía tener acceso a una televisión, por lo cara, y había
personas que lo pensaban así y así pagaban su televisión. Pagábamos nosotros 20 centavos los domingos o
los días que había buenos programas y ahí estábamos, toda la chiquillería
viendo su televisión.
No tuve la
fortuna de conocer a ninguno de mis abuelos, porque ya habían muerto cuando yo
nací, pues soy el más chico de todos los hermanos. Y como mi madre murió cuando
yo tenía 8 años, entonces mi padre, pues, se hizo un poco más alejado de
nosotros. Mis hermanos, al ver todo esto emigraron y como era el más chico me
tuve que quedar con él, pero fue poco el tiempo que estuve con él.
Estaba en el
oratorio de aquí de la 19 norte y la 8 poniente, a donde íbamos los domingos a
misa y nos daban un boleto. Con ese boleto nosotros teníamos acceso a un
desayuno, que era atolito, dos tortas, un tamal, y después, con ese mismo
boleto, lo guardábamos y nos íbamos al oratorio de jugar futbol. Conviví con un
jugador de Puebla que estuvo en la segunda división, que hizo posible que
subiera el Puebla a la primera división, Gaspar Domínguez, conviví y jugué de
chamaco con él al futbol. Desayunábamos y después de desayunar nos íbamos a
jugar futbol, y ya en la tarde nos daban funciones de teatro, funciones de cine;
y con ese mismo boleto, al juntarlo por un año, el día 6 de enero, según el
número de boletos que juntábamos, era el juguete al que teníamos derecho.
Los boletos los
organizaba la iglesia de San Miguelito. Esa es la que nos promovía. Y de ahí
salieron muy buenos jugadores de futbol y era un buen ambiente; nos daban juegos
como de lotería... toda clase de entretenimiento. Había un equipo muy famoso
aquí en Puebla, el de Miguel Rúa, que ha dado muy buenos frutos a nivel
deporte. Y ellos, los mismos jóvenes, programaban obras de teatro. Entonces en
las tardes, cuando era su debut, nosotros como público nos divertíamos con
ellos.
El nombre del
cura no lo recuerdo, era un hombre muy famoso y en este momento no se me viene
a la memoria, pero creo que también se apellidaba Velasco, el padre Velasco,
era muy famoso porque promovía todo eso.
Había un
edificio muy famoso que, como hasta ahora, era sitio de reunión como decir una
reunión en El Gallito ¿no? Anteriormente había otro edificio que era muy famoso
aquí en la 11 norte y la ocho poniente, que era un edificio de cuatro pisos,
que era el edificio más alto de aquí de Puebla. Todo mundo le decía
“cuatropisos”, nos vemos en el “cuatropisos”.
En ese tiempo
de chamacos éramos muy reprimidos con los permisos, no como ahora, cuando la
juventud actual tiene facilidad de salir a la calle, pero recuerdo todo eso de
Puebla.
Cuando quedé
huérfano mi padre me llevó con la madrastra, que ya existía con anterioridad ¿no?,
entonces cambié de rumbo, me fui tras de la iglesia Del Rayito, que estaba en
la 44 poniente. Ahí pasaba el tren, nosotros acostumbrábamos en la mañana irnos
a correr a Los Fuertes, que eran muy distintos a como ahora están. Estaba el
faro exactamente ahí en los Fuertes, que en las noches alumbraba como una
medida de protección para los aviones o no sé con qué fin; había un faro y
había la entrada a un túnel que era de la famosa historia sobre túneles que hay
aquí en Puebla; que conducen, decían, hasta el cerro de San Juan y otros puntos
estratégicos. Estaba abierto el túnel, nada más que muy olvidado y sólo
alcanzábamos a bajar un poco, porque ya se sentía un ambiente de humedad
tremendo, y la oscuridad. Mi madrastra tenía un yerno que era el que cuidaba el
túnel, era policía y le daban a cuidar ese faro, era el que prendía el faro y
el que lo apagaba, entonces por esa facilidad pudimos entrar a ese túnel y ver los
fuertes.
Ahí en el
Rayito me acuerdo de las posadas cacahuateras, o sea, muy comunes, que
organizaban los sacerdotes y que íbamos a romper la piñata; nos daban nuestro
aguinaldo y jugábamos mucho beisbol. En ese tiempo era la época de los famosos
Pericos del Puebla, la afición era más fuerte hacia el beisbol que al futbol,
que ahora es diferente.
Mi
hermano jugó mucho al futbol, entonces, la única ocasión en que me llevaron al
juego, fue por azares del destino, fue el día que murió mi madre, y con tal de
que yo no me diera cuenta cuando se la llevaban al panteón, encomendaron a mi
hermano para que me llevara al estadio. Entonces fui al Mirador. Era un estadio
de madera completamente, y es cuando vi jugar al Puebla, me imagino que jugaba
Cárdenas, era la época de Cárdenas, cuando estaba aquí en el Puebla. Es la
única oportunidad que tuve de ir al futbol. Alrededor de ese estadio había
campos de futbol llanero, es lo único que recuerdo.
La religión
estaba más arraigada, como que había más promoción. O sea, había forma de
atraer a la gente más a la iglesia, a las misas, a todo eso. Yo recuerdo,
porque mi padre me mando instruir, hice mi primera comunión ahí en la iglesia
de la Merced. Y sí, era muy arraigada la religión en ese entonces. Atraía más a
los jóvenes, o sea, era más atractivo, porque había promociones, como jugar
futbol, sobre todo yo, que estuve en el barrio de San Miguelito.
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