En muchos pueblos mexicanos existe una leyenda inducida por los frailes católicos para justificar la denominación de un santo para la comunidad; San Juan, San Pedro, San Martín. En todos los casos el santo se apareció en un paraje cercano y pidió la edificación de una iglesia, que invariablemente le fue concedida con diligencia. En muchos casos es lo único que queda de pueblos originales en esos lejanos pueblos diseminados en la república mexicana, una digna iglesita que engalana los centros históricos de las comunidades con evidentes elementos indígenas en su arquitectura. Los frailes se salieron con la suya, pero es ahí donde entran los asegunes, pues los pueblos adoptaron con naturalidad la religión católica y la amoldaron a sus propios festejos, que convenientemente coincidían con sus más importantes reverencias antiguas. Daba lo mismo llamar Guadalupe a Tonzntzin para un cuicateco de Santa Cruz Zenzontepec, Oaxaca , cuando sus creencias le permiten adorar y ofrendar ad...