A su agraciado conocimiento sobre las
pulquerías y la mitológica bebida de los mesoamericanos, don Juan López Cervantes
pasó en su relato al activismo urbano desde una organización que ayudó a fundar
llamada la Unión de Barrios. Una preocupación de vecinos que remonta la
historia, la política, el arte y la arquitectura. Acababa el gobierno de Manuel
Bartlett al estado de Puebla y comenzaba el de Mario Marín; también terminaba
un siglo, el de la transformación de esta ciudad cuatro veces centenaria.
Centro de Convenciones
de Puebla
Las
pulquerías tenían vitrales, emplomados, pero hasta eso se ha estado perdiendo.
Ahora todo eso ya se perdió con la modernidad, todo recto, todo cuadrado, como
cajón y sin ninguna gracia, ningún arte, eso ya se perdió. Eso fue una pérdida
para nuestro pueblo porque, los pueblos indígenas… nada tengo contra los
españoles, porque después de todo somos una fusión de las dos razas y todos
cooperamos con nuestras respectivas cosas y enriquecieron una cultura que no
existía en España. Por eso Puebla es tan extraordinaria. No es española, y los
que dicen que es española, mienten. No es española, nuestra ciudad es especial,
es mestiza, donde se fusionan las dos culturas. Y eso lo vemos hasta en las
iglesias, donde vemos angelitos con facciones indígenas y eso forma parte de la
gente que vivió acá. Ahora se ha venido
sabiendo que Puebla no era un terreno baldío, como nos enseñaron. Hubo aquí
asentamientos que dejaron cultura. Y claro, una cultura hasta cierto punto
inferior porque los españoles trajeron el uso de la pólvora, el fierro, la
rueda, que nosotros no conocíamos. De eso sí estoy consciente que vino de
allende de los mares, pero también nosotros pusimos nuestro granito de arena para ser lo
que ahora somos. Yo, verdaderamente, ahora que ya soy viejo, siento tristeza
cuando veo que están derrumbando una casa. Como ahorita allá en Analco donde
están, según ellos, remodelando casas. Están tirando lo de adentro y nomás el
puro cascarón están dejando afuera. Verdaderamente, no sé, yo entiendo que las
gentes que cuidan de nuestro acervo cultural, monumental, pues otorgan con
muchas facilidades las licencias para que se hagan las obras. Antiguamente
había un señor Castro, que era del INAH, y para el que quisiera abrir una
ventanita o abrir más ancha una puerta de una casa antigua, tenía que llevar un
bosquejo, un dibujo donde constara lo que iba
a hacer, la fisionomía, el entorno de lo que iban a hacer; ahora, nomás
vea usted, ahorita precisamente hay una casa muy bonita en la calle del
Callejón del Muerto, ahí en la 12 Sur, esa casa es histórica porque es del
siglo XVII, hay una urna con una cruz de piedra. Ahí tiene el letrero del INAH,
pero por lo menos, lo que debían hacer es decirle al barrio: “saben qué, van a
remodelar esto, le van a hacer esto y aquello”, pero sólo ellos saben. Y eso,
pues, no se vale. Pierde el sentido todo. La
mancha urbana se está comiendo a lo que es monumental.
Soy presidente
de la Unión de Barrios. Nomás que, mire usted. Tiene uno que ser honesto.
Nuestra organización fue contestataria, era de mucho empuje porque se prestaban
las circunstancias, cuando fue lo del Megaproyecto. Ahora las estrategias ya
cambiaron, ahora tenemos que dedicarnos más al fondo, de ir cuidado lo poco que
nos queda, y entonces ahí es donde nosotros enfocamos nuestros esfuerzos.
Por ejemplo, en
Analco tenemos un horno moderno, bueno, entre comillas, no es tecnología de
punta, pero ya no es de leña, o tenemos de los dos: de gas y de leña. Ahora
estamos comenzando a trabajar barnices que no contengan greta, o sea plomo,
porque usted sabe que uno de los motivos por el que las puertas de Estados
Unidos se cerraron a la alfarería de México, fue precisamente el plomo que
contenía el decorado de las cazuelas, de las vasijas, de las ollas. Si por eso
fuera ya tendríamos cáncer todos los mexicanos. ¡Toda la vida! Cuando
destruyeron ahí en el Estanque de los Pescaditos y sacaron los hornos,
encontraron muchos cacharros que tenían decoraciones de plomo, y son del siglo
antepasado. Pero bueno, como los gringos están hechos de azúcar, no pueden
comer con eso porque les da cáncer. Entonces nosotros tenemos que ir viendo y
adaptando poco a poco a las circunstancias. Imagine que es una industria que
tiene cientos de años en la calle de Carrillo en (el barrio de) la Luz, que fue
el centro alfarero más grande del país. Inclusive se exportaban a Manila los jarros y las
cazuelas que se hacían allí. Todo eso se está perdiendo. Pero nosotros,
queriendo preservar eso, queremos adaptarnos al medio. Por eso estamos y
trabajando en lograr una alfarería que no tenga plomo. Afortunadamente ya en
México se produce un barniz transparente, con mucha calidad, que aguanta la
cocción y que no contiene plomo. Hay algunas instituciones universitarias que
están trabajando muy fuerte en ese aspecto, una de ellas es la UAM Xochimilco,
la Metropolitana en México y también la de Azcapotzalco, están trabajando en
sus laboratorios y se está logrando algo.
Después de cinco
años que vamos a cumplir trabajando en el horno, pues ya le encontramos sus
mañas, como decimos entre nosotros. Ya sabemos qué es bueno para el horno y qué
no es bueno. Ahora sí puedo decir con toda certeza que se puede hacer en un día
lo que antes llevaba ocho días. Y lo que dijeron los que nos hicieron el horno,
de que podíamos quemar hasta tres veces al día, pues, sí, se puede quemar pero
no descargar. El día que lo intentamos nos tronó nomás con el puro aire la
loza, porque como sube hasta al rojo vivo, como si fuera metal, de pone rojo el
barro, porque sube un poco más arriba de los 700 grados de calor, sí tiene su
chistecito, pero nosotros hemos tenido que ir encontrándole. Gracias a Dios,
podemos decir que está funcionando el horno.
Nosotros no y
tenemos patrón. A nosotros nos habló Segusino. Dijimos ¿por qué no? Nos invitó
a sus naves que tiene allá en Chipilo y sí, nos daba material, los barros,
porque son unos barros especiales (ora sí que “no cualquier barro hace jarro”
¿no?), nos proporcionaba herramientas, nos proporcionaba hornos, nos daba
diseños –según él, modernos, de los que se han fusilado donde quiera. Es la
verdad, yo no creo que me vayan a demandar por eso- y hasta dinero para que
nosotros nos pudiéramos movilizar. El problema era que nos iba a comprar toda
la producción que nosotros hiciéramos, pero él era quien iba a determinar los
precios. Ahí fue donde a nosotros no nos convino. Porque si yo hago, por
ejemplo, un jarro, ahí digo que este jarro vale un peso. El material que le
metí, el tiempo que se llevó y mi habilidad manual. Y ese señor, con gentes que
no estaban tan avezadas, porque tenía muchos alfareros y muchos carpinteros,
muchos artesanos a quienes estaba explotando, pero eso ya no siguió, ahora está
de jefe de Economía, Zaraín. Entonces yo le dije: “sabe qué, usted lo que
quiere es tener mano calificada sin que le cueste, sin ninguna ventaja, ni
seguro social ni nada.”
Ahora nosotros
producimos en cantidad piezas de barro negro, que no es barro, sino barniz
horneado, como candeleros y sahumerios. Hay un mercado, el Sonora, que es donde
están los mayoristas y es ahí donde nos compran nuestra producción, porque ya
al “centaveo”, como decimos nosotros, ya no conviene. Claro, también hacemos
ollas, hacemos jarros, hacemos vasijas de ese tipo, pero esas vasijas... pues
sí convienen y no convienen ¿por qué? Porque no como quiera salen. La mayoría
compra plástico o peltre o cosas de esas. Y por ejemplo, una campana vale
setecientos, ochocientos pesos, ya no como quiera los sueltan, esas son
cantidades grandes. Y nosotros tenemos que comer todos los días. Entonces
nuestra loza le sale barata.
Ahora nosotros
en Analco estamos tratando de hacer piezas exclusivas: jarrones, floreros,
maceteros con cierta calidad artesanal, para que una pieza que nos cuesta cinco
pesos la podamos vender a cien o doscientos pesos. Y ahí nos conviene a
nosotros, menos y trabajo, menos material y es ahí donde se motiva la inventiva
de cada uno. Sin falsa modestia yo ya soy viejo, estoy pensionado por una
fábrica, entonces yo soy gente de pocos gastos, con que tenga para comer, para
vestir, aunque sea modestamente, es lo que necesito. No sigo que me alcance con
eso, tenemos nuestras busquitas, nuestras ayuditas, pero nos las vamos pasando.
Lo que yo he
querido siempre es incentivas a los jóvenes. Que aprendan. Allá en mi barrio
donde son medio bravos, los muchachos son muy creativos, hacen calaveras, hacen
figura y media. Yo les dejo manos libres. Y lo que hacen, que se lo lleven, que
sepan lo que pueden hacer ellos con sus manos. Claro que para eso se necesitaba
un capital para organizarlo bien. Nosotros, como tuvimos que pagar ese apoyo
que se nos dio, pues apenas estamos saliendo. Los que estamos trabajando
ganamos algo, pagamos renta, pagamos luz y todos nuestros gastos, y de ahí ha
tenido que salir. Afortunadamente ya nomás debemos tres mil pesos.
Ese es nuestro
trabajo en la Unión de Barrios, tratar de conservar nuestras tradiciones.
Teníamos un proyecto hermoso, pero bueno, donde intervienen los políticos ya se
sabe que lo echan a perder. Se trataba de una escuela de artesanía donde se iba
impartir conocimiento por auténticos maestros artesanos, clases de vidrio para
vitrales, emplomado, gente que trabaja la madera, ahorita en Analco hay un
“boom” de muebles rústicos, a donde yo me he metido a aconsejarles una cosa:
que le den calidad. Aunque sean rústicos, que le den calidad, que los espiguen,
que los trabajen para durar, no sólo para vender, sobre todo que la madera no
sea de la corriente. Los hornos de pan. Analco, allá en sus tiempos, se llamó
la universidad de los panaderos. De Analco salió la famosa cemita poblana, de
allí salieron los borrachitos, que se llaman, envinados; de allí salieron lo
que ya se está perdiendo: los pambazos, los cocoles, los colorados, los
raspabuches, que se hace con salvado y piloncillo; eso se come con arroz con
leche y es la cosa más exquisita, es un manjar que se ha perdido y las nuevas
generaciones no lo conocen. Todavía hay algunos hornos donde se trabaja ese
tipo de pan al estilo antiguo. Entonces eso forma parte de nuestro trabajo como
Unión de Barrios.
La
Unión de Barrios nació para la preservación de nuestras raíces. Entonces a mí
no se me quita la idea de que ese proyecto de la escuela es algo que todavía lo
podemos hacer, sería autosustentable. Porque, por ejemplo, tenemos gente que
vaya a aprender a hacer las cemitas o cualquier tipo de panes, pues ahí mismo
se puede vender. Esa es la idea. Lo hermoso de este proyecto es que pensamos
que sea autosustentable. Tenemos a los maestros que están más que dispuestos a
ir a dar clases. “Cómo no –dicen-, nosotros vamos ahí a enseñar a la gente cómo
se trabaja el vidrio, cómo se graba, cómo
se bisela...” Obras de arte, obras de arte todavía salen de Analco en cuestión
de vidrio. Teníamos a don Mariano López
que por desgracia ya falleció. Ese señor hizo unos altares nomás para Jerusalén,
nomás. En Jerusalén hay un altar para la virgen de Guadalupe que lo hicieron
acá y lo fueron a armar allá. ¿Usted
cree que no sienta yo orgullo? Yo no soy poblano, yo nací en el estado de
Hidalgo, nomás que me trajeron muy pequeño, crecí, me hice adolescente, hombre
y ahora ya me van a enterrar aquí en mi Puebla, porque soy poblano, me volví
poblano. Y yo creo que quiero a Puebla como si fuera mi tierra. Por eso me
enojo mucho cuando la destruyen, cuando la ningunean. Siento que aquí en
Puebla, en vez de andar trayendo ahí tantos proyectos “maravillosos”, que
dejaron Analco como si ahí hubiera sido la guerra de Kosovo, puras casonas
deshabitadas, llenas de alimañas. Ahorita, con ese señor Marín, que le dieron
una lana para recuperar los barrios, lo que hizo fue dale una manita de gato,
la mandó pintar, mandó tapiar donde estaban los zahuanes derruidos, pero por
dentro sigue igual. Y nos hacen falta, yo estoy oyendo que hacen falta lugares
para estacionamiento, pues en esas casas puede haber, hay espacios cerca de...
del cómo se llama, de ese cajón que hicieron... el de Convenciones, que de
veras. Yo conceptué que ese señor Bartlett era muy capaz, muy bueno, porque
había sido secretario de gobernación aunque se le cayó su sistema, pero bueno,
fueron gajes del oficio; después fue secretario de educación ¡a nivel nacional!
Dije, no, pues si va a venir de gobernador, Puebla se va a ir pa´arriba Y qué
le dio. Le dio en la torre, la destruyó. Todos los barrios los destruyó
completamente: talleres, viviendas, fábricas. Y él con su proyecto nos vino a
destruir. ¿Y qué nos dio a cambio? Un cajón volteado al revés sin ninguna
gracia, ningún arte, ninguna nada. Lo único fue un poquito de talavera para que
no dijeran que no había talavera en Puebla. Él, que tuvo oportunidad de andar
en muchos lugares del mundo, que es una persona cultivada, hubiera escogido lo
mejor. No es que no lo quiera, pero cómo lo voy a querer si vino a destruir
nuestra ciudad.
Va
a llegar el momento en que Puebla ni va a ser poblana ni va a ser remedo de
ninguna cosa, ni siquiera de los Estados Unidos. Yo no sé. ¿No es un
desperdicio?, ¿no es para indignarse?, ¿no es para morirse de coraje? Y
nuestras gentes... pues, todos se echaron a correr, los hornos ya no existen,
los pocos necios que quieren vivirlo aquí siguen, porque todavía hay algunas
gentes como yo, pero la mayoría se fue a las Infonavits, a Fuentes de San
Sebastián, a Bosques de San Bartolo, a Agua Santa. En todas partes hay gentes.
Y lo curioso es que, cada vez que hay fiesta en Analco, bajan todos a “su
barrio”, a la fiesta. Eso es lo que queremos conservar en la Unión de Barrios,
los pocos que hemos quedado. México necesita que trabajemos, que produzcamos,
que de lo que se haya perdido, hay que irse para atrás y que comencemos, porque
si no cuándo, vamos seguir miserables. Eso es lo que a mí me mueve. Yo tengo
hijos, tengo unos diez hijos y me dicen: “jefe, para qué le haces, déjalo,
nosotros ya tenemos de qué vivir, somos trabajadores, para qué te afanas, te
cansas, no recibes un quinto, no duermes y todo de gorrita café. Hasta que un
día te vayan a dar una golpiza. Ya deja eso.”
Respondo: el día que yo deje de ser lo que soy, mejor ya échenme la
tierra encima. Yo nací así, tengo 75 años y así pienso morir.